Seb entró al edificio de la oficina con toda la gracia de un toro en una tienda de porcelana. Era tarde en la noche, así que afortunadamente los pasillos estaban desiertos y Seb podía respirar con calma. Sin embargo, al entrar al ascensor, se sorprendió al ver al guardia de seguridad de pie adentro.
—¿Por qué sigues aquí? —preguntó Seb, frunciendo el ceño al escuchar su propia voz resonar en la quietud.
El guardia de seguridad levantó la vista de su puesto, con una expresión cansada pero atenta. —Demon Frost todavía está en su oficina —respondió con naturalidad.
Las cejas de Seb se elevaron de sorpresa al escuchar el apodo de Demetri. —¿En serio?