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47.3% El diario de un Tirano / Chapter 79: Programando la cita

章 79: Programando la cita

Los días transcurrieron con normalidad, pero la monotonía en la vahir fue interrumpida por la culminación de la primera construcción de nombre: Sala de guerra, para que días después, el edificio llamado Introducción al conocimiento siguiera el mismo destino.

Orion estaba satisfecho con el trabajo de los dos jefes de construcción. Había visitado las estructuras y, aunque la experiencia en el campo no era mucha, gracias a la interfaz podía percibir la calidad y durabilidad de ambos edificios, construidos con sudor y sangre de los esclavos que fueron forzados a trabajar de sol a sol.

--Necesitaré muebles específicos --Dijo, observando en su interfaz el interior de lo que deberían ser ambas edificaciones--. Recluta a algunos artesanos habilidosos y hazles entrega de estos planos. Coloqué en cada uno de ellos la cantidad que requiero.

--Sí, señor Orion --Astra asintió al aceptarlos--. He escuchado que los estelaris son buenos fabricando muebles.

--No me importa quienes sean, solo que puedan hacer un buen trabajo y en un tiempo corto. --Dijo, sin quitar la mirada de la interfaz.

--No lo defraudaré, señor Orion. --Dijo al despedirse.

Continuó con una mirada fija en la pantalla ilusoria, jugueteando entre secciones en busca de nueva información que creyera necesaria y, aunque todavía había cosas que no comprendía por completo, evitó profundizar demasiado.

--Señor Barlok --Dijo una silueta arrodillada al aparecer de imprevisto, al tiempo que otras cuatro imitaban la acción a sus espaldas--. Los Búhos han completado la misión que nos fue encomendada.

Sus armaduras negras se encontraban manchadas con líquidos de colores extraños y, aunque la peste no era poderosa, si era algo que forzaba a los débiles a taparse las fosas nasales.

--¿Y bien? --Dejó caer su mirada en el sujeto arrodillado.

--Para informar al Barlok --Se levantó con lentitud y respeto--. Encontramos el nido de esas arañas bastardas y lo quemamos. También logramos cazar un par de pirianes de frentes rojas, pero no pudimos encontrar la cueva donde se ocultaban. Nuestra falla, señor Barlok.

--Cumplieron con lo que les pedí. Se han ganado un día de descanso.

El resto del escuadrón se colocó de pie al recibir el permiso de su soberano.

--Gracias, señor Barlok. --Dijo Anda con respeto, en simultáneo que su silueta desaparecía, junto con sus subalternos.

--Han mejorado bastante, no es fácil acabar con un nido de esas grandes arañas. --Dijo para sí misma, aunque por el alto de su voz Orion logró escucharla.

--Lo han hecho. --Asintió complacido.

Mujina sonrió con vergüenza por el desliz de su lengua.

Minimizó su interfaz, volviendo su atención a la hermosa realidad, una llena de colores grises y vientos fríos. El ruido de su ejército en entrenamiento armonizaba en su oído, satisfecho de que cada día se volvieran más fuertes.

--Esto ha sido más cansado que pelear con un jefe de piso. --Dijo al suspirar, su mente, aunque muy poderosa, estaba sufriendo los estragos de gestionar con sabiduría todo el territorio que ahora le pertenecía.

--¿Trela D'icaya? --Preguntó al no comprender, curiosa por conocer la verdad detrás de aquellas palabras.

--Nada importante --Negó con la cabeza, ignorando su interesada mirada--. Regresemos.

Las casas comunales, que en su mayoría eran los lugares donde los esclavos descansaban se encontraban repletas de gente durmiendo, tratando de recobrar las fuerzas que las construcciones les habían quitado.

--Esos holgazanes. Trela D'icaya, permítame azotarlos.

--Yo les ordené que descansaran --Dijo al darle un fugaz vistazo a los largos edificios de madera--. Se puede morir de cansancio, eso lo sé y, no me sirven muertos.

--Me disculpo por mis anteriores palabras, Trela D'icaya. --Agachó la cabeza, un acto que fue ignorado por su señor.

∆∆∆

Los movimientos del infante al balancear su arma afilada denotaban una escena más risible que feroz, pero para ambos individuos, que batallaban con determinación, mostrar debilidad por la diferencia de tamaño y edad no era algo admisible.

--Vamos pequeñín, sé más rápido. --Sé burló Yerena, bloqueando con facilidad el corte de Lork.

El niño esquivó con rapidez, pero por el cansancio y sus cortas piernas le fue imposible mantener el equilibrio, terminando en una caída algo cómica.

--¿Por qué perdemos el tiempo con este niño? Deberíamos haber acompañado a los otros en su misión. --Dijo Jonsa al envainar.

--Cierra la boca --Le lanzó una fiera mirada--. La tarea nos fue encomendada por Trela D'icaya, hacer o decir algo en contra es traición. Y te mataré en el acto si pienso que hablas con seriedad.

--Vamos, Yerena, tampoco exageres. Solo quería desahogarme un poco --Tomó el recipiente que el esclavo personal de Lork se disponía a entregarle a su amo, sin culpa por el acto-- ¿Tú qué piensas, niño? ¿Has aprendido siquiera a no caerte?

--Jodete maldito. --Se levantó, con el brillo de la muerte en sus pupilas.

Jonsa sonrió con frialdad, acercándose al liberar la presión total de su cuerpo.

--Los niños deben respetar a los mayores.

Lork apretó los dientes, sus cabellos revolotearon al permitir salir de su cuerpo la totalidad de su energía. Jonsa se sorprendió, no quería admitirlo, pero en cuestión de poderío energético el infante le ganaba por una gran brecha.

Sintió algo precipitarse hacía él con gran rapidez, siéndole imposible evadir por la tardía reacción. El objeto golpeó en su cabeza, provocándole un fuerte dolor.

--¡Por la Santa Sangre! ¡¿Qué mierda te pasa, Yerena?!

--¡Es lo mismo que te pregunto a ti, imbécil! --Se acercó con una postura imponente-- ¡Ve al niño y a su esclavo!

Jonsa dejó de sobarse, obedeciendo algo reacio a las palabras de su compañera, solo para darse cuenta de que Lork le miraba con la nariz sangrante y el esclavo que le servía se encontraba tirado en el suelo, desmayado.

--Estoy segura de que entre el niño y tú, Trela D'icaya preferiría al niño.

Jonsa se quedó en silencio, aceptando que las palabras de su compañera eran acertadas y lógicas.

--Te mataría... sí él me dejara... --Dijo con dificultad y cansancio.

--Ja, ja, ja, ja, ja. Te respeto niño --Observó con una extraña felicidad a su compañera-- ¿Qué opinas, Yerena? ¿Le enseñamos otra lección?

∆∆∆

El ejército era cuantioso para siquiera contarlo, tanto que el pequeño territorio plano y libre de los caminos apenas si podía permitirse cobijarlos.

--Déjame acompañarte. --Dijo Aldurs con una sonrisa complaciente.

--No, solo retrasaras mi camino --Alzó el cuello para que el sirviente pudiera quitarle el peto--. Será mejor para ti que te quedes --Se levantó, permitiendo que se le colocara la camisa color hueso--. Busca algo que hacer, si quieres supervisa a los soldados a que cumplan con sus deberes, pero por nada del mundo permitas que viajen a la ciudad --Su mirada se tornó oscura--. No deseo regresar y encontrarme con que los dejaste fornicar con esas plebeyas. Por favor no repitas ese incidente, porque no seré tan tolerante como esa vez.

--Lo prometo, hermano. --Dijo con una sonrisa disgustada.

--Bien --Asintió complacido. Se acomodó la túnica recién colocada, al igual que el cinto de su vaina--. Al regresar partiremos. Iremos a por ese maldito bastardo que secuestró a Helda y lo mataré. Estate listo.


章 80: Lucian <El Invicto>

Disminuyó la velocidad del galope al encontrarse a una distancia considerable, admirando con una sonrisa las murallas del interior de la ciudad.

--Otra vez en este maldito lugar. --Suspiró, deshaciéndose de todos los malos pensamientos que ahora rondaban por su mente.

Los guardias de la entrada se movilizaron al instante de observar al jinete, interponiéndose en su camino. Tragando saliva a segundos de reconocerlo.

--Le rogamos nos perdone, señor Lettman.

Se hicieron a un lado con rapidez, haciendo una muy inclinada reverencia por el miedo y la vergüenza.

Lucian asintió, no tomándole importancia al acto irrespetuoso de los subalternos de su madre, emprendiendo de vuelta la marcha.

La ciudad al interior de los muros era muy distinta al exterior, destacando por las construcciones de piedra lisa y demás materiales poco comunes; jardines y caminos mejor desarrollados. Las pocas personas que se dejaban ver al transitar por las calles mostraban vestimentas de buena calidad, con accesorios brillantes y posturas bien entrenadas. Sus cuerpos delgados, delicados hasta cierto punto, con la arrogancia bien arraigada en sus ojos.

Al centro de la durda (ciudad grande) se encontraba el símbolo del territorio, el hermoso e impenetrable palacio de la familia Lettman. Decorado en su patio delantero con un hermoso jardín y cuatro estatuas de los Sagrados, dos por cada lado del ancho camino, que representaban algo que Lucian había olvidado hace bastante tiempo.

--Señor, su caballo. --Dijo un mozo, limpiando con su antebrazo el escurrimiento de su nariz.

--Tratalo bien --Se bajó de un salto, acariciando las crines y parte de su cabeza--. O arriésgate a morir por mi espada.

El mozo le miró con una sonrisa petrificada, no recordaba al muchacho, pero no por ello se atrevió a ser irrespetuoso, conocía las personalidades de los bastardos al interior de los muros, no siendo tan tonto como para pensar que el joven no cumpliría con su amenaza.

--Sí, señor.

Lucian ignoró al sirviente constipado, siguiendo su camino al subir los cinco escalones que llevaban a la puerta principal.

--Su espada, señor. --Dijo el guardia de la entrada con respeto.

Lucian se detuvo, disgustado por la solicitud, pero sin el ánimo para mostrar su enojo. Desabrochó el cinto con la vaina y la entregó, mirando con frialdad al guardia, quién agarró el arma sin un cambio en su expresión.

--¿Sabes dónde se encuentra mi madre?

--¿Su madre, señor? --Regresó la pregunta, confundido y lleno de burla en su interior por el muchacho desorientado.

--Sadia Lettman, la Durca.

El guardia tragó saliva, casi perdiendo el equilibrio por su ignorancia. Hasta ahora podía apreciar el parecido entre madre e hijo y, se agradecía por no tener una lengua suelta como la anterior guardia, porque si hubiera sido así, estaba seguro de que su destino habría sido lamentable.

--No, señor Lettman. Lo lamento. --Agachó la cabeza.

--Cuida mi espada con tu vida. --Dijo al retirarse con una mala cara.

El interior del recinto era tan único como simple, los suelos blancos brillosos que los esclavos limpiaban con esmero, las puertas grandes de madera talladas con símbolos antiguos, las decoraciones hechas por artesanos habilidosos, todo ello representaba la belleza del interior del palacio, además de una sutil, pero poderosa energía mágica que acompañaba a Lucian a cada paso.

Comenzó a impacientarse, el paradero de su madre no era claro y, aunque estaba reacio a encontrarla para soportar su verborrea cínica y molesta, deseaba aún más salir de las malditas paredes que lo rodeaban.

Se detuvo al ver la puerta cerrada, con la boca de un león en la manija como decoración. Su pulso se aceleró, sintiendo un temblor en su interior. Inspiró profundo, empujando el frío hierro para develar los secretos que guardaba.

<<Y el gran Lucian peleó con valentía y, como honor la gran serpiente lo perdonó.>>

Notó su pequeña silueta sentada en la alfombra polvorienta como si volviera al ayer, vislumbrando con gran dolor al ilusorio individuo que charlaba con el infante con una sonrisa en su rostro. Introdujo sus labios a su boca, apretando con fuerza para suprimir sus pesados sentimientos.

<<¿Por eso me llamo Lucian?>>

Se sentó en el único sofá disponible, polvoroso y mal cuidado, observando en su mente el pasado que tanto conflicto le causaba a su corazón.

<<Sí, pequeño gran héroe.>>

<<¿Yo también podré salvar a todos?>>

<<Claro que sí, mi pequeño. Algún día podrás demostrar tu heroísmo. Y talvez hasta una gran serpiente te reconozca.>>

<<Ja, ja, ja, ja. Espera... papá, no más cosquillas. Ja, ja, ja, ja.>>

--Espero estés orgulloso... --Bajó el rostro con el dolor dibujado en que cada centímetro de su piel. Las cristalinas lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta caer al suelo, mientras su pecho se desgarraba al intentar calmarse.

--¿Señor Lucian?

Fue interrumpido por una voz madura, servicial y educada, pero por su ahora apariencia no hizo por voltear, no hasta secar sus lágrimas con el antebrazo y respirar profundo.

--Soy yo --Se levantó del sofá, dándose la media vuelta--. Ah, consejero Thibo, eres tú.

El anciano se alegró al ver muchacho, notando como la madurez ya se había apropiado de gran parte de su anterior rostro juvenil.

--Tu madre te ha estado esperando...

--¿Dónde está? --Cortó de tajo el cansado discurso que estaba seguro le sería dado.

El consejero no mostró su desacuerdo, solo asintió lentamente al permitir que Lucian saliera del cuarto del fallecido Durca, cerrando la puerta con calma.

--Sígueme. --Dijo con un tono calmo, no forzando a que su tono sonara como una orden.

Afirmó, comenzando a caminar a dos pasos del consejero, lo que se consideraba apropiado en la etiqueta del reino para que su honor como superior no fuera mancillado.

--Mi espada, debo volver por ella. --Dijo al notar la salida Norte del palacio.

--Haré que alguien la entregue --Dijo, sin cambiar el rumbo--. Sigamos. Tu madre espera.

La luz del sol impactó en sus ojos justo al cruzar el umbral de la gran entrada, el territorio trasero del palacio se extendía tanto que era imposible ver el final, tanto por las construcciones que comenzaban a unos quinientos pasos del palacio, como por innumerables individuos en entrenamiento.

--¿El segundo y tercer ejército no fue destruido? --Dudó de la noticia de su hermano-- ¿Por qué hay tan gente?

--No tengo permitido responder, señor Lucian. --Se detuvo, esperando a que el joven noble se adentrara en el carruaje, luego de ordenar a uno de los sirvientes que fuera con el guardia de la entrada principal por la espada de Lucian.

--La energía ha cambiado --El cochero ordenó a los caballos moverse--... la siento más pesada.

--No tengo permitido responder, señor Lucian.

--No fue una pregunta --Sonrió con frialdad--. Solo una observación.


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