Victor no era un extraño para las emociones de un joven enamorado. La insoportable necesidad de estar cerca de la mujer que amas y sostenerla era comprensible. Él la experimentó bien durante su juventud y sabía que debería ser indulgente con los hombres jóvenes, pero no podía serlo cuando se trataba de su hija.
Victor aún tenía que otorgarle su bendición a Zayne, así que para Zayne entrar a su hogar y estar a solas con Rosa era atrevido. Zayne había empezado con mal pie.
—¿Padre? —dijo Rosa, desconcertada por el silencio.
Victor calmó su ira para no alterar a Rosa. Ella no era el problema. Era el bruto corpulento sentado en su cama. Si Rosa no estuviera presente, Victor rápidamente escoltaría a Zayne afuera.
—Tu madre me envió a despertarte. Necesitas comer algo, aunque sea poco. Deberías ir a decirle que ya estás despierta —dijo Victor.