El partido seguía su curso vertiginoso, con la tensión palpable en el aire. Tras el empate que había dado nueva esperanza al equipo rojo, el juego volvió a la carga con una intensidad arrolladora. El balón se disputaba ferozmente entre los delanteros y mediocampistas de ambos equipos, mientras los defensas observaban con atención, como si estuvieran esperando el momento preciso para entrar en acción. Pero en esa guerra de desgaste, era la capitana del equipo blanco, Ríos, quien lograba imponerse una y otra vez en la lucha por el balón.
Los delanteros de ambos equipos se encontraban en un forcejeo constante por el control del juego, y aunque Alex y Jeffer intentaron presionar con todo su esfuerzo, la astucia de Ríos no les dio tregua. Con una precisión milimétrica, la capitana blanca realizó un pase corto a un compañero que, en un movimiento casi instantáneo, disparó al arco. Dairo, rápidamente, se anticipó y logró interceptar el balón con su pierna izquierda, evitando que el disparo llegara a la portería. Sin embargo, la fortuna no estuvo del lado del equipo rojo, ya que el rebote favoreció a Ríos, quien, sin dudar ni un segundo, volvió a lanzar un potente disparo hacia la portería.
Ana, estirándose al máximo, se lanzó con valentía en un intento por detener el balón, pero este se estrelló de lleno contra la escuadra de la portería antes de colarse entre las redes. El segundo punto para el equipo blanco estaba marcado, y Ríos había vuelto a imponer su voluntad, adelantando a su equipo una vez más.
—En el campo de juego, yo soy la reina de la arena —Ríos se escuchó gritar con una sonrisa triunfante, mientras el equipo blanco celebraba con fuerza la ventaja obtenida.
El equipo rojo, visiblemente golpeado pero no derrotado, reaccionó rápidamente. Los minutos transcurrieron y, al igual que en su primer contraataque, los rojos decidieron no rendirse. Con determinación, David tomó el balón y, al ver que sus compañeros se desplegaban en ataque, respiró profundo y trató de mantener la calma. Sin embargo, el equipo blanco no aflojaría la presión tan fácilmente. Cada pase de David estaba siendo anticipado, y cada movimiento parecía estar bajo la mirada implacable de los rivales.
De repente, en un giro inesperado, los defensas del equipo rojo avanzaron sus líneas, dando el primer paso para un ataque total. Todos, salvo Ana, se lanzaron al frente con la esperanza de liberar a los atacantes para que pudieran rematar y empatar el partido. David sonrió confiado, viendo la oportunidad de oro. Sin pensarlo mucho, envió el balón con precisión a Killer, quien, con su agilidad característica, saltó al frente para recibirlo.
Sin embargo, como si todo estuviera ya predestinado, Ríos apareció nuevamente, anticipándose a Killer. En un movimiento digno de su fama, la capitana saltó y, con una agilidad impresionante, ganó el duelo aéreo contra el joven delantero. El balón pasó rápidamente a uno de los delanteros blancos, quien, con el apoyo de su compañera, inició un nuevo contraataque fulminante.
<<Mierda, me venció otra vez... y la defensa está completamente expuesta. No puedo dejar que esto siga así>> pensó Killer, mientras veía cómo la oportunidad se desvanecía ante sus ojos.
—¡Carajo, Killer! —gritó Alex, viendo cómo la jugada se escapaba de las manos del equipo rojo.
—¡Deténganlo! —exclamó Jeffer, corriendo con todas sus fuerzas para intentar alcanzar al atacante blanco.
Mientras tanto, Ana, quien había quedado atrás en la portería, salió en un último intento por detener la jugada. Pero el atacante blanco, con una visión excepcional, jugó con ella, lanzando el balón por encima de su cabeza con una destreza sorprendente. Ana, que había hecho todo lo posible por evitar el gol, solo pudo mirar impotente cómo el balón se dirigía hacia la red, marcando el tercer punto del equipo blanco.
El gol dejó al equipo rojo sin palabras. El marcador ahora los colocaba en una situación aún más difícil, y el cansancio comenzaba a pasar factura. El tiempo se agotaba, y ambos equipos, después de un primer tiempo lleno de acción y tensiones, tuvieron que retirarse a las habitaciones dentro de la arena para descansar, hidratarse y reorganizarse para la segunda mitad del encuentro.
Los rostros de los jugadores rojos mostraban frustración, pero también determinación. Sabían que el torneo estaba lejos de terminar, y aunque el camino se veía empedrado y desafiante, la lucha estaba lejos de acabarse. Tendrían que luchar con todo en la segunda mitad si querían tener alguna oportunidad de salir de esa arena como vencedores.
El equipo rojo se encontraba al borde de la desesperación en ese vestuario improvisado. El marcador no mentía; el equipo blanco los había superado en todo sentido durante el primer tiempo. La tensión estaba al límite, las emociones a flor de piel. Los jugadores se recriminaban entre sí, y las palabras de Alex no hicieron más que avivar la rabia que ya había comenzado a consumir a todos.
—¡Mierda, Killer! —gritó Alex, mirando al delantero con furia. —Por su culpa nos anotaron.
La frustración era palpable, y Dairo, que no solía ser tan directo, también dejó escapar su desdén.
—Es cierto, perdí mis duelos contra su capitana, y eso nos costó caro en este primer tiempo. Pero… —Killer levantó la mirada, sin poder ocultar su culpabilidad. —Lo que importa es que ahora tengo claro su estilo, su fuerza. Ya no nos va a tomar por sorpresa. Podemos ganar este partido si jugamos con inteligencia.
Ana, siempre la voz de la calma en medio de la tormenta, trató de interrumpir la espiral de ira.
—Tranquilos, chicos. Lo que necesitamos ahora es calmarnos y pensar en la segunda parte. ¿Qué podemos hacer para darle la vuelta a esto?
Suarez, sin perder tiempo, respondió con la única respuesta que, en su mente, tenía sentido.
—Pues, anotar. Tenemos que anotar.
—Sí, si no ganamos, estamos sentenciados. Si no lo hacemos, perderemos y nos echarán de aquí. Y no pienso que mi vida se vaya a la mierda por su culpa, delanteros de mierda. Alex no pudo evitar soltar un gruñido de frustración, como si fuera imposible que un delantero tan torpe pudiera cambiar el rumbo del juego.
—Ya, gordo, tranquilo. Déjalos hacer su trabajo, ¿vale? —Jeffer intervino, intentando calmar los ánimos, pero la tensión seguía flotando en el aire.
Killer, por su parte, permaneció en silencio unos momentos, procesando lo que había sucedido en el campo. La capitana Ríos lo había vencido una y otra vez, y eso había dejado al equipo rojo vulnerable. Sin embargo, su mirada se endureció. No iba a ser derrotado tan fácilmente.
—Es mi culpa. Perdí mis duelos contra ella, y eso nos costó el primer tiempo. Pero ya entendí cómo juega. Ahora sé cómo podemos superarla. Vamos a ganar. No hay marcha atrás.
El equipo calló por un instante, asimilando las palabras de Killer. Nadie quería quedar fuera, nadie quería rendirse. Sabían que no podían permitirse otro fracaso. Se levantaron, respiraron hondo, y se dirigieron al campo para el segundo tiempo.
Antes de entrar, Suarez se acercó a David con una mirada decidida. La preocupación seguía en el aire, pero su voz estaba llena de confianza y determinación.
—Oye, ¿podrías hacer algo por mí? —le pidió con una sonrisa astuta.
David la miró con curiosidad, y luego, con su habitual amabilidad, asintió.
—Por supuesto. ¿En qué te puedo ayudar?
Suarez se acercó un poco más, su expresión era seria, y sus ojos brillaban con una idea en mente.
—Necesito que envíes el balón al borde del área del arquero, en una zona donde no haya defensas. Si logro llegar allí, sin que nadie me presione, tendré una oportunidad de gol. Pero, por favor, envíalo a un lugar donde sea imposible para los defensores o el portero atraparlo.
David la miró en silencio, procesando lo que había dicho. La jugada sonaba arriesgada, tal vez demasiado arriesgada.
—¿Qué rayos planeas? —preguntó, frunciendo el ceño. —Eso sería imposible. Ni siquiera tú podrías llegar. Si te envío el balón así, lo perderíamos enseguida.
Suarez no vaciló en su respuesta. Su confianza era inquebrantable.
—Por favor, confía en mí, David. Sé lo que hago.
David la miró unos segundos más, sopesando sus palabras. Sabía que Suarez no era alguien que tomara decisiones sin pensar, así que, aunque era un riesgo, decidió confiar en ella.
—Está bien. Pero saldrás conmigo después de esto, ¿vale? —dijo, sonriendo, como un acuerdo tácito entre ambos.
Suarez sonrió ampliamente.
—Estaría encantada.
La conversación terminó con una mirada cómplice entre ambos. Mientras el equipo se preparaba para regresar al campo, el plan ya estaba en marcha. El segundo tiempo sería una guerra, y el equipo rojo tenía algo más que demostrar: no solo a sus rivales, sino a ellos mismos.
Las puertas de la arena se abrieron, y el rugido del público se escuchó nuevamente. El equipo rojo volvió al campo.