Un diluvio de lluvia se derramaba sobre el Castillo de la Tormenta mientras nubes ominosas gruñían en el cielo, dificultando que la princesa Emily conciliara el sueño. Con la ardiente chimenea como la única fuente de luz en la habitación, ella la observaba desde debajo de su manta. La noche era más tormentosa que los dos días anteriores de su estancia, casi como si pusiera a prueba su valentía frente a la oscuridad envolvente en la habitación.
Las cortinas permanecían cerradas, ocultando la ventana por la cual los intermitentes destellos de rayos intentaban proyectar sombras inquietantes de los objetos de su habitación, pareciendo amenazarla.
Cuando el trueno golpeó cerca, el corazón de Emily se infló de inquietud. Se susurró a sí misma,
—Quizás debería ir a buscar las velas. Había pasado más de una hora desde que se había acomodado en la cama, y la inclemente lluvia no mostraba señales de detenerse pronto.