El apetito de Kelia nunca parecía disminuir, pero su plato seguía llenándose, así que no le importaba. Después de un tiempo, cuando el dolor había desaparecido por completo y su hambre estaba bajo control, comenzó a cuestionar la naturaleza de su milagrosamente conveniente nuevo amigo.
—¿Eres mi hada madrina? —preguntó.
—Tu hada padrino, para ser precisos. —Dusk respondió.
—Claro, ¿y dónde has estado toda mi vida? —dijo Kelia con una mueca.
Era una de los muchos huérfanos del Imperio. No tenía idea si sus padres habían muerto o si su madre la había abandonado. Todo lo que sabía era que una vez que cumplió ocho años y la luz en sus ojos permaneció naranja oscuro, su vida se había dado vuelta.
El Imperio cuidaba mucho de sus niños, esperando que crecieran para ser poderosos magos. Los orfanatos eran instalaciones de vanguardia donde los niños estaban bien alimentados, escolarizados y cuidados.