Astaroth inspeccionó la cara enojada de Antonio mientras este se lanzaba hacia él. Podía adivinar por su postura que esta carga era temeraria.
El hombre ya había perdido todo atisbo de pensamiento lógico y calma.
Esto encajaba perfectamente en los planes de Astaroth. Podía tener a este toro furioso dando vueltas durante días, estaba seguro de ello.
Cuando Antonio finalmente llegó a él, Astaroth solo desplazó ligeramente su cuerpo para esquivar el gran hacha que venía desde arriba. Luego giró sobre sí mismo, equipándose su espada larga y empuñándola con ambas manos, cortando la espalda del hombre.
Un corte en la espalda era la mayor vergüenza de un guerrero, y Astaroth suponía que este simplón se adscribía a esta mentalidad. Y como prueba, el demonio ruso bramó de furia al darse la vuelta.
—¡Deja de correr alrededor, cobarde! ¡Dijiste que me pelearías como un hombre! —gritó.