Dolores Umbridge caminaba con su característico aire de superioridad por los pasillos del Ministerio, ajustándose el broche de gato en su abultado abrigo rosado. Había escuchado rumores de un "individuo problemático" que había estado causando estragos, y para su horror, ¡ahora tenía en su poder a uno de los magos más temidos en la historia del mundo mágico! Eso era inaceptable para alguien tan recta como ella.
Con su risa chillona y tono de voz pegajoso, Umbridge se dirigió a la oficina de Marco, armada con la determinación de hacerle entender "las reglas" y con una amenaza en mente: Fleur y Daphne. Estaba convencida de que esto sería suficiente para doblegar a cualquiera. Pero no tenía ni la menor idea de lo que le esperaba.
Al abrir la puerta, se encontró con Marco, relajado y despreocupado, acomodado en un sillón y dándole de comer un trozo de pastel a un cuervo que había tomado como mascota.
—"¡Ah, buenas tardes, señor Umbridge!"— exclamó Marco con su tono irónico, dándole la bienvenida como si fuera la invitada más importante de la noche.
Dolores torció los labios, incómoda por el desdén en su tono, y adoptó su famosa expresión de autoridad. —"Señor… Marco"— dijo, enfatizando cada palabra con su voz empalagosa—, "me temo que su comportamiento reciente no está alineado con los principios establecidos por el Ministerio. Y debe saber que si continúa con sus... actividades, nos veremos obligados a tomar medidas… severas. Tal vez incluso le cause algún… inconveniente… a sus queridas señoritas Delacour y Greengrass."
Marco la miró, y su expresión de indiferencia se volvió una sonrisa que hizo estremecer a la bruja. ¿Había cometido un error? Pero antes de que pudiera darse cuenta, él ya se había levantado, y en un instante, todo el entorno cambió.
Dolores parpadeó, y cuando abrió los ojos, se encontró en un paisaje oscuro y ardiente. Había lava fluyendo entre cráteres, y grotescas criaturas la miraban con ojos hambrientos. Era el mismísimo infierno… el infierno que Marco había "conquistado" hacía poco, y había remodelado con una pizca de su caótica creatividad.
—"¡¿Q-qué es esto?!"— balbuceó Dolores, mirando horrorizada a los demonios que empezaban a acercarse, sus dientes afilados brillando bajo la luz del fuego.
Marco apareció a su lado, en medio del humo, sonriendo con una inocencia perturbadora. —"Te presento a mis nuevos amigos, Dolores. Esto es lo que pasa cuando intentas amenazar a mis esposas."
Umbridge, con la dignidad en ruinas, intentó zafarse, pero un demonio la tomó por los hombros con una sonrisa siniestra, mientras Marco la miraba con los brazos cruzados.
—"¡Escúchame, jovencito! ¡Soy una representante del Ministerio!"— chilló, intentando en vano sacar su varita, que un demonio le arrebató de inmediato.
Marco se acercó, sonriendo aún más. —"Mira, Dolores, aquí los títulos no importan. Solo hay dos reglas: no intentes intimidar a mis esposas… y aprende a llevar el calor."
Con una risa que reverberó en todo el lugar, Marco chasqueó los dedos, y al instante, una pancarta apareció sobre Umbridge: "Bienvenida a tu nuevo hogar, cortesía de Marco y sus demonios amigables."
A su alrededor, demonios con sombreros de copa y monóculos aplaudían y vitoreaban, como si estuvieran en la inauguración de una atracción turística. Marco sonrió, satisfecho, y se despidió.
Cuando Umbridge regresó al Ministerio, magullada y sin un solo rastro de su acostumbrada arrogancia, nadie se atrevió a preguntarle qué había sucedido. Pero el rumor de su "viaje al infierno" y su "transformación" se esparció rápidamente. Se decía que había aprendido la lección… y cada vez que alguien mencionaba a Fleur o a Daphne, temblaba y palidecía, incapaz de decir palabra.
Por su parte, Marco volvió a su oficina, donde Daphne y Fleur lo esperaban con risas y abrazos, mientras el Ministerio quedaba con una gran lección: no amenazar a alguien que es capaz de reformar el mismo infierno.