Un hombre avanzaba por los pasillos del Inframundo, su rostro completamente inescrutable. Solo su presencia era suficiente para indicar su furia y rabia que podrían derribar todo el edificio. Un pisotón suyo podría hacer temblar a todos sus enemigos en sus botas. Nadie iba a salir ileso de su locura. Todos terminarían ardiendo y gimoteando en el Infierno. De una forma u otra, se derramaría sangre, y primero sería succionada de un hombre que debería haber muerto hace mucho tiempo.