Que resplandezca el cielo cuando haya caído, las nubes abran camino, porque yo he de volver con los Sagrados. Mi hogar es ahí. Yo solo estuve aquí de paso.
- Fragmento extraído de la epopeya "El hombre que se convirtió en montaña"
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Admiró el cielo, gustoso por no observar ese molesto color negruzco del laberinto. Respiró, dominando la calma que amenazaba con irse, lanzó miradas a cada rincón de los alrededores, inspeccionando una última vez a sus valiosos soldados, quienes dispuestos, o no, al final del día demostrarían su valía. Inspiró profundo, encontrando el camino a lo alto de los muros, donde el saludo cotidiano se transformó en uno de absoluto respeto. Llegó a lo alto, donde el horizonte se extendía hasta lo ingobernable de las tierras malditas, ahí, donde los valientes se convertían en leyendas.
Observó las barricadas de troncos, extendida por todo el territorio transitable, con la renovación de mucho de los anteriores ejemplares, los cuales habían terminado destruidos por la última batalla.
--Mi señor. --El silencio fue interrumpido por un tono solemne y bajo, producido por una esbelta figura custodiada por dos hombres altos de porte guerrera, marcados en sus frentes con un símbolo amorfo, originario del hierro al rojo vivo.
Volteó casi de inmediato, sorprendido, pero calmo en su expresión.
--Estratega Nadia ¿Qué haces aquí? --Preguntó de forma inquisitiva, pasando su mirada por ambos hombres antes de regresarla a la dama.
--Deseo observar la batalla y ser espectadora de nuestra estrategia. --Respondió, con la falta del adecuado respeto que Orion presumió ignorar por el momento.
--Creo que fui claro en hacerte conocedora del valor que posees para mí. Arriesgarte por un capricho no es buena idea.
--¿No por ello colocó dos esclavos para mi protección? --Preguntó, con un toque sagaz en su voz y expresión.
--Lo hice, claro, pero... bueno no es importante la razón --Suspiró--. Eres la estratega, talvez sea para bien que observes la batalla. Los libros mencionan que a veces la experiencia es mejor a la reflexión.
--Lo agradezco, señor. --Se encorvó, bajando el rostro.
--Procura no estorbar, ni darme excusas para que yo mismo te arrebate la vida. --Advirtió, sin un cambio notable en su expresión.
Nadia asintió, retirándose con la compañía de sus dos esclavos, ambos temerosos del joven individuo.
Orion bufó, haciendo una mueca de clara impaciencia. Levantó la mirada, observando las rotas nubes y el lucero que titilaba débilmente. El sonido distante lo colocó en guardia, enfocando a su flanco izquierdo como un águila, donde un jinete salió disparado de entre la espesura del bosque.
--¡En posición! --Gritó la orden, observando su perfecta ejecución.
--¡Ya están aquí! --Gritó el jinete al ponerse frente los muros.
--Toma tu arma y armadura y custodia a los esclavos. --Ordenó.
El jinete quiso objetar, estaba cansado, pero deseaba pelear, quería compartir la gloria con sus hermanos, sin embargo, al notar la solemne expresión de su soberano, todos sus pensamientos se fueron al garete, la palabra del hombre de armadura azabache era absoluta, comprendiendo que como el buen soldado que era, debía obedecer.
--Sí, señor Barlok. --Asintió, jalando las riendas para ordenar al fatigado caballo que se dirigiera a la izquierda.
--Suenen los cuernos. --Ordenó, a la par que activaba la pantalla de su interfaz, con la indecisión en sus dedos temblorosos. Maldijo en su idioma, aceptando que por el momento era la mejor opción y, así hizo suyas tres nuevas habilidades: [Aliento ígneo], [El empalador] y [Espadas danzantes], gastando un total de 340 puntos de prestigio, sus preciosos puntos que había estado guardando para las habilidades que muchas veces le salvaron la vida en el laberinto, y que por el momento solo una de ellas había logrado desbloquear.
El atronador sonido envolvió por completo la vahir, avisando sobre la pronta aparición del enemigo.
--Que E'la de fuerza a nuestro arco y puntería a nuestras flechas --Expresó una hembra en lo alto de una de las torres de arqueros, dirigiendo su mirada al hombre sentado a su lado-- ¿No es así, señor Ministro?
Astra afirmó con la cabeza, sin dejar de observar el lejano horizonte.
--Que Pendora me dé la fuerza y Madron perdone mis decisiones. --Se tocó su recién pulido brazalete, exhalando toda su vacilación en un único soplido, recuperando la confianza en su espada y en su caballo--. Comandante, a su orden. --Gritó, mostrando su compromiso con la dama al frente de la fila.
Laut mantuvo su estoica mirada, reflejando los últimos rayos del sol sobre su casco de hierro pulido. Acarició a su semental, haciéndose poseedora de todo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
El frío era insoportable, la paja molesta y la comida no muy buena, teniendo recurrentes pensamientos sobre el exitoso escape, un pensamiento que retomaba fuerza cuando el maldito del Barlok los hacía trabajar en la construcción, o a los guardias se les iba la mano con el látigo, pero ¿Qué pasaría después? Sus antiguos poblados estaban lejos, demasiado para hacerlo sin provisiones y sin un mapa que detallara la zona, no obstante, el verdadero peligro apenas comenzaba, ya que, las bestias, criaturas de la noche, animales ponzoñosos, u otras cosas rondaban aquellas tierras inhóspitas, aquí era terrible, sí, pero la mayoría lo prefería a vagar por el incierto bosque, no solo eso, ya había algunos que albergaban deseos de servir en el palacio, o en el ejército como otros tantos lo habían conseguido.
--Lo has visto, están distraídos, deberíamos irnos ahora que tenemos oportunidad.
--Baja la voz --Advirtió, llevando su mirada a los indiferentes guardias de la entrada--. Escucha, ahora somos esclavos, no es algo que deseo ser, pero es lo que es, lo acepto y espero que tú también, Truk.
--Y una mierda de perro... --Maldijo.
--Más bajo --Repitió, sonriéndole al guardia que tuvo la inteligencia de observarlos, para después volver a su mirada al exterior del recinto-- ¿Acaso eres imbécil? --Llevó sus manos atadas a su nariz, limpiando con el dorso de la palma el flujo que comenzó a escurrir-- Estamos marcados, atados y mal cuidados, ni siquiera tengo la confianza de salir de este lugar con vida antes que uno de esos bastardos cruce mi pecho con su espada o flecha.
--Cobarde. --Tronó la boca, decepcionado de su hermano.
--Mejor cobarde que muerto --Dijo con el enojo reflejado en sus ojos--. Truk, entiendo que no seas inteligente, pero por los Dioses, comprende que aquí somos los vencidos. El Barlok ya mostró mucha misericordia al permitirnos continuar con vida.
--Esto no es vida.
--Tal vez no, pero confío en nuestra valía para que eso mejoré...
--Como sea. --Dijo, acostándose y girando su cuerpo al lado contrario para conciliar el sueño, resultándole un poco engorroso por la atadura de sus manos y tobillos.
*Bajarás la guardia y aprovecharé para matarte --Pensó--, sé que pasará... maldito Barlok.
--Victoria a los míos, Señora de la batalla, que la sangre de mis enemigos corra como agua de río, que sus lamentos despierten a tu divino hijo, que duerme en el regazo de la noche. Victoria a los míos, Señora de la batalla, porque con mi cuerpo haré que su santo nombre sea temido y respetado. Pendora, Señora de la batalla, le ruego conduzca a nuestra victoria.
Alzó el rostro, decorado con un matiz rojizo debajo de sus ojos, labios y frente. En su mano descansaba una daga ceremonial con una piedrecilla roja negruzca en su pomo, misma que llevó a la liebre a su muerte y al pájaro verde. Pintando con su sangre las yemas de sus dedos, y dejando marcado los cinco puntos en su túnica reforzada por encantamientos protectores.
La luz de las dos antorchas golpearon su rostro al ponerse de pie, vislumbrando con libertad el pequeño recinto provisional dónde su ritual estaba llevándose a cabo.
--Acércate. --Dijo, sonriendo con calidez.
Sus pasos lentos y tímidos obedecieron, mirando con nerviosismo a la señora de la casa Lettman.
--Que está sangre te proteja. --Recitó, con un tono que se asemejaba al canto de un hechizo.
Gala sonrió al aceptar los cinco puntos en su atuendo, sintiéndose bendecida por la benevolencia de la Durca.
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--...¡Muerte a nuestros enemigos! --Terminó su discurso, mirando con seriedad a todos los presentes, quienes por un solo momento sintieron de vuelta el espíritu de la batalla en sus cuerpos, vitoreando un único canto de victoria.
Se colocó su hermoso casco dorado, percibiendo el atronador sonido del cuerno en la lejanía.
--Ya saben que estamos aquí. Podemos estar en camino a una trampa. --Dijo Aldurs, serio y expectante, deseoso por rebanar al malnacido que había secuestrado a su hermana.
--Eso es lo que espero, que me subestimen --Dijo Lucian. Sujetó las riendas con fuerza, guiando su caballo al frente-- ¡Soldados, avancen!
El suelo retumbó cuando los más de mil quinientos hombres golpearon con sus pies la dura tierra, creando un cántico bélico e inspirador.
La línea que marcaba el final del bosque, de la oscuridad por las anchas copas de los árboles, las incesantes miradas de extraños y no vistos, por fin era visible, pero, como dicen los Sureños: "me limpio la caca de pájaro, para que pise la mierda de perro".
--No sabía que asaltaríamos una fortaleza --Dijo Aldurs, vislumbrando el gran edificio de la lejanía--. El maldito sangre sucia nunca habló de ello. Estoy seguro de que esto es una trampa.
--Tranquilizate y ordena tus pensamientos. De nada sirve hacer conclusiones ahora.
Lucian apretó el puño, él también ignoraba que la razón que lo separaba de su hermana y la victoria era una fortaleza, y para nada una simple, ya que, por lo lejana de la construcción le fue imposible observar sus detalles, aunque su conocimiento y experiencia le advertía que lo que sobresalía de los muros eran las llamadas torres de vigilancia, posiblemente con arqueros diestros en su interior.
--Nada cambia. --Dijo, tranquilizando sus propios pensamientos.
*Maldita sea, sabía que debimos haber esperado...
Los soldados mantuvieron su posición, en espera de la orden que con mucho anhelo deseaban nunca recibir.
--¡Comandantes! ¡Línea de tres y dos! ¡En mi orden! ¡Vanguardia, pesados y arqueros! ¡Ligeros por los flancos!
--¡Sí, Cuarto General! --Respondieron al unísono, cumpliendo con la encomienda.
--¡Caballería, refuercen la retaguardia y esperen nuevas órdenes!
--¡Sí, Cuarto General!
--No soy bueno comandando magos --Dijo, mirando a los ocho arcanos individuos--, por lo que confiaré en la sabiduría de sus vocaciones para entender el flujo de batalla y saber cuándo atacar y cuando retirarse.
--No es nuestra primera batalla, niño. --Dijo una de las magas presentes, indiferente por lo que estaba por acontecer.
--Me preocupo más por la bestia que hemos traído, que por el bastardo dentro de la fortaleza. --Sonrió el más joven, masajeando el medallón que colgaba de su cuello.
--¿Bestia? --La confusión fue visible, pero la urgencia de sus decisiones le impidió profundizar la incógnita.
--Cuarto General, el sangre sucia hablaba con la verdad, hay una empalizada que bloquea nuestro camino al final de la pendiente. No podemos avanzar en formación, ni la caballería podrá pasar. --Informó Aldurs.
--Puedo verla --Respondió, dejando posar su mirada en cada uno de los rincones visibles de la vahir--, pero dudo que sea el único impedimento en nuestra avanzada --Dirigió su mirada a los ocho-- ¿Alguno de ustedes puede destruir la empalizada? --Preguntó, respetuoso, pero sin ser excesivo.
--Mis hechizos pueden --Dijo la maga de expresión indiferente--, pero dudo estar en óptima condición para la batalla.
Meditó la respuesta, destruir la empalizada, al menos para hacer un camino era algo necesario, no obstante, la maga era la única convocadora de fuego, si bien los demás poseían sus propios catálogos de hechizos destructivos, no eran tan devastadores como los de la maga.
--Le pediré que los destruya, al menos para que diez hombres puedan entrar en fila.
--Bien. --Respondió, preparando su mente y cuerpo para la conjuración.
--Espere, a mi orden.
La maga interrumpió su ritual, molesta con el joven, pero sin el poder de decir nada.
--Bien.
Lucian continuó estudiando la zona, no quería mandar a sus hombres a morir, deseaba y estaba esperanzado que el bastardo que se ocultaba detrás de aquellos altos muros observara la cantidad de sus tropas y optara por rendirse, más sabiendo por el nativo que el que se hacía llamar señor de Tanyer no contaba con más de cuatrocientos soldados, una suma más que respetable para un pequeño poblado, pero risible para un enfrentamiento frontal contra su ejército.
*Asediar provocaría la muerte de Helda, si es que aún continua con vida --Pensó, masajeando parte de su mentón--. Un enfrentamiento frontal acabaría con esto rápido, pero dudo que sea tan imbécil como para salir de la fortaleza... No puedo dejar mi esperanza en ese sangre sucia, no si esto siempre fue una trampa.
--Els...
--Aels --Interrumpió con la dureza en su semblante--, eres familia de magos, por lo que usted, general, más que nadie, entiende la importancia del título.
--No fue mi intención --Fue sincero, pues no conocía que la maga ya se hubiera convertido en una dominadora de elementos--. Aels, le pido destruya la empalizada.
La orden fue clara, pero con un tono que no manchaba ni el honor ni el orgullo de la maga. La Aels avanzó un par de pasos, perdida en su mirada, con movimientos apenas perceptibles de sus manos. Habló, en una lengua muerta, con un tono misterioso y pausado, haciendo protagonista a su garganta en las últimas sílabas de las oraciones. Gritó el último encantamiento, entrecortado y poderoso, al tiempo que florecía de ella una estela rojiza, que guio con la ayuda de una vara negra.
--¡En formación y estar preparados! --Rugió Lucian, iluminado tenuemente por la débil luz del hechizo.
La primera llama se hizo bola, comprimida y hermosa, que fue expulsada a lo alto de la pendiente, donde la empalizada descansaba sin hacer daño a nadie. El silencio se volvió estruendo, alzando al viento una ráfaga de aire caliente, con el crujir de las llamas al consumir la madera de los troncos, no obstante, el ataque no había logrado partir más de dos ejemplares, y aunque con el tiempo el fuego consumiría otros pocos, dejaba claro que se necesitaría un par de hechizos más para cumplir con la encomienda del general.
Inspiró profundo, su ceño se relajó, engañándose sobre que aquellos troncos poseían propiedades defensivas, y fue tal su creencia a la mentira que la confianza resurgió en su corazón, al momento que comenzaba con un nuevo cántico, más especializado e imbuido con tonos más fieros e imponentes.
Un proyectil ígneo navegó repentinamente el firmamento, dejando a los soldados confundidos por el actuar del enemigo.
El primer gemido fue acompañado de otro, luego de otro y este de un grito ahogado, una maldición y un nuevo grito, luego un par más, creando confusión y alerta en los presentes.
--¡Escudos en alto, nos atacan! --Gritó la orden, mientras perdía el equilibrio de su semental por la flecha que el viento misericordioso desvío de su pecho. Se levantó, vislumbrando sus alrededores en busca del enemigo, solo para encontrar nada más que oscuridad y silencio.
--Mi general, la hechicera. --Dijo alguien en la multitud.
En sincronía, como si solo aquello fuera importante, los más de mil quinientos hombres desviaron su atención a la trágica dama, que se ahogaba con su sangre por la fatídica flecha impactada en su garganta.
Los arcanos no necesitaron orden, o consejo para activar sus dichosos objetos encantados, que por orgullo y alta confianza la maga había decidido no activar.
Una nueva oleada de flechas azotó a los confundidos soldados, llevándose a un poco menos de media centena, en su mayoría los aldeanos sin armadura, o escudos que estaban sirviendo como vanguardia.
--¡No es del frente! --Gritó, encolerizado por su retrasada observación-- ¡Nos atacan desde el bosque! --El viento calmo delató a uno de los opositores, que por el descuido hizo temblar las ramas de árbol donde se encontraban-- ¡En las copas de los árboles! ¡Arqueros, a mi orden!... ¡¡Ahora!!