Tania era tímida pero llena de deseo. La sensación de su miembro en sus manos era hermosa. Miraba asombrada su cuerpo desnudo, su enorme erección. Nunca había visto a un hombre desnudo, y mucho menos un miembro. Pero lo que tenía delante era lo más hermoso que jamás podría ver. El miembro veteado era tan rígido que su cabeza hinchada tenía humedad acumulada sobre la ranura hinchada. Cuando sus manos lo rodearon, la sensación de la piel aterciopelada sobre la longitud tensa y dura le hizo lamerse los labios.
—Quiero aprender —dijo. Le era imposible controlar sus emociones. Era como si la niebla que los rodeaba a ambos solo agregara más y más lujuria con cada roce sobre sus cuerpos.