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4.16% Hojas caídas / Chapter 2: Capítulo 1: Romance de artistas

章 2: Capítulo 1: Romance de artistas

Axel

 

 

 

Desde que era un niño ya demostraba talento para la pintura, aun cuando en gran parte de mi niñez y adolescencia invertí el tiempo en mis entrenamientos de karate, judo, boxeo y jiu-jitsu brasileño, pues papá siempre quiso que supiese defenderme.

A pesar de ello, mi don se mantuvo intacto, y junto a mis buenas calificaciones en la universidad, obtuve una beca otorgada por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Cuando mis padres se enteraron de la noticia, no dudaron a la hora de apoyarme. Aun con el hecho de tener que mudarme a Ciudad Esperanza, la capital del país y donde se encontraba el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Fue ahí donde tuve la oportunidad de terminar mis estudios para obtener la licenciatura en Artes Plásticas y optar a una maestría en Pintura.

Así que, a pesar del temor que me generaba vivir solo y en pocas palabras independizarme, viajé a Ciudad Esperanza y renté un departamento cerca del instituto.

Estaba aterrado ante la idea de no encajar en un ambiente nuevo y no poder hacer amigos debido a mi timidez, pero también sentí la emoción de saber que mi talento se complementaría de mejor manera en un instituto tan prestigioso como ese.

Sin embargo, el miedo y la emoción pasaron a segundo plano el primer día en que fui recibido, junto a otros diez becados, por el director del instituto.

Fue ese primer día que tuve la dicha de ver a esa chica de intensa mirada que me atrapó al instante. Me costó dejar de admirarla conforme el director nos daba el recorrido por las instalaciones del instituto.

Era imposible que no nos fijásemos en ella, pues llamó la atención desde el momento en que se presentó, ni siquiera el director pudo quitarle la vista. Vestía con un conjunto negro en su totalidad, junto con una falda blanca y una gabardina azul rey. Su atuendo lo complementaba con una boina roja y unas botas de tacón bajo.

Se trataba de Miranda Ferrer, la única en el grupo que marcaba la diferencia, vistiendo con un estilo que creímos que lo usaba para llamar la atención.

—Esta se querrá hacer pasar por la bohemia del grupo —me susurró con desdén una chica que iba a mi lado.

—Posiblemente —respondí—, pero es hermosa.

—¿Hermosa? —replicó con persistente desdén.

Apenas asentí para cortar la conversación, pues su tono de voz me resultó desagradable, no me gustó que solo la juzgase por la forma en que Miranda vestía. A fin de cuentas, el recorrido terminó y el director nos pidió que nos dirigiésemos a nuestros respectivos salones de clases.

♦♦♦

Mi primer encuentro con Miranda sucedió una semana después de haber ingresado al instituto, en una reunión de bienvenida para los estudiantes de Nuevo ingreso y la selección de becados. Ella se sentó a mi lado y esbozó una sonrisa cuando me miró fijamente. Yo apenas le pude corresponder de igual manera, pues quedé impresionado con sus bellos ojos azul grisáceo.

—¿Eres Axel Lamar? —preguntó en voz baja.

Yo la miré de soslayo con asombro, pues había puesto mi atención al discurso del director. Me emocionó creer que ella me conocía, aunque la emoción se esfumó al instante cuando asentí a su pregunta.

—Mucho gusto, Axel Lamar —dijo—, ¿sabes? Ayer me colé en la oficina del director y vi la información de los nuevos becados. Eres el único, además de mí, que va a optar a una maestría en Pintura.

—¿En serio? —pregunté.

—Sí, el resto irá por la maestría en Escultura Contemporánea y dos chicas por un doctorado en Historia del Arte —respondió.

—No me refería a eso, sino al hecho de colarte en la oficina del director —aclaré.

—Ah, eso fue fácil, el director es distraído… Y cuéntame, ¿solo viniste por la maestría?

—No exactamente, es decir, aprovecharé mi beca para obtener la licenciatura en Artes Plásticas, y tan pronto tenga la oportunidad de aspirar a la maestría, haré un intensivo. 

—¡Igual que yo! —exclamó emocionada.

—Pensé que habías visto mi expediente en la oficina del director—repliqué.

—Sí, claro que lo vi, pero fue un vistazo rápido… Solo vi tu nombre, edad, de dónde vienes y que vas a optar a la maestría en Pintura.

—No es muy justo que conozcas algo de mí y yo de ti no sepa nada, ¿no crees?

—Ah, pues mi nombre es Ana Miranda Ferrer, pero prefiero que me llamen Miranda. Tengo veintiún años y vengo de Puerto Cristal… Estamos a mano.

Así fue como nos conocimos, aunque al principio no compartimos mucho tiempo debido a que íbamos a distintas clases. Ella optaba a la licenciatura en Artes visuales; en otras palabras, quería ser escultora además de pintora.

La situación cambió cuando empezamos a coincidir en nuestras clases intensivas, y me impresionó lo versátil que aspiraba a ser Miranda como artista. Tenía un don para expresar lo que su mente producía, pero más allá de eso, hacernos entender sus mensajes y lo que intentaba transmitir a través del arte.

A pesar de que nos hicimos amigos con el paso de los días, no fue sencillo conocer a Miranda. Su personalidad fue una complejidad que, en mi inmadurez, no pude descifrar. Se caracterizaba por ser extrovertida y demostrar sus emociones con euforia, pero a la vez, era selectiva cuando de sus amistades se trataba; tan solo tuvo tres amigas.

Esta peculiar personalidad, combinada con un estilo que muchos consideraban bohemio, auténtico, diría yo, la hizo popular. No pasó mucho tiempo para que Miranda llamase la atención de los estudiantes de último año, quienes quisieron que formase parte de sus gremios.

Sin embargo, ella siempre se negó a pertenecer a estos porque quería ser la líder de sus propios gremios, y esto fue posible gracias a su popularidad entre los estudiantes de Nuevo ingreso, a quienes consideró más fáciles de convencer para que siguiesen sus ideales.

Físicamente, Miranda era una chica que podía pasar desapercibida, pues no seguía tendencias de moda ni le preocupaba lo que pensasen de ella, aunque de igual manera atraía a los chicos. Muchos alegaban que tenía un no sé qué atrapante, algo que la hacía atractiva y especial a diferencia de aquellas chicas de belleza reconocible a simple vista.

En mi caso particular, más allá del estilo propio de Miranda, que me encantaba, su personalidad, su lealtad y su talento, reconocía que aunque pudiese pasar desapercibida físicamente, había genuina belleza en ella.

Sus bellos ojos me hacían presa de un encanto imposible de ignorar, como si en ese azul grisáceo hubiese magia atrapante y tentadora. Su sonrisa me alegraba el día, por muy pésimo que fuese. La forma en que fruncía el ceño cuando estaba concentrada en alguna obra me parecía encantadora.

Eran detalles que, al apreciarlos con calma, te permitían comprender que Miranda era hermosa de verdad y no por un no sé qué.

La mayoría de los chicos querían presumir su compañía. Solían invitarla a cafés elegantes o restaurantes lujosos, y usualmente le obsequiaban dulces. Hasta yo me beneficiaba de los obsequios, más que todo cuando eran chocolates y gomitas.

Esto al principio no me afectó, era consciente de que Miranda no estaba pendiente de corresponder a nadie. Vivía centrada en sus estudios y en el disfrute de las experiencias que su beca le permitía.

Además, se consideraba una rebelde como para centrarse en el romance, y en ocasiones se caracterizó por ser una estudiante alborotadora y crear dos grupos de los que con orgullo formé parte.

El club de la arcilla fue uno de los primeros grupos que fundó.

Nos caracterizábamos por hacer protestas estudiantiles contra la Iglesia Católica, que en ese entonces abogaba por el retiro de antiguos documentos romanos y griegos en la biblioteca. 

También protestamos a finales del 2009 con el segundo gremio que Miranda fundó; Bohemios por la libertad, este con tendencias a la despolitización del instituto.

Nuestro descontento se debía a que, en medio de las elecciones presidenciales, los partidos políticos que se enfrentaban en los comicios intentaron parar las actividades académicas para llevarse a la mayor cantidad posible de estudiantes a las marchas de sus respectivas campañas.

En cuanto a mis sentimientos por Miranda, de estos no me hubiese percatado si no fuese por el pretendiente que consideré un posible peligro para nuestra amistad. Ser su amigo y cómplice me hizo tener la certeza de que siempre estaríamos juntos.

Pero me estrellé con la realidad cuando Richard Scott, uno de los estudiantes que ella consideraba un ejemplo a seguir, empezó a cortejarla. 

Richard Scott no solo alardeaba de su ascendencia británica y de dominar dos idiomas a la perfección, sino que era uno de los chicos más apuestos y el estudiante que mejor destacaba; sabía bastante de la Historia del Arte y era un excelente escultor.

Era el único del que Miranda me hablaba con admiración, por eso no pude evitar sentir celos al pensar que a ella gustaba de Richard.

Por suerte, una tarde confirmé que Miranda solo veía un ejemplo a seguir en Richard, aunque siempre persistió mi desconfianza en este y sus artimañas para intentar seducir a quien desde entonces dejé de ver como mi amiga.

—Miranda, querida, ¿te gustaría tomar el té en mi casa? —le convidó Richard una mañana, quien al verme asintió con cortesía.

Miranda cruzó miradas conmigo, frunció el ceño y luego miró a Richard, quien en su seguridad no imaginó que ella lo rechazaría.

—Gracias por la invitación, pero tengo compromisos importantes esta tarde —respondió tajante, aunque con educación.

Richard la miró decepcionado, pero respondió con la misma educación que presumió al llegar.

—Qué pena para mí —dijo—. Bueno, será para otra ocasión, hasta luego.

Al momento en que nos dejó solos, Miranda me tomó de la mano. Mi corazón se aceleró y me costó fingir la calma que mantuve durante el encuentro.

—Qué pena para él, lo escuchaste, ¿verdad? —preguntó ella con un dejo de indignación—, sí que tiene el ego bien alto.

—Bueno, tiene con qué justificar ese ego, ¿no crees? —pregunté.

—Creo que es un idiota… Además, yo no tengo tiempo para estupideces ni nuevos amigos, soy feliz en mi soledad y con tu amistad… Ahora que lo pienso, todos los chicos deberían ser como tú.

«Eso lo dices porque no sabes que me estoy enamorando de ti», pensé.

—Si todos fuesen como yo, Miranda, este mundo sería un completo desastre —musité.

—No digas eso… Eres un gran chico —dijo con amabilidad. Aunque me dolieron esas palabras, pues así confirmó que me mantendría en la friendzone si no actuaba a tiempo.

Así pasó el tiempo, en una bella amistad en la que yo deseaba ser más que su amigo, y ella recalcaba casi a diario que solo éramos amigos cada vez que alguien insinuaba que había una relación romántica entre nosotros. En vista de esos rumores, tomé la decisión de declararle mis sentimientos a Miranda, aun cuando, en mi nerviosismo y temor, no tenía idea de cómo cortejarla o demostrarle lo que sentía.

No fue sencillo, mi mente se ponía en blanco cada vez que pensaba en Miranda y sus posibles reacciones al saber lo que sentía por ella. Por eso me vi en la necesidad de recurrir al único método que conocía para declararle mi amor. Ya lo había intentado en secundaria con Florencia Robles, mi primera novia, y a quien le obsequié un retrato de su rostro antes de declarármele.

Así que opté por seguir ese plan, aunque yendo un poco más allá, pues quería pintar uno de los murales del instituto en vez de un retrato pequeño. Para ello me vi obligado a pedirle permiso al director, el cual me lo concedió cuando le expliqué mis motivos; me enteré de que este era todo un aficionado del romance.

Fue una obra que me llevó poco más de tres meses realizar. Me tomaba cuatro horas al finalizar la jornada académica, por las noches, para que nadie viese mi progreso, el cual tenía que esperar a que se secase y taparlo con una lona blanca impermeable. 

Nadie se imaginó que en ese mural estaría el rostro de Miranda, pintado sobre un fondo de distintos tonos azules que aludían la belleza de sus ojos. La obra tenía detalles que hacían alusión a su pasión por la escultura, sus gustos musicales y sus flores favoritas, las cuales eran los tulipanes y los narcisos. 

Fue una de las obras que más satisfacción me generó cuando la terminé. Estaba seguro de que con las palabras adecuadas, mi declaración daría buenos resultados.

Tres días después de haber terminado mi obra, durante el receso, me establecí frente al mural y quité la lona blanca para que quienes pasasen admirasen la belleza de Miranda. Algunos la reconocieron al instante y otros murmuraron con asombro. Incluso, unas chicas fueron en su búsqueda, mientras que yo fui a guardar las cosas que pedí prestadas al servicio de mantenimiento.

Mi plan marchaba a la perfección, hasta que al volver, noté que Richard estaba frente al mural junto a Miranda, y según lo que pude apreciar a lo lejos, este la cortejaba. Caminé rápido hacia ellos y las últimas palabras que escuché del muy imbécil fueron:

—La pintura no es mi fuerte, pero esto lo hice para demostrar mi admiración.

Intentó llevarse con descaro el crédito de mi esfuerzo, valiéndose de que había olvidado firmar la obra.

—¡Hay que ver que eres oportunista y un grandísimo imbécil! —reclamé.

Gran parte de los presentes giraron hacia mí, incluyendo Miranda y Richard, aunque solo ella me miró confundida.

—¿Por qué te enojas? —me preguntó Miranda.

—Porque este idiota quiere robarme el crédito… El mural lo pinté yo —respondí.

—Evidentemente, tu amiguito miente —intervino Richard con elocuencia—, y si no hubiese olvidado firmar la obra cuando terminé, esto me ha…

—¡Cállate, imbécil! —lo interrumpí furioso.

—Tranquilo, Axel. No te descontroles, no vale la pena —intervino Miranda—. Pero, ¿puedo saber por qué pintaste mi rostro?

Su pregunta, más allá de tranquilizarme, me tomó desprevenido, pero era la oportunidad para declararle mi amor.

—Lo hice porque…, porque…, hace un tiempo que me gustas —revelé con nerviosismo—, y no quería decírtelo por temor al rechazo o a la pérdida de tu amistad… Pero me arriesgué porque no puedo soportar ser solo tu amigo… Me gustas demasiado y si me voy a enamorar, quiero que sea de ti.

Miranda, la chica extrovertida y eufórica, la fundadora de gremios estudiantiles protestantes, la que nunca se quedaba callada, se impresionó tanto que no dijo una sola palabra. Sus mejillas se ruborizaron y su mirada se centró en la mía, como si intentase decirme algo que no era posible expresar con palabras.

—Miranda, querida —intervino Richard—, no te dejes engañar por este… 

—Richard —le interrumpió Miranda—, te pido por favor que no digas nada… Conozco muy bien a Axel para saber que esta es su obra, no te humilles ante mí.

Richard mantuvo silencio y me miró con odio.

—Axel, será mejor que hablemos a solas —dijo Miranda. 

Acompañé a Miranda hasta las escalinatas que quedaban de camino a la biblioteca del instituto y nos sentamos para conversar sobre mi declaración de amor.

Ella dijo que mis palabras y mi obra fueron las cosas más hermosas que le habían dedicado, pero que, a pesar de ello, no podía sucumbir a los sentimientos que emergieron desde entonces; es decir, que solo podíamos ser amigos.

Intuía, más que salirme con la mía, una respuesta como esa. Incluso lo que sucedió en los siguientes días estaba previsto.

Miranda dejó de hablarme y me evitaba cada vez que nos cruzábamos. Yo en ningún momento la seguí, hice bien en darle tiempo y su espacio, aun con el riesgo de perder su amistad.

Por suerte, Miranda fue fiel a su orgullo hasta dos semanas después. 

A través de un mensaje de texto, me citó en las escalinatas de la universidad para decirme que no podía engañarse a sí misma. Alegó que mi declaración de amor le había impactado y no dejaba de pensar en ello, que desde ese día dejó de verme como un amigo.

Esa mañana, nos dimos nuestro primer beso, y aunque fue el momento más lindo que viví con ella en el instituto, este se vio interrumpido por la repentina presencia de Richard y tres de sus amigos.

Todos me atacaron al mismo tiempo, y Miranda se apartó para evitar que la golpeasen. En medio de gritos desesperados, le pidió a Richard que detuviese el ataque, pero este y sus amigos no cesaron.

Miranda fue en busca de ayuda, ya que ninguno de los estudiantes que iban de pasada quiso intervenir en la paliza.

Hice todo lo posible por defenderme, pero estos no me dieron tregua.

Al final, cuando solo me esmeraba por cubrir mi rostro, dos profesores intervinieron y me ayudaron a levantarme. Uno de ellos me llevó a la enfermería y el otro se quedó recriminando la violencia de Richard y sus amigos.

Me enteré al día siguiente de que los cuatro fueron expulsados del instituto, y aunque me quedé con el sabor amargo de no haberme desquitado, me alegré al recordar que había ganado el amor de Miranda.


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