Usando su mano ya levantada, chasqueó los dedos para que otra pared se llenara de fuego que previamente no estaba en las antorchas —¿Práctico, verdad? —preguntó el Padre Antonio, avanzando hacia el centro de la mesa con las velas que estaban colocadas en el centro de esta. Algunas que ardían mientras que otras no estaban encendidas.
Como si quisiera darles a ambas brujas el espacio que necesitaban, Damien no se molestó en tomar asiento en la mesa. En cambio, caminó hacia el otro lado de la pared que estaba llena de libros. Eran libros antiguos que debían haber formado una mini biblioteca aquí abajo, ya que no se conocía que las brujas viajaran fuera de la zona no solo debido a la vigilancia que el consejo mantenía sobre ellas, sino también porque algunas temían lo que podría sucederles con su identidad expuesta al mundo exterior.