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59.25% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 32: Parte Segunda, Capítulo Doceavo.

章 32: Parte Segunda, Capítulo Doceavo.

El sonido resonó a través del aire cuando la cuchilla impactó contra el árbol. Aunque no era un gigante entre los árboles, y ciertamente no poseía la imponencia de un pino, el árbol frente a la residencia Nara parecía resistir cualquier golpe con su robusto cuerpo de madera.
Se mecía con gracia al compás de la brisa del atardecer, como si se enorgulleciera de su resistencia. Sin embargo, para Shikamaru, ese orgullo era motivo de decepción.
Aunque su chakra no tenía la naturaleza del viento, esperaba al menos causarle una herida considerable al árbol. Si lanzaba la cuchilla desde el aire, o desde cualquier otra posición, el arma, heredada de su maestro, debería clavarse profundamente en el tronco.
Shikamaru había pasado horas repitiendo el proceso una y otra vez, escuchando el sonido repetitivo de "TOK" o el ocasional suspiro de frustración.
Alrededor del País del Fuego, la vegetación era variada, predominando el verde en todas sus formas. Sin embargo, había pocas áreas con flores y árboles verdaderamente singulares.
Algunos especulaban que en el futuro, aquellos sin experiencia en el uso del chakra podrían mejorar sus habilidades básicas mediante el uso de ciertas plantas medicinales. Sin embargo, esta teoría era tratada con precaución por Tsunade-sama.
Para Shikamaru, el tema de los árboles era de particular interés, y dedicaba tiempo a estudiar su resistencia y las formas en que el chakra interactuaba con ellos.
¿Qué pasaría si el enemigo optara por atacar desde un punto ciego? Shikamaru tendría que confiar en sí mismo, adaptarse, y actuar con rapidez. Esto significaba que su fuerza debía ser suficiente para clavar la cuchilla con fuerza y precisión, hundiéndola profundamente para que el viento no pudiera moverla.
Pasaron los minutos, y Shikamaru decidió cambiar su enfoque de entrenamiento. En lugar de lanzar la cuchilla, decidió ejercitar su propio chakra. Desde aquel fatídico día que dejó a Konoha patas arriba, había estado poniendo a prueba sus habilidades. Aunque su venganza había sido pospuesta, estaba decidido a llevarla a cabo, aunque ni siquiera él estaba seguro de por qué.
Ir a enfrentarse al enemigo sin estudiarlo sería un suicidio. Por eso, aunque no tenía misiones, seguía trabajando. Tsunade-sama lo había designado como uno de los vigías encargados de proteger las puertas secundarias de la aldea. No era el líder del equipo, pero su historial lo había llevado a ser reconocido, algo que ahora le resultaba contraproducente.
Lo que quería hacer requería pasar desapercibido. No podía arriesgar la seguridad de la aldea. Por eso, había puesto en pausa sus visitas a la biblioteca y sus partidas de shōgi. Su chakra fluía a través de sus brazos, muñecas y dedos, acoplándose al metal de la cuchilla. Hace apenas unos días, esto habría sido imposible para él. Nunca fue experto en combate cuerpo a cuerpo, y su sombra paralizante solía ser suficiente.
Pensar de esa manera fue lo que llevó a Asuma a la muerte. Shikamaru no estaba dispuesto a conformarse con las costumbres simples; necesitaba explorar diversas opciones, ser autosuficiente y aventurarse en escenarios inexplorados pero funcionales.
Ahora era capaz de llevar su chakra a la cuchilla. Solo le faltaba coordinar ambos brazos al mismo tiempo. Con la familiarización de la sensación y su autodescubrimiento del propio chakra, confiaba en que podría lograrlo fácilmente al caer la noche.
— ¡Shikamaru!
Reconoció esa voz entre la multitud. Era Ino. Su tono, una mezcla de cariño y firmeza, resonaba a través del aire. Ino no era una persona sumisa, pero irradiaba dulzura e independencia, siempre preocupada por los demás.
— Yo... — Respondió, aunque su voz revelaba las horas de entrenamiento sin descanso. —
Ino no estaba sola.
No muy lejos de ella, se aproximaba Chōji, uno de los amigos más cercanos de Shikamaru. Ino dejó que la de cabello ceniza se adelantara mientras ella misma se acercaba al pelinegro, saludándolo desde la distancia con una bolsa de patatas en la mano. Ninguno de los tres vestía para una misión. De hecho, a Shikamaru no le sorprendería que su amigo lo invitara a comer después de terminar las patatas, ya que no llevaba ningún bolso consigo para guardar más.
Shikamaru no quería ser interrumpido. Había retomado su entrenamiento hacía un par de días. Tal vez mamá había dejado algo para recalentar... se lo daría a Chōji si encontraba algo.
— ¿Estás seguro de esto, Shikamaru? — Finalmente llegó la pregunta. —
Shikamaru los invitó a sentarse en el porche, a lo cual ambos aceptaron sin mayor insistencia. Permanecieron sentados, observando únicamente a Shikamaru mientras él miraba fijamente la cuchilla que tenía en la mano.
El resto de su equipo y equipo estaban esparcidos en el suelo del porche, sobre el bolso abierto de Shikamaru. Quería asegurarse de que estaba empacando todo lo necesario y de que no se le olvidaba nada.
A pesar de que confiaba en sus compañeros, aquellos a quienes dejaría en Konoha durante su ausencia, Shikamaru sabía que era irresponsable irse sin avisar, considerando los riesgos que su partida podría traer.
Shikamaru no miró a Ino, quien fue la autora de la pregunta. Sin embargo, podía sentir su mirada fija en él, como si estuviera escudriñando la inexpresividad que caracterizaba su rostro.
Él se dirigió hacia su equipo y dejó las cuchillas para revisar una vez más todo su equipamiento. Mientras repasaba mentalmente la función de cada herramienta y estudiaba su plan, la otra mitad de su mente permanecía con sus compañeros. 
No quería ignorarlos, especialmente estando en su propia casa. Además, sería descortés viviendo bajo el techo de su madre si no les prestaba atención a quienes se habían tomado la molestia de preocuparse por él después de los días que pasó solo y sin ser interrumpido.
Claramente, ellos no lo hicieron a propósito. Su consideración era más que admirable, especialmente considerando que él no era la persona más divertida o positiva del grupo, y hasta creía no merecerlo.
Chōji mostró una evidente expresión de incomodidad ante la falta de respuesta. Era el tipo de persona que preferiría pensárselo bien antes de dirigirle palabras a un amigo tan cercano como Shikamaru. Por lo tanto, fue Ino quien continuó con la conversación, aunque no menos preocupada por el bienestar del pelinegro.
— Estamos en alerta roja... y además, hay toque de queda. — Dijo, titubeante, esperando alguna reacción por parte de Shikamaru. — ¿No sería... muy arriesgado hacerlo hoy?
Al notar el ligero temblor en las manos de Shikamaru y la manera en que sus ojos dejaron de analizar obsesivamente sus pertenencias, Chōji intervino para aclarar el punto de Ino, quien lo miraba buscando su apoyo.
— Lo que Ino quiere decir, Shikamaru, es que nos parece muy apresurado. — Explicó, asomando la vista por encima del hombro de Ino. Esta última lo miró con gratitud, aunque con una pizca de ansiedad en la mirada. — Podemos hacerlo en una guardia más tranquila, cuando ninjas como nosotros ya no sean tan necesarios en la aldea.
Tsunade había dado de alta a muchos ninjas de la edad de los jóvenes presentes. Sin embargo, aquellos que eran bien conocidos, como Shikamaru, seguían trabajando como los ninjas de rango más alto. Aunque su labor no era luchar, sino ser estrategas defensores de la aldea en caso de ataque, seguía siendo agotador.
Esa tensión no solo afectaba a los ninjas, sino también a los civiles. Si Tsunade-sama no hubiera mantenido la discreción entre los ninjas, la gente de la aldea no solo estaría chismeando. Preferían que la gente se inventara historias entre sí en lugar de enfrentarse a la ley por su cuenta y alterar aún más la paz.
Esa calma se había mantenido durante dos días después de una semana de chismes y murmullos cada vez que pasaba un uniformado. Ni siquiera su madre estaba al tanto de la situación de la aldea, al igual que otras mujeres del clan que se dedicaban solo a las labores del hogar.
Pero si el mundo estaba en su contra, las cosas podrían cambiar si no armaban una buena estrategia en caso de que Shikamaru no estuviera para defender la aldea.
— Mi padre estará aquí. — Respondió Shikamaru, dejando perplejos a sus amigos mientras guardaba sus cosas en su bolso ninja. — El tío Choza y el tío Inoichi también. Los tres son más fuertes que nosotros, y lo saben. La aldea estará bien.
— Pero...
Shikamaru cerró su bolso y lo colgó de su hombro. Notó que Chōji se había acabado sus patatas y eso le sirvió de excusa para entrar y buscarle algo para picar mientras trataba de convencer a sus amigos.
Ellos no estaban obligados a ir. Incluso se habían entristecido cuando días atrás él mencionó sus intenciones de asistir solo al enfrentamiento. Era obvio para los tres que eso no iba a suceder.
Pero aunque sabía que ellos lo seguirían a donde fuera, no podía quedarse estancado. Tenía sus razones para parecer tan egoísta.
— Kakashi-sensei me dijo... — Comenzó Shikamaru. — Que para extraer a un Bijuu se necesita un esfuerzo descomunal, y que Akatsuki suele tardar siete días.
Ino y Chōji se levantaron de sus asientos en el porche para escuchar más cómodamente a su amigo. Se les veía preocupados; la información era nueva para ellos.
— El que mató a Asuma-sensei nos habló como si no fueran a volver en poco tiempo. Claramente lucía enfadado por ser interrumpido por algo. Seguro que era alguien que no éramos capaces de ver.
— ¿Te refieres a... su líder? — Preguntó Ino. — ¿Pueden comunicarse a distancia?
Shikamaru se encogió de hombros.
— No lo sé. Pero ambos, tanto el callado como el demente, parecieron ser llamados por alguien.
Hubo un momento de silencio mientras Shikamaru permitía que Ino y Chōji analizaran sus palabras. No lo expresó explícitamente, pero la respuesta estaba implícita en ese suceso: la partida inesperada de los dos miembros de Akatsuki.
Shikamaru solía guardar para sí mismo cualquier teoría o suceso que pudiera influir en la creación de planes estratégicos para eventos peligrosos. Pero esta vez, decidió ser sincero con sus amigos, que lo seguían fielmente en cada misión arriesgada.
Su expresión ya era habitual, pero en esta ocasión, frunció el ceño de manera preocupante. No estaba molesto ni centrado en algo específico, sino en alguien que permanecía sin rostro ante sus ojos.
— La barrera que protege a la aldea ha estado fallando desde hace tres días, ¿Verdad, Ino? — Preguntó para asegurarse de no dejar pasar ningún detalle. —
— Sí, es cierto. — Respondió su compañera sin más. —
Shikamaru observó el vacío como si intentara vislumbrar al causante a través de su propia conciencia.
— Actúa como si fuese movida por hondas. Las barreras protectoras del clan Yamanaka son muy rigurosas, y son casi imposibles de penetrar. — Su observación fue dirigida a Ino, quien ahora permanecía incluso más serena que él. Como una Yamanaka, el tema le era bastante cercano. — Konoha no es la única afectada. Y el atraso de esos dos... ¿Por qué no han venido?
— Shikamaru. — Su amigo lo llamó. — ¿En qué piensas tanto?
El Nara se detuvo antes de hablar.
— Este fenómeno comenzó a dar calma desde hace dos días. Por eso la vigilancia constante fue dada de baja. — Explicó. — ¿Akatsuki no habrá tenido problemas también con el Chakra?
Ino y Chōji palidecieron. Aunque ninguno lo dijo expresamente en palabras, pensaron lo mismo. Que el enemigo también se viera afectado significaba que este problema también les era ajeno.
Cabía la posibilidad de que la historia de ese supuesto Rey y el tercer Hokage sea cierta.
— ¿No es una teoría... muy precipitada? — Le preguntó Ino. —
Sin embargo, Shikamaru no afirmó ni negó; solo observó la nada más extensa que se encontraba en el suelo de su patio. Sus pensamientos se dispersaban de manera más ordenada si no miraba a nadie a los ojos.
— Sea como sea... no podemos tratar esto como algo que solo le ocurrió a Konoha. — Dijo Shikamaru. — Si todo lo que dijo la quinta... es verdad, entonces esto puede ser algo mucho más grande, y, por lo tanto, más peligroso.
Chōji jadeó ante el susto. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza, y se ganó una mirada extrañada de Ino, pues ella no era tan crédula como él.
El pelirrojo se acercó como pudo a Shikamaru, apretando los puños a la altura de su pecho, inflando también este como si hacerlo le otorgase más fuerza para enfrentarse al miedo; ese miedo que, claramente para sus amigos, no era más que una superstición de Chōji.
— ¿T-T-Tú crees en lo que nos dijo Tsunade-sama? — Su amigo le había preguntado entre titubeos, con los ojos cerrados como solía hacer. — ¡¿Incluso tú?!
Shikamaru, al regresar a Konoha desde la aldea de la Arena, se había mantenido al margen de todo lo que sucedió en su ausencia. Era todo un enigma que podía justificar cómo se abrieron esos portales en Konoha, pero no por qué.
El futuro, al parecer, estaba involucrado. Y Shikamaru era de los que pensaban que no existía tal futuro. Entonces, ¿cómo puede estar pasando esto? Shikamaru tenía que creerle a la Hokage, porque ella no era de ese tipo de personas.
Había escuchado de su padre que el tío Inoichi era quien protegía ese pergamino ahora. Estaba en lo más profundo de los subsuelos utilizados para interrogatorios, habitaciones desconocidas incluso para Shizune, quien era la mano derecha de Tsunade.
Con algo físico involucrado, no tenía más opción que resignarse y creer. Era lo que su padre le había recomendado hacer, sabiendo de las muchas experiencias que Shikamaru había tenido en estos pocos días.
Él le dijo a Chōji, en palabras simples, lo que pensaba: que no creía que existiera tal cosa como el futuro, y que aquellos portales no eran más que algún evento terciario del que el Rey de Trozani sabe, y no quiere decir. Aunque, después de haber escuchado lo que su padre recibió del propio Kakashi-sensei, estaría muy mal descartar cualquier posibilidad.
Prefería mantenerse al margen y ver cómo transcurren las cosas mientras Konoha permanece tranquila.
— Mi mamá está peor que nunca. — Ino se sumó a la conversación, con un semblante preocupado que aún no abandonaba su rostro. Cruzó los brazos sobre el pecho de su blusa anaranjada de mangas cortas. — Cuando hay alguien que no es un Ninja en tu familia, las cosas se complican más... no podemos decirle todo lo que pasa, ya que ella cuenta como un civil común y corriente.
— Mi mamá está igual. — El Akimichi, dándole la espalda a Shikamaru para dirigirse a Ino, se vio decaído. — No para de hacerle preguntas a papá, está muy insistente.
Chōji arrugó un poco su cara, mostrando signos de preocupación evidentes. La situación en la que se encontraba Konoha lo perturbaba hasta el punto de sobre pensar.
— ¿Tu madre no ha hecho nada parecido? — Preguntó él a Ino. —
Ella abrió más los ojos y extendió los brazos en un gesto de frustración.
— ¡No lo hace! ¡Eso es lo que me está desesperando! — Exclamó ella. — ¡Sé que sabe que algo pasa! ¡Y se lo está callando...!
De repente, la voz de Ino bajó de tono al darse cuenta de que estaba siendo observada por Shikamaru, como si una alarma se activara en su cabeza.
Se quedó callada por un momento, cubriéndose la boca con ambas manos y murmurando algo que no era fácil de escuchar.
Shikamaru creyó que ella había dejado ese comportamiento desde que ascendió a Chunin, pero se equivocaba. Se preguntó cuándo dejaría de actuar de esa manera tan aniñada y angelical a la vez.
— Ella no está en casa. — Informó Shikamaru. La revelación hizo que Ino suspirara aliviada. Sin embargo, Shikamaru miró serenamente hacia otro lado. — Ella no hace preguntas, pero también sé que ella sospecha. Eso es lo que nos asusta a nosotros como Ninjas.
Sus compañeros lo miraron atentamente.
El Ino-Shika-Chou había sido protagonista de muchas batallas durante generaciones de Shinobi. Por las venas de los tres, corría la sangre de héroes de guerra, y la reputación de sus antepasados estaba marcada en sus frentes. Las expectativas de las personas, influenciadas por las leyendas, se habían dejado claras en los exámenes Chunin de hace un par de años: ningún civil esperaba nada de ellos.
De hecho, su generación no era mucho más destacada que la anterior.
Solo los dueños de restaurantes a los que solían recurrir los recordaban con cariño, gracias a que Chōji era quien mantenía su negocio a un buen ritmo.
Sin embargo, había algo que ningún civil notaba cuando hablaban de sus padres.
Sus esposas, sus familias.
¿Conocían realmente a su madre? ¿Cómo era ella? ¿Cuál era su nombre?
Era poco probable que supieran mucho sobre ella, pero era crucial considerar este factor si se buscaba humanizar a un hombre conocido por su fuerza.
¿Alguien pensaba en la familia que dejaba en casa?
La respuesta era simple: nadie lo hacía.
Porque, incluso si a alguien se le pasaba por la cabeza, no era su prioridad. Cada persona en la aldea tenía su propia familia, su propio lugar y sus propios problemas.
Entonces, su madre estaba sola.
Ella era solo otro civil, relegada a un rincón donde solo existía ella, esperando que los dos hombres más importantes de su vida regresaran sanos y salvos a casa.
Sus preocupaciones únicas recaían en ellos. ¿Cómo se sentiría al pensar en lo que estaba sucediendo en la aldea?
Mamá era una mujer de carácter fuerte, pero no se entrometía en el trabajo de su marido. Podía desaparecerse durante una noche, y aunque ella podría reclamarle, jamás lo culparía por ello. Era un contratiempo necesario.
Pero, aunque su madre estuviera en casa, no significaba que estuviera a salvo solo con cerrar la puerta con llave.
— No lo dudes.
Ino lo sacó de su ensimismamiento.
Allí estaba, frente a él, con una presencia un tanto indeterminada, su amiga rubia. Aunque sacaba el pecho y apretaba los puños, no se veía completamente convencida de su decisión. Era difícil de explicar. Era como si se tratara de una lucha interna entre las reglas y sus principios.
Y ambas cosas eran buenas. Lo que dificultaba el combate entre ambas esencias.
Ino tragó saliva nerviosamente.
— Te seguiré a donde sea, sin importar lo que diga la Hokage. — Sus ojos, cristalinos y llenos de determinación, lo observaban con atención. —
Parecían dos gotas de agua transparentes resistiendo un brillo aún no presente en el tiempo actual. Era una aparición desconocida, hermosa y luminiscente en los ojos de la joven. Shikamaru quedó anonadado por esa chispa que sintió al mirarla a los ojos, pero la voz de Ino lo devolvió a la realidad.
— No permitiré que te vayas solo, Shikamaru.
— Sí, claro... — Respondió, todavía adaptándose a su entorno. —
En ese momento, su amigo no tardó en aparecer para que Shikamaru lo notara, aunque no era necesario. Su sonrisa cómplice lo iluminó, y aunque parecía mucho menos nervioso que Ino, Shikamaru sabía que a Chōji, lo que menos le preocupaba eran los pensamientos de la Hokage.
— ¿Y qué? — Chōji susurró casi ansioso. — ¿Cuándo lo haremos?
Al darse cuenta de que Shikamaru no había captado la pregunta, todavía aturdido por la situación, le sonrió amistosamente, rascándose detrás de la oreja.
— Aún estoy incluido en el plan, ¿Verdad?
Después de mirarlo por unos segundos, no pudo evitar soltar una suave risa al notar la ansiedad de Chōji.
— Pero, ¿Cómo puedes pensar eso? — Le respondió. Frente a él, sus dos amigos de la infancia lo miraban fijamente a los ojos, mientras él contemplaba el cielo. —
Su maestro, tan presente en el equipo como el día en que se fue, era la principal razón por la que los tres seguían unidos, convergiendo en un sendero incierto donde el camino se desdibujaba a cada paso, pero negando cualquier error que pudiera cometer cualquiera de ellos del equipo diez.
Chōji e Ino estaban presentes físicamente, pero parecían distantes mientras observaban algo que se escondía en la luz de los ojos de Shikamaru. Había un brillo nostálgico, infantil y melancólico, pero no podían señalar su origen ni preguntar si otros lo habían percibido. 
Era como un conocimiento compartido, una reacción natural que no necesitaba ser verbalizada.
La presencia de ese brillo no debía ser cuestionada.
— Siempre contaré con ustedes dos en mis planes. — Pensó Shikamaru con calma, como si estuviera reflexionando en lo más profundo de su ser. —
Gracias a su oído agudo y a la familiaridad con su entorno, el sonido del camino cercano a la residencia Nara anunciaba la llegada de alguien. Los pasos resonaban, lentos y deliberados, como si llevaran consigo un peso ligero.
Mamá había llegado.
A solo un par de horas para el anochecer, Himawari había llenado una canasta completa de diminutas flores.
Recientemente, Osuka había estado compartiendo secretos divertidos sobre su familia con ella, en una noche en la que ambas se quedaron despiertas hasta tarde. 
Aprovechando que los tres vigilantes de la casa estaban lo suficientemente ocupados como para no notarlas durmiendo entre las sábanas en el suelo, Himawari y Osuka intercambiaron ideas sobre cómo mantener distintas fachadas frente a los demás.
Osuka compartió que cuando era niña, antes de que la carrera de su madre despegara y se convirtiera en una actriz reconocida, solía crear coronas de flores con ella. Osuka siempre había sido una niña a la que le gustaba el rosa, el maquillaje y la atención, así que disfrutaba cada momento de ese pasatiempo.
Himawari ideó un plan para tener una excusa para salir del departamento de vez en cuando. Aunque se sentía mal por mentirle a Osuka, quien había depositado su confianza en medio del miedo, no lo veía como algo tan negativo a largo plazo. De hecho, podría ser una oportunidad para que Osuka misma saliera y se diera cuenta de que el pasado no era tan malo como pensaba.
Este era el tercer día en que salían juntas. No era algo frecuente, ya que Osuka a menudo intercambiaba lugares con otros niños. Sin embargo, hoy, mientras eran vistas por Sumire, estaban discutiendo la cantidad y variedad de flores que llevarían, así como el método que usaría Harika para crear las coronas florales.
— Cuando Neon salió contigo y Sumire-san, Yuina-chan hizo un estupendo collar de margaritas. Nada mal para una principiante. — Comentó Osuka en su habitual tono refinado pero mortecino. —
Himawari consideraba esto una buena señal. ¡Osuka estaba regresando!
Si ella, que era la menos colaborativa de todos los demás, se abría estando en el exterior, no dudaba que pronto sus demás compañeros también estarían afuera de las puertas. Estaba comenzando a sentirse ansiosa, pero entendía que cada persona tiene su propio ritmo en el avance.
Estaba decidida a avanzar, a adaptarse y crecer en este nuevo mundo.
No tenía la habilidad adecuada para luchar. Algún adulto que supiera de su condición le diría algo como: "No tienes la edad suficiente para luchar". Pero, en el tiempo que Hima estuvo caminando por las calles de una Konoha de hace más de diez años, se percató de que dicho dicho estaba mal empleado.
Cualquier edad es suficiente para luchar, pero no para ganar. Pelear no garantizaba la victoria, y uno mismo tiene que ser capaz de adaptarse a su entorno y crecer con él. De esa forma, Himawari creía que sería testigo de su propio avance y ya no necesitaría la preocupación de Sumire para que ella la mirara.
Ansiaba que la vieran como alguien a quien confiarle secretos, alguien a quien cualquier persona pudiera recurrir si lo necesitase.
Pero era una niña. No era más que alguien que tenía la edad para presentar el examen de la academia.
Por eso, cuando Himawari salió por primera vez e intentó estudiar el comportamiento de Sumire, optó por una ruta más atrevida, aunque consideraba que le serviría para el futuro.
Ella era la última Hyuga que quedaba de aquel futuro destruido. Por lo tanto, los conocimientos de los Hyuga estaban limitados a su edad, lo que era poco menos que insuficiente. No podía enfrentarse a nadie con sus habilidades actuales, y tampoco quería hacerlo ahora.
Debido a la paz y la falta de atención que habían recibido, Sumire-san y los dos Anbu avanzaban en sus tareas para proteger la aldea, de manera lenta pero segura. Esto le dejaba a Himawari un par de horas para llevar a cabo su propio análisis y preparación.
Como no podía estar al lado de Sumire-san, tenía que estudiar todo desde su posición como protegida.
Así como ideó una opción para los ingresos, también fue haciendo una lista de las tareas que tenía que hacer para el posible escenario en el que ella tuviera que escapar con sus amigos, e incluso esconderse.
Tuvo una noche completa para pensarlo, pero logró armar los preparativos.
Tomó en cuenta el límite de tiempo que Ro-san y Hinoko-san tenían en su contra. Su ausencia ahora mismo probaba ese obstáculo. Hinoko-san y Ro-san serían detectados por la barrera. Escuchó hace un par de noches que se mantendrían más tiempo a las afueras de la aldea, para que, en el caso de ser detectados, no los atraparan estando con Sumire y los niños, quienes aparentemente eran invisibles para los que detectaban el chakra.
Eso era un punto a favor para Himawari.
Cuando Sumire-san salía para seguir la rutina de inspección, solía llevarse a dos niños. La mayoría de las veces, era Himawari quien salía tres veces al día con un amigo diferente. Pero cuando Sumire-san regresaba con ella en la primera salida y volvían con comida, ella se negaba en la segunda salida, para luego aceptar la última del día.
La brecha que dejaba la segunda salida era lo más importante.
Tenía a Osuka a cargo de los ingresos y a Yuina memorizando el uso de las hierbas medicinales que Sumire recogía el día anterior. En la Academia, solían aprender sobre su uso, pero le sería mejor aprenderlo desde su raíz: cómo encontrarlas en el campo y cómo extraerlas de la tierra. Himawari hacía lo posible para que fuera Yuina quien la acompañara cuando salían en busca de hierbas medicinales.
En el caso de Eho, le fue mucho más difícil. Eho era, en un principio, un niño que era provocado por el viento: solía correr a toda velocidad, gritando que sería un ninja poderoso. Pero una vez que se unió cordialmente en la Academia, su cambio de humor fue notablemente distinto, para bien. Era más calmado en las provocaciones, aunque un poco más cobarde y reservado. Sin embargo, ese cambio benefició a Himawari con la confianza del niño, lo que le llevaba a recibir numerosas interacciones con él. Estas interacciones, a su vez, hacían que Himawari se adentrara en el limbo por instantes minúsculos.
Una de esas veces fue cuando llegó Sumire-san, acompañada de Harika, con pan y mantequilla. Eho había tragado lo que le era permitido y, además de comentar la poca variedad de comida que tenía que aceptar comer por su bien, también le preguntó a Himawari la razón por la que ella comía sin parar, muy diferente a los días en que les tocaba comer alimentos enlatados.
Tuvo que urdir una historia simple pero creíble, consciente de la rápida percepción y entendimiento de Sumire-san.
Si llegara a descubrir que escondía comida en algún lugar, lo cuestionaría más tarde.
La comida estaba resguardada en un lugar seguro. Cuando tenía alimento que no se echaría a perder en sus manos, Himawari lo ocultaba a la vista para llevarlo al escondite cuando le tocaba salir.
Como en ese momento, en un campo abierto y verde, en las colinas del interior de la aldea. Sumire-san sabía que no eran detectables, pero corrían el riesgo de ser fácilmente identificados como extraños fuera de los muros de Konoha, lo que les acarrearía problemas si la aldea los estaba buscando.
Himawari examinó cuidadosamente su entorno.
Osuka le hablaba sobre formas creativas de hacer coronas de flores con diferentes tipos de flores, mientras ambas permanecían sentadas, recolectando las más hermosas. Aunque la expresión de Himawari era neutral y tranquila, en realidad observaba cómo, no muy lejos de ellas, Sumire-san recogía sus propias flores. Su rostro no era visible desde su posición.
Con el paso de los días de salidas, Sumire-san depositaba más confianza en Himawari. Esta acción permitía que la de cabello lavanda tuviera más tiempo a solas con sus amigos, ya que Sumire les daba su espacio gradualmente. No pasó mucho tiempo antes de que Himawari se diera cuenta de que la razón de esta acción probablemente se debía a la confianza que Sumire tenía en ella, como la hermana menor de Boruto. Un amigo al que, más allá de lo que Himawari supiera, Sumire le debía la vida.
 Lo siento mucho, Onii-chan, Sumire-san. Con este comportamiento, me estoy aprovechando de su buena amistad. — Pensó Himawari en silencio. Mostró interés en las palabras inaudibles de Osuka y continuó. — He de encontrar la oportunidad perfecta para ocultar los suministros que pude recolectar. Pero tiene que ser sin que Sumire-san se dé cuenta.
Himawari se mantuvo firme en su decisión. Si nada malo sucedía, entonces también sería algo bueno y su trabajo no sería menospreciado. Sería una buena anécdota, y el bienestar de sus amigos la haría sentirse bien consigo misma.
Le pesaba en el corazón tener que mentirles.
Todos confiaban en ella debido a su fuerte voluntad y deseo de avanzar. No se había rendido, y realmente quería permanecer en Konoha, aunque ya no fuese la misma.
Sin embargo, si Sumire-san se enteraba de que planeaba investigar por su cuenta, probablemente la distraerían con otra cosa para mantenerla lejos del foco. Y Himawari no quería eso; además, no quería meter a sus amigos en problemas.
Dolía tener que aprovecharse de su confianza, amabilidad y buenas intenciones. Todo para mantener su plan en estado de preparación confidencial.
Sonrió ante la enorgullecida Osuka y sus flores, que serían usadas para vender.
Felicitó a Yuina por su conocimiento creciente en medicina y hasta la ayudó a estudiar.
No fue ningún problema hablar con Neon sobre los mapas, ya que, debido a la época, la tecnología era prácticamente escasa. Le habló de mapas hasta cansarse, y en una de sus salidas, visitaron juntas la biblioteca pública y leyeron sobre ellos.
Para terminar, se divirtió con Harika. Era irónico que, estando en la nada misma, con pocas raciones de comida y un espacio reducido (además de dormir en el suelo frío), Himawari se viera tan interesada en los insectos de Harika.
Ella apenas era una alumna de la Academia. Sus padres no habían tenido tiempo de enseñarle todo lo que un Aburame tenía que saber. Así que, al igual que hizo con Neon, la ayudó como pudo en el trato a sus insectos. Supo de ellos, aunque no pudo memorizar más de cinco nombres y el dueño de cada uno. Todos los bichos le parecían iguales a Hima, y Harika solía ser muy delicada con ellos.
Se divirtió. En cada uno de sus planes, que se suponían que eran mentiras dolorosas... se divirtió.
¿Era algo para sentirse mal?
Estar preparando a sus amigos sin que ellos lo supieran, para algo que era mucho más de lo que podían soportar, era algo que la entristecía. Y la enfadaba consigo misma.
Se sentía mal, pero a la vez, satisfecha de haberles dado alguna distracción, después de haber llorado a mares al tocar suelo pasado.
No se autonombraba como su "Salvadora".
Ella prefería ser simplemente "Himawari Uzumaki".
Una niña simple, con un talento limitado y técnicas nulas.
Pero con la meta de volver a ver a su hermano.
Y para lograrlo, tenía que tomar medidas. Darles a los ninjas de Konoha que fueron invocados afuera una razón para regresar y sentirse seguros. Volver a sus raíces y luchar juntos como siempre deberían haberlo hecho. Aunque sus posiciones les impidieran enfrentarse cara a cara.
Pero sus intenciones no estaban motivadas únicamente por proteger a Konoha. Eso no sería justo para ella, quien se había jurado no cambiar.
Esa persona podría estar sufriendo las consecuencias de la reversión del tiempo. Lo sabía más que nadie.
Ella y Boruto no eran los únicos que lloraban la pérdida del Hokage, como si fuera uno de sus propios hijos. Y estaba decidida a que volvieran a ser como antes, no solo Boruto y ella.
Anhelaba que los tres volvieran a ser lo que eran.
— Si tan solo me hubiera dado cuenta antes, Kawaki-kun.
— ¿Con signos vitales?
— Sí.
— ¿Sin cambios en el suero?
— Nada fuera de lo normal.
— ¡¿Ni siquiera una leve expresión?! ¿Alguna pesadilla?
La joven sustituta de enfermera se cubrió el rostro con el historial médico del paciente que estaba tratando. Su cabello negro, recogido en un alto moño, se sacudió cuando levantó su defensa ante la exasperación de la enfermera a cargo de su supervisión.
El sudor le empapaba el cuerpo, las piernas le temblaban y sentía una picazón en los ojos.
"¿Por qué elegiste este trabajo?", era una pregunta que a menudo le planteaban.
Y no era para menos. En un mundo donde ser ninja era más valorado por la sociedad, era comprensible que quienes la rodeaban cuestionaran sus elecciones.
Sin embargo, ella lo sabía. ¿No era un poco tonto preguntarle a alguien como ella, que no podía ver ni una gota de sangre, por qué no había optado por ser ninja?
Parecía que ella era la única consciente de ello, pero no tenía la confianza para enfrentar las innumerables críticas que recibía de todos los que la rodeaban. Despierta durante más de 35 horas, había estado allí, de pie, atenta a cualquier movimiento que pudiera hacer un paciente en particular.
Y no es que descuidara al resto de los pacientes. Aunque en la aldea de la Arena no contaban con ninjas médicos del calibre de Tsunade, podían tratar a cualquiera que entrara por las puertas del hospital.
Solo que, en este caso, el paciente era notablemente diferente, el más extraño que habían recibido hasta ahora.
Era un niño que no superaba los catorce años, con cabello castaño, tez blanca y ojos rasgados. Su peso era el adecuado para su edad, y por la apariencia de sus manos, incluso ella se dio cuenta de que se trataba de un shinobi.
Como enfermera que había tratado a muchos, conocía bien cómo eran las manos de un shinobi cuando las veía. Aunque ese niño, con el uniforme ninja de la Arena colgado en su habitación, podría pasar desapercibido y ser rechazado, sus manos, más pequeñas que las de un adulto, contaban una historia diferente.
— Tch, con esto, es la última opción que nos queda. — La misma voz firme la sacó de sus pensamientos. Era la enfermera a cargo, que yacía de espaldas al niño inconsciente. — Evidentemente, abusar de medicamentos sería contraproducente. Lo máximo que podemos hacer es volver a lo que hicimos antes.
La joven suplente parpadeó, abrazando el historial médico del chico. A pesar de que traía consigo pertenencias que lo identificaban como residente de la Aldea de la Arena, no tenía un historial médico previo ni registro en el interior de la aldea.
— Sin tratamiento... um.
— Es la única opción. — Su compañera en el campo medicinal le pidió que sostuviera la carpeta con solo dos hojas de papel como historial médico. — El doctor ha hecho todo lo posible, y parece que no está en coma. ¡Es como si solo estuviera teniendo un sueño profundo!
— ¿Y yo... qué debo hacer? — Sin estar segura si era adecuado preguntar eso, la joven suplente se arrepintió de hacerlo. —
Sin embargo, inesperadamente para ella, la enfermera a cargo simplemente le devolvió la carpeta y salió de la habitación deslizando la puerta con cuidado. Aunque podría considerarse autoritaria, era muy meticulosa con sus pacientes, una virtud que la joven suplente apreciaba, a pesar del temor que le tenía a la mujer.
— Solo asegúrate de que esté respirando. El Kazekage-sama quiere que esté en buenas manos. — Le dijo, y su tono, de alguna manera, sonó complaciente mientras se alejaba. — Trata de no quedarte dormida en el proceso.
— ... Hai.
Aunque ya se había ido, no consideró apropiado no confirmar que había escuchado la orden.
Había pasado más de una semana y el joven todavía no mostraba signos de despertar.
Las heridas más graves estaban en proceso de cicatrización, y los hematomas en su rostro estaban desapareciendo. Su cuerpo parecía recuperarse bien, e incluso el médico había mencionado que, si despertaba, podría ser dado de alta de inmediato. Después de estudiarlo durante unos días, se dieron cuenta de algo que lo diferenciaba de otros ninjas de su edad que llegaban inconscientes.
El muchacho, más allá de una falsa alarma al creerse que se habían perdido sus signos vitales, parecía estar simplemente dormido.
Con una respiración tranquila y controlada, como si ya supiera lo que debía hacer. Su expresión era neutral y no había habido cambios en días.
Las pocas veces que se movía, ni siquiera eran voluntarias. La enfermera a cargo solía ejercitar sus extremidades para mantenerlo sano, en caso de que despertara y estuviera incapacitado.
Aunque este último fue rechazado por el doctor. El chico estaba sano, con solo los vestigios de una golpiza marcados en su cuerpo.
— Me pregunto por qué es tan importante para Gaara-sama. — Se cuestionó la joven enfermera. — Creo recordar que ya se están esparciendo rumores sobre él...
Su turno había comenzado hace más de un par de días. Sin embargo, las enfermeras que estuvieron presentes en la llegada del chico le habían confiado algunos rumores que ella no aceptó tan fácilmente.
Algunas decían que el chico era un forastero disfrazado de niño, tratando de engañar al buen corazón de su Kazekage, Gaara. Otras, más apegadas a la realidad y menos influenciadas por el fanatismo hacia el Kazekage adolescente, le contaron que habían sido testigos de una extraña nube metálica que rodeaba el edificio por completo mientras el Kazekage, sus hermanos y algunos ninjas de Konoha estaban en su interior, visitando al niño dormido.
Una nube de metal...
Cualquiera que perteneciera a la Aldea de la Arena sabría a quién asociar con el metal. En el pasado, uno de los Kazekage tenía una habilidad similar; una poderosa habilidad que muchos envidiaban y la mayoría temía.
Esa habilidad estaba relacionada con la misma técnica que utilizaba Gaara-sama, e incluso la que había utilizado el padre de este, el Kazekage anterior. Una técnica que les permitía manipular algún tipo de arena.
Pero el metal... era algo completamente especial. Nadie había logrado manipularlo, y pocos habían visto al antiguo Kazekage usar esa técnica. Incluso en aquel entonces, se creía que ver esa técnica era un mal presagio y se debía evitar a toda costa.
Por supuesto, ella no era lo suficientemente mayor como para afirmar lo mismo, ya que la era de ese Kazekage había pasado hace muchos años. Pero tampoco era lo bastante afortunada como para haber presenciado esa "nube de metal" rodeando el hospital de la aldea.
Siendo una completa ignorante de la situación, decidió que lo mejor sería concentrarse en su trabajo. Si lo hacía bien durante estas semanas, recibiría una buena calificación y obtendría su permiso oficial para trabajar como enfermera de verdad en cualquier edificio.
Sus abuelos, quienes la habían criado desde que era niña, la esperaban todas las noches. Lo sabía porque creía haber visto a su abuelo en la sala de espera en las noches anteriores, cuando no podía regresar a casa debido a la carga de trabajo.
Por un momento, dudó si sentirse molesta u ofendida por ello, hasta que se puso en el lugar de sus abuelos. Ellos ya habían perdido a un hijo, y ver cómo su nieta crecía les causaba una ansiedad que nadie podría aliviar. Por eso, decidió simplemente ignorar esa presencia, sabiendo que su abuelo no tenía intención de ser visto por ella.
Habría regresado a casa para explicarles todo de manera más tranquila si no hubiera sido asignada al cuidado del misterioso niño bajo la supervisión de la enfermera. Gaara-sama era la principal razón por la que médicos, enfermeros y enfermeras se esforzaban al máximo para ver al joven misterioso despertar.
Con todo ya hecho y su tarea limitada a la observación, decidió que sería mejor distraerse con otras cosas.
Ordenar los muebles que habían sido desplazados por las visitas inesperadas, doblar y volver a doblar la ropa del chico, salir a desechar el agua y la flor marchita para regresar con un reemplazo. Realizar estas tareas no le llevó más de cuarenta minutos.
Durante esos cuarenta minutos, el niño seguía respirando sin interrupciones. Tan sereno, como si la ansiedad de muchos que esperaban su despertar se hubiera canalizado en cansancio en su cuerpo.
Involuntariamente, dejó escapar un suspiro. No podía desviar su atención hacia otros pacientes, ya que tal vez no la necesitaran. El edificio estaba abarrotado de pasantes como ella, algunos con buenos y otros con malos intentos de brindar asistencia médica, pero todos eran bienvenidos.
Era más útil dentro de la habitación que afuera. Si algo le sucediera al niño, sería la enfermera a cargo de su supervisión quien recibiría la reprimenda (aunque ella estaba en otra parte, haciendo todo menos supervisarla). Aun así, ella pensó que no eximía su responsabilidad, por lo que no soltó ningún comentario despectivo hacia esa mujer.
— La habitación... — La joven señorita parpadeó un par de veces para aclarar su visión. —
La arquitectura de la Aldea de la Arena se basaba principalmente en piedra y concreto del mismo color, por lo que ella, como una joven nacida y criada allí, no veía la habitación con malos ojos. Sin embargo, notó un breve oscurecimiento en la iluminación del lugar.
Ya de noche, el cuarto estaba iluminado solo por una lámpara en un extremo. La luz exterior fue disminuyendo gradualmente, como si las nubes estuvieran cubriendo la luna, hasta convertirse en una nubosidad momentánea.
Aunque pensó en abrir la ventana para comentar sobre el oscurecimiento, decidió que no era una buena idea. Su trabajo era mantener al chico sano, y no podía arriesgarlo a un posible resfriado. Sin embargo, a pesar de su buen criterio y de moverse con cuidado para no alterar nada de lo que había ordenado, la temperatura de la habitación descendió notablemente.
Inicialmente no estaba fría, pero ahora se podía sentir un calor que helaba la sangre, erizando los vellos de su piel. Un escalofrío le recorrió la nuca, el cuello y la espalda, provocando una agitación involuntaria que la estremeció por completo.
Al observar al chico dormido, notó que su respiración seguía tranquila, pero el sudor en su rostro indicaba que no era una sensación personal. No había otra opción.
Con paso rápido, se acercó a la única ventana de la habitación y la deslizó hacia la izquierda. Fue gratificante sentir la brisa fresca entrar y acariciarle las mejillas. Se apartó como si intentara dirigir el aire frío hacia el chico, cuya cabeza descansaba en la almohada bajo la tenue luz de la luna.
La Aldea de la Arena siempre estaba impregnada de un clima cálido durante el día, pero al
Al anochecer, la temperatura bajaba, haciendo que los habitantes añoraran el calor habitual. Con eso en mente, reacomodó la ventana, deslizándola un poco más hacia la derecha para prevenir un resfriado, dejando una brecha abierta por la que se filtraba un hilo de luz pura que caía directamente sobre el chico dormido.
De repente, un leve crujido, o quizás más parecido a un chasquido, alcanzó sus oídos desde atrás, lo que la hizo voltearse inmediatamente hacia la ventana. Pero, como era de esperar, no había nada allí.
La enfermera entrelazó los dedos, cerrando los puños mientras sus uñas tocaban su palma, un gesto de ansiedad. Sin esperar ningún susto adicional, se acercó más y colocó las manos en el muro junto a la ventana. La luna brillaba con su peculiar tono blanquecino, resaltando contra el oscuro cielo nocturno. Al mirar hacia abajo, notó que las calles estaban desiertas y decidió dejar la ventana abierta.
— Hm. — Murmuró para sí misma, sus ojos fijos en la media luna brillando en el cielo. —
Pero mientras disfrutaba de la vista, una sensación de relajación la envolvió por completo, como si estuviera siendo acariciada por la misma luz lunar. Descansó una mano en el muro junto a la ventana y la otra en la cortina, preparándose para cerrarla después de su breve momento de contemplación.
Sin embargo, ajena al conocimiento de la joven enfermera, un poder inimaginable se estaba despertando a sus espaldas. Partículas diminutas y apenas perceptibles se filtraban por las esquinas de la ventana, debajo de las puertas del armario, por las paredes y debajo de la cama, fuera de su vista hipnotizada.
Las partículas negras se unían en una masa metálica sobre la cama, moviéndose hacia el núcleo de su poder. El sonido chirriante y los chasquidos aumentaban, pero eran inaudibles para el oído ensordecido por la inexplicable hipnosis.
La masa metálica ganó peso significativo y la cama comenzó a quejarse. La máquina que mostraba el control del órgano vital comenzó a emitir pitidos repetitivos, formando un cántico que la envolvía por completo en el mundo luminiscente que se mostraba ante ella.
Algo en el interior de la masa metálica hizo ruido y se movió en protesta, como si estuviera viva y luchara. La persona bajo su poder apenas logró sacar su brazo derecho para mantenerlo alejado del toque del metal.
Con su brazo colgando de un lado de la cama y su mano dando sus últimos movimientos antes de volver a dormirse, la joven enfermera finalmente reaccionó.
El ruido repetitivo de la máquina la despertó y, con un chillido ahogado ante la sorpresa de no haberse dado cuenta antes, se volteó.
Las cortinas aletearon como una última advertencia, mientras la mano que colgaba de la cama luchaba por mantenerse firme, agarrando desesperadamente la forma que estaba debajo de toda esa masa metálica.
Los ojos de la chica se cristalizaron de inmediato, incapaces de emitir sonido más que un grito inaudible. Sus piernas cedieron y lo que sea que estaba viendo crecía, superando su estatura y provocando que las lágrimas brotaran desesperadamente de sus ojos al levantar la vista.
Casi al mismo tiempo, un estruendo ensordecedor retumbó por toda la Aldea de la Arena. Dos augurios malignos se unieron, uno de ellos siendo otro presagio funesto para el mundo.

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