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62.5% 13 de la mala suerte / Chapter 5: El primer día de clase

章 5: El primer día de clase

Por fin llegó el lunes y con ello el primer día de clase, aunque yo, sin móvil, no me había dado cuenta de que hora era.

—Ya es hora de…

A duras penas escuchaba las palabras de mi madre, mi cama me tenía presa entre sus brazos y no quería soltarme, estaba encadenada a ella hasta que mi madre tomó la sabana y con mucha fuerza tiró de ella, haciendo que cayera al piso.

—¿¡Hasta cuándo piensas seguir durmiendo!? —Gritó.

—Hasta año nuevo, si es posible.

—Que graciosa. ¡Levántate!, tienes que arreglarte.

—¿Para qué?

—El instituto —respondió con seriedad.

—La cama me parece una mejor opción —refunfuñé, tapándome de nuevo.

—Celeste, tienes diez segundos para levantarte —ordenó ella, y eso me despertó de verdad.

—El instituto, es verdad —me senté rápidamente sobre mi cama. Siempre es mejor evitar hacer enojar a mi madre—. Tengo que ir a estudiar para ser una mejor persona y salir de la pobreza.

—Así me gusta, esa es la actitud.

La verdad es que nunca he sido capaz de discutir con mi madre. Una vez que empieza con la cuenta atrás nadie, ni Dios, se salva de ella.

Tras una buena ducha bajé al comedor a desayunar. Mis abuelos, como de costumbre, se habían marchado ya a atender su negocio, por lo que solo estaban mis padres. Mi mamá preparaba el desayuno mientras yo tomaba un gran sorbo de café.

En eso mi padre preguntó:

—Cielo, ¿ya viste las noticias sobre la ciudad?

—¿Cuáles? —contestó ella.

—Las que aparecen en la aplicación de Azuha.

—Aún no. Tú sabes que no soy buena para esas cosas. Soy del estilo analógico, de la vieja escuela.

—Bueno, aquí dice que hubo una corrida de toros y que algunos se escaparon. Al parecer anduvieron por toda la ciudad.

—¿Toros? ¿Aquí?

—Sí —intervino mi papá mientras mordía una tostada—. Hasta mencionan que un oso se escapó de un circo local.

Escupí el café. Había omitido todo lo ocurrido con Miles los días anteriores y, aunque era consciente de la sección de noticias de la app, el que mi padre lo mencionara así de repente me sorprendió.

—¿Estás bien, amor? —me preguntó mi padre.

—Sí, disculpa. Me sorprendió que mencionaras un oso, todos saben que aquí no hay osos.

—Pero, hija... No nos asustes de ese modo —exclamó mi madre.

—Lo siento.

—¿Cómo es eso del oso que escapó? ¿Ya lo atraparon? —preguntó mi madre.

—Aquí dice que sí —respondió mi padre observando su celular.

—Las calles se han vuelto peligrosas estos días. Tienes que andar con mucho cuidado Celeste.

—Sí, mamá, ya lo sé.

—¡Por Dios! Imagínate si te lo hubieras encontrado, habría podido pasar una desgracia.

—Sí, una terrible desgracia, ja, ja, ja —me reí nerviosa, intentando hacerme la despistada, para que no me preguntaran sobre el tema.

Volví a dar un sorbo a mi café. Mi madre trajo el resto de mi desayuno y finalmente se sentó.

En eso, mi papá alzó la voz:

—¡Mira! Este chico se parece a Miles… estoy seguro que es el, aquí dice que fue atropellado.

Volví a escupir el café.

—¡Celeste! —mi madre me reprendió enseguida—. Deja de hacer eso, no es gracioso.

—Lo siento, no fue mi intención…

—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó papá.

—Sí, sí, no se preocupen.

—¿Dijiste que atropellaron a Miles…? Déjame ver —dijo mi madre.

En eso, mi padre le pasó su celular y mi madre observó la foto con atención. Al cabo de unos segundos, compartió con nosotros su veredicto.

—No puede ser Miles, te confundiste. Después de recibir tal golpe debería estar en un hospital y Miles no está herido.

—Mamá tiene razón, es imposible que sea Miles —la apoyé yo.

—Bueno, si ustedes lo dicen —se rindió papá—. Aunque sigo pensando que es él.

—No digas tonterías —dijo mamá—, necesitas comprarte unos lentes nuevos.

—Pero estos están perfectos —se rehusó papá, en un murmuro.

Me sentí agradecida de que la foto que utilizaron en esa noticia no fuera muy buena Y que en los comentarios no mencionaran el nombre de Miles. Quién sabe lo que me habían dicho si se hubiesen enterado de la situación de Miles. Estoy segura de que ellos se compadecerían de él y, a la vez, Miles se sentiría incómodo con eso. No podía permitirlo. Las cosas tenían que seguir tal y como estaban.

Tras los sustos que recibí en el desayuno, subí a mi cuarto a terminar de arreglarme, pensando en si mis abuelos conocerían los rumores acerca de Miles. Suponía que sí, ya que, aunque la tecnología no era lo suyo, habían sido sus vecinos por un tiempo y conocían a la mayoría de las personas de la ciudad, por no decir todas, por su negocio. En más de alguna ocasión tendrían que haber escuchado sobre él. Pero, si así fue… ¿por qué no mencionarlo? Decidí que, por la tarde, al regresar del instituto, les preguntaría sobre el tema.

Cuando por fin terminé de arreglarme, bajé al primer piso, me despedí de mis padres y salí de la casa, solo para encontrarme con Miles, que estaba esperándome con una sonrisa.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le pregunté.

—No mucho, acabo de llegar.

—Podías haber tocado la puerta y habrías podido entrar.

—No quería molestar tan temprano.

—No seas ridículo —le espeté—. Bueno ¿estás listo?

—Sí —respondió él con cierta emoción en el tono de voz—, estoy preparado.

Entonces me di cuenta de que cargaba con una gran mochila.

—¿Miles…?

—Dime.

—¿Por qué llevas una mochila de acampar contigo? —señalé el bolso que cargaba en su espalda.

—Me alegra que hayas preguntado. Verás, a lo largo de mi vida me han pasado un motón de cosas, por lo que en un momento dado empecé a escribir todo lo que me sucedía y su posible solución —de algún lado sacó rápidamente un pequeño cuaderno—. Lo he llamado... ¡el "Manual de supervivencia de Miles"! Y esta mochila es a prueba de todo. Mira, hasta le puse un repelente contra oso, llevo medicamentos y…

—¿Para qué la cuerda? —lo interrumpí.

—No tienes ni idea de cuán importante es tener una cuerda. Debería ser obligatorio que todos los estudiantes llevaran una en su mochila. Mira, incluso traje dos cuerdas, una para cada uno.

—Miles…

—Sí

—Préstame la mochila un rato por favor.

—Claro, aquí tienes.

Una vez que Miles me entregó la mochila, usé toda mi fuerza y la arrojé al techo de mi casa. Miles me miraba atónito, con su vista yendo y viniendo del techo a mi cara.

—¡Mi mochila! ¿¡Por qué!? —Me cuestionó mientras se agarraba la cabeza con las manos—. Mi mochila no te ha hecho nada malo.

Le di un coscorrón a Miles y le grité:

—¡No puedes llevar eso al instituto! ¿Acaso estás loco?… No puedes dejarte llevar por tus pensamientos. Recuerda, si piensas que algo malo te va a pasar, te pasará. No todos los días te levantas con el pie izquierdo.

Sin embargo, la reacción de Miles no era la que esperaba. Mientras se sobaba la cabeza me dijo:

—Estás histérica.

—¿¡Y de quién crees que es la culpa!?

—¡Ja, ja, ja!

—Celeste —mi madre se asomó por la puerta como resultado del alboroto que Miles y yo estábamos haciendo afuera—. ¿Está todo bien? ¿Qué fue ese ruido?

—Está todo bien mamá. Disculpa, tuve que arrojar algo al techo.

—No puedes hacer eso, niña.

—Lo siento —me disculpé, poniendo cara de inocente.

—¡Por Dios! —mi mamá se volvió adentro, cerrando nuevamente la puerta.

Fijando mi mirada de nuevo en Miles, pude observar cómo escribía algo en su "Manual de supervivencia". Ese nombre me recordaba a una serie, pero no podía recordar a cuál.

—¿Qué escribes? —le pregunté.

No me respondió.

—¿Miles?

Nuevamente sin respuesta. Sin decir más nada, se lo quité de las manos y empecé a leerlo.

"Manual de supervivencia de Miles

Nota n.º 1006

Celeste es extremadamente peligrosa por las mañanas.

Solución:

No molestarla."

Mi ira era tan evidente que Miles retrocedió un poco. Amenacé con romper en dos su manual y Miles, asustado, me rogó por su salvación.

—¡No! Espera, era una broma, no lo rompas.

Y se lo devolví. En realidad, no lo iba a hacer, pero no pude evitar hacerlo sufrir un poco. Aun así... ponía que era la nota n.º 1006. ¿Por cuánto había pasado este chico?

—Vamos, ya perdimos mucho tiempo —dije, metiéndole prisa—. Recuerda que tenemos que llegar temprano para disculparnos con Sofía.

—Sí, de acuerdo.

—Y no molestes a los animales hoy, ¿de acuerdo?

—Lo intentaré —prometió él, juntando las manos frente a su rostro.

Y con eso partimos hacia el instituto… pero, luego de varios pasos, recordé un asunto bastante importante.

—Por cierto, ¿qué hay de mi celular?

—Está en cuidados intensivos.

—Dime que no terminaste por romperlo más. Aun puedo venderlo como repuesto, ¿sabes?

—Mira qué bonito está el cielo hoy —comentó Miles mirando hacia cualquier lado menos hacia arriba—, está más azul que de costumbre.

—¡Miles! —le reprendí.

Al ser un pueblo de costa, había mucha gente en la calle por las mañanas... Estaban los que trabajaban en oficinas o en algún centro turístico, como restaurantes u hoteles, y los que se dirigían a trabajar en la playa y sus alrededores. Las calles se notaban muy diferentes respecto a hace dos días, mucho más transitadas. Eso pareció ayudar a Miles, ya que habíamos avanzado bastante y aún no había ocurrido ningún percance o cosa extraña…

—Espera, mi sentido arácnido se activó — dijo Miles, de repente.

—¿Tú qué?

—¿Escuchas eso? Se están acercando.

—¿Qué cosa?

—Por detrás. Escucha.

Ambos nos quedamos en silencio y fue entonces cuando pude oírlo.

—Me quieres decir que se trata de una… ¡No! ¡No es posible! ¡Avispas!

—Avispas, sí, otra vez.

—¡Por todos los demonios! ¿Qué les ocurre a los animales de esta ciudad?

—Ja, ja, ja, yo ya estoy aco... —empezó Miles, pero yo hice que se callase.

—¡No te atrevas a terminar esa oración! —le tapé la boca con una mano—. ¿Y ahora qué? No quiero mojarme de nuevo.

—Por el momento, corre lo más rápido que puedas.

—¡Yo no puedo correr tan rápido!

Esta vez Miles no me estaba impulsando hacia adelante. Estaba corriendo con mis propias fuerzas, y eso no era de mucha ayuda. Las avispas nos estaban persiguiendo, y aunque Miles podía correr más rápido, tenía miedo de qué quedara atrás y que me atacaran a mí. Antes de que me diera cuenta, Miles me levantó como si nada y empezó a cargarme. Fue tan rápido que a duras penas logré sujetarme de sus hombros.

—Sujétate fuerte —mencionó él.

—¡Avísame antes de hacer estas cosas!

—Lo siento, pero es la única forma de correr más rápido.

¡Y aceleró! Mi peso es de unas 128 libras, pero para Miles al parecer eso no era nada. Si volvía la mirada hacia atrás podía ver cómo nos alejábamos de las avispas y a la vez como las personas nos observaban, sorprendidas.

Miles corría con todas sus fuerzas, pero al cabo de unas cuadras noté que algo cambiaba en su manera de moverse. Entonces me di cuenta, mi peso le estaba empezando a jugar en contra, y eso lo hacía ir más lento.

Las avispas no nos daban tregua. Parecía que se habían organizado para atacarnos sí o sí. Eran un mini ejército con un objetivo bien claro y estaban dispuestas a dar su vida para cumplir su misión.

—¡Se están acercando! —avisé.

Cuando pensábamos que las cosas no se podían poner peor vimos aparecer a Sofía a lo lejos, justo en medio del camino que seguíamos. Ella me escuchó gritar su nombre y se volteó, pero no debió ver a las avispas, porque no se movió. Aún no se había dado cuenta de lo que pasaba cuando la adelantamos, así que a los pocos metros Miles se detuvo bruscamente, me dejó en el suelo y volvió hacia atrás a buscar a Sofía, que ya había visto las avispas y se había quedado paralizada.

Los insectos avanzaban directamente hacia ella, pero Miles se interpuso y los bichos lo siguieron cuando se marchó por una calle lateral.

—Sofía, ¿estás bien? —le pregunté en cuanto pude acercarme a ella.

—Sí, estoy bien —me respondió ella, mientras miraba en dirección a Miles.

—¿Te picaron?

—No, no —repitió.

—Qué bueno, quédate aquí —le dije, y empecé a alejarme.

—Espera, ¿a dónde vas? —preguntó Sofía, que aún mostraba cara de susto.

—Iré tras él.

—¿Qué? ¿No has visto lo que pasó? Él es peligroso.

—Yo solo vi a un chico que se interpuso entre unas avispas y una chica indefensa para que no la picaran. Dime, ¿qué viste tú?

Sin esperar su respuesta salí corriendo tras Miles.

Me tomó unos minutos encontrarlo, pero no fue difícil. Solo tuve que seguir la estela de las avispas que iban tras él. Cuando lo encontré, observé que se había quitado la camisa y que estaba parado enfrente de las avispas, que parecían observarlo.

—¡Miles!… —grité, pero no me escuchó. En cambio, yo sí escuché lo que él decía.

Miles amenazaba a las avispas:

—Cometieron un grave error al seguirme, han cavado su propia tumba. Ahora, serán testigos de mi inmenso poder.

Miles empezó a realizar movimientos con sus brazos que reconocí con facilidad. Esta vez no era el sombrero de paja, estaba realizando una pose completamente diferente. En eso, él gritó:

—¡Meteoros de Pegaso!

Miles movía rápidamente sus brazos mientras avanzaba hacia las avispas, quienes le observaban. Parecían estupefactas por las idioteces que hacía. Yo estaba igual de estupefacta, así que no me costaba leer la mente de los bichos.

Sin ser capaz de resistir mi propio impulso, caminé hacia Miles importándome poco las avispas y le di un golpe tan fuerte en el estómago que lo dejé en el suelo.

—¿¡Qué diablos haces!? —le grité, mirándolo desde arriba—. ¿¡No pudiste usar la cuarta marcha y ahora quieres usar esta técnica!?

—Tienes razón —respondió él, dolorido. Aunque creo que lo que le dolía no era el estómago, sino el orgullo—. Aún no sé cómo elevar mi cosmo.

—¿Y eso es lo que te preocupa? Eres un caso perdido.

Sin tiempo para más, las avispas superaron el efecto aturdidor que les dejo el movimiento de Miles, al menos sirvió para algo, y empezaron a seguirnos de nuevo. Yo ayudé a Miles a levantarse y habíamos sacado una buena distancia a las avispas, pero ellas seguían tras nuestra pista.

Finalmente, logramos ver una gran carpa de circo, y Miles sugirió que nos metiéramos ahí. Sin pensarlo mucho, nos colamos por debajo de la primera lona que encontramos. Estaba completamente oscuro, no podíamos ver nada, pero sí fuimos capaces de escuchar a las avispas que, tras esperarnos un momento fuera, siguieron su camino.

—Parece que por fin logramos librarnos de ellas — exclamé, agotada de tanto correr.

—Eso parece.

—¿Dónde estamos?

—No lo sé, me pareció que era un circo desde afuera.

—¿Un circo? —pregunté, ya que, por alguna razón, me sentí inquieta al escuchar esa palabra.

Y tenía razón de sentirme así pues en ese momento sentí una exhalación detrás de mí, causándome un escalofrío que me recorrió toda la espalda.

—¿Miles?

—¿Sí?

—Dime que fuiste tú quien sopló en mi nuca.

—Pensé que tú lo habías hecho

De repente las luces se encendieron y nos dimos cuenta de dónde nos habíamos metido. Detrás de nosotros estaba el oso boxeador con quien nos habíamos topado unos días atrás y, en cuanto lo vimos, Miles y yo saltamos del susto y nos alejamos de la jaula de un brinco. Esta vez la suerte corría de nuestro lado, pues la jaula estaba encadenada. Aliviados por ese hecho volvimos a recostarnos, y esta vez nos encontrábamos enfrente del animal.

—Que buen susto me llevé — exclamé, aliviada.

—Ja, ja, ja —reímos juntos.

Pero, cuando Miles y yo nos sentimos seguros, vimos al oso ponerse de pie y, como si de una caricatura se tratase, el oso extendió una de sus uñas y empezó a romper el candado desde la parte de abajo. Yo estaba completamente atónita mientras lo hacía, pero Miles no lucía así, tenía la típica expresión de: "ya estoy acostumbrado".

Frustrada por la situación y sin saber cómo reaccionar en ese momento, agarré a Miles de los hombros y empecé a sacudirlo hacia adelante y hacia atrás con mucha fuerza. Por último, le reclamé:

—Pero ¿qué diablos les pasa a los animales de este lugar?

Aún seguía sacudiendo a Miles, así que cuando respondió lo hizo con mucho esfuerzo y de manera poco clara:

—No… tengo… la… menor… idea… ya… estoy… acos… tum… brado… a… que… me… siga… la… des… gra… cia…

Y así sin más, escuchamos el candado romperse. En cuanto el oso salió de la jaula, Miles tomó una posición de pelea, ¡se iba a enfrentar con el oso de nuevo! Sin embargo, en esta ocasión el oso pasó de pelear y, en vez de eso, nos atacó.

Miles y yo salimos disparados del lugar, aunque antes de dejar la carpa pude escuchar a unos de los encargados del circo decir:

—Ay, no, otra vez no.

Claramente se trataba del encargado de vigilar al oso, que ahora estaba detrás de nosotros, corriendo alrededor del circo. En cuanto los miembros del circo nos veían, salían despavoridos a ocultarse, habíamos creado todo un espectáculo, y nadie sabía lo que había ocurrido, solo se apartaban de nuestro camino.

En cuanto llegamos a la entrada del circo logré ver a un oficial de policía al lado de quien parecía ser el dueño de todo aquello. Junto a ellos había una moto, probablemente del oficial.

Yo sabía que Miles no podía subirse a ninguna clase de vehículo, aun así, lo agarré con fuerza y les rogué a todos los santos del cielo que la llave estuviera en la moto, cosa que, por suerte, para variar, sucedió.

—¡Hey! ¿Qué están haciendo? —preguntó el policía mientras corría a detenernos.

—Lo siento, ¡pero nos persigue un oso! —respondí.

Miles, atónito por lo que estaba haciendo, no tuvo otra opción que subirse a la moto y, en cuanto lo hizo, arranqué y nos marchamos del lugar, no sin antes ver como el oso salía a por nosotros.

El oficial se lanzó hacia su derecha para evitar ser arrollado por el oso que venía detrás de él.

En estos momentos agradecí enormemente todas las caídas que sufrí cuando mis amigos me enseñaron a conducir una motocicleta y, aunque nunca había llevado un pasajero atrás, debo decir que lo hacía bien, aunque Miles no podía confirmarlo, pues tenía los ojos cerrados. Estaba muy mareado y, debido a esto, me sujetaba con mucha fuerza. En estos momentos no se podía contar con él.

En cuanto al oso, nos seguía, sin importar cuánto acelerara o qué camino tomara. De vez en cuanto, volteaba a ver si aún seguía detrás de nosotros y juro por mi madre que la expresión del oso era como la de un perro a quien le han arrojado una pelota y va detrás de ella.

Mi atención estaba puesta en lo que ocurría enfrente de mí, por lo que podía ver con facilidad como las personas que iban por la calle se quedaban asombradas al vernos pasar. Unos se escondían y otros empezaban a grabar, era muy diferente de la primera vez que nos encontramos con el oso, esta vez estábamos llamando mucho la atención. Yo solo podía pensar en lo que mis padres me dirían en cuanto se enterasen de esto.

No sabía qué hacer, no conocía muy bien esas calles y no importaba lo que hiciera, porque el oso no dejaba de seguirnos. De repente, por mi distracción con el oso no vi venir un carro, di un volantazo y, aunque sujeté lo más duro que pude el manubrio de la moto no pude evitar golpear contra una verja. Ambos salimos disparados por los aires.

Tenía mucho miedo, creí que sería mi fin, no llevaba casco ni ninguna clase de protección y eso no era bueno, no era bueno para nada, todo lo que pude hacer es cerrar los ojos.

—¿Estás bien? —me preguntó Miles—, ¿te lastimaste?

Abrí los ojos poco a poco, solo para darme cuenta que Miles me abrazaba, el antepuso su cuerpo para que yo no recibiera ningún daño. Recordé el momento en que lo conocí y cómo se levantó como si nada hubiese ocurrido tras haber sido atropellado. Este chico sí que tenía un cuerpo de acero.

—Celeste, ¿te encuentras bien? —volvió a preguntarme.

Estaba preocupado por mí, se notaba por su voz.

—Sí, gracias, estoy bien gracias a ti.

—Me alegro, no sabía qué había pasado y cuando abrí los ojos estábamos volando por los aires.

—Disculpa, un carro se me atravesó.

Entonces recordé lo más importante…

—¿Qué pasó con el oso?

—No lo sé.

Pero lo descubrimos casi de inmediato: el oso estaba sentado enfrente de nosotros. Estaba exhausto de tanto correr, pero aún seguía ahí.

—¿Qué diablos pasa con ese oso? —pregunté, sarcásticamente, porque no había una forma lógica de explicar lo que ocurría, solo había una forma, nada lógica, y me estaba empezando a acostumbrar a escucharla.

—Ja, ja, ja, no lo sé, pero ya estoy acostumbrado.

En eso, el oso se puso de pie y esta vez sí que adoptó una posición de pelea, quería volver a luchar con Miles. En cuanto Miles lo vio se puso de pie y tomó su posición en el ring imaginario que había entre ellos.

—¿Crees que podrás vencerlo esta vez?

—No estoy seguro, pero lo intentaré.

—La última vez solo te lanzó golpes rectos —señalé, por detrás de él—. Levanta los brazos y en cuanto tengas la oportunidad, dale un golpe por abajo.

—Entendido.

La pelea inició. Tanto el oso como Miles tomaron sus lugares. Parecía que ambos estaban en un ring mientras yo observaba a Miles como su coach.

La pelea me recordó al juego: Punch out!!, cuando te enfrentabas al temible Mike Tyson, un golpe y estabas en el suelo.

El oso se acercó primero y le lanzó buenos golpes a Miles, quien hacía lo imposible por cubrirse. Cada golpe de ese animal debía ser lo suficientemente fuerte como para tumbar a cualquier persona, pero el físico de Miles volvió a sobresalir como en cada situación que nos habíamos enfrentado. Solo me vino a la mente su típica frase: "ya estoy acostumbrado". No era que los golpes del oso no dolieran, era que el cuerpo de Miles se había acostumbrado a recibirlos.

Cuando el oso se cansó de tirar golpes, Miles se posicionó rápidamente detrás de él. No tenía muchas esperanzas de que los golpes de Miles fueran a tener mucho impacto sobre el oso, pero entonces hizo algo sorprendente: No lo golpeó. Miles tomó al oso por la cintura e intentó levantarlo.

Pero, ¿¡cómo se le ocurría tal cosa!? ¿¡Cuánto pesa un oso adulto!? No, la lógica no funcionaba con Miles, solo me quedaba confiar en él. El rostro de Miles se puso rojo por completo. Todos sus músculos se centraron en una única tarea: levantar a aquel animal. Cuando creí que no lo lograría, lo logró. Miles levantó al oso por encima de su cuerpo y se tiró hacia atrás, aplicándole una llave suplex. El oso quedó inconsciente al instante.

La pelea había terminado, Miles había resultado vencedor, fui a abrazarlo y por la emoción, ambos empezamos a reír sin parar, la adrenalina que sentíamos en ese momento nos impulsaba a eso. Este chico es increíble, era lo único en que podía pensar.

Hasta entonces, ni Miles ni yo nos dimos cuenta de dónde estábamos hasta ese momento. Estábamos en el instituto, yo había chocado con el portón principal del instituto, de hecho, estábamos justo delante de la tarima que se había colocado a unos metros de distancia de la entrada principal. Y todas las personas que había allí, alumnos y maestros, observaron todo lo que había ocurrido, aterrados por el choque, el oso, la pelea y Miles.

Era obvio que algunos alumnos reconocieron a Miles y, desde dónde yo estaba, podía escucharlos hablar de él. En ese momento la policía irrumpió en el instituto con varios automóviles. Nos rodearon a mí y a Miles y nos apuntaron con sus armas, aunque, sinceramente, no sabría decir si nos apuntaban a nosotros o al oso.

La adrenalina ya había desaparecido, ahora solo quedaba la incertidumbre del momento. Miles y yo levantamos nuestras manos mientras los oficiales se acercaban a esposarnos, y los periodistas que estaban en el instituto, quizás para cubrir la noticia del inicio de clases y la renovación del edificio, no dudaron en acercarse con sus cámaras y hacernos varias preguntas a Miles y a mí, aunque nosotros no respondimos.

No podía procesar todo lo que ocurría, esa mañana había salido de casa junto con Miles para asistir al instituto y de pronto había destruido el portón principal de este, había tomado una moto sin permiso y había visto a mi amigo luchar contra un oso por segunda vez.

La policía no permitió que el noticiero nos interrogara, algo que agradezco, pero no agradezco el hecho de que me separaran de Miles, pues lo subieron a otro carro. Se sentía raro no estar con él en toda esta locura. En cuanto el vehículo empezó a moverse pude observar a Sofía entre la multitud de estudiantes y me di cuenta de su expresión de preocupación.

No sabía exactamente cuántas horas habían pasado desde que llegué a la comisaría hasta el momento en que llegó mi familia. Mis padres estaban angustiados por lo sucedido y desde la sala en que me encontraba podía escuchar a mi madre y a mi padre hablando con la policía, no parecía que fuera una conversación alegre.

Luego, solo pasaron unos minutos desde que llegaron hasta que la policía fue a buscarme a la sala para sacarme de ahí. Una vez que vi a mis padres me acerqué a ellos rápidamente, disculpándome por lo ocurrido y, aunque pensé que recibiría un castigo por lo ocurrido solo recibí de ellos un abrazo.

Estaban muy preocupados por mí, ellos y mis abuelos, que también habían llegado al lugar. De pasada pude ver como sacaban a Miles también. Miles miraba apenado a su abuelo, lamentando lo ocurrido.

A diferencia de mí, Miles recibió un buen coscorrón y un fuerte regaño y, aunque no podía escucharlo bien pude ver como su abuelo me señalaba a mí. Tal vez lo regañaba por mi bienestar y luego ambos se marcharon del lugar. Miles solo me observo de lejos y me sonrió.

—Amor, es hora de irnos —me comentó mi madre mientras me tomaba del hombro.

Yo asentí y la seguí.

De camino a casa, mi familia guardó silencio. Yo solo esperaba el momento en que empezaran a regañarme, y ese momento llegó en cuanto mi padre detuvo el vehículo en una luz roja. Pero no fue un regaño lo que recibí, sino algo mucho peor.

—El instituto nos informó de que tú y Miles han sido expulsados.

En cuanto escuché eso sentí que el mundo se me venía abajo, no podía esperar menos después de lo sucedido, pero aun así fue una noticia que me dejó impactada. En cuanto mi madre observó mi estado, puso su mano sobre mi pierna y dijo:

—No te preocupes, haremos todo lo posible para resolver esto…

Luego mis abuelos empezaron a hablar, mis padres también, pero la verdad es que mi mente ya no les prestas atención a lo que decían, solo recordaba todo el martirio que había pasado unos días atrás para matricularme, y todo para ser expulsado del instituto el primer día de clases… Y ¡Miles!, él dijo que era su primera vez en asistir a uno y a pesar de haber logrado matricularse después de tantos intentos… sus esfuerzos habían sido en vano.

¿De verdad tiene mala suerte?


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