Un día, Mandy se atrevió a llamar a su puerta. Michael sacó la cabeza y estaba a punto de cerrarla cuando no vio a nadie.
—¡Espera! —ella gritó—. Estoy aquí abajo.
Una vaga expresión de sorpresa cruzó su rostro. —¿Qué quieres?
Animada de que no le hubiera cerrado la puerta en la cara, se atrevió a preguntar lo que había estado intentando hacer durante días. Nadie más había estado interesado o había estado 'muy ocupado'. —¿Jugarías Candy Land conmigo?
Michael la miró como si estuviera loca. —¿No hay nadie más que pueda jugar contigo? ¿Por qué yo?
—Todos los demás ya dijeron que no —dijo Mandy con naturalidad—. ¿Por favor?
Debatió internamente durante unos treinta segundos antes de decir que sí. Con una gran sonrisa en su rostro al lograr su objetivo, corrió escaleras abajo al armario para buscar el juego. Terminaron jugando tres partidas porque ella ganó la primera y él quería una revancha, la cual ganó. La tercera era para decidir al vencedor definitivo.