Dejando que ella hiciera las cosas, Nathaniel miraba fijamente hacia el cielo como si no tuviera nada que ver con lo que aquella chica estaba haciendo con él, todos sus sentidos se sentían entumecidos para sentir algo.
Las voces del pasado comenzaron a resonar en su mente cuando su yo joven las escuchaba detrás de la puerta cerrada de la cámara de su madre.
—Noel, ¿por qué me haces esto? —la voz llorosa de su madre le punzó el corazón—. Ya tenemos un hijo, ¿por qué quieres que sufra de esta manera? Esto no está bien. No lo haré. Te lo suplico, no... por favor...
—Ya lo has hecho una vez, puedes hacerlo de nuevo —la voz fría de Noel también se escuchó—. Quiero otro niño y tú tienes que hacerlo.
—No por favor, te lo suplico. No puedo...
—Deja de llorar y haz lo que digo, o no me culpes por ser cruel. Nathaniel...
—No, no le hagas daño. Haré lo que dices.