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36% Katu: la bruja de la isla / Chapter 9: 8: ERES UN MONSTRUO

章 9: 8: ERES UN MONSTRUO

«Illapa, Kajya, Kasa, Para, Waira, Riti y Chijchi…

Rayo, trueno, helada, lluvia, viento, nevada y granizo. Hijos míos, es hora de reclamar nuestra casa»

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*** Las fuerzas marinas han sido movilizadas y se encuentran en posición para el rescate de los sobrevivientes de la isla. A partir de esta noche, iniciaremos operaciones aéreas para garantizar la seguridad y el bienestar de aquellos atrapados. La solidaridad y el trabajo conjunto son fundamentales en momentos como este. Juntos, superaremos este desafío y garantizaremos que ningún ciudadano quede atrás. Gracias.***

Las palabras salían de una radio de una minivan escolar en movimiento en el pequeño desierto de la isla en plena noche. Tenía varios golpes en la parte delantera y sus ventanas traseras tapadas por periódicos.

Su radio apenas se escuchaba al exterior, pero la emoción que salía de la boca de ese grupo de oficinistas se hizo eco. 

— Todos callense — dijo un hombre en el volante, hacia varios otros oficinistas.

Aunque no lo escucharon y siguieron con la alegría, ese ambiente se vio interrumpido cuando una gran ventisca empujo la minivan. Rodando por la arena hasta que terminó revolcada con las llantas al cielo. En silencio por un largo tiempo, hasta que una mujer salió a gatas, llena de heridas y sangre viajando por su rostro.

Una mujer que bota sangre. Peleó con fuerza por unos segundos, hasta que más sangre salió de su boca. 

Estaba a punto de rendirse, cuando escucho:

—Te ayudaremos.

Eran tres hombres. Tres curas.

— Ven con nosotros.

Ella ni siquiera lo pensó, estiró su mano para ser rescatada, mientras que a unos metros de ellos, una serpiente desaparecía bajo la arena.

Mientras tanto, en la seguridad del carro de Andrés. Se escuchaba al doctor hablar por la radio, junto a un poco de estática que sólo hacía crecer la incertidumbre en la vaga expresión cansada de cada uno.

"Antonio Rodríguez vino a mi casa el día de ayer. Por cierto, no vengan, escaparon. Antonio, con treinta años, parecía de buena salud, sin ninguna enfermedad visual o las que no, sin trastornos y comía bien. Pero, aún con eso, se convirtió en un monstruo"

"Estoy empezando a creer que no se trata de un virus. Tal vez es hipocondría compartida, pero… a decir verdad, Antonio por horas había estado hablando consigo mismo, no sé si tenía alucinaciones. Pero, una hora antes de convertirse, estuvo viendo a la nada y luego, sangro por los ojos y nariz". 

"Tengan cuidado con quienes tengan estos síntomas: hablar solo, ver a la nada, cuando la nariz o sus ojos sangran y sobre todo, nistagmo. Es cuando los ojos se mueven rápido. Si alguien está con ustedes y tiene alguna de estas condiciones, corran lejos… ¡NO! MIERDA, antonio quiere entrar"

Después de sus palabras, la estática volvió. Siendo apagado en segundos. Mientras el carro avanzaba por las calles descuidadas y rotas de la ciudad. Daniel, que dejó de ver la radio, volvió con su tía. Concentrada en las primeras calles de la ciudad. 

— ¿Escucharon eso? — preguntó ella, regresando a la ventana.

— ¿Qué cosa? — Daniel apretó sus puños con cierta confusión y tal vez, miedo.

En el momento que el carro pasó por una calle, Kaia se veía más interesada. Viendo hacia un monstruo ocupado comiendo del cuerpo de otro monstruo más pequeño.

« Si era un monstruo » pensó ella, mientras un sonido agudo cubría su oído. El tinnitus normal pegado en su oído, parecía una señal que empezó a recaer cuando se alejaron de esa ruta.

« ¿Cómo pude escucharlo? » Estaba a punto de encerrarse en su mente, cuando escucho a Andrés hablar.

—De acuerdo, haremos esto.

De pronto, la voz de Andrés la hizo voltear.

— Busquemos algo que comer y luego, nos iremos al puerto San Marco — explicó — Nathaniel y yo iremos al supermercado. Kaia, te confió el carro. Y tú, Nath. La carabina. Recuerden que las pistolas están atrás.

Andres entregó el arma, y ​​la mano del castaño dudó por unos segundos mientras se acercaba a tomar.

Ese movimiento fue visto por Daniel, una simpleza en pleno apocalipsis, que su joven mente logró comprender. Pero no dejaba de tener miedo, por no volver a su hogar en la capital.

De pronto, sacudió su cabeza. 

De algún modo, se sentía mal. Durante mucho tiempo pensó en sacar su curiosidad sobre los misterios de la isla, pero cada día que pasaba en esa mísera llamada nueva realidad, su curiosidad era reemplazada por agobio y arrepentimiento. Se encontraba entre la espalda y la pared. Personas convertidas en monstruos y una bruja que quería a Kaia. 

Pero, ¿Por qué? Era su pregunta, porque una leyenda como esa iba en contra de esa persona tan especial para él, esa persona que le enseñó a correr y crear esas raras ideas que lo convirtieron en un intelectual.

«No es justo.»

Después de unas horas, Kaia posaba sus manos en el volante de cuero a la espera de Andrés y Nathaniel. Ambos en busca de comida en el interior de ese supermercado, Andrés en la zona de procesados ​​y Nathaniel, guardando en secreto los pocos ajíes en buen estado.

— Señor Andrés, tal vez deberíamos empezar a plantar frutas — dijo el castaño, mientras guardaba ajíes en una bolsa.

— ya te dije que me tutees — respondió enseguida, mientras guardaba cuatro latas y caminaba a él — por cierto, necesito hablarte de algo importante.

La mirada de Nathaniel se volvió atenta. La seriedad de Andrés lo dejó intranquilo. Asintió y tragó saliva, preparado.

De repente, el claxon del auto sonó, resonando como una sirena en la quietud del supermercado. Antes de que pudieran reaccionar, los muros traseros del edificio se quebraron con un estruendo ensordecedor. Dos monstruos gigantes se enzarzaban en una feroz pelea, desgarrándose extremidades entre sí. Fragmentos de concreto y estantes volaban por los aires mientras la sangre de los monstruos manchaba las paredes y los productos.

— ¡Corre! —gritó Andrés, su voz cortando el aire lleno de polvo y escombros.

Nathaniel y Andrés se lanzaron hacia la salida, esquivando los cascotes y deslizándose por el suelo cubierto de productos caídos. El estruendo de la pelea de los monstruos resonaba a sus espaldas, cada golpe sacudiendo el edificio entero. Mientras corrían, tropezaban con charcos de sangre espesa y trozos de carne monstruosa, pero no se atrevieron a mirar atrás.

— ¡Por aquí! — gritó Daniel desde la puerta, manteniéndola abierta con desesperación — ¡El carro está listo!

Andrés desenfundó su arma, preparándose para cualquier eventualidad mientras un temblor sacudía el suelo bajo sus pies. Un trozo del techo, debilitado por la batalla de los monstruos, se desplomó, separando a los dos gigantes en un derrumbe estruendoso y permitiendo que los otros dos escaparán.

Mientras tanto, Kaia sintió un regresar en sus oidos, perpleja por el dolor sus manos sudaban sobre el volante de cuero negro. 

"¡¡Ssssssss! " 

Es lo que escuchaba, sin comprender a donde ver. 

"tú, ¿también eres mi mamá?" Escuché de arrepentimiento. No estaba segura cuantas veces había escuchado a esa voz infantil decir lo mismo. Una extraña combinación de miedo y melancolía nublaba sus sentidos. 

Aterrizando a la realidad cuando, las puertas del carro se cerraron con un gran golpe. Escuchó a los monstruos rugir, comenzando con un extraño tinnitus que la hizo sacudir su cabeza. 

— ¡CONDUCCIÓN! —grito Andrés.

El carro arrancó. Corrió por varias cuadras, dejando atrás cadáveres y monstruos entretenidos peleando entre sí o tratando de capturarlos.

Después de varios kilómetros, su cabeza se inundó por un zumbido.

— A la derecha — ordenó Andrés — tengo un departamento 

Kaia no hizo caso, siguió de frente haciendo que los tres pudieran ver a un monstruo comerse a otro.

Andrés se quedó en silencio, sorprendido por los monstruos.

— ¿Cómo lo supiste? — preguntó él, sujetando nerviosamente el arma.

Kaia negó.

— ¿Cómo que no? ¡ESTACIONACIÓN! —ordenó.

Kaia no demoró mucho tiempo en hacer lo que dijo. Frente a una florería, Andrés salió del carro, y se acercó al asiento del conductor. Refunfuñaba con su cien arrugada y casi mascando su propia lengua, grito. 

—¡¿Cómo lo supiste?!

Abró la puerta de piloto con fuerza, viendo con sorpresa los ojos grises de la joven tornarse por un segundo desiguales. Como si estuviera vibrando o tal vez, pixelado.

— Mierda — chasqueo a Andrés y jalo del brazo a la joven. 

Con toda la fuerza que llevaba en su cuerpo de tres horas de gimnasio diario, fue fácil descargar su ira contra ella y lanzarla a la calzada.

Un poco brusco a la vista de los otros dos chicos.

— Ya me tienes harto — gruño enojado, al verla alterada y buscando donde ver — ¿que mierda ves? ¿acaso te estás convirtiendo? 

En aquel momento, sólo explotó.

— ¡Eres un monstruo! —grito Andrés.


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