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| CAPÍTULO DOCE. |
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Con aquellas palabras dichas, una cegadora luz de un violeta demasiado claro comenzó a rodearla sorprendiendo a los ex capitanes. ¿Qué era eso?
Aizen miró con asombro a la mujer enfrente de él. ¿Dónde había quedó la Tara Kobayashi tan tímida y torpe del pasado?
—Sorprendente— sonrió observando detenidamente a la teniente.
—Pagarás por todo Sōsuke Aizen— interrumpió la pelinegra con molestia mientras se acercaba veloz al castaño.
—Es muy engreído de tú parte creer que podrás derrotarme— sonrió con arrogancia el rey de Hueco Mundo —Para mí desgracia, tengo que marcharme. Es momento de que el plan comience.
Una garganta fue abierta por Tōsen, el cual se mostraba serio ante esa escena. Antes de que Tara pudiera atacarlo, ambos desaparecieron atravesando aquella garganta hacía un lugar desconocido.
La teniente soltó su Zanpakutō corriendo hacía el cuerpo de su amado, el cual ya se encontraba rodeado de un charco de sangre.
—Ta...Tara— sonrió el peliblanco mirando a su amada.
—Gin, por favor resiste. La capitana Unohana te ayudará— habló atropelladamente la pelinegra mientras abrazaba el cuerpo herido del ex capitán.
—Tara... Nunca olvides...— la voz comenzaba a cortarse —Nunca olvides que te amo— susurró dirigiendo su débil mano hacía la mejilla húmeda de su amada.
Las lágrimas caían, ¿por qué? ¿Ahora la volvería a abandonar?
—No Gin. Por favor, no te vayas— dijo en un sollozo desesperada.
Se aferraba al cuerpo herido de aquel peliblanco. Gin sonrió mirando a la mujer que amaba frente a él, le causaba un gran dolor verla sufrir por su culpa.
Su muerte era inevitable, Aizen había logrado con aquel corte perforar uno de sus pulmones. No respiraba bien y eso comenzaba a afectar su organismo.
—Pe... Perdón.
Aquellas palabras fueron las últimas del peliblanco, cosa que alteró a la teniente. Su Reiatsu comenzaba a elevarse ferozmente, alertando a los capitanes que se encontraban en Hueco Mundo.
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Unohana atendía a la Kuchiki menor siendo observada por un serio noble de cabellos negros.
—No debe preocuparse Kuchiki-san— dijo mostrándole una linda sonrisa.
—No estoy preocupado— murmuró con leve molestia mientras miraba hacía alguna otra parte de aquel desértico lugar.
Entonces aquel inmenso Reiatsu se hizo presente alertando a los capitanes.
—Esa es la teniente Kobayashi— habló con sorpresa la teniente del cuarto escuadrón.
—Kotetsu-chan, Kuchiki-san. Por favor vayan a ver qué pasó, yo me quedaré aquí para seguir curando a Rukia-chan y Hanataro-kun— ordenó la pelinegra.
Ambos capitán y tenientes asintieron ante las palabras de la cabeza de la división cuatro, su velocidad era rápida tenían que llegar con aquella mujer lo más rápido posible.
Y cuando la vieron, la sorpresa se reflejó en sus rostros.
—Ay dios— murmuró la teniente de corto cabello blanco mientras corría atender al ex capitán.
Podría ser un traidor, pero, al ver a su amiga así de destrozada. No podía hacer nada más que salvar al hombre del que estaba enamorada.
—Por favor Kotetsu-chan, por favor sálvalo— suplicó la pelinegra entre sollozos mientras por petición de la peliblanca se alejaba.
El ambiente era tenso, pues el Reiatsu de la teniente no se había estabilizado. Estaba tan devastada que poco le importaba atraer a los demás Arrancars y espada que seguían con vida.
—Tranquila Kobayashi-chan. Ichimaru estará bien— habló la teniente que curaba las heridas de un moribundo peliblanco.
Quería que su compañera se tranquilizará. Pero le era imposible hacer algo como eso en esa situación tan delicada.
¿Qué haría ella si estuviera en el mismo lugar que la pelinegra?
Probablemente también lloraría y se desesperaría por aquella situación. Sabiendo que la persona que más ama está entre la vida y la muerte.
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