Eve
—¿Sí? —Su voz era entrecortada, aflojó su corbata, mirándome intensamente.
—Te disculparás por haber herido a Kael —le dije, con la voz lo más resuelta que pude.
Su rostro se endureció y me preparé para el impacto. Pero la tensión en sus ojos se disipó y se encogió de hombros.
—Lo siento —murmuré un poco demasiado bajo, como si estuviera vacilando.
Entrecerré los ojos.
—No fui yo a quien lastimaste.
Su boca se convirtió en una línea dura mientras el silencio persistía.
—¿La segunda? —Mis cejas se juntaron en confusión.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Tu segunda condición?
—No tengo una —dije sinceramente.
Una sonrisa curvó su boca, sus hoyuelos volvieron a aparecer. Tragué grueso.
—Rojo, realmente no sabes cómo jugar el juego aún, ¿verdad? —Su tono era ahora más suave, casi burlón, pero había una agudeza debajo.— Estás aprendiendo, te concedo eso. Pero ¿una sola condición? Así no funcionan los tratos. Es como un intercambio: dar y recibir. No traes solo una moneda a un trueque.