—Ugh... —Cielo se quejó en cuanto recuperó la conciencia. Aún tenía los ojos cerrados, pero su rostro se arrugó, obligando a sus ojos a abrirse.
—¿Dónde estoy? —se preguntó mientras el techo poco a poco se volvía más claro, reconociendo su extrañeza. —Ay, ay. Mi costado...
Sus ojos se abrieron de golpe al darse cuenta de que no estaba en el dormitorio principal. Intentó levantarse por instinto, todavía un poco confundida, solo para sentir una mano presionar suavemente su hombro hacia abajo.
—No te levantes —aconsejó Sebastián con una voz tranquilizadora, haciendo que Cielo dirigiera su atención hacia él. —Estás en el hospital — ahora estás a salvo.
Su voz era calma y sus ojos eran suaves como si estuviera aliviado más allá de las palabras. Cielo frunció el ceño, aún un poco confundida por la medicación en su sistema.
—Cierto... —pensó, balanceando mentalmente su cabeza. —Me apuñalé yo misma.