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Fue una dicha.
Caña observaba a Iris amamantar a su primogénito, mientras él sostenía a su segundo hijo. Los pequeñitos apenas tenían un día de nacidos, pero ya podían distinguir cuál de los dos era el espíritu más activo que Iris había visto.
El primogénito se despertó varias veces anoche, haciendo ruiditos de bebé, lo que despertaba a Caña e Iris, mientras que el segundo dormía toda la noche y solo se despertaba cuando tenía hambre, pero después de eso volvía a dormirse.
Como ahora, el primogénito estaba lactando de Iris, mientras hacía unos soniditos; también había abierto sus ojos y no fue una sorpresa cuando vieron un par de ojos dorados que les devolvían la mirada, mientras que el segundo se contentaba con poder dormir con el estómago lleno.
Caña miraba a Iris, quien arrullaba al bebé, mientras este hacía ruiditos, como si le respondiera. Se sentía como un sueño, algo que ni siquiera se atrevía a imaginar hace un año.