Quetzulkan, tras su extensa travesía por Freljord, finalmente alcanzó las costas orientales de esta helada región. Mientras avanzaba, se encontró con la imponente Ciudadela de la Guardia de Hielo, gobernada por la enigmática Lissandra. El encuentro fue breve, con Lissandra ocupada en sus propios asuntos y Quetzulkan simplemente de paso. Con un mapa en mano y la firme determinación de llegar a Ionia, Quetzulkan decidió que su viaje continuaría por mar.
En la costa, se topó con un bote destrozado. Utilizando su magia de la naturaleza, hizo crecer un árbol que se fusionó con los restos del bote, creando una embarcación única y mágica. Así, comenzó a remar hacia el sureste, con la esperanza de llegar a las tierras jonianas. Sin embargo, la monotonía del remo pronto lo alcanzó. Afortunadamente, se encontró con un barco mercante que viajaba de Noxus a Ionia. Aprovechó la oportunidad para comprar una vela, transformando su viaje en algo más llevadero, ya que ahora solo necesitaba controlar la dirección de su bote.
Pasaron los días y Quetzulkan no veía señales de Ionia. Comenzó a dudar de su rumbo y a arrepentirse de no haber seguido al barco mercante. Los días se alargaron hasta que finalmente, su bote atracó. Al despertar de su sueño, salió del bote y se dio cuenta con sorpresa de que no había llegado a Ionia, sino a una tierra oscura y sombría: las Islas de la Sombra.
El ambiente era opresivo, con una niebla densa y una sensación constante de desolación y tristeza. La vegetación era escasa y retorcida, y el aire estaba cargado de un silencio inquietante, roto solo por susurros lejanos y extraños. Quetzulkan, siempre curioso y valiente, decidió explorar estas tierras siniestras.
A medida que avanzaba, encontró ruinas antiguas y estructuras derruidas, testigos de una civilización que alguna vez floreció pero que ahora estaba atrapada en una maldición eterna. Pronto, se dio cuenta de que no estaba solo. Espíritus errantes y sombras siniestras lo acechaban desde la oscuridad. Entre ellos, una figura se destacó: Hecarim, el Caballero de la Sombra, un centauro espectral envuelto en una siniestra aura de muerte y destrucción.
Hecarim, al ver a Quetzulkan, lo atacó sin previo aviso. La batalla fue feroz, con Hecarim cargando con su poderosa lanza y Quetzulkan defendiéndose con su agilidad y magia. Quetzulkan usó su habilidad para manipular la naturaleza, creando barreras de raíces y lanzando ataques elementales. Sin embargo, la fuerza bruta de Hecarim y su ejército de espectros parecían interminables.
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Mientras Quetzulkan continuaba enfrentándose a los seres de las Islas de la Sombra, se dio cuenta de que sus ataques físicos eran inútiles contra estos entes espectrales. Sus garras y colmillos, aunque formidables en cualquier otro escenario, simplemente atravesaban las formas intangibles de los espectros. Fue entonces cuando comprendió que solo la magia tenía el poder de afectar a estos seres.
La naturaleza opresiva del lugar y el constante peligro lo obligaron a adaptarse rápidamente. Su conexión con la magia de la naturaleza se volvió más profunda, y su control sobre los elementos se hizo más preciso y potente. Las batallas se volvieron una rutina, y Quetzulkan se encontró enfrentando a figuras imponentes como Hecarim, Kalista y Thresh. Cada combate era una prueba de resistencia y habilidad, con Hecarim cargando con su poderosa lanza y Kalista lanzando sus lanzas espectrales con letal precisión. Thresh, con su siniestra linterna, intentó atrapar el alma de Quetzulkan en varias ocasiones, pero la agilidad y magia del vastaya lo mantuvieron fuera de su alcance.
El oponente más formidable fue Karthus, un lich poderoso cuya magia necromántica erosionaba las defensas de Quetzulkan con facilidad. Cada encuentro con Karthus lo dejaba agotado, pero también más resistente, sus escamas doradas brillando con una luz intensa que sorprendía a sus contrincantes.
En medio de estas batallas, Quetzulkan conoció a Yorick, un misterioso hombre que parecía tener un propósito diferente en estas tierras. Yorick no mostró hostilidad y, respetando esa neutralidad, Quetzulkan decidió no buscar problemas con él.
Mientras vagaba por las tierras sombrías, Quetzulkan encontró un aliado inesperado: Maokai, un antiguo treant que, aunque no participaba en las luchas, se mostró amistoso debido a la conexión de Quetzulkan con la naturaleza. Su amistad se forjó en las conversaciones y el entendimiento mutuo, con Maokai proporcionando sabiduría y compañía en ese lugar desolado.
El tiempo pasó, y Quetzulkan se encontró cada vez menos con los habitantes de las Islas de la Sombra, hasta que un día enfrentó al autoproclamado rey, Viego. La batalla fue feroz, y Viego obligó a Quetzulkan a transformarse en su forma de dragón para igualar las fuerzas. Las poderosas garras y el aliento ígneo de Quetzulkan se enfrentaron a la niebla curativa de Viego, quien parecía inmortal. Sin embargo, tras días de combate, Viego se retiró, incapaz de derrotar a Quetzulkan, pero tampoco vencido del todo. Esta victoria parcial otorgó a Quetzulkan la fortaleza necesaria para enfrentar cualquier amenaza de la isla.
Tras un tiempo sin encontrar a nadie, Quetzulkan se topó con una pequeña muñeca, en sorprendentemente buenas condiciones. Aunque una voz interna le aconsejaba dejarla, su curiosidad fue más fuerte. Al levantarla y observarla, la muñeca pareció moverse. Cuanto más la agitaba, más intentaba la muñeca liberarse. Finalmente, haciendo gestos que parecían graciosos para Quetzulkan, la muñeca golpeó suavemente sus dedos, indicando que la soltara. Al hacerlo, la muñeca cayó al suelo, separándose y mostrando un gesto de enojo.
De repente, un destello obligó a Quetzulkan a cerrar los ojos. Cuando los abrió, la muñeca había desaparecido y en su lugar había una joven mujer.
Gwen era una joven de cabello azul y ondulado que caía en cascada sobre sus hombros. Sus ojos grandes y azules brillaban con una curiosidad y una inocencia que contrastaban con el entorno oscuro de las Islas de la Sombra. Llevaba un vestido azul y blanco con detalles dorados, que se asemejaba a los patrones de encaje. En sus manos, sostenía unas grandes tijeras azules que parecían hechas para una gigante. Su apariencia era tanto mágica como etérea, irradiando una energía que parecía desafiar la oscuridad de las islas.
Quetzulkan, fascinado por esta transformación, decidió acercarse a Gwen, preguntándose qué misterios y respuestas podría ofrecer esta joven en un lugar tan desolado.
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Quetzulkan y Gwen, a medida que pasaba el tiempo, se volvieron grandes amigos. Compartían historias y sueños, y aunque Gwen estaba fascinada con el mundo exterior, Quetzulkan, fiel a su promesa a Zoe, nunca mencionó la posibilidad de viajar juntos. En su lugar, describía con vívidos detalles las maravillas de Runaterra: los imponentes paisajes de Ionia, la majestuosidad de Demacia, y los misterios de las Islas de la Sombra. Gwen, con sus ojos grandes y brillantes, absorbía cada palabra, imaginando los lugares que algún día esperaba ver.
Un día, mientras exploraban un rincón sombrío de las islas, se encontraron con una pequeña yordle. Vex tenía una apariencia gótica que contrastaba fuertemente con la naturaleza alegre de Gwen. Su pelaje era de un tono púrpura oscuro, y vestía un abrigo negro con una capucha que casi cubría su rostro. Llevaba una bufanda y botas grandes que arrastraban ligeramente por el suelo. Sus ojos verdes resplandecían con una mezcla de melancolía y apatía, y una sombra inquietante parecía seguirla a todas partes, flotando de manera siniestra a su alrededor.
Vex dijo no tener amigos, mientras que Gwen, con su usual optimismo, insistía en que eran grandes amigas, aunque Vex era demasiado tímida para admitirlo. La dinámica entre ellas era peculiar, pero de alguna manera encajaba perfectamente. Mientras continuaban su camino, Vex señaló algo en la distancia. Quetzulkan y Gwen siguieron su mirada y vieron una batalla intensa desarrollándose.
En un claro de la niebla, un hombre de piel oscura y rastas, vestido con una chaqueta blanca y armadura ligera, luchaba ferozmente, el Purificador, se movía con una agilidad impresionante, disparando ráfagas de energía luminosa desde sus pistolas gemelas. Sus movimientos eran rápidos y precisos, cada disparo apuntando a Thresh, el Carcelero Implacable. Thresh, una figura espectral con una linterna siniestra y una guadaña letal, se defendía con habilidad, lanzando cadenas para atrapar a Lucian y absorber su energía vital.
La lucha era brutal. Las balas de luz del purificador chisporroteaban en la oscuridad, creando destellos que iluminaban brevemente el paisaje sombrío. Thresh, a su vez, balanceaba su guadaña y su linterna, intentando atrapar al purificador en un golpe definitivo. Justo cuando Thresh parecía ganar ventaja, una figura emergió de la niebla: otra purificadora pero que parecía ser familiar del purificador original con el que thresh luchaba. Su presencia fue como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Armada con un cañón de luz, la nueva purificadora se unió a la batalla, sus disparos sincronizados con los del otro purificador. Juntos, la pareja formaba un dúo imparable, sus ataques combinados forzando a Thresh a retroceder, con su energía oscura disipándose en el aire.
Después de la intensa batalla, ambos purificadores se miraron, el alivio y el amor reflejados en sus ojos. Se abrazaron brevemente antes de notar a lo lejos la presencia de tres individuos observándolos. La primera era una joven con cabello azul y un vestido blanco y azul con detalles dorados, irradiando una energía mágica. A su lado, un vastaya enorme que sobresalía por su tamaño imponente de 2.30 metros. Tenía cabello verde que fluía libremente y enormes alas de plumas coloridas, azul y rojo, con una larga cola emplumada que ondeaba graciosamente detrás de él. Junto a ellos estaba una pequeña yordle con aspecto gótico, acompañada de una sombra que parecía cobrar vida propia.
Los purificadores se acercaron con cautela, sus armas listas pero sus posturas no agresivas, al ver que los extraños no parecían hostiles. Quetzulkan, Gwen y Vex intercambiaron miradas, sintiendo una mezcla de curiosidad. Quetzulkan, con su estatura imponente y su aura de poder, inspiraba tanto respeto como intriga. Gwen, con su encanto etéreo y su amabilidad, irradiaba calidez incluso en ese lugar desolado. Vex, aunque tímida y melancólica, tenía un aura de misterio que la hacía igualmente fascinante.
Los dos grupos se encontraron en un terreno neutral, sus miradas llenas de preguntas sin respuesta. Gwen fue la primera en hablar, su voz suave y llena de emoción. "Hola, soy Gwen, y estos son mis amigos Quetzulkan y Vex. No hemos visto a nadie más aquí en mucho tiempo. ¿Quiénes son ustedes?"
Lucian intercambió una mirada con Senna antes de responder. "Soy Lucian, y esta es mi esposa, Senna. Estamos aquí para luchar contra la oscuridad que asola estas tierras. Parecen haber resistido bien en este lugar. ¿Cómo han llegado hasta aquí?"
Quetzulkan, tomando la iniciativa, explicó brevemente su viaje y las batallas que habían enfrentado. "Estamos aquí por accidente, pero hemos sobrevivido gracias a nuestra fuerza y determinación. Es un lugar peligroso, pero no estamos solos."
Senna, observando a Gwen y Vex, sonrió suavemente. "Es bueno ver que incluso en un lugar como este, hay espacio para la amistad. Quizás juntos podamos encontrar una manera de hacer frente a la oscuridad."
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Quetzulkan continuó su travesía, y Lucian y Senna abandonaron las Islas de la Sombra, llevándose consigo a una Gwen muy contenta de poder ver el mundo exterior. Quetzulkan y Vex se quedaron en las islas, vagando por sus oscuros parajes. Mientras él exploraba las ruinas en busca de recuerdos, Vex permanecía a su lado, en silencio la mayoría del tiempo. La interacción entre ellos era peculiar: Quetzulkan intentaba iniciar conversaciones, pero Vex respondía con sarcasmo y cinismo, resistiéndose a la amabilidad de Quetzulkan. Sin embargo, poco a poco empezó a abrirse, apreciando en secreto la bondad que él le mostraba, aunque su pesimismo y cinismo seguían presentes.
Un día, Vex notó con preocupación que Quetzulkan solo comía carne seca y en pequeñas cantidades. Con su habitual tono sombrío, le preguntó por qué comía tan poco. Quetzulkan rió suavemente y le aseguró que, como vastaya, podía sobrevivir sin comer durante meses. Pero la preocupación de Vex no disminuyó. En un raro gesto de timidez, le ofreció comida que guardaba, probablemente gracias a su magia yordle. Quetzulkan aceptó con una sonrisa, agradecido por el gesto.
Con el tiempo, Quetzulkan demostró ser comprensivo y compasivo con Vex. Y a su vez vex mostro ciertos gestos de afecto que eran sutiles: un tono más suave, una mirada cálida, o un raro momento de sinceridad. Vex, a pesar de su naturaleza sarcástica y cínica, empezó a aceptar y apreciar a Quetzulkan. Aunque sus comentarios seguían siendo mordaces y, a veces, hirientes, Quetzulkan los tomaba con buena actitud y comprensión, lo cual era una novedad para Vex.
Poco a poco, Vex comenzó a desarrollar sentimientos por Quetzulkan. Sus pensamientos estaban llenos de confusión, ya que su naturaleza pesimista le hacía dudar de la posibilidad de ser amada y de amar a alguien. Aunque no quería aceptarlo, ya lo había hecho indirectamente. Vex no era del tipo que confesaba sus sentimientos abiertamente; sus acciones hablaban más fuerte que sus palabras. Mostraba preocupación por Quetzulkan, lo ayudaba y defendía en situaciones difíciles, y pasaba tiempo con él sin rechazar su compañía como lo haría normalmente con cualquier otro.
Un día, mientras caminaban por las ruinas, Quetzulkan se detuvo de repente. "Vex," dijo suavemente, "creo que es tiempo de continuar mi viaje. Hay muchas tierras que aún no he explorado." La tristeza que Vex sintió en ese momento era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. No quería que Quetzulkan la dejara. Esperaba, en lo más profundo de su corazón, que él la invitara a acompañarlo. Pero las palabras no salieron. Se despidió de él con una sonrisa triste, mientras sus pensamientos la abrumaban.
Vex reflexionó sobre cómo Quetzulkan la había tratado con amabilidad y comprensión, a pesar de su cinismo y comentarios hirientes. Se culpaba, pensando que nunca se enamoraría ni sería amada de igual manera. Mientras se sumía en su tristeza, su sombra, mostrando un raro gesto de iniciativa, la levantó y corrió hacia donde estaba Quetzulkan. Él, ajeno a los sentimientos de Vex, ya estaba por zarpar en su bote. Al ver algo acercarse rápidamente, pensó que sería un enemigo, pero resultó ser la sombra de Vex, una criatura extraña que él asumió era parte de la magia yordle.
La sombra, con gestos, explicó que Vex estaba dormida y necesitaban transporte. Quetzulkan, sin pensarlo mucho, aceptó a sus pasajeros, sin considerar que podría estar rompiendo la promesa que hizo a Zoe de no tener otro compañero de viaje.
El viaje continuó, y cuando Vex despertó, se sintió mareada. Al darse cuenta de que estaba en alta mar y ver a Quetzulkan durmiendo cerca, su corazón se aceleró. Pensó que era un sueño creado por su mente para escapar de la realidad. Se acercó a él con cautela y, sintiendo una mezcla de alivio y ternura, se acurrucó junto a él. Quetzulkan, con su gran tamaño, proporcionaba una calidez y protección que Vex no había experimentado antes. Mientras se acomodaba, sintió una paz que nunca antes había conocido.
Vex observó a Quetzulkan mientras dormía. Sus facciones, normalmente tan fuertes y decididas, ahora parecían relajadas y serenas. Sus alas, plegadas a su lado, se movían suavemente con cada respiración. En ese momento, Vex se dio cuenta de cuánto significaba Quetzulkan para ella. No era solo un compañero de viaje; era alguien que había cambiado su mundo, alguien que había tocado su corazón de una manera que ella nunca pensó posible.
Mientras estaba acurrucada junto a él, Vex pensó que no quería despertar de ese sueño. Quería quedarse así para siempre, en los brazos de alguien que la aceptaba tal como era, con sus defectos y su cinismo. Y aunque su naturaleza pesimista le hacía dudar de la posibilidad de un futuro juntos, en ese momento, se permitió soñar. Se permitió creer que quizás, solo quizás, podría haber un lugar para el amor en su vida.
Así, mientras el bote navegaba por las tranquilas aguas, Vex y Quetzulkan compartieron un momento de paz y conexión. Y aunque el futuro era incierto, en ese instante, estaban juntos, y eso era todo lo que importaba.