—Abre tus ojos Marianne, quiero que me mires todo el tiempo —dijo Casio con su voz hipnotizante. Ella extrañaba el calor de sus manos en su cuerpo. Y por un momento, se sintió vacía.
—Dime, Marianne. ¿Quieres que continúe o que pare? Haré lo que me pidas —le preguntó mientras la atrapaba en sus brazos, poniendo su mano a ambos lados del espejo. Todavía respiraba con dificultad. Una capa de sudor se había formado en su cuerpo que la hacía brillar en la habitación tenuemente iluminada.
—Yo... te deseo —respondió ella con el rostro rojo. Aunque se sentía avergonzada, sabía que no había forma de que su cuerpo se aliviara sin tener el alivio. Podía sentir la misma humedad entre sus piernas, la que había sentido el otro día.
—¿Entonces quieres que te toque de nuevo? —preguntó él, extasiado con sus palabras. Esta era la primera vez que ella era quien decía que lo deseaba. No dejaría pasar esta oportunidad. Pero antes de que pudiera decirlo, ella añadió,