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70.8% El diario de un Tirano / Chapter 114: La complicada decisión

章 114: La complicada decisión

La vahir había recuperado su habitual monotonía, con los hombres labrando la tierra en preparación para el final del inyar, cortando madera, cazando en grupos o demás actividades que los mantenían ocupados; con los esclavos construyendo dos nuevas edificaciones, acompañados de un grupo de pocos guardias que los custodiaban y castigaban sus errores; con los soldados y nuevos reclutas entrenando hasta el límite, con las mujeres curtiendo las pieles que traían los cazadores, preparando la comida del medio día, cuidando a sus vástagos, etcétera.

--Vuelvo enseguida. --Dijo Fira al darse la media vuelta.

--¿Tan peligrosa soy? --Sonrió con extrema arrogancia, pero la repentina contracción en su vientre la hizo callar.

--Cállate, humana. --Conminó Mujina, honrada por la petición dada, pero con el asco por tener que soportar a la dama de cabellos dorados sin brillo.

--Solo decía --Acarició su vientre-- ¿Alguien trae una silla? --Observó a sus dos guardias personales.

--Tal vez se me esté prohibido matarte, pero romperte una pierna no. --Se acercó, tan cerca que podía sentir su nerviosa respiración.

--Orion se enfadaría. --Amenazó, levantando ambas cejas para mostrar superioridad.

--No uses su nombre. --Liberó el total de su energía.

La dama retrocedió, tragando saliva e por puro instinto levantó ambas manos, convocando una poderosa ráfaga de aire que golpeó y mandó a volar a Mujina. Frunció el entrecejo, sufriendo de fuertes dolores en su vientre.

--Voy a destrozar tu sucia cara de una vez por todas, maldita humana. --Dijo al levantarse, limpiando la tierra de su rostro.

--Orion va a matarte si me haces daño. --Advirtió, sorprendida y aterrada por lo sucedido.

--No lo hará. --Desenvainó, acercándose lentamente, con la ferocidad dibujada en su rostro.

--Hagan algo malditos miserables --Observó a los guardias, quienes con astucia prefirieron ignorar la situación--. ¡Es tu señor! --Retrocedió otro paso, gimiendo por el dolor que no quería irse-- Y yo cargo...

--¡Basta!

Ambas damas se detuvieron de forma abrupta, llevando su mirada a la derecha con expresiones totalmente opuestas para descubrir a la impertinente mujer, pero tan pronto como lo hicieron, la dama de cabellos dorados sin brillo perdió por completo la compostura al ver a la acompañante de Fira.

--Capitana Mujina, conmigo. --Dijo, sin ocupar un verdadero tono de mandato.

Devolvió su espada a la funda, gruñendo con ferocidad para controlar su hervida sangre.

--Será mejor que cuides tu lengua. --Dijo Mujina al retirarse.

Fira se giró hacia su acompañante, mirándola con una expresión calma.

--Solo tiene que ordenarlo y nosotros actuaremos, pero si quiere hacerlo usted misma, estaré gustosa de prestarle mi espada. --Dijo con una sonrisa maliciosa.

--Primero quiero hablar con ella. --Respondió con un tono bajo y sumiso.

Comenzó a caminar, concentrando su mirada en la sorprendida mujer con el abultado abrigo y con las mejillas coloradas a causa del frío.

--Mucho tiempo sin verle --Su mirada se oscureció, tan tétrica y lúgubre como la apariencia de un amigo oscuro--, señorita Helda.

No respondió el psudocortés saludo, conocía la intención asesina, y la que expulsaba la mujer era la intención más intensa que había experimentado en su vida, aunque todavía por detrás de la vívida frente a Orion, quién la asfixiaba con su sola presencia.

--¿Me recuerdas?--Se detuvo a tres pasos de Helda. Su gracia y tímida expresión había abandonado por completo su ser, ahora no era más que un ente maligno en el cuerpo de una mujer delgada y pálida.

--Lo hago. --Asintió un par de veces.

--Porque yo no te he quitado de mi pensamiento desde ese día --Escupió al hablar, gesticulando la furia en su rostro-- ¡Desde ese maldito día que ordenaste a Itkar a abusar de mí! --Se mordió el labio, forzando a qué la lágrima no saliera-- ¿Recuerdas como me destrozaba el vestido mientras tú te reías? ¿Lo recuerdas? ¡Por qué yo sí! --Gritó al cielo con furia, su cuerpo tembló al no poder controlar la cólera, recuperando por un breve instante la lucidez-- Helda, Helda, Helda... te voy a matar. --Sonrió.

--Perdóname... --Dijo, encorvándose lo máximo que su cuerpo le permitía.

--¡¿Qué te perdone?! --Interrumpió, exhalando con pesadez-- ¡¿Acaso se te olvida que yo te rogué piedad, hija de los oscuros?! --Inspiró profundo--, Maldigo tu nombre Helda, y deseo que tus vástagos...

--¡Basta! --Gritó, cayendo de rodillas con las mejillas empapadas de lágrimas-- No termines la oración, te lo ruego, no la termines.

--¿Rogándole a un sangre sucia? --Endureció el semblante y apretó los puños-- ¿Dónde quedó la majestuosa dignidad de ustedes los humanos? ¿Dónde, Helda? ¡¿Dónde?!

--Por favor perdóname, si no lo haces por mí, hazlo por Orion...

Tronó la boca, haciendo una fea mueca de disgusto, al tiempo que su respiración se volvía cada vez más irregular.

--¡Borra ese nombre de tu sucia boca! El prometió decírmelo en persona, tú no puedes mencionarlo ¡No te atrevas!

--No lo sabía, discúlpame. --Bajó la mirada, cerrando los ojos por la dolorosa contracción.

--Espera --Le miró con detenimiento, sintiendo un mal sabor de boca al fijar sus fríos ojos en su vientre--, levántate --Ordenó-- ¿Por qué lo mencionaste? --Dijo al verla nuevamente de pie-- ¡¿Por qué lo hiciste si él fue quién te entregó a mí?!

Helda dudó, teniendo que usar todo su ingenio para buscar la respuesta que le brindara un poco más de vida, aun cuando sabía que la loca mujer no la dejaría escapar.

--¡Habla, maldita mujer!

--¡Por qué cargo a su hijo! --Gritó con todas sus fuerzas, haciendo que los cinco presentes pudieran escuchar con claridad.

Mujina quedó paralizada por la impactante noticia, su raza le daba mucha importancia al primogénito, siendo los mismos que heredaban el mayor poder de la sangre de sus padres, así como el legado de su nombre, pero el vástago de su señor representaba algo superior, era el sucesor de su Trela D'icaya, y como el juramento lo dictaba, su raza estaba destinada y obligada a proteger su estirpe, fuera cual fuese el costo.

*¿Condenó a su propio hijo? --Pensó, no logrando encontrar la respuesta a tan desalmada decisión.

Fira permaneció con su habitual expresión estoica, limitándose a observar la situación, y así estar preparada por si lo imposible ocurriese. Conocía la noticia del hijo de Orion, había estado presente en el momento de su concepción, pero como su señor nunca lo había mencionado, sintió que no tenía ningún derecho de preguntar.

Por otro lado, los dos guardias fingieron que no habían escuchado nada, aun cuando la impactante noticia los tentaba a acercarse para escuchar con mejor detalle la conversación de las dos damas, pues sabían que una información tan delicada los pondría como los individuos a asesinar si no se quería que se esparciera por toda la vahir.

--¿Qué? --No lo podía creer, y la furia comenzó a emerger al pensar en la probabilidad de un engaño.

--Cargo en mi vientre a su hijo --Se abrió los botones del abrigo, liberando su abultada barriga al frío viento--, no puedes matarme, porque si lo haces, estarías matando a su sangre. Y Or... el señor de estas tierras no te permitiría vivir al enterarse.

--No lo sabe ¿No es así?

No respondió, su jugada solo funcionaba si el nombre de Orion representaba un peso disuasivo, pero estaba consciente de que no podía mentir, pues las mujeres en las cercanías podrían desenmascarar su mentira, razón que Nina ocuparía como excusa para su ejecución.

--No fue una verdadera pregunta, sé que no lo sabe --Recuperó un poco de calma--, él proviene de un lugar de costumbres extrañas, donde la comida se consume cruda, la luz del día es escasa y la muerte es lo único que existe. Podría decir que es ingenuo en algunas cosas, y es por ello que intuyó lo que pasa, porque si lo supiera no me dejaría matarte, razón por la que ahora estamos aquí, frente a frente... Tal vez lo sintió en tu vientre y por ello no pudo matarte, pero no lo sabe, de eso estoy segura.

--¿Qué vas a hacer? --Preguntó con un profundo miedo, su calma la estaba aterrando más que su locura.

--No puedo matarte --Dijo después de un momento de reflexión--, tienes razón en eso, si se enterara de la existencia de su descendencia después de tu muerte podría decidir asesinarme, pero no es por ello que me niego a hacerlo. Te odio con todo mi ser, pero su hijo no tiene la culpa de tener a tan bastarda madre... Te perdonaré la vida solo con una condición. Un juramento de sangre eterna.

--¿Qué deseas?

--Jura que nunca le dirás, y que si lo ve nacer niegues su parentesco, que nunca sepa la verdad por tus labios. Júralo y nuestra deuda será saldada.

Dudó, no sentía para nada la propuesta, pues su hijo era la única ventaja que poseía para su liberación, entendiendo que guardar el secreto, su pequeño retoño podría perecer junto con ella.

--No puedo --Le miró sin arrogancia--, mi hijo podría morir si él no sabe de su procedencia. No puedo aceptarlo...

--Te prometo que yo velaré por su seguridad.

--¿Lo juras?

--Por la sangre de los Kat'o. --Prometió sin duda en su voz.

--Bien --Asintió, con un dolor distinto en su rostro--, confiar en tu palabra es lo mínimo que puedo hacer --Inspiró profundo--. Yo, Helda Lettman, descendiente del Gran Seet, Tuy Lergon Lettman <El Purificador>, juro que nunca hablaré con Orion de la procedencia de nuestro hijo, y negaré cualquier sospecha que pueda tener sobre la misma. Es un juramento que perdurará hasta el final de mis días, y si vuelvo a mi palabra, que los Sagrados me destierren a lo más profundo del Yimas. --Bajó la mirada, aceptando la derrota que hace mucho había perdido.

--Te perdono la vida, pero eso no significa que haya o vaya a olvidar lo que me hiciste, porque eso nunca lo haré ¿Recuérdalo?

--Gracias...


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