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Daisy
Me trajeron a una mansión, algo lejos de donde estábamos. Estaba nerviosa, pues ninguno de los dos dejaba de mirarme.
—¿Qué es este lugar? — pregunté, mientras me bajaba de la camioneta.
—Será tu casa por un tiempo, al menos mientras solucionamos las cosas con esa gente.
—No dejaré que maten a mi esposo por culpa de ustedes— quise correr, pero Akira me agarró fuertemente el brazo y me haló hacia él.
—No me hagas enojar, no trates de hacer una tontería como esa otra vez. A la que trates de irte, esa gente que está ahí, no dejarán que llegues muy lejos. ¿Lo comprendes? — me soltó, y Lin me agarró el brazo.
—Camina.
Me hicieron entrar a la casa, y me llevaron a una habitación.
—Este cuarto es muy cómodo y estarás segura mientras tanto. Espero me disculpes, pero deberé dejarte encerrada aquí por ahora.
—Por favor, no hagan esto. Si realmente no son enemigos, déjenme ir a buscar a mi esposo.
—Como si fuera así de fácil, no me hagas reír. Quédate aquí y no hagas un escándalo. Dejaré gente vigilándote, por si acaso. Siéntete como en casa— bajó la cabeza, y cerró la puerta.
Me acerqué a la ventana, pero por más que la forcé, no logré abrirla. La puerta estaba cerrada por fuera, no había forma de poder abrirla.
Busqué en toda la habitación, pero no había nada que pudiera ayudarme. ¿Qué hago ahora? Debo ayudar a John.
—Perdóname tanto, John. Perdóname por no hacerte caso y confiar en ti. Sé que querías protegerme, y me lo advertiste y, aún así, no te hice caso.
John
Ya estaba acostumbrado a los golpes, antes los veía como algún tipo de recompensa. Era claro que hace tiempo no me golpeaban entre varios. Ya estaba acostumbrado al dolor físico, el que me estaba mortificando era el del pecho. La preocupación de no ver a mi hija por ninguna parte, y de saber que Daisy está en manos de esos tipos, me estaba consumiendo por dentro. Quisiera hacer tantas cosas y el no poder hacer nada, es desesperante.
—Pegan como unas niñitas. Creo que una abuelita pegaría más duro que ustedes.
Ya estaba escupiendo sangre en el suelo y mi rostro, al igual que mis costillas, las sentía caliente, pero no era nada comparado a los golpes de la gente de mi padre. Esos sí que pegaban duro. Estuve tantas veces a punto de morir por eso, que ya me da lo mismo.
—Ya basta— dijo Allan—. Eres fuerte, Alma. Otro en tu lugar estaría rogándoles que se detengan.
—¿Rogando? ¿Eso con que se come?
—Me gusta tu forma de ser. Definitivamente es como dijo mi padre, eres muy interesante. Leonardo hizo un buen trabajo contigo, lástima que lo mataste. Hubieran podido hacer mucho juntos.
—Los chismes vuelan.
—Sabíamos que lo harías, él ya se esperaba tu traición. Puedo comprenderte, Leonardo a veces me ponía de mal humor. Se creía que se lo merecía todo, pero en realidad quién estaba detrás de todo su supuesto trabajo y negocios, eras tú. Por eso mi padre está interesado en ti. Eras la cabeza de todo, y tú padre estaba usándote como una marioneta. Parece que estás destinado a ser una marioneta siempre, Alma.
—Y tú serás un marica de por vida. No me agrada esa miradita y esos halagos que me estás dando.
Se escucharon unos pasos y vi a otro hombre que venía hacia mí. Me dio un puño en la cara y giré mi rostro.
—¡Joder! Que forma de entrar y presentarse— solté.
—Voy acabar contigo lentamente— me agarró por el cuello de la camisa, y me encaró—. ¡Vas a pagar por haber matado a mi hija!
—Deberías comenzar por lavarte la boca, cabrón. ¡Apestas! —levantó el brazo, dispuesto a darme un puño, pero Allan lo detuvo.
—Ya basta, Félix. Padre lo quiere vivo y no quiero que por tus arranques vayas a matarlo.
—Te tendré de rodillas, Alma.
—¿Está familia está llena de maricones o qué?
—Te voy a demostrar cuán maricon puedo ser. Te vas arrepentir por esto. Hay un refrán muy común: «Ojo por ojo, diente por diente» lo has debido escuchar alguna vez, ¿Cierto? — sonrió.
Le hizo seña a uno de los hombres y salió. Al regresar vi que venía con un bebé en la mano, enrollado en una manta blanca y se la entregó a Félix.
—Pero mira que dulzura, no se parece en nada a su papá— la meció, y sonrió.
—No te atrevas a ponerle tus sucias manos a mi hija o no respondo— estaba forcejeando para soltarme, pero por más que lo hacía, no podía.
Estaba inquieto, en realidad tenía miedo de que le hiciera algo malo. Tiene razones para hacerle daño y eso me estaba desesperando.
—¿Qué pasa con esa expresión, Almita? ¿No me digas que realmente tienes alma, y te importa lo que haré con tu hija? Yo que creí que alguien como tú no tendría miedo o debilidad alguna, pero parece que no es cierto lo que dicen— la acarició, y escuché que balbuceó.
—¡Suelta a mi hija!
—No es agradable que alguien más toque a tu hija, ¿Verdad? ¿Puedes imaginar lo que sentí cuando me dieron la noticia? Ah, no puedes, porque no lo has experimentado, pero me encargaré de que lo hagas hoy.
—No tienen que meterse con un bebé— comentó Alexa, y la miré.
—¿Esa es la mujer de Alma?— preguntó Félix.
—No— respondió Allan—. Espera, yo a ti como que te conozco— dijo, acercándose a Alexa—. ¿Acaso tú eres la traficante de la que tanto hablan? Tenemos un escuadrón estupendo hoy— miró a Kwan—. No entiendo qué hacías con Alma, pero luego me explicarás.
—No perdamos más tiempo. Fíjate que las órdenes fueron no matarte a ti, pero no dijeron nada de la niña.
—¡Deja a mi hija o te mataré!
—¿Qué harás? Estás amarrado e indefenso, Alma— sonrió, mientras sacaba una cuchilla de su pantalón.
—¡Aleja eso de mi hija! — grité, luchando todavía con tratar de soltarme, pero mis piernas e incluso mis manos estaban amarradas a la silla y no tenía nada que me ayudara.
—¡Deja a esa bebé! — gritó Alexa.
—No juegues sucio, hombre. Suelta a esa bebé. Resuelve tus problemas como un macho y no como un cobarde, metiéndote con una bebé inocente— gritó Kwan.
Félix acercó la cuchilla a la bebé, y el desespero era tanto, que estaba tratando de al menos poder hacer caer la silla, pero no podía. Si le hace algo yo…
—¡No le hagas nada, por favor!— le rogué, algo que jamás hubiera hecho, sino fuera por ella o Daisy.
Félix soltó una carcajada.
—¿Escucharon eso? El famoso alma negra suplicando. ¿De qué me vale tu suplica? Eso no me va a devolver a mi hija.
—Si quieres me arrodillo frente a ti y te ruego más, te beso la suela del zapato o lloro; haz lo que quieras conmigo, incluso puedes matarme si quieres, pero a ella déjala en paz y suéltala.
—¿Tan importante es esta niña para ti? Debiste haberlo pensado antes, de ir matando hijos ajenos— alzó la cuchilla y esa presión en mi pecho se intensificó.
El miedo, la desesperación, la rabia, todo se juntó, haciendo que lágrimas bajaran por mis mejillas. La frustración de no poder hacer nada, por más de tratarlo y luchar, empeoró todo. Algo dentro de mí se rompió, algo simplemente murió en ese mismo instante, que vi la cuchilla clavarse en ella. No pude hacer nada para evitarlo, ni siquiera pude contemplar su angelical rostro por última vez. Toda la manta blanca, se tornó de ese rojo carmesí que tanto acostumbraba ver. Todo alrededor de mí no existía, lo único que podía ver era la manta; nada más en esa habitación importaba. Un terrible vacío se apoderó de mí. Por mi mente solo se cruzaban todos los recuerdos que tuve con ella. Las promesas que nunca pude cumplirle, ni tampoco a Daisy.
No protegí a Daisy y ahora tampoco a ella…
Perdóname, pequeña, te fallé.