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Sin embargo, la diversión fue efímera porque unos pasos más tarde, la niña se volvió y dijo tímidamente —Pero creo que eres un buen tipo, Señor Gabriel. Así que, te diré mi nombre. Soy Arabelle.
El rostro de Gabe se descoloró al escuchar el nombre, y su corazón se hundió como una piedra. Jack, que había estado observando en silencio, casi se atraganta con su jugo. Lanzó una mirada a la pálida cara de Gabe y murmuró entre dientes —¡Maldita sea! ¿Qué cruel giro del destino es este?
La niña, notando sus reacciones pero sin entenderlas, frunció sus labios y fijó su mirada en Gabe —¿No vas a decir que tengo un nombre bonito? Todos siempre dicen eso.
Jack intercambió una rápida mirada con Gabe, luego se aclaró la garganta, intentando disipar la tensión —Bueno, Arabelle, es un nombre encantador, no cabe duda de eso. Ahora, ¿por qué no te llevo de vuelta de donde viniste antes de que esas tortitas se echen a perder? Por cierto, soy Jack.