Al principio, fue Leane y luego Mason, pero después apareció Gerald y todos los alfas que Cane había matado. Lo rodearon, lo abrumaron con los recuerdos de lo que le habían hecho.
Y de repente, su entorno cambió. El fuego que había visto se atenuó. Mason, Gerald y todos los alfa habían desaparecido, dejándolo solo y Cane se encontraba acostado en la cama. La cálida luz del sol se filtraba por la ventana, mientras los pájaros cantaban.
A lo lejos, podía oír el sonido de los niños riendo, le era muy familiar uno de ellos, reconoció su risa distintiva. Era Rora. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había oído su risa.
Cane abrió los ojos, frunció el ceño cuando se dio cuenta de que estaba en su propio dormitorio. El techo le resultaba familiar, también todo lo que había a su alrededor.