—¿Eres... eres real? —La voz de Alicia se quebró en su incertidumbre. No se volvió para mirar a la persona que la abrazaba por detrás, temiendo que pudiera ser nada más que una alucinación nacida de su desesperado deseo de verlo de nuevo. Estaba segura de que no había conseguido abrir las puertas todavía.
—Lo soy, Alicia. —Su voz baja y ronca envió vida surgiendo en su moribundo corazón—. Gírate. Mírame, mi esposa... —susurró mientras su mano se movía lentamente hacia la suya.
Alicia tembló y sus lágrimas estallaron en un nuevo diluvio cuando se giró para enfrentarlo. Al ver esa cara familiar y amada mirándola de vuelta, extendió sus manos y tocó desesperadamente su cara. Él era real. Él era...