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62.96% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 34: Parte Cuarta, Capítulo Doceavo.

章 34: Parte Cuarta, Capítulo Doceavo.

Con un suspiro de satisfacción, colocó las latas de comida y las golosinas en el hueco de un árbol, resguardado entre las ramas cargadas de hojas verdes que ocultaban el escondite.
Había contrabandeado esa comida a través de la canasta, dejándola oculta entre el grupo de flores que Osuka había rechazado recoger durante la búsqueda del día. No necesitó usar su Byakugan para recordar dónde lo había escondido; la luz blanca de la luna iluminaba gran parte del área floral.
Himawari saltó ágilmente desde la rama después de asegurarse de ocultar bien la comida entre las hojas. Si quedaba cubierta, las aves que anidaban cerca no se darían cuenta de su presencia.
— Listo, eso es todo. — Murmuró para sí misma. — No volveré hasta traer más comida enlatada... aunque si tenemos suerte con las flores, podré encontrar la manera de comprar más sin llamar la atención.
Había caminado lo suficiente hacia el interior del bosque, alejándose lo necesario de la aldea. Aunque no estaba demasiado lejos como para preocuparse, sabía que podía llegar a su posición en unos pocos minutos si corría desde la puerta sur. Sin embargo, Himawari se aseguró de que el escondite de la comida fuera seguro.
Se suponía que ya debería haber regresado a casa hacía más de cinco minutos. Las puertas pronto se cerrarían, y Osuka seguramente estaría ansiosa por recuperar su colgante.
Pero Himawari había tomado la iniciativa para los preparativos y podría encontrar una forma de escabullirse si las puertas se cerraban. Además, el colgante ya estaba en su poder desde que ella, Sumire y Osuka abandonaron el campo de flores. Era la única manera de asegurar la comida.
— Lo siento mucho, Osuka-chan. He sido muy descuidada. — Se disculpó sinceramente. —
Himawari conocía lo suficiente a sus amigos como para detectar cualquier cambio en su comportamiento. No era adivina, pero estaba atenta a cualquier indicio de que algo no iba bien, especialmente con aquellos a quienes había prometido entender en secreto.
Para Osuka, lo más importante era su madre. Aunque su relación con su padre no fuera tan cercana, ella lo mencionaba con cariño, acreditándole sus juguetes y pretendientes.
Como poseedora de una joya barata pero preciosa, Himawari entendía el significado de tener algo propio mientras huían del cataclismo. Osuka nunca se separaba de su colgante, ni siquiera cuando huían o cuando estaban en el hospital. Esta última costumbre explicaba por qué siempre dormía tapada hasta la cabeza.
El perdón que Osuka había ofrecido anteriormente, y que Himawari había aceptado con gratitud, se debía a esta razón. A pesar de eso, se sentía terriblemente culpable. Osuka la veía como una amiga sincera y amable, no como una mentirosa.
Esperaba no mostrar ninguna expresión sospechosa cuando le devolviera el colgante a Osuka. Sumire-san estaba muy atenta a todo, y no quería arruinar su esfuerzo por acercarse a ella en busca de información.
Su hermano estaba afuera, lo que significaba que los demás también debían estar. Sarada-san, Shikadai-san, Inojin-kun, todos ellos eran muy cercanos a Boruto, así que era improbable que no estuvieran juntos. Aunque no supiera cómo, estaba decidida a hacer que regresaran. Para que regresaran, Konoha debía estar segura. Tenía que darles una razón para volver y asegurarse de que estuvieran bien.
¿Qué peligros les esperaban afuera? Era una incógnita que estaba determinada a resolver.
Durante los primeros días, Himawari fue testigo de numerosas conversaciones entre Sumire y los Anbu. Sin embargo, no había escuchado nada más desde que los dos últimos se ausentaron. Solían aparecer en casa para intercambiar información básica con Sumire y asegurarse de que estuviera bien, para luego desaparecer de nuevo. Cuando Himawari preguntaba cómo estaban o si habían comido, Sumire respondía que, como Anbu, podían cuidarse solos en el bosque y que eran expertos en el espionaje.
Himawari ya conocía la primera parte. Recordaba cómo su hermano hacía las mismas preguntas a su madre cuando su padre se ausentaba en un viaje de tres días a la Aldea de la Arena y no podía llevárselo. El trabajo del Hokage era demandante y no podía ser dejado solo, por lo que Shikamaru-san no podía acompañar a su padre. En esa ocasión, fueron unos Anbu y los escoltas personales del Hokage quienes lo acompañaron.
Sin embargo, Boruto se desilusionó al enterarse de que, debido al cambio en las épocas, los Anbu ya no necesitaban dormir con un ojo abierto. Esta vez, la desilusión le llegó a Himawari, ya que se dio cuenta de que ahora las conversaciones con los Anbu en casa eran ridículamente cortas. Su fuente de información se había reducido.
Mientras corría de regreso rápidamente, solo podía pensar en una cosa: encontrar una manera de escuchar los planes sin intervenir. Sabía que, si intervenía, revelaría el paradero del resto de sus amigos, algo que quería evitar a toda costa.
— ¡A la mierda! — Una voz estridente rompió el silencio de la noche en el bosque. Himawari se detuvo en seco, sus pies resbalando sobre la tierra. No había mentido cuando le dijo a Sumire que su pequeño tamaño le daba velocidad, así que se escondió rápidamente detrás de un árbol. — ¿Vamos a entrar y matar de una vez? ¿No íbamos a tomarnos un descanso? ¡Apenas he tenido tiempo de recuperar todo mi chakra, maldita sea!
Era la voz de un hombre enojado, que profería más maldiciones de las que Mamá alguna vez le permitiría escuchar. Su voz parecía resonar en el bosque, y Himawari permaneció oculta. No estaba asustada, pero sí nerviosa por ser descubierta.
La voz pertenecía a un hombre acompañado por alguien más, ya que había escuchado claramente una respuesta:
— Se nota que a ti no te importa el dinero en absoluto. — Replicó la segunda voz, más severa y centrada en no levantar tanto la voz. Sin embargo, su tono espeso y tenebroso hizo que Himawari tragara saliva. — No me sorprendería que murieras por tus tonterías.
— ¡Como si eso fuera a pasar! — Protestó el acompañante, también exaltado. — De todos modos, entrar y matar a lo loco por algo tan material como el dinero es ridículo. ¡Vete a la mierda con tus tonterías!
— ¿Matar? — Himawari no pudo evitar dejar escapar esas palabras. — ¿Están hablando en serio... de matar?
Asomó sus ojos lo más que pudo alrededor del árbol. No se movió mientras el bosque parecía suplicar por ayuda; se acercaban dos asesinos, y ambos tenían hambre.
Su sangre se heló por completo, y casi deja escapar un grito que se quedó atrapado en su garganta. Estaban allí, a pocos pasos de ella, avanzando en dirección a la aldea. Pronto pasarían justo frente a ella, y si eso sucedía... no creía que tendría la oportunidad siquiera de advertirle a Sumire-san.
¡Sumire-san!
Himawari se tapó la boca con las manos, entrelazando sus dedos mientras se encogía en su escondite.
Dos hombres, uno de ellos el doble de grande que Papá, caminaban cerca de ella. Logró verlos con claridad gracias al brillo blanco de la luna. Ambos llevaban capas negras, o tal vez túnicas, con estampado de nubes rojas. El más bajo estaba prácticamente medio desnudo, con el pecho al aire y una diadema ninja atada en su cuello. Su compañero, también tenía una diadema propia, pero Himawari no pudo ver la procedencia de las bandanas desde su posición.
El más grande tenía la piel oscura, aunque no estaba segura si era por el efecto del brillo lunar. Su boca y cabeza estaban cubiertas por una especie de trapo negro, del cual no pudo determinar si era cuero u otro material similar. Ese hombre era, sin duda, el más tenebroso de los dos.
Algo negro adornaba su frente, como una base para la diadema que llevaba. Su presencia era pesada, y su sed de sangre era inconmensurable, al igual que su falta de empatía y experiencia en matanza.
— ¿No podemos tomarnos un descanso? — Se quejó uno de ellos. —
— No, tenemos que ser rápidos. Ya perdimos mucho tiempo con el Bijuu.
La palabra no era nueva para la menor de los Uzumaki.
Todo rastro de miedo y pavor se intensificó en sus extremidades. No sentía un miedo absoluto a morir, sino más bien hacia la seguridad de quienes estaban al otro lado de las paredes de Konoha. Hinoko-san y Ro-san trabajaban junto con Sumire para evitar que alguien del exterior hiciera daño a la aldea, protegiendo principalmente a las personas del pasado.
Himawari no tenía ni la más mínima idea del tipo de personas que los Anbu estaban buscando, ni de sus métodos de actuación. Simplemente sabía que nadie debía hacerle daño a la aldea, porque eso llevaría al desastre. El pasado era extremadamente delicado, como le había dicho la Anbu femenina la última vez que la vio, cuando Himawari propuso dejar pistas a la Hokage para protegerse de los ninjas del futuro.
 Una vez que se desquebraja el camino, la chispa se extiende por todas partes. — Citó la niña de cabello lavanda en su mente. Himawari tragó saliva nerviosamente. — Pero están hablando de los Bijuu, ¿Cómo sé si es alguien del pasado o del presente?
Conocía a los Bijuus, así como las identidades de cada uno. Su padre le había contado sobre ellos de una manera que pudiera entender.
Los Bijuus eran bestias con un chakra inmenso, cuyo poder se medía por la cantidad de colas que tenían. Incluso Shukaku, un viejo amigo que Himawari extrañaba, era muy poderoso, capaz de arrasar una aldea entera si lo deseaba.
Pero eran más que eso. Eran criaturas conscientes, con sentimientos y emociones. Como los humanos, no les gustaba ser controlados ni utilizados como armas militares. Se sentían impotentes al ser reducidos a números de colas, y gracias a su padre y a Gaara, la gente comenzó a referirse a ellos por sus nombres.
Pero también entendía el peligro que representaban si caían bajo el control de la gente equivocada. Alguien capaz de reclamar la existencia de una criatura viva como propia no era apto para ser un compañero leal de las bestias con colas, y mucho menos para personas con tan poco poder como Himawari.
Por eso, aguzó el oído lo más que pudo, manteniéndose tan quieta como le fue posible. Los pasos se acercaban cada vez más, mientras ambas voces discutían algo que Himawari no terminaba de entender del todo.
— Si ya se ve a leguas lo que realmente quieres, Kakuzu. — Dijo una de las voces. Himawari se esforzó por grabar ese nombre en su mente. — Si es obvio que muchos se opondrán, y la mayoría de esos ninjas son gente muy valiosa. Eres un maldito interesado. Bastardo pecador.
— Así que por fin te das cuenta, ¿no? — Respondió la otra voz. — Necesitamos el dinero.
— Necesitan. — Enfatizó la primera voz. — Yo no. Mi religión se basa en ofrecer sacrificios sinceros, ¡y lo sabes! Jashin-sama me castigará si le ofrezco un sacrificio cuya cabeza valga millones o trillones de yenes....
— Cállate y camina más rápido, Hidan. — Cortó la conversación el otro. —
La cara de Himawari se volvió pálida. Todo su cuerpo se sintió frío, pero al mismo tiempo sudaba. Una sensación extraña recorría la punta de sus dedos, tanto de las manos como de los pies.
No cabía duda.
Esos dos hombres querían matar. Planeaban entrar a Konoha para asesinar gente.
Himawari sintió que en cualquier momento podría vomitar su corazón. Tragó saliva varias veces, pero su boca seguía sintiéndose seca. Mantenía los ojos abiertos lo máximo posible, como si no pudiera apartar la mirada.
Sabía que hacer eso era peligroso, incluso podía costarle la vida. Pero simplemente no podía apartar los ojos, estaban fijos en la guadaña que el hombre de cabello blanco llevaba en la espalda. Parecía tener algún tipo de mecanismo que facilitaría su labor de exterminio.
Comenzó a tambalearse, decidida a poner en marcha su plan B: el que usaría si las puertas se cerraban antes de su llegada, ir en busca de Sumire para advertirle. Aunque delatara su posición, no ignoraría esto tan fácilmente.
No encontraba una oportunidad para escapar y dar la alerta.
— ¿Y bien? ¿Tienes algún plan en mente? — El hombre, exagerado en confianza y grosería, preguntó mientras escupía. — No me digas que no tienes ninguno, ¡O te maldeciré por el resto de mi vida!
Su grito resonó en el bosque, mientras su compañero siseaba.
— Ya les estás avisando que hemos llegado, idiota. No piensas en las consecuencias.
El hombre de vocabulario obsceno volvió a escupir con incredulidad. El otro tomó unos segundos antes de responder; segundos en los que Himawari no se movió debido a la cercanía.
— No sé dónde está el cementerio ni cuál es su tumba. — Le dijo. — Ve allí y causa estragos. Mientras tanto, deja a los ninjas más fuertes, los reconocibles. Nos los llevaremos.
Himawari se heló, justo cuando el otro hombre exclamó.
— ¿Cómo dices? ¡Kaku-! ¡Vete a la mierda! ¡No me uses como funeraria! — El religioso desenfrenado lo apuntó escandalosamente. — ¿Y cómo planeas llevártelos? ¿Contratar una carreta para eso?
— Podríamos. Konoha está llena de ellas.
— ¡No, no me jodas, Kakuzu!
El hombre más delgado agarró su guadaña, aunque Himawari no pudo discernir si tenía la intención de lastimar a su compañero o simplemente estaba mostrando inestabilidad. Su forma de gritar sin control, su manera de referirse a los demás. Eran personas a las que debía evitar, especialmente si se trataba de un adulto que demostraba ser un ninja peligroso.
En ese momento, el que ocultaba su boca acalló las exclamaciones con otro mandato firme.
— Y, además, recuerda su rostro. — Le dijo, su voz firme y seria. Su compañero hizo un sonido de protesta. Himawari no entendía de qué hablaban. — El mocoso. — Le recordó. — El Jinjuriki. También venimos por él. Por la forma en que hablan de él, no tardarás mucho en encontrarlo.
El pedido parecía ser importante, porque incluso el hombre de voz grave se quedó en silencio. Pasó el tema con un gesto, como diciendo "Entendido, yo me encargaré de eso. Tú ve a ocuparte de tu parte, mugriento". Quizás Himawari comprendió lo que quería decir, porque el hombre lo murmuró con irritación entre dientes.
Entonces, un sonido metálico resonó en su mente.
Himawari había escuchado todo, y sus pensamientos se conectaron fluidamente mientras la conversación se desarrollaba. Por eso, cuando la verdadera razón de sus intenciones salió a la luz, Himawari contuvo un jadeo, que tuvo que ahogar con sus manos, apretando fuertemente su boca. Sus mejillas se enrojecieron por la presión de sus pulgares.
Un Jinjuriki.
Si no hubiera crecido en esta aldea, no habría entendido el significado de ser uno de los Jinjuriki. Eran personas elegidas como contenedores para las bestias con cola. Y, sobre todo, eran personas que habían sufrido con la presencia de esas bestias en sus vidas.
Lo sabía porque su padre era uno de ellos. Uzumaki Naruto, conocido antes como el recipiente que sellaba el poder de Kurama, el zorro de las nueve colas; mundialmente famoso como "El Kyuubi".
La imagen de su padre se grabó en su mente.
Todas las risas, charlas, fotografías. Todo era tan cercano que resultaba difícil pensar que ese hombre, el que tanto amaba, estaba muerto. Y, además, fuera del alcance de sus manos.
Papá era el Hokage de la aldea. Pero mucho antes de eso, era conocido por ser el niño que resguardaba al Kyuubi en su interior.
Himawari se sobresaltó en su posición, los nervios dominándole las piernas. Su propio peso le pasó factura, y los nervios no le permitieron mantenerse en cuclillas, hasta que finalmente cayó de trasero.
El sonido, tan leve pero audible en medio del silencio, alarmó a los dos hombres vestidos de negro. Cerró los ojos con fuerza, deseando desaparecer en la tierra y escapar. El silencio frío que siguió fue aún más inquietante, y por un momento temió que pudieran escuchar los latidos de su corazón acelerado.
Un paso, luego otro, y tuvieron que pasar unos segundos más de silencio antes de que Himawari escuchara otro paso, tan cerca de su posición que sintió que le faltaba el aire. Definitivamente eran ninjas de nivel Jōnin. Solo ellos eran capaces de moverse tan sigilosamente.
Se sentía como un animal pequeño en el campo, vigilada por dos pares de ojos que la buscaban sin saber exactamente quién era o qué era. El simple hecho de que supieran que ella estaba allí les dio motivo para seguir adelante, sin desaparecer hasta haber acabado con ella.
Reuniendo todo su valor, Himawari dio un paso adelante y asomó la cabeza por un pequeño agujero entre los arbustos junto al árbol. Su corazón latía con miedo, rogándole que se escapara lo más rápido posible. Pero Himawari sabía que correr ahora solo la delataría.
Sin embargo, no hubo cambios. El hombre que antes había estado hablando tan ruidosamente estaba allí, al lado del hombre más alto, escudriñando todo con sus ojos. Permaneció tan quieto como pudo, aprovechando al máximo su conocimiento de estrategia y posición.
— Estoy perdida, no puedo hacer nada. — Pensó, ocultando su respiración apresurada bajo sus manos. El sudor le recorría el cuerpo. — El Jinjuriki... Bijuus... Estos son ninjas del pasado. ¡Tengo que avisarle a Sumire-san de alguna manera! — Tragó saliva con fuerza. — Si tan solo supiera dónde están Hinoko-san y Ro-san... ¡Tengo que avisarle a alguien! A este pas...
Entonces, algo, con una fuerza que nunca había experimentado en su vida, la tomó por el cuello de su suéter. No tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir cómo la tela se apretaba contra su cuello, privándola de aire. Un grito escapó de sus labios, con los pies ya sin tocar el suelo.
El perturbado ninja se giró en reacción. Su compañero no estaba a su lado.
Dos niñas caminaban por los estrechos vecindarios de Konoha, entre los borrachos que cantaban y las señoritas que los convencían de gastar su dinero en los puestos cercanos. Aunque los vecindarios eran cómodos, eran pequeños y estaban bien iluminados. Sin embargo, una detonación sacudió las ventanas y las puertas, haciendo que muchas cabezas se volvieran hacia arriba.
— ¿Qué ha pasado?
— Una detonación. Aunque no sé de dónde ha venido...
Todos miraban hacia arriba, confundidos, buscando alguna señal de humo que les indicara la dirección del accidente. Pero la detonación resonó nuevamente, esta vez más fuerte, como un trueno ganando fuerza. No provenía del suelo, aunque provocaba temblores en el suelo que hacían que la gente se tambaleara y se empujara entre sí. Tampoco venía de la aldea, pero hacía traquetear las ventanas y sacudía las decoraciones de las paredes.
El cielo nocturno estaba despejado, iluminado por una media luna con los contornos oscuros. No era inusual, pero algo en ese brillo perturbaba a una niña entre los civiles, algo que notaba en el fondo.
La detonación ascendía, o lo que parecía ser una detonación. Se escuchaba en todas partes y hacía temblar el suelo. Los edificios se balanceaban, mientras una sola mirada de ojos violeta observaba preocupada la forma de la luna. Mientras tanto, en alguna parte del País del Fuego, el fenómeno se manifestaba. Las casas en medio de grandes campos de cosechas temblaban con la fuerza de la tierra, mientras un sonido ensordecedor anunciaba algo grande acercándose. Los vecinos que vivían apartados salían de sus casas, y los perros ladraban en respuesta.
Una joven vestida de amarillo tambaleó por la fuerza del temblor. La luna brillaba con más intensidad, pero solo unos pocos, los elegidos, podían percibir las diminutas partículas de brillo que desprendía su luz.
Los niños en la Tierra del Viento levantaron la vista al cielo, mientras las dunas aullaban al igual que la tierra. Esta última los rechazaba, como si supiera que no pertenecían allí. La Gran Anciana se aferraba a su báculo, mientras una multitud de sus seguidores masculinos salían armados solo con sus habilidades.
Los niños exclamaban confundidos:
— ¡¿Qué está pasando?!
— ¡Uwa!
— ¡Enko!
En medio del tambaleo, la niña de guantes cayó, pero la tierra seguía demostrando su poderío. Todos estaban atrapados en un terremoto bajo la luz constante de una media luna.
Los habitantes de Rouran.
Las personas de la Aldea de la Arena.
Los refugiados del Pergamino y todos los que habían sido traídos a duras penas a través de los portales, observaban el cielo mientras luchaban por mantenerse en pie.
Entre los diversos puntos de vista que convergían, uno destacaba: el de un joven de cabellos dorados y bigotes en las mejillas, sumido en la oscuridad más profunda de sí mismo mientras el edificio parecía a punto de derrumbarse sobre él. Los vecinos podían escucharse salir de sus departamentos, corriendo en busca de un lugar seguro.
Pero nadie tocó a su puerta. Nadie se preocupó por él.
Solo una presencia dormida, tan ajena como el Kyuubi; tan reflexiva como él mismo.
— Despierta. Despierta. — La voz en la oscuridad resonó, penetrando en la mente de Naruto. —
— ¿Quién está ahí? — Naruto gritó, buscando a tientas en la oscuridad que lo rodeaba. Movió los brazos frenéticamente, pero no alcanzó a golpear nada. — ¡Muéstrate, cobarde!
Un goteo lo hizo girarse. Frente a él, imponente y encarcelado en la más profunda oscuridad, se encontraba la nada. Sabía quién estaba allí, sin necesidad de acercarse. Un gruñido surgió de la oscuridad, mientras unos ojos enormes y llenos de sed de sangre lo observaban.
Un olor a azufre invadió sus fosas nasales, haciéndolo toser. Sentía el aterrador chakra del Kyuubi, pero se sentía incompleto al verlo solo a él. No fue hasta que un chapoteo se escuchó detrás de él que Naruto se giró. Había intentado alcanzar su armamento, pero no había nada. 
La pesadilla lo había atrapado dormido y, aunque tuviera armas, no servirían si el atacante se presentaba en sueños.
Un paso tras otro, y el ser no se revelaba. Era como si la oscuridad que lo rodeaba no quisiera liberarlo. Solo se veían sus botas y pantalones negros. A juzgar por la sombra, era más alto que Naruto, unos 1,72 metros aproximadamente. Su espalda estaba encorvada y parecía estar fuera de control. Una tela lo cubría desde los hombros hasta las rodillas.
— ¿¡Quién eres tú!? — Gritó Naruto. —
La presencia permaneció en silencio durante unos largos segundos. Los tres, Kyuubi, Naruto y la misteriosa sombra, desconocían el terror que se desataba afuera.
Naruto estaba al borde de la desesperación, incapacitado, cuando la sombra repitió las palabras:
— Despierta. Despierta... Despierta. — Su voz era baja y sin control consciente. —
— ¿Qué... qué estás diciendo? — Naruto intentó preguntar, con el sudor bañando su rostro. —
Justo cuando esperaba una respuesta, un rugido ensordecedor sacudió la consciencia de Naruto. El Kyuubi rugió como una bestia, golpeando el agua a su alrededor con sus nueve colas. Sus colmillos se abrieron, liberando un estruendo, y el aire casi lo hizo caer hacia adelante.
Naruto se cubrió los oídos, sorprendido por la reacción del Kyuubi. Si el demonio interior estaba tan alterado, significaba que la presencia también lo afectaba de alguna manera. Pero el Kyuubi no temía a nada, ¿verdad? Ni siquiera Jiraiya le había inspirado tal reacción. Naruto recordó las palabras de su maestro: el Kyuubi era demasiado incluso para él, y controlarlo requería controlar a Naruto mismo, algo imposible de lograr.
Con ese pensamiento en mente, abrió los ojos. Estaba alerta pero perturbado. La sensación que había experimentado antes ahora estaba confirmada como una presencia real. Alguien más estaba en su mente, junto con el Kyuubi.
— No comprendo lo que estás diciendo. — Naruto habló con voz firme, poniéndose en posición de combate, a pesar de estar vestido solo con su camisa de dormir y shorts negros. — ¡Respóndeme antes de que tenga que enfrentarte! ¿Quién eres y qué estás haciendo aquí?
La figura negra formó un sello con las manos, pero nada sucedió, a pesar de las expectativas de Naruto.
— Quiero salvarlos a todos... — Murmuró la presencia, cuyos gestos apenas podían distinguirse en la oscuridad. —
— ¡Vete al infierno! — Gritó Naruto, agotado de las evasivas y amenazas de la sombra. —
Sin esperar más, se lanzó hacia adelante. Estaba decidido a enfrentar a esta entidad desconocida que había invadido su mente.
De repente, algo lo detuvo en seco.
El entorno cambió en un abrir y cerrar de ojos. Un déjà vu lo envolvió, y de repente, una multitud de voces, en su mayoría de niños, resonaron en su cabeza, pero sus palabras se perdían en la cacofonía. Todo a su alrededor, normalmente grisáceo y apagado, se convirtió en una paleta de colores que se desvanecían en la nada, como una galaxia ennegrecida y vacía. Era como si estuviera viendo un mundo que no pertenecía a su subconsciente. Su corazón latía con fuerza y podía sentir el temblor que ascendía a un terremoto.
— ¿Qué está pasando? ¿Qué está sucediendo afuera?
Naruto se detuvo abruptamente cuando lo vio.
— ¿Eh?
— ¿Cómo...?
— ...
— ...
Un niño.
El chico no era mucho más joven que Konohamaru, con la cara sucia y desaliñada, vistiendo harapos grises. Su cabello rubio estaba hecho un desastre, y Naruto notó dos bigotes en sus mejillas. Los ojos azules lo miraban con aun más sorpresa de lo que Naruto sentía.
El niño más joven estaba paralizado, con los nervios a flor de piel, y sus ojos no se apartaban de los de Naruto.
Naruto preguntó incrédulo:
— ¿Así que eres...? ¿Eres tú? ¿Solo un niño?
El mundo a su alrededor se desmoronaba mientras los sonidos de ambos mundos se mezclaban con los temblores exteriores. Las personas clamaban por ayuda y los edificios se sacudían como gelatina. Lo último que Naruto vio antes de ser lanzado de la cama por el temblor fue la marca de una media luna en la frente del niño, mientras una masa de luz blanca lo obligaba a mirar hacia adelante.
— ¡¡Boruto!!
Sarada gritó cuando el cuerpo del único Uzumaki se tensó y cayó al suelo, sus ojos tan abiertos como huevos pálidos. Sarada Uchiha, quien había guardado silencio durante días, gritó con todas sus fuerzas al ver a su amigo de la infancia caer bajo la lluvia de luz blanquecina.
En ese momento, como si el mismo pensamiento hubiera cruzado las mentes de las tres personas al mismo tiempo, una preocupación individual las invadió.
— ¡Eida...! — Sumire abrazó a Osuka con todas sus fuerzas para protegerla del gentío y abrió los ojos con sorpresa. — No hay duda... Los demás no lo ven, pero nosotros... ¡Eso...! ¡A ella también le ha afectado!
— ¡Sumire-san! ¡Ah!
Osuka tropezó y su canasta de flores se derramó en el suelo. Sumire la sujetó con fuerza, y al ver las flores con terror, sintió un nudo en la garganta ante la idea fatídica.
Tomó a Osuka por los hombros y le habló con fuerza entre los gritos.
— ¡Ve a casa y protégete con los demás! ¡Rápido!
La niña de pelo rosa le respondió con un grito.
— ¿Y tú qué harás? ¡Y... Himawari-san!
— ¡Voy a buscarla! — Sumire soltó un grito entre sus palabras. — ¡Corre rápido y protégete! Si Ro-san y Hinoko-san llegan, diles dónde encontrarme.
— ¡Sí!
Impulsada por Sumire, Osuka corrió sin importar pisar las flores. Sumire usó toda su fuerza y habilidad ninja; el trabajo que había dejado a otros por considerarlo demasiado para ella.
— ¡Todos adentro, ahora! — La Gran Anciana rugió como nunca antes. Su voz superó a la de todos los niños, y los movimientos de su brazo indicaban que todos debían ir hacia el interior. Sarada se dio cuenta de que la anciana había notado algo. — ¡No se queden bajo la luz de la luna! ¡Ustedes están...!
De repente, Sarada sintió su corazón latir con fuerza, como si fuera la última vez.
Solo por instinto, divisó a su amigo de la infancia, quien estaba en su regazo, inconsciente. En su frente, una media luna brillaba mínimamente pero de manera hipnotizante. Sarada creyó haberle dado poca importancia, pero su instinto le gritaba que no, que el hecho de que Boruto tuviera eso era algo malo. Boruto tenía el Karma, y ella había prometido protegerlo cuando papá le enseñó el Chidori.
— ¡¿Qué es...?! — Hidan casi chilló. —¡¿Qué es esa mierda que le brilla en la cara?!
— ¡¿Crees que lo voy a saber?! — Protestó Kakuzu. — Ella escuchó todo, voy a matarla. Eso no importa.
La niña de cabello lavanda se quejó bajo el agarre de Kakuzu. Sus ojos se cerraban con fuerza y apretaba los dientes con dolor. Estaba siendo sostenida por el cuello de su suéter, y la altura del hombre le daba una clara desventaja. Su vista se nublaba y el sonido, muy similar al que arrasó su hogar, se desvanecía en sus oídos.
Ella, con las pocas fuerzas que le quedaban, agarraba la muñeca de Kakuzu. Intentaba tomar aire y pensar con claridad, pero todo estaba sucediendo demasiado rápido y apenas sus extremidades le respondían.
Hidan se quejó, chistando una grosería en un murmullo.
— No es que no lo hubiera hecho, pero no me gusta acabar con niños. ¡Son demasiado jóvenes para sacrificar! ¡Jashin-sama solo acepta a personas que hayan vivido lo suficiente para sufrir el dolor de la pérdida!
— ¿Es eso algo oficial o algo que tú, como loco, te lo inventaste?
— ¡Ni una cosa ni la otra! — Rugió Hidan. — ¡No me opongo a hacerlo! ¡Pero soy muy estricto con mis sacrificios! Si tengo una aldea completa para sacrificar, ¡¿Por qué perder mi tiempo con una maldita niña?! ¡Tú quieres cobrar la recompensa! ¡¿No?! ¡Hazlo tú entonces!
Himawari se quejó nuevamente, abriendo sus ojos para probar su visión.
Kakuzu la observaba profundamente. Como un ratón atrapado por un león, Himawari se sintió indefensa. Apretó la muñeca del hombre, que parecía estar hecha de acero o metal, y se quedó allí.
Lo último que podía hacer era mover sus pies suspendidos en el aire, con poca fuerza para patear a su enemigo.
Kakuzu suspendió su otra mano en el aire.
La apretó, extendiendo sus dedos como cuchillas afiladas. Todo su brazo derecho adquirió un tono negro y sus ojos no perdieron de vista a la Hyuga que luchaba.
Pero antes de que pudiera hacer algún movimiento más, un zumbido llegó a la velocidad de la luz. Una luz chispeante y anaranjada se disparó hacia él antes de que tuviera tiempo de reaccionar. Aunque no lo golpeó directamente, rozó su brazo y el árbol en el que se había escondido Himawari sufrió las consecuencias, provocando que los escombros volaran y que Himawari fuera liberada en una tormenta de humo y temblores.
— ¡Kakuzu!
Ante el abucheo de Hidan, el otro ninja se deslizó sobre sus pies y apareció no muy lejos del lado de Hidan.
— ¿Qué fue eso? — Preguntó Hidan. —
— Yo qué sé... — Respondió Kakuzu. —
La tos de Himawari resonó y poco después, unos shuriken salieron de la nube de escombros. Hidan simplemente desvió los shuriken con movimientos simples de su guadaña.
Los dos miembros de Akatsuki sabían lo que eso significaba: habían sido descubiertos. Y ellos no eran cobardes, habían venido por un objetivo y lo cumplirían.
— Ya veo... así que de eso se trata. — Dijo Kakuzu. —
Hidan cuestionó a su lado.
Kakuzu agudizó su mirada, tratando de encontrar más presencias que se escondieran alrededor, pero solo encontró a esas dos personas.
— Anbu de Konoha. — Dijo. — ¿Por qué no me sorprende que hayan llegado tan tarde? Después de todo, son conocidos por morir antes que cualquiera en la aldea.
Y tenía razón.
Las personas que se encontraban frente a Himawari en recuperación eran dos Anbu de Konoha: una mujer joven y un hombre corpulento. El cabello castaño de la mujer era visible incluso bajo la máscara, y el hombre mantenía una postura firme pero estaba listo para enfrentarse a cualquiera que lo desafiara. Sin embargo, por alguna razón, ambos retrocedieron una vez que vieron a los dos miembros de Akatsuki.
Kakuzu, quien no tenía la costumbre de alargar encuentros, encontró la situación divertida. Pero antes de que tuviera la oportunidad de decir algo, un breve intercambio de miradas se intensificó. Mientras Hidan lanzaba sus groserías al aire, una tensión palpable los envolvía a todos. No solo Konoha, sino todo el mundo fue testigo de ese suceso.
Una onda expansiva en el cielo los empujó a todos. Más rápida que el cataclismo, y mucho más breve que él. Fueron solo unos segundos, pero un estruendo ensordecedor llenó el aire y una ráfaga blanca surcó el cielo, disipando las nubes y dejándolas atrás como si fueran polvo.
La Aldea de la Arena se tambaleó, mientras que el metal que había destrozado una habitación del hospital se vio afectado por la onda de luz que lo arrojó hasta dejarlo inservible.
En las dunas de arena, los niños ninja se refugiaron en el escondite subterráneo, guiados por la abuela a cargo de su protección, que miraba atónita al cielo junto con sus seguidores, quienes la habían protegido de la onda.
En Konoha, una niña de cabello morado corría hacia las afueras, detenida por dos chunin en el camino. Su corazón dio un vuelco al presenciar el suceso en el cielo. A pesar de sus intentos por escapar, un impacto la derribó al suelo, haciendo caer un objeto metálico que resonó al golpear el suelo. Sumire estaba decidida a continuar, aunque se sentía mareada. Con esfuerzo, levantó la cabeza y se preparó para levantarse y continuar su carrera.
Pero algo en el suelo captó su atención. Un brillo pequeño y blanco que iluminaba el suelo cuando su rostro se acercaba. En ese momento, las voces de los ninjas que la perseguían se acercaron.
—¡Detente ahí!
En las afueras, cuatro ninjas se enfrentaban entre sí. Una niña de cabello lavanda se levantó del suelo para quedarse detrás de los Anbu. Estos murmuraban entre ellos, desconcertando a sus posibles oponentes. La confusión reinaba tanto en ellos como en sus contrincantes.
— ¿Qué fue eso? — Preguntó uno de los Anbu. —
— No lo sé, pero no vino de aquí. — Respondió el otro, con un tono de voz que iba tan rápido que resultaba anormal cómo se entendían. — Ellos...
— Sí. — Confirmó la mujer, mirando hacia un lado. — Era chakra. Sacudió la barrera. No tardarán en venir.
— Maldición...
— ¡Eh! ¿Qué tanto cuchichean entre ustedes, eh? — Protestó el miembro religioso de Akatsuki, dejando escapar sus palabras con furia. — ¡Cualquier tontería que se inventen no me detendrá! ¡Nadie es capaz de matarme, malditos!
Los Anbu vacilaron ante el grito. No parecían dispuestos a entrometerse en la pelea en la que se habían visto involucrados por una simple coincidencia. El viento gélido aumentaba, y el temblor de la tierra se había detenido.
Himawari jadeaba agitadamente.
Hinoko, bajo su papel de Anbu, apenas pudo sofocar un jadeo. Si daba al enemigo una oportunidad, podría encontrar su punto débil, y eso no sería lo ideal.
— Oye, oye, oye... ¿Qué es toda esa locura? — Exclamó Hidan, sosteniendo su guadaña mientras gritaba. — ¿Qué tiene esa niña en la cara? ¿Y qué pasa con eso en el cielo? Tiene algo que ver con su Jinjuriki, ¿No?
Ambos Anbu palidecieron ante la pregunta.
Himawari seguía jadeando, con la conciencia de que sus intenciones de informar ya habían sido adelantadas por la boca del enemigo. Tanto ellos como ella sabían quién era ese Jinjuriki. Pero, a diferencia de la pequeña Uzumaki, ellos se habían percatado de la identidad de este par presente: Akatsuki. Una organización criminal que había cazado a la gran mayoría de los Bijuus, y de la que emergió uno de los Uchiha más poderosos, Uchiha Obito.
— Tenemos que irnos, no podemos quedarnos aquí. — Le susurró rápidamente la mujer a su compañero. —
Ninguno de los dos apartaba la vista del par.
— Estamos entre la espada y la pared. — Contestó él. — Si nos quedamos, luchamos. No podemos evadir tal tabú.
La mujer Anbu apretó los puños y añadió:
— Y si huimos con la niña... seremos malinterpretados.
El silencio de Ro confirmó sus tenebrosas suposiciones. Estaban atrapados.
Sabían lo que venía, lo que escuchaban. Desde entre los árboles, a cinco minutos de distancia, se aproximaban presencias que, con cada salto entre las copas, acortaban el tiempo para llegar hasta ellos.
Konoha ya los había cercado.

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