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Cuando Clei y Seian entraron en la habitación, el mayordomo se detuvo junto a la cama de Clei, mirándolo con una mezcla de preocupación y cariño. Las cortinas de terciopelo rojo oscuro estaban cerradas, creando un ambiente íntimo y misterioso.
"Joven amo", comenzó Seian, su voz suave como el susurro del viento en un bosque antiguo, "debo recordarte que tu salud es digna de un gamma. No debes excederte ni tomar riesgos innecesarios".
Clei rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. "Seian, ¿de verdad crees que soy tan frágil? Soy un ángel, después de todo". Recordó brevemente el sueño en el que Deymon se burlaba de él por ser un ángel.
Seian le guiñó un ojo. "Tal vez, pero incluso los ángeles necesitan cuidado. Ahora, descansa y recupera tus fuerzas".
Justo cuando Seian se giraba para salir, Clei agarró una almohada y la arrojó hacia él. La almohada golpeó al mayordomo en la cara, y Seian se quedó momentáneamente sorprendido.