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63.15% Cartas al Amor Perdido / Chapter 12: Capítulo 12: Las cartas que nunca envié

章 12: Capítulo 12: Las cartas que nunca envié

El peso de las emociones no siempre se mide en lágrimas. A veces, está en las palabras que nunca se dijeron, en las historias que quedaron incompletas, en las cartas que nunca llegaron a su destino. Fue en una tarde gris, mientras la lluvia bailaba contra las ventanas, que decidí enfrentar uno de los capítulos más oscuros de mi vida.

No había vuelto a abrir el viejo baúl en años. Era un recipiente cargado de memorias, de promesas rotas y de sueños que nunca llegaron a cumplirse. Allí estaban guardadas las cartas que le escribí a Astrid. Cada una era un grito de desesperación, una súplica de reconciliación, o simplemente, un reflejo de mi propio caos. En su momento, no había tenido el valor de enviarlas. Ahora, tampoco sabía si tendría el valor de leerlas.

Me senté en el suelo de mi habitación, rodeado de un silencio que casi parecía tangible. Mis dedos temblorosos desataron el cordel que ataba las cartas, y al hacerlo, sentí como si un torrente de emociones contenidas se desbordara dentro de mí. Tomé la primera, una hoja arrugada y amarillenta por el tiempo, y comencé a leer.

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"Astrid,

Sé que no debería escribirte. Sé que mis palabras no cambiarán nada, pero necesito decirte esto. Te extraño. Extraño cómo me mirabas cuando pensabas que no me daba cuenta, cómo tu risa iluminaba los días más oscuros. Sé que no fui suficiente. Sé que te fallé, pero si tan solo pudieras ver cómo te llevo dentro de mí, como una herida que no deja de sangrar..."

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Las palabras se desmoronaban ante mis ojos, y con cada línea, sentía como si un cuchillo se hundiera más profundamente en mi pecho. Esa carta, y las siguientes, eran testigos de mi desesperación, de mi incapacidad para aceptar su ausencia. Pero también eran un recordatorio de mi obsesión, de cómo había perdido mi identidad intentando aferrarme a un amor que ya no existía.

La segunda carta tenía un tono diferente.

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"Astrid,

Hoy soñé contigo otra vez. En el sueño, éramos felices. Vivíamos en una pequeña casa junto al mar, con paredes cubiertas de libros y un jardín lleno de flores. Nunca discutíamos, nunca nos alejábamos. Éramos perfectos en ese pequeño universo que solo existe en mi mente. Desperté llorando, sabiendo que ese lugar no es real y que nunca lo será."

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Me detuve para respirar, sintiendo cómo el pasado me arrastraba a un abismo del que creía haber salido. Pero algo dentro de mí me impulsaba a continuar. Carta tras carta, enfrenté las partes de mí mismo que había tratado de enterrar. Mis miedos, mi rabia, mi tristeza. Todas esas emociones que había intentado reprimir estaban ahora ante mí, desnudas y brutales.

Finalmente, llegué a la última carta. Esta no estaba firmada, y las palabras eran diferentes. No eran desesperadas ni tristes. Eran un adiós.

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"Astrid,

Si alguna vez lees esto, quiero que sepas que te amé con todo lo que soy, y tal vez más de lo que debería haberlo hecho. Pero también quiero que sepas que estoy aprendiendo a amarme a mí mismo. Estoy aprendiendo a vivir sin ti, y aunque duele, también es liberador. Te deseo todo lo bueno que este mundo tiene para ofrecer, incluso si yo no soy parte de ello. Adiós."

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Cerré los ojos y sostuve esa última carta contra mi pecho. Por primera vez en mucho tiempo, sentí una paz que no sabía que era posible. No era la ausencia del dolor, sino su aceptación. Era entender que esas cartas eran mi forma de soltar, de decir adiós a una parte de mi vida que había definido tanto de quién era.

Pasé el resto de la tarde quemando las cartas, una por una. No fue un acto de destrucción, sino de liberación. Las cenizas flotaban en el aire como un testimonio de todo lo que había sobrevivido, de todo lo que estaba dejando atrás.

Esa noche, soñé con Astrid. Pero esta vez, no era un sueño triste. Caminábamos juntos por un sendero iluminado por el sol, y aunque sabía que era un sueño, no me dolía. Ella me miró, con esa sonrisa que siempre hacía que el mundo se detuviera, y me dijo:

—Gracias por amarme como lo hiciste. Ahora es tiempo de que vivas.

Cuando desperté, el peso en mi pecho había desaparecido. Sabía que todavía habría días difíciles, momentos en los que la melancolía intentaría regresar. Pero también sabía que estaba listo para enfrentarlos. Porque esta vez, estaba avanzando con un corazón más fuerte, más sabio y más en paz.


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