Lágrimas delicadas rodaban por el rostro velado de Seren mientras escuchaba los trágicos secretos tras la familia real, sus ojos morados como gemas incapaces de apartarse de la amarga sonrisa en el envejecido rostro de la Gran Dama Teodora.
Ninguna de ellas parecía haberse dado cuenta de que el sol ya se había puesto y el invernadero se había oscurecido considerablemente mientras intentaban encontrar consuelo silencioso en la presencia de la otra. Las lámparas dejadas atrás por los sirvientes atentos proyectaban sombras tenues en los rostros de las damas.
Aunque la anciana narraba la historia como si fuera una completa extraña en el relato, era evidente que el dolor que había enterrado en lo profundo de su corazón estaba siempre presente. Aunque habían pasado décadas desde entonces, quizás las heridas del pasado quedaban en todas las personas afectadas, incapaces de sanar verdaderamente.