Lith pasó sus días sumiéndose en su trabajo para no pensar en las muchas cosas que había perdido. Aparte de su venganza en Orpal, no quedaba mucho en su vida. Todo lo que había trabajado y construido durante los últimos 19 años había desaparecido.
Aparte de la torre y lo que había almacenado dentro de la dimensión de bolsillo, no le quedaba más que su nombre.
El Desierto era una jaula dorada donde pasar el tiempo, pero una jaula al fin y al cabo.
La gente a la que le importaba vivía en el Reino. Todos los días, Faluel, los Ernas, Vastor, luchaban en el campo de batalla mientras él estaba atrapado en el palacio de Salaark. Thrud y Orpal, la gente que odiaba, también estaban en el Reino, fuera de su alcance.
Además, hasta que Friya encontró un momento de respiro de sus deberes como aprendiz, la Franja tendría que esperar.
—¿Mi tercera vida va a ser como la primera? —Pensaba cada vez que dejaba de trabajar—. ¿Comenzando y terminando con venganza?