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41.31% El diario de un Tirano / Chapter 69: Sin pausa

章 69: Sin pausa

--Vine en cuanto me enteré, madre. --Se arrodilló a una pierna, con el casco dorado debajo de sus axilas.

--Tu hermano ¿Dónde está? --Preguntó, seria y con la mirada fría.

--Continúa en el Norte, madre. --Respondió con el miedo en su voz. Observar aquella mirada de su progenitora siempre lo regresaba a los insufribles días de estudio en el palacio cuando era niño.

--¿Acaso mi mensaje no llegó?

--Lo hizo, madre, por eso he venido...

--Maldito --Suprimió su intención asesina en una ráfaga de viento que dirigió a estrellarse contra el muro más cercano, causando un ligero temblor en la habitación cerrada--. No digas nada, Aldurs, no te atrevas a decir algo. Les di la vida ¡Les di todo! ¡Y se convirtieron en unos malditos desgraciados, malagradecidos!

--Madre...

--Que no digas nada, Aldurs --Su respiración se volvió pesada, las venas de su cuello y sien comenzaron a desaparecer entre más tiempo pasaba, pero la frialdad en su mirada no había desaparecido, más bien se había potenciado--. Quiero que vuelvas y le ordenes a tu hermano a regresar con todas mis tropas.

--Pero, madre, la guerra está lejos de terminar, además, el rey podría malinterpretar el acto como una declaración hostil.

--La guerra podría tardar otra vida y, mi hija no tiene el tiempo para esperar a que la rescate, ni yo. Así que has lo que te ordené. Y sobre el rey, me encargaré de ese bastardo cuando llegue el momento.

--Sí, madre. --Se colocó de pie, observando con indecisión a la dama de mirada afilada.

--¿Ahora qué?

--Solo tenía un pergamino de transporte inmediato.

La dama le miró, más decepcionada que de costumbre.

--Ve con el maestro Silfo y di que yo te mandé por otro. Ahora. --Gritó.

--Sí, madre. --Asintió, hizo una sutil reverencia y se despidió con una entrenada media vuelta.

∆∆∆

Se sentó, cubierto del sol por una lona amarrada a cuatro palos gordos, que ondeaba en cada sutil ráfaga de aire. Por sus flancos se encontraban cuatro individuos, de diferentes estaturas e indumentaria, pero con una actitud acorde para la situación. Por detrás, a unos cuatro pasos, el resto de la guardia personal del señor de Tanyer estaba de pie, todos ellos vestidos con una preciosa armadura roja, opaca y resistente.

--Hazlo. --Dijo al conceder su permiso.

Kaly afirmó con propiedad, colocándose al frente de la tarima recién construida.

--¡Caballería, al frente!

Los casi treinta hombres una vez pertenecientes a la caballería del segundo ejército de la casa Lettman rompieron filas, acercándose con una forzada valentía. Cayeron sobre una rodilla, con las cabezas gachas. De pie, a solo un paso frente a ellos se encontraba su excomandante, Kaly. Confiaban en ella, en sus palabras, no todos lo habían hecho, pero ellos sí, habían compartido más de una batalla, no siempre en las mejores condiciones, pero incluso así lograron vencer por sus buenos instintos, por lo que está vez, al igual que en el pasado, confiaban que los mantendría con vida.

--Honorable Barlok de Tanyer, ante usted hoy me presento --Dijo en ceremonia--, rindo homenaje a su señorío, hoy y hasta mi último suspiro y, prometo pelear, sangrar y morir por usted, defender y hacer crecer sus tierras. Suya es mi espada, suya es mi vida. --Se dejó caer de rodillas, sin levantar la mirada.

--Kaly sin apellido, acepto tu espada. --Respondió Orion al levantarse, complacido con la actuación de su subordinada.

--¡Suya es mi espada, suya es mi vida! --Repitieron al unísono la casi treintena de individuos arrodillados.

Las notificaciones fueron constantes, repitiendo una misma leyenda: "Alguien desea jurarte lealtad". Aceptó a todos y, todos ellos pudieron sentir la diferencia en sus cuerpos, una energía que los volvía más fuertes, más poderosos. De inmediato observaron al joven de pie, no atreviéndose a preguntar que era lo que había sucedido.

--Levántense y tomen lugar junto a mis tropas, porque ahora ustedes también lo son. --Dijo con ligera calidez humana, una actuada pero convincente.

Kaly llevó a sus hombres a una de las dos filas de soldados pertenecientes al ejército del señor de Tanyer. Tomando una postura de firmes, con una expresión imperturbable.

--Las razones por las que mis tierras fueron atacadas ya no interesan. Vencí y ustedes se rindieron --Su mirada se colocó en cada individuo semidesnudo, amarrado de sus muñecas con una soga y maltratado por la poca comida consumida de los últimos días--, pero aún hay fuego en sus miradas, deseosos de venganza y libertad... pero recuerden que están en Tanyer, mi dominio y aquí solo se escucha mi voz. Todos ustedes son ahora mis esclavos, los marcaré y se convertirán en míos bajo la ley de sus reinos --La mayoría de los vencidos mantuvo una expresión estoica, conocían los tratados de las Tierras Sin Nombre, sabían que la esclavitud era una de las consecuencias en la derrota, tal vez en un futuro su Gran Señora compraría su libertad, pero por el momento era impensable saber lo que pasaba por la cabeza de esa fría mujer--. Sin embargo, como acaban de presenciar, todavía pueden ser hombres libres. Juren lealtad a mi nombre y yo les concederé una nueva vida. Es una oferta que solo hoy les daré. --Volvió a su cómodo asiento de madera.

La indecisión se apoderó de la mayor parte del ejército vencido, declarar su lealtad a otro señor era algo deshonroso, mal visto en el reino de Jitbar, con consecuencias desastrosas para las casas de los que se atrevieran a efectuarlo, pero aquella no era la razón por la que se sentían tan ansiosos e indecisos, después de todo, pocos de ellos pertenecían a un apellido de renombre en el territorio de la casa Lettman, no, la razón correcta era el joven, el diestro guerrero que había logrado matar a su generala era impredecible y, casi estaban seguros del trabajo que deberían llevar a cabo una vez bajo su mando, no atreviéndose a imaginar lo que pasaría en la siguiente batalla contra la casa Lettman, pero ahora como el bando enemigo. Tal vez sus familias serían asesinadas, o forzadas a la esclavitud por sus decisiones, pero fuera como fuese, ser esclavos tampoco era algo aceptable, el abuso constante, tanto como físico y mental era una de las razones, pero la perdida de sus títulos y estatus era algo irrecuperable, teniendo que empezar nuevamente en la escalera jerárquica si recuperaban la libertad, algo demasiado complicado.

--¿Qué hacen? --Preguntó en voz baja, rota y adolorida.

--Vuelvan. --Dijo otro, no dispuesto a ver cómo la cantidad disminuía.

Fueron los jóvenes, los inexpertos y novatos soldados los primeros en dar el paso al frente, dirigiéndose con una actitud amarga hacia el frente, con la presión por parte del ejército del señor de Tanyer, que se encontraba a ambos de sus flancos. Ochenta jóvenes se arrodillaron, algunos con torpeza, otros con mejor entrenamiento.

--Suya es mi espada, suya es mi vida. --Dijeron, unos antes que otros, pero nadie se quedó callado, no sabían si podrían engañar al joven sentado, pero no tenían las agallas para intentarlo.


章 70: Propuesta

Fira aspiró profundo, Astra observó sin un cambio en su expresión, Mujina se mantuvo estoica, con la mano rápida por si un atrevido deseaba conocer a los Dioses, mientras que Lork comía un retazo de pan, sin un verdadero interés por lo que transcurría frente a sus ojos.

--De pie. --Ordenó.

Obedecieron, levantándose en simultáneo, pero aún con la mirada gacha.

Los veteranos continuaban indecisos sobre que hacer, era una oportunidad única como había manifestado el joven, pero era una decisión difícil de tomar, demasiado para hacerlo en un tiempo tan corto.

--Astra, puedes hacerlo. --Dijo al perder el interés, mientras sostenía su mentón con el puño y recargaba su codo sobre el descansabrazos del asiento. Parecía que su intuición había errado un poco en la cantidad de voluntarios que querían continuar como hombres libres, algo que lo dejó con un humor no muy conveniente para sus enemigos.

--Sí, señor Orion. --Dijo, floreciendo en su calmada expresión una gran sonrisa.

Fira miró la espalda de su hermano, un poco intrigada sobre la petición hecha a su señor. Astra admiró el panorama, carraspeó, engrosando su voz, sus ojos centellaron con astucia calculadora, despejando su mente para dar inicio a su plan.

--Ubíquense a un lado --Dijo con un tono calmo, pero autoritario, al tiempo que bajaba los tres escalones de la tarima de madera. Los ochenta novatos observaron por puro instinto al señor de Tanyer, queriendo conocer su opinión y, al ver su aprobación, nadie se atrevió a desobedecer al joven de cabello negro--. Tú, ven aquí --Le ordenó a un soldado cercano, quién asintió, obedeciendo--. Muchos de ustedes han conocido esclavos, o han poseído alguno, sin embargo --Apagó el brillo de sus ojos--... Desátalo.

El soldado ejecutó la orden, quitándole la soga de las muñecas al alto hombre vencido, quién comenzó a acelerar su respiración.

--Extiende tu mano --Le ordenó. El hombre fue reacio a obedecer, parecía que todavía su orgullo no se había destrozado por completo. El soldado no esperó por la orden, él mismo forzó al alto hombre a ejecutar la acción, terminando con la victoria por la diferencia en fuerzas--. Tu espada por favor. Gracias --Dijo al aceptar la hoja plateada--. Deja de temblar, eres un esclavo ahora, la obediencia debe ser absoluta. Suéltalo, quiero que se haga responsable de su decisión.

Levantó la espada al ver desaparecer las manos del soldado. El esclavo tembló aún más, indeciso sobre si actuar hostil o complacer al sádico joven. La hoja hizo un susurro al caer, cortando menos de la mitad del brazo por la repentina intervención del propietario, quién al final decidió que era más importante su brazo que obedecer.

El vencido gritó, poseído por el tormento al observar su hueso cortado con intenciones de caer y sus dedos gotear de rojo la tierra. El ejército de hombres detrás de él tembló de ira, quisieron desatarse para darle su merecido al joven de cabello negro, quisieron hacer más que eso, pero no lo hicieron, no por falta de ganas, eso era seguro, sino por miedo, pues, en el preciso instante en que ellos se movieron un solo centímetro, el ejército del Barlok desenvainó sus armas, golpeando el suelo con sus pies en simultáneo y creando una atmósfera asfixiante que cortó de tajo cualquier intención de alboroto.

Astra atravesó el pecho del hombre alto, asesinándolo en el acto. Le devolvió el arma al soldado luego de extraerla, se limpió las manos con un paño blanco, dirigiendo una vez más su mirada a todos los vencidos presentes.

--No obedeció y, un esclavo que no obedece se le castiga. --Dijo con calma, guardando el paño en un espacio de su túnica.

Silencio, absoluto silencio. Algunos tragaron saliva, otros inspiraron, llevando a sus pulmones lo último de fortaleza que aún poseían. La fuerza se desvaneció de sus cuerpos a los pocos segundos, lo habían entendido hace mucho, pero todavía tenían una diminuta esperanza, todavía creían que alguien los salvaría, que tendrían tiempo para cambiar sus destinos, pero la sorpresiva realidad los devolvió al fondo del pozo, profundo y oscuro, ahora lo entendían, no había escapatoria, no ante la solemne e imponente mirada del señor de Tanyer y, la presencia de todos sus monstruosos subordinados.

--Yo fui un esclavo no hace mucho --Enseñó la marca de su brazo derecho al permitir que su manga se levantase, una marca tachada que simbolizaba su anterior estatus--, pero al igual que ustedes se me permitió recuperar mi libertad, ahora sirvo a un Señor y, no me arrepiento de mi decisión...

--Señor --Dijo uno de los vencidos, de cabello largo, ondulado y desordenado--. Pido misericordia por interrumpirle --Su tono no era muy grave, pero la entonación estaba bien entrenada. Un hombre educado, pensó Astra al escucharle--, pero quiero hacerle saber que la mayoría posee aún familia, todos ellos viven en el territorio de la familia Lettman. Jurar lealtad a su señor sería lo mismo que condenar a muerte a nuestros familiares y, no creo que haya alguien aquí que no prefiera la muerte a qué eso suceda.

Los vencidos asintieron con calma, sin arrogancia en sus rostros.

Astra bajó la mirada, meditando las palabras del melenudo, por instinto observó a su señor, quién al igual que él reflexionaba la ignorada cuestión.

--Bien. Aceptaré la lealtad de doscientos de ustedes --Se levantó una vez más, hablando con un tono alto y autoritario, en simultáneo que destruía el silencio y atraía a todos con su voz-- y, si me sirven con fidelidad, prometo traer a sus familias, todas ellas gozarán del mismo trato que las familias de mis tropas. Comida, cobijo, seguridad y educación para su descendencia. Solo doscientos de ustedes.

Los vencidos se lanzaron miradas, de lejos habían conocido la aldea, un lugar simple, pero armonioso, unido y seguro, en algunos casos mucho mejor que los lugares donde sus familias habitaban, donde se valían de sus salarios como soldados, uno no muy estable por las disputas en el Norte por la guerra con los salvajes, donde la cosecha escaseaba por esos llamados impuestos de guerra y, aumentos de precios en algunas necesidades básicas, eran momentos difíciles, pero aquí, en las tierras del joven Barlok la situación parecía un poco mejor y, aquello los tentaba como una seductora sombra del bosque, rematando con la posibilidad de educar a sus retoños, una opción en Jitbar reservada para los hijos de aristócratas, mercaderes con buena riqueza, o algún bienaventurado con talento.

--Solo doscientos, los demás serán esclavos. --Recalcó.

El primer valiente dio un paso al frente, luego el siguiente y así consecutivamente, dispuesto a aceptar la tentadora oferta. No fue el único, los más despiertos comenzaron a avanzar y con ello todos lo hicieron, peleándose por ser el primero. Astra sonrió al quitarse del camino, regresando al lado de su señor y admirar a los arrodillados con una sonrisa satisfecha.

--¿Quiénes fueron los primeros? --Le lanzó una mirada a ambas damas colocadas en flancos contrarios.

--No lo sé, señor Orion.

--No lo sé, Trela D'icaya.

Respondieron al unísono, entendiendo el tono de su pregunta.

--¿Astra?

--No lo sé, señor Orion.

--Supongo que deberé ponerles una prueba. --Sonrió, curioso por conocer quienes de sus nuevas adquisiciones destacarían.

--Una decisión muy sabia, señor Orion.


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