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Él la observó de reojo cómo su largo cabello se balanceaba mientras comenzaba a alejarse, y cómo no volvía la mirada hacia él.
Su relación acababa de mejorar y él temía que ella volviera a cerrarse emocionalmente. La siguió caminando pero se detuvo en seco cuando ella volvió a hablar, esta vez, su voz cargada de tristeza.
—No soy una buena mujer. De hecho, soy una mujer horrible. No fueron solo pensamientos malvados. He hecho cosas que van más allá de lo que puedas imaginar. He usado a personas y las he traicionado. Tengo sangre en mis manos, sangre que nunca se irá. No... No soy una buena persona —de repente, se giró, esta vez, ya no era dócil. Sus ojos eran fieros y aunque sonaba emocional, no estaba al borde de las lágrimas.