En el campo de refugiados, a donde quiera que uno mirara había personas acostadas o sentadas, con los ojos sin vida, huecos y dolorosos, todo el campo lleno de un aire de apatía y desesperación.
Una joven mujer, enferma y al borde de la muerte, amamantaba a su hijo con leche materna. Sus pechos marchitos eran como peras secas, llevadas a la boca de su hijo demacrado. De hecho, no había leche desde hacía mucho tiempo, pero para calmar a su hijo hambriento, la madre no tenía más opción que soportar el dolor de ser succionada...
Esta escena perforó profundamente el corazón de Mo Yan; los refugiados estaban en peores condiciones de lo que ella había imaginado. Podía visualizar cómo los ancianos y los débiles no podían competir con los jóvenes más fuertes, debilitándose día tras día hasta el último momento de sus vidas.
Si no fuera por el Espacio, temía que su familia hubiera terminado siendo uno de ellos, un pensamiento que la hacía estremecerse.