Kaizan despertó, aturdido al día siguiente por la tarde. No veía a Olivia a su alrededor. Eso amargó su humor. Las luces verdes y relucientes a su alrededor comenzaron a disiparse en el momento en que abrió los ojos. Para cuando se sentó con los pies en el suelo, todas se habían desintegrado con suaves sonidos de estallido. Agradeció mentalmente a Íleo por venir tan pronto como fue convocado. Con un suspiro cansado, se levantó y caminó hacia el baño, extrañando ya a su esposa. ¿Dónde estaba ella? ¿Lo había dejado? No podía ser. Su olor estaba fresco en la cama, en el baño, en todas partes...