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19.16% El diario de un Tirano / Chapter 32: Despertar (2)

章 32: Despertar (2)

  La mujer se acercó, sintiéndose feliz por ser la próxima. El joven llevó su mano a la frente de la dama, activando su habilidad. El viento los envolvió, solo que ahora parecía más intenso, destructor y violento, provocando que la mujer no pudiera resistir estar de pie por mucho tiempo, cayendo de rodillas y, al igual que el anterior voluntario, gritó al cielo, la piel de su antebrazo cayó al suelo, muy parecido al cambio de piel de un reptil, solo que en lugar de escamas, era un pelaje azul brillante el que se lograba apreciar.

  --Lo logró. --Dijo uno de los presentes, sonriendo con expectación.

La mujer respiró con dificultad, sintiendo un fuerte dolor en su pecho y brazo, el cual temblaba por voluntad propia. De la nada, la parte donde su piel había desaparecido se regeneró a una velocidad impresionante. Se sintió dolida y decepcionada, pero por el extremo dolor apenas si podía pensar con claridad. El joven respiró profundo, parecía que ocupar su habilidad con los islos le costaba más energía que con las otras personas, no entendiendo la razón verdadera de ello. Revisó sus características, notando que al igual que el hombre, no había logrado desbloquear su sangre.

  --Prepárate, lo haré de nuevo. --Dijo.

La mujer alzó la mirada, ligeramente aterrada, por lo que inconscientemente evadió la mano que se acercaba.

  --Por favor, Trela D'icaya, espere un momento. --Dijo con un tono tembloroso, más por cansancio que por miedo.

El joven pensó por un momento, asintiendo.

  --Esperaré, regresa a tu lugar --La miró fríamente, no quería matar por matar, por lo que entendía que era mejor no presionar demasiado--. Tú, el hombre de la cicatriz, acércate.

El hombre asintió, colocándose de pie para momentos después acercarse. La mujer que se retiraba chocó miradas con el hombre, notando el desprecio en sus ojos, pero no podía evitarlo, su cuerpo había sufrido una mejora sustancial, pero el poder que provenía de ese regalo estaba acompañado de un escandaloso sufrimiento y, no quería morir al no poder resistir, aunque los islos no se retiraban, a veces también se debía pensar antes de actuar.

El joven guio su mano a la frente del hombre, activando su habilidad, el viento volvió a hacerse presente y, al igual que la anterior vez, fue una escena destructiva. El hombre se mantuvo de pie, mirando al frente con fiereza, no estando dispuesto a flaquear, mordió su labio inferior tan fuerte que comenzó a sangrar, comenzó a gemir y, al no poder resistir rugió, fue tan poderoso y bestial el rugido que acalló los murmullos de atrás, quienes se levantaron inmediatamente, pero al ver qué no podían imitar el rugido, bajaron la mirada, ligeramente decaídos. El joven revisó las características del hombre, notando un ligero cambio en su sangre, pues junto a la palabra "Bloqueada" estaba el signo de "menos" y, aunque el joven no sabía el significado de ese signo, le agradaba ver un cambio.

El hombre no dejaba de resoplar, mirando como lo hacía una bestia. Sus colmillos habían crecido y, su mandíbula se había hecho más pronunciada, pero aparte de ello no había un cambio visible.

  --Quita esa mirada. --Le advirtió, no había cosa más desagradable para él que ser tratado con hostilidad, había pasado su vida en un infierno y, ahora que había logrado liberarse, no quería repetir su vida anterior.

El hombre volvió a resoplar, recuperando sus sentidos, e inmediatamente cambió su mirada y, cuando lo hizo, los cambios de su cuerpo desaparecieron, sintiéndose fatigado.

  --Perdone, Trela D'icaya. --Dijo, bajando la mirada.

El joven no dijo nada, solo levantó su mano para volver a colocarla en la frente del hombre, repitiendo el proceso. Su cuerpo sufrió otra transmutación, pero su sangre seguía bloqueada, por lo que lo volvió a repetir y, así lo hizo un par de veces más. El hombre había sido el objeto de pruebas más fuerte hasta el momento, sin embargo, al final su mente no pudo resistir por completo, cayendo desmayado.

*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*

  --Regresen mañana --Dijo con una sonrisa cansada-- y, no hablen de lo que ha sucedido.

Se despidió de los presentes, yendo a una habitación adecuada para el descanso, estaba extremadamente fatigado, tanto que apenas podía ver con claridad y, todo eso se debía a su terquedad por descubrir que beneficios ocultaba la sangre de los islos.

Esa misma noche murió el hombre que más había resistido la habilidad, nadie supo que fue lo que le pasó y, los que lo sabían, no se atrevieron a hablar.

∆∆∆

Al siguiente día volvieron a la sala, en compañía de Astra y dos nuevos voluntarios. En medio de la sala tenuemente iluminada por antorchas, se encontraba un joven, sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados.

  --Es bueno que hayan llegado. --Dijo, abriendo los ojos y colocándose de pie.

  --Señor, me retiro. --Dijo Astra, dando media vuelta para irse. No sabía que era lo que pasaba en la sala y, en realidad no tenía curiosidad por saberlo, aún sabiendo que dos individuos que habían venido el día anterior habían muerto.

Después de la partida de Astra, los tres individuos que habían sobrevivido el día anterior se colocaron de rodillas en una fila, los nuevos voluntarios los imitaron, ligeramente nerviosos por la presencia de su nuevo señor.

  --Tú, el recién llegado. --Señaló a uno de los nuevos voluntarios, quién no entendió que era lo que debía de hacer.

  --Ponte de pie y acércate. --Dijo el padre de Yerena.

Era un jovencito, teniendo menos de veinte años, pero con un cuerpo bien tonificado, al notar la expresión fría de su señor, notó que estaba haciéndolo mal, por lo que rápidamente se colocó de pie y se acercó.

  --Quiero que seas fuerte, más fuerte de lo que nunca has sido. --Le dijo con un tono serio, el jovencito asintió, no entendiendo por completo sus palabras. 

Sin esperar nada acercó su mano, activando su habilidad. El día anterior solo había experimentado con personas mayores, por lo que sintió que con alguien más joven las cosas cambiarían, o al menos eso quería creer. El viento se presentó, más sutil que el del día anterior, pero con mayor intensidad energética. El jovencito gritó, el dolor que estaba sintiendo en su pecho era increíblemente fuerte, no logrando aguantarlo y, aunque quería que todo se detuviera, no podía decirlo. Cayó al suelo como un bulto de papas, no se sabía si estaba muerto, o solo había perdido el conocimiento, sin embargo, el joven pudo escuchar su silenciosa respiración, entendiendo que aún seguía con vida.

  --¿Qué fue lo que le hizo? --Preguntó la nueva voluntaria con una expresión de confusión y terror.

  --Trata de levantar la maldición. --Contestó una de las damas presentes.

  --¿De verdad? --No podía creerlo.

  --Sí.

  --Quién sea, venga. --Dijo, ya un poco fastidiado, el costo de la habilidad se había duplicado y, aunque podía resistir un par de veces más, el cansancio mental no era una broma.

El padre de Yerena se colocó de pie, sabía que su momento era inevitable, era el líder de su raza y, como tal tenía una obligación y, aunque no hubiera visto los avances que el joven había tenido, aun así hubiera optado por levantarse, como decían sus antepasados: Los islos nunca huyen.

  --Déjame a mí, jefe. --Dijo la dama a su lado, con una sonrisa en su rostro.

Sin esperar por la respuesta del señor de su raza, comenzó a caminar hasta llegar frente a su señor.

  --Estoy lista, Trela D'icaya. --Dijo.

  --Me gusta tu actitud.

Llevó su mano a su frente, respiró profundo y, activó su habilidad. Ahora no hubo aire, ni nada dramático, solo quietud y silencio.

La joven abrió los ojos, el sudor empapó su espalda, frente y cuello, apenas si podía respirar por la fuerte presión de lo invisible en su pecho, intentó tragar una bocanada de aire, pero no lo logró, teniendo que llevar sus manos al pecho por el fuerte dolor.

El joven retrocedió, cayendo al suelo de nalgas, sus piernas estaban sumamente debilitadas, al igual que su cuerpo, levantó la mirada para observar a la dama, quién no se movía, parecía más una estatua que una persona.

*AAAAHHH...GRRRRR

Como una erupción volcánica expulsó una fuerte ráfaga de viento, sus ojos se tornaron brillosos, su cuerpo comenzó a crecer en tamaño, desgarrando sus ropas, mostrando un hermoso cuerpo curvilíneo y tonificado. Al no aguantar se colocó a cuatro patas como un animal, rugiendo, la piel comenzó a caerse de su cuerpo, dejando paso a un pelaje extremadamente sedoso y brillante color ébano, sus manos y pies se convirtieron en garras, su rostro cambio de forma, siendo una cruza entre humano y bestia, aunque los rasgos salvajes fueron los que predominaron.

  --Jefe... --Dijo la nueva voluntaria.

  --Sí --Asintió anonadado, no pudiendo creer lo que estaba observando--, ha vuelto.


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章 33: Momentos de desesperación

  La bestia humanoide se colocó a dos patas, su altura era grande, midiendo cerca de los dos metros y medio. Rugió al cielo, si hubiera estado en una colina en una noche de luna llena, hubiera sido una imagen hermosa de ver.

El joven sonrió, satisfecho con el descubrimiento. Se detuvo repentinamente, teniendo una visión borrosa, perdiendo el equilibrio y cayendo desmayado al segundo siguiente. Si hubiera aguantado unos segundos más, hubiera notado que la dama convertida en bestia recuperó su forma humana y, al igual que él, perdió el conocimiento.

∆∆∆

Despertó con el ceño fruncido, sentía un fuerte dolor de cabeza, teniendo que colocar su mano en sus ojos para evitar que la luz del sol lo lastimara.

  --Que dolor. --Nunca había experimentado sensación igual, sintiendo que era preferible morir desangrado, quemado, o alguna otra muerte horrible que seguir sintiendo el dolor que sentía.

Cómo pudo se levantó, no solo era el dolor, también se sentía débil y mareado, no logrando mantener el equilibrio de su propio cuerpo. Golpeó la puerta, abriéndola con dificultad y, con la vista al suelo comenzó a transitar por el pasillo, en busca de alguien que pudiera saber la solución a su problema.  Al comenzar a bajar por los escalones no observó bien, resbalando al pisar donde no debía. Cayó, golpeándose en varias partes de su cuerpo, al estar en el suelo observó el techo, no sabía que era lo que estaba pasando con él, ni que había hecho para merecer semejante castigo, pero de algo estaba seguro: quería morir.

  --¡Señor! --Dijo una sirvienta sumamente alarmada, enseguida se lanzó en su ayuda, intentando levantarlo del suelo, lamentablemente su fuerza era insuficiente--, por favor espere, iré en busca de ayuda.

El joven continuó observando el techo, el cual parecía moverse y temblar. Después de un corto lapso de tiempo un par de individuos llegaron, tratándose de la sirvienta y Astra.

  --Señor ¿Qué ha pasado? --Preguntó y, de inmediato ayudó a levantarlo de suelo.

  --Llévame a un lugar oscuro. --Dijo con un tono bajo y cansado.

Astra no refutó, asintiendo y cumpliendo con el pedido.

  --Lleva comida a la sala de descanso, una compresa caliente y dos cubetas con agua. Busca al sanador de la aldea y dile que venga cuanto antes. --Le ordenó a la sirvienta, quién solo asintió. Había sentido la alta temperatura de su señor y, aunque no se notaba, estaba muy preocupado, algunos de los pobladores de su antiguo hogar habían muerto por enfermedades extrañas que primero elevaban la temperatura de uno, por lo que temía lo peor.

Tardaron un poco en llegar a la sala de descanso, llevándolo rápidamente a sentarse a un sofá extendido, apoyándolo para que no cayera con fuerza.

  --La luz... --Dijo, colocándose el antebrazo derecho en sus ojos.

Astra inmediatamente se dirigió al gran ventanal, buscando algo para bloquearlo, logrando hacerlo después de varios intentos con la alfombra de la habitación, teniendo que prender dos antorchas en la lejanía para no quedarse por completo a oscuras.

  --Astra... ayúdame...

  --Sí, señor. --Dijo, ligeramente tocado, pues al hombre que parecía imbatible, ahora estaba tan frágil como una pequeña ramita.

El sanador llegó momentos más tarde, exactamente después de que la sirvienta había traído las cosas que Astra le había pedido. Se acercó y, comenzó con su ritual, escuchando su corazón, su respiración, oliendo su sudor, su aliento, tentando sus músculos, hizo una revisión completa para llegar a una conclusión y, aunque no estaba seguro, ya tenía una manera de poder remediar el mal del joven.

  --Escuchame con cuidado --Dijo con autoridad--, quiero que me traigas dos hierbas de diente de oso, una flor espinada, cinco pétalos de rosa azul, dos ramas muertas, cinco raíces de muenra y, lo más importante, dos ramitas de la planta verde del desierto abismal. Todo para el día anterior.

Astra se levantó, partiendo de inmediato, sin embargo, su buena memoria le hizo recordar algo.

  --Tenemos casi todo en el almacén, sin embargo, no hay ramitas de la planta verde del desierto abismal. --Dijo.

  --Debes encontrarla, es el ingrediente clave para la poción de recuperación --Dijo--... Espera chico, recuerdo que escuché que tienen a la esposa del anterior Barlok aquí, ve a preguntarle, ella debe de tener algunas de esas ramitas guardadas, después de todo, también sirven para un raro té que hace que la piel brille.

Astra asintió, saliendo de la habitación y, al encontrarse con uno de los sirvientes, le enumeró los ingredientes que debía de traer, advirtiéndole que no podía olvidarse de ninguno, porque si lo hacía, su cabeza podía desprenderse de su cuello. Tan pronto como vio que el sirviente se marchaba, se dirigió a la mazmorra, caminando al final del pasillo y abriendo la celda para entrar al lugar. Entre olores de una combinación de heces y orina, se encontraba una dama acostada, acompañada de dos infantes recargados en su regazo. La mirada de la dama se encontraba perdida, apenas notando al joven enfrente suyo.

  --Despierta --Alzó la voz. La dama levantó la mirada, observándolo, tenía quebrado los labios y el cabello opaco, su piel pálida y, la boca seca--. ¿Dónde tienes las ramitas de la planta verde del desierto abismal?

  --¿La que? --Preguntó con un tono cansado.

  --Lo repetiré solo una vez --Su tono se volvió hostil-- ¿Dónde tienes las ramitas de la planta verde del desierto abismal?

  --No sé... --Dijo después de pensar por un segundo.

Astra no aguantó la presión del tiempo, acercándose para sujetarla del cabello, forzándola a mirarle. Los niños despertaron, observando la escena con una expresión de desconcierto.

  --Responde, porque sino me convertiré en uno de esos guardias que de noche nos visitaban. --Dijo con un tono frío.

  --En verdad no lo sé. --Dijo con una mirada aterrada.

  --Jaja, alguien quiere con desesperación verse lindo --Se escuchó una voz cercana, era un tono femenino, envuelto en arrogancia y desesperación--. Espera... ¿Por qué tú estás aquí? ¿Y dónde está el grandote aterrador?... No --Guardó silencio por un momento--, no quieres hacer té, quieres esas ramas para una poción, déjame adivinar, alguien ha perdido sangre.

Astra arrojó la cabeza de la mujer, mirando a la silueta escondida en la otra  celda.

  --¿Conoces de enfermedades y pociones? --Preguntó, le había sorprendido la agilidad mental que poseía, aún después de tanto tiempo de encierro.

  --¿Acaso me ves vistiendo esas feas túnicas cubiertas de polvo? --Respondió con otra pregunta.

Astra miró a la madre de los niños, advirtiéndole con la mirada que si algo le pasaba a su señor, ella lo acompañaría a su eterno descanso. La dama no comprendió el profundo significado de su mirada, pero si entendió el significado de la frialdad que desprendía. Cerró la celda, abriendo la de la maga, sacándola de ahí con fuerza.

  --Vendrás conmigo.

Sin importarle cuántas veces se resistió, Astra la forzó a caminar, llegando a la habitación de descanso.

  --¿Trajiste las ramitas? --Preguntó el curandero.

  --Lo siento, pero no. --Dijo con un tono serio.

  --Entonces tendré que inventar algo. --Dijo, analizando que podía hacer con lo que tenía y, que es lo que haría para que funcionara.

  --Mira de cerca y, dime qué tiene. --Arrojó el cuerpo de la maga al frente, sacando el cuchillo de su funda por si intentaba algo más.

  --¿Quién es ella? ¿Y por qué la trajiste? --Preguntó el curandero con el ceño fruncido, como estudioso de las artes médicas tenía su arrogancia y, no le gustaba compartir el crédito con terceros.

  --Una segunda opinión --Contestó, luego presionó el cuello de Helda--. Rápido.

La maga quiso resistirse, pero sabía que no tenía ni la habilidad, ni la energía, por lo que obedeció.

  --Déjame decirte algo que te motivará. Si él muere, tú mueres. --Llevó la punta de su cuchillo a su nunca, acariciándola con movimientos lentos.

Helda tragó saliva, no quiso seguir con los juegos, por lo que inmediatamente se puso seria, inspeccionando el cuerpo del joven acostado, que jadeaba con dolor.

  --Es extraño. --Dijo.

  --¿El qué? --Preguntó.

  --Sí es lo que creo que es, es imposible. --Seguía en sus pensamientos.

  --Respóndeme ¿Qué es lo que le sucede a mi señor?

  --Parece agotamiento energético extremo --No quitó la mirada del joven acostado--, aunque solo lo miré una vez en la academia, estoy segura de que de eso se trata, claro, siempre y cuando fuera un mago, pero eso es lo extraño, nunca lo vi manipulando la energía. Por lo tanto, si no es un mago, no sé lo que tiene.

Astra pensó por un momento y, aunque escuchó la objeción del curandero, optó por ignorarlo, recordaba que su señor había ocupado algo místico cuando lo hizo su subordinado, al igual que cuando le entregó su título, por lo que, aunque desconocía por completo la magia, había escuchado hablar de ella y de sus arcanos resultados, habiendo la posibilidad de que sí, su señor fuera un mago.

  --Si es un mago ¿Cómo se soluciona?

Helda alzó la mirada para observarlo.

  --Con pociones de recuperación de energía, o, pociones de revitalidad, pero ya es demasiado tarde para ocupar pociones, no soy una experta, pero si no se hace algo pronto morirá y, quiero dejar en claro que no será por mi culpa.

  --Entonces has algo.

  --Quiero algo a cambio.

  --¿Qué?

  --Mi libertad.

  --No puedo decidir eso, lo siento.

  --Bueno, al menos deseo ser encerrada en una habitación más cómoda.

Astra lo pensó por un momento y, al final asintió.

  --Sí lo salvas, te prometo que te llevaré a una mejor habitación.

La dama sonrió, haciendo el trato con su mirada y, luego de dos segundos volvió su vista al joven.

  --Dicen que siempre hay una primera vez para todo, aunque hubiera deseado que la mía, no fuera en estas condiciones.


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