Nos quedamos por unos días en su casa, y me sentía fuera de ambiente, estaba loco por irme. No podía soportar un día más en ese ambiente tan alegre.
Daniela y yo alquilamos un apartamento, el suyo queda justo al lado. Ella quería una casa, pero yo no estaré por mucho tiempo aquí. ¿Para qué hacer gastos innecesarios?
—¿A dónde vas, John? — me preguntó Daniela, al verme salir de mi apartamento.
—¿Me estabas vigilando?
—No, es que iba a ir de compras.
—Yo necesito salir de aquí y hacer unas cosas, ya luego regreso.
—Quiero cocinarle algo a mi hija. ¿Podrías ayudarme con la compra?
Terminé cediendo. Es el maldito colmo, ahora yo haciendo mandados como si fuera una ama de casa.
Fui a comprarle todo lo que puso en la lista y regresé a llevarle las cosas; luego quise irme a dar una vuelta, necesitaba aire fresco.
Estuve toda la tarde dando vueltas y mirando todo lo que había alrededor, cuando vi una barra y me detuve. Necesitaba un trago que me quitara la amargura que sentía. Han sido días horribles y, el mal humor no se me quitaba.
Al entrar, quise caminar a la barra, cuando una mujer se me acercó. Era bastante bajita y gordita, su pelo era largo, ondulado y negro; de alguna manera me recordó a Juliana. No son iguales, pero supongo que con lo gordita.
—Disculpe, ¿Podría prestarme su corbata? — lucía muy tímida.
Miré a la mesa de donde venía, y habían tres chicas más; todas estaban riéndose. Miré a la mujer que se me acercó de vuelta.
—¿Por qué tendría que darle mi corbata a una desconocida y patética como tú? Pídeselo a otro que venga—quise caminar, y ella me sujetó el brazo.
—Prometo que se la devolveré, pero por favor, ayúdeme.
Las mujeres de la mesa continuaban riendo y, al ver su tímida expresión, me di cuenta que debían estar molestándola. Ella pendeja que se deja.
Quité su mano de mi brazo y desajusté mi corbata para dársela, no sé porqué lo hice. Se la tiré y seguí caminando, no tenía tiempo que perder con una tonta.
Ella se fue a la mesa y comenzaron a aplaudir.
—Nada mal para una novata— escuché que le dijeron.
—Hasta que por fin la gorda consigue algo.
Al escuchar los comentarios de esas mujeres en la mesa, no pude evitar mirarla, ella estaba cabizbaja. Que patética. Salgo de un lugar irritante para meterme a otro peor.
Pedí un trago y me lo tomé.
Llamada telefónica:
—¿Cómo están las cosas por allá? —le pregunté a Keny.
—Todo en orden, Señor. El Sr. Houston quiere reunirse con usted y, al parecer, es con la intención de duplicar el encargo del mes que viene.
—Esta bien, veré si viajo en unos semanas y resuelvo eso. Este lugar es un infierno, y yo que creí que había conocido lo que era eso.
—¿Por qué no regresa?
—No quiero dejar a mi hermana, eso la hará sospechar de que algo está sucediendo.
—Está en un lío.
—Así es, avísame cualquier cosa.
—Sí, señor— colgué la llamada.
Me di unos cuatro tragos más y me estaba sintiendo caliente. Es una lastima no estar en mi hogar ahora. Cuando necesito una puta, no la consigo. En esta barra no parecen ofrecer ese tipo de servicios.
Pagué y salí de la barra, pero mientras caminaba al auto, me pareció que me estaban siguiendo. Escuché unos suaves pasos detrás de mí y percibí un dulce perfume; me pareció haberlo percibido antes.
Doblé en la esquina de un callejón; no puedo llegar al auto sin saber quién es.
La persona dobló al mismo lugar que yo, y le tapé la boca para acorralarla contra la pared. Al ver la mujer de la barra, le quité la mano y me alejé.
—¿Quién te mandó?— le pregunté serio.
—Nadie, Señor, yo solo quería entregarle su corbata.
—¿No te han dicho que no debes seguir a un desconocido? ¿Qué hubiera sucedido si llego a ser un violador o un asesino?— rio, y me quedé serio—. ¿Qué te produce tanta gracia, niña cobarde?— arqueé una ceja.
—Es gracioso. Los hombres buenos son quienes se hacen pasar por malos, y los malos son los que se disfrazan de buenos.
—¿Y qué pasaría si esa teoría ridícula, no aplica conmigo?
—En realidad no me interesa. Tengo tanta mala suerte, que no dudo que también la cague en esto— me puso la corbata en mi hombro, y se dio la vuelta para irse.
—¿Esa es tu forma de agradecer lo que hice por ti allá dentro?
—Gracias, Señor.
—¿No piensas ponerla, niña tonta?
—Sé que soy tonta, pero no tiene que decírmelo de esa forma. Por otro lado, me dijo que tuviera cuidado, solo estoy previniendo de que vaya usted a atacarme.
—¿Qué dijiste?
—Dijo que podía ser alguien malo, ¿No fue eso lo que trató de decir hace un momento?
La halé por el brazo bruscamente y la acorralé en la pared nuevamente.
—¿Qué demonios estás haciendo? — preguntó asustada.
—Parece que has bajado la guardia conmigo. ¿Qué pasaría si me convierto en esa persona mala, y te hago cosas horribles?
—Me daría lo mismo. Por más que trate de lucir como alguien malo, no me parece que lo sea.
—¿Eso piensas? — puse mi mano en su cuello sin ejercer ningún tipo de fuerza, y me miró fijamente—. Como ves que tengo hambre de una mujer ahora, ¿Qué tal si nos divertimos los dos?
—Alguien malo no pediría permiso, ¿O si?
—¿Me estás provocando, enana mocosa?
—Solo pregunto.
Esta mujer me irrita en todos los sentidos.