Yonan arrojó su arma al suelo, en simultáneo que la media centena de bandidos lo imitaban.
--Quítenles las armas. --Ordenó sin un indicio de emoción en su voz, al tiempo que su agarré a la garganta del líder bandido era aflojado.
Los islos asintieron en respuesta, caminando sin contener sus intenciones hostiles, un mensaje que si era ignorado, se pagaría con sangre. Los caballos relincharon, miedosos por la salvaje energía que comenzó a rodear la fortaleza.
[Grito de guerra]
Su gritó no fue devastador, ni poderoso, pero cumplió con su objetivo y algo más. Los más de cincuenta caballos calmaron sus ímpetus, doblegándose ante la autoridad del joven hombre con un ademán de cabeza.
Todos los no aliados pudieron sentir las ganas de luchar esfumarse de sus cuerpos, una sensación que fue remplazada por el miedo.
--Apelo al tratado de las Tierras Sin Nombre --Dijo Truk con nerviosismo, a la par que observaba como la dama de cabello platinado lo despojaba del cinturón de su vaina y espada--. Al honor de su C-Casa. --Tartamudeó al final, su corazón no estaba resistiendo demasiado.
--¿Honor? ¿Qué es eso? --Hizo aparecer una espada de la nada y con un sutil movimiento la dejó caer sobre el cuello de Truk, un filo que acarició con frialdad su piel, pintando una línea roja.
--¡Apelo al tratado de las Tierras Sin Nombre! --Repitió, intranquilo con la mirada que le era enviada por el hombre joven.
--Fira, tu decisión. --La miró, dispuesto a cumplir sus deseos.
Truk le lanzó una mirada suplicante, había errado en sus decisiones, ahora lo sabía, las señales las había ignorado y ahora pagaba por ello. No quería morir, no así, no de esta manera.
--Sus vidas no tienen valor --Dijo al posar sus ojos sobre el hombre que tiempo antes la entrego al Barlok Horson--, pero sus habilidades con las armas son de utilidad. Señor Orion, voto por esclavitud.
Truk miró al hombre joven, esperanzado de que aquellas palabras fueran escuchadas y, al ver desaparecer la espada que descansaba sobre su cuello, el alivio invadió su cuerpo, dejando salir las fuertes emociones en un eterno suspiro.
--Gracias. --Bajó la cabeza, no dispuesto a levantarla.
--Un esclavo se arrodilla. --Su voz se endureció.
--Sí, señora. --Se dejó caer sobre sus rodillas, sonriendo para sus adentros con el orgullo destrozado.
Como dice el dicho: "El vencido no tiene orgullo".
Fira observó de inmediato el rostro de su señor, queriendo notar si había un cambio en su expresión al escuchar un título que no le correspondía, sin embargo, no sucedió, Orion se mantuvo sereno, observando al hombre arrodillado y a su hermano, quién lo imitó sin refutar.
--Marcalos y llévalos al calabozo y, has que Astra disponga de ellos.
--Sí, señor Orion. --Asintió con respeto.
--Ahora, Fira.
--Sí, señor Orion.
Al ver desaparecer la media centena de individuos desarmados en compañía de cinco de los seis islos su mirada se centró en los cuatro carromatos, dirigiéndose a ellos con curiosidad.
--Abre la puerta.
--Sí, Trela D'icaya.
Subió el primer escalón de la carreta, forzando el cerrojo con una de sus dagas y destruyendo la cerradura por la diferencia de fuerzas. En las tinieblas del interior podían ser escuchados ligeros ruidos ahogados, tímidos y nerviosos, con un temblor en aumento al ver las dos grandes siluetas por el umbral de la pequeña entrada.
--Salgan. --Escucharon una orden, emitida por una voz femenina, salvaje y directa, mucho peor que los gritos lanzados por esa panda de hombrecillos malhumorados.
No fue necesario que la orden fuera repetida, eran conscientes de lo ocurrido afuera, entendiendo que la mejor forma de sobrevivir era obedeciendo y, tal vez solo así tendrían un mañana. La luz de las antorchas aclareció la oscuridad en la que habían sido arropados por más de cincuenta lunas, abrigados por el terror en sus corazones y la intranquilidad del futuro incierto.
--Abre todos. --Ordenó, mientras deslizaba su mirada en cada uno de los presentes.
Mujina asintió, efectuando la orden con gran rapidez y, al igual que los presos en el primer carromato, los del segundo, tercero y cuarto también formaron una fila, mostrando los mismos signos de miedo en sus expresiones.
--¿Saben quién soy? --Preguntó, deslizando su mirada en los cuarenta y dos individuos, quienes temblaron al sentir sus poderosos ojos.
--Vamos, tu también sal, no me hagas sacarte de ahí.
Orion calló, pensó que el último de los esclavos había sido mostrado, pero por los gritos de su subordinada parecía que aquello no era correcto, al menos en parte.
--Hijo de los que se arrastran --Maldijo--, en verdad tú lo quisiste.
Mujina se subió al carromato, adentrándose a su interior y forcejeando con el individuo presente.
--Pequeño roedor --Salió, cargando una pequeña silueta en su mano derecha y, sangrando de su pómulo izquierdo--, miré, Trela D'icaya, tenemos a un peleador. --Arrojó al infante al suelo, ensuciándole el rostro y su desgastada ropa de polvo. Se limpió la pequeña herida con una sonrisa salvaje.
El niño quiso levantarse, pero las cadenas de sus pies y manos se lo impidieron, quiso refutar con palabras, pero el bozal de hierro sobre su boca no se lo permitió. Sus ojos tintinearon de rojo por un momento, interrumpidos por la sombra de lo que él intuyó como la muerte.
--¿Un niño? --Lo miró, encontrando la semejanza con Bastian y los hijos del Barlok anterior, pero, aunque era idéntico en tamaño, sus ojos no eran los de un infante, no, pertenecían a alguien que había atravesado el mismísimo infierno y había vuelto con vida, a alguien que lo había perdido todo--. ¿Qué eres? --Preguntó, no podía creer que ese pequeño poseyera la misma mirada que él.
El niño quiso contestar, pero la presión ejercida por el cuerpo del joven hombre fue demasiada y, la inexperiencia al querer combatirla provocó un repentino desmayo.
--¿Quién es? --Lanzó su mirada sobre cada uno de los esclavos, pero todos bajaron la mirada en respuesta, salvo uno.
--No sabemos, Gran Señor. Apareció una noche de luna completa en el campamento de esos hombres. Escuché un ruido y desperté, no vi mucho, pero ese niño mordió a uno e intentó apuñalar a otro con un cuchillo tirado, después de eso lo encadenaron y lo metieron en mi carro, desde ese día no ha hecho algo más que comer o dormir. --Expresó con algunas pausas necesarias para no estresar de más su corazón, tratando que sus palabras fueran claras para los oídos de su nuevo amo.
Orion asintió, meditando una posibilidad que no podría ser.
--Llévalo a mi oficina, pero no le quites las cadenas. --Ordenó, sin quitarle la mirada de encima al pequeño infante.
*El Rey también poseía esa mirada, la tenía, pero está muerto, yo lo maté... O eso creo. --Pensó con un nerviosismo que no había aparecido desde que había abandonado el laberinto.
--Sí, Trela D'icaya, pero ¿Y ellos? --Preguntó curiosa.
--¿Ellos? --Regresó a la realidad-- Serán nuevos esclavos, pero no los marques, puede que haya merecedores de mi Bendición, como la llaman ustedes, en sus filas.
--Como usted ordene, Trela D'icaya.
Caminaba en círculos, vociferando planes futuros en una lengua diferente, propia de él y solo de él, susurrante y poderosa.
*¿Qué eres? --Lo repitió más de una vez en su mente, observando al pequeño cuerpo dormido en el centro de la sala.
Hacía aparecer y desaparecer una daga larga, de hoja negra, con acabados nunca antes vistos fuera del laberinto. Continuó repitiendo el acto, era un hábito perdido, nuevamente necesario para calmar su inquietud y nerviosismo. Quería sentirse protegido, a salvo de aquellas bestias que siempre lo estaban acechando afuera, esperando por un trozo de su cuerpo. Olvidó que ya no estaba en esa habitación de un metro cuadrado, ya no lo estaba y lo había olvidado, el laberinto era cosa del pasado, sí, del pasado.
El infante abrió los ojos, deslumbrado por la luz que atravesaba los dos ventanales despejados de cortinas, confundido admiró el nuevo lugar, pero su buen instinto le hizo querer ponerse en guardia, algo que no logró por las pesadas cadenas sujetando sus extremidades.
--Espero hayas dormido bien --Se detuvo, continuando con su idioma original, en un intento por conocer la reacción del niño--. Sé que me entiendes.
Se arrodilló a una pierna, observando con fiereza e intención asesina al pequeño niño, quién con nerviosismo tembló, consciente del gran peligro que su vida corría. Peleó con su propia energía, sus ojos tintinearon de rojo, pero la diferencia de poderes era abismal, lo que separaría la tierra del sol, sin embargo, Orion no lo sintió así, percibió de vuelta aquella mirada, esa maldita mirada que solo el Rey le había lanzado.
--Sé que eres tú, maldito --Se acercó aún más--. Y espero no te hayas olvidado de esto. --Acercó su daga a su garganta, sintiendo el temblor en el cuerpo del pequeño infante, quién cerró los ojos con lágrimas resbalando por sus mejillas. Dudó, desde el principio su intención no fue asesinarlo, no, necesitaba respuestas, pero ahora, después de su sincera actuación comenzó a sospechar que su intuición había fallado.
Hizo desaparecer la daga, para después destruir el bozal de hierro que le impedía decir una palabra entendible.
--¿Quién eres?
El niño abrió los ojos, un poco sorprendido por su todavía existencia. Quiso responder, pero no pudo, no había entendido los raros sonidos producidos por el fiero joven.
--¿Quién eres? --Preguntó en la lengua común de Jitbar y tierras vasallas.
--Lork Ijt Zar --Respondió con un tono no acorde a su edad, tartamudeando al final de cada pausa--, es mi nombre.
--¿Qué eres?
--No lo sé --Hizo un par de muecas, dudoso de sí mismo--. No recuerdo nada. Solo mi nombre, que siempre se repite cuando cierro los ojos. Lo que las sombras me susurran.
--¿Quieres matarme? --Intensificó la potencia energética de su cuerpo.
--N-No --Comenzó a sangrar de la nariz por el gran esfuerzo resultante de contratacar la energía enemiga--... s-s-solo quiero, r-r-recordar... Y de-dejar de soñar c-c-con sombras...
Su mirada se elevó al cielo, al instante que comenzaba a temblar con fervor enfermizo y su sangre se derramaba por todos sus orificios superiores.
--No eres ese maldito, su sangre era de otro color.
Al despertar, se encontró en la misma sala, solo que ahora aparte del joven, una dama hermosa de cabello platinado lo observaba, no sabía porque, pero le desagradaba, se sentía incómodo con su presencia, demasiado para soportarlo, pero por desgracia, ese joven continuaba observándolo y, aunque el miedo no describía la emoción que sentía al verlo, entendía con claridad la superioridad que poseía sobre él.
--Sobreviviste, estoy impresionado. --Dijo al acercarse.
Fira se limpió los dedos cubiertos de sangre con un paño blanco, uno que enjuagó y exprimió en un no muy ancho cuenco de agua.
Sonrió, dispuesto a conocer los secretos mejor guardados del infante y, descubrir si era alguien valioso, o solo un mocoso con una gallardía estúpida.
•~•
- Nombre: Lork Ijt Zar
- Edad: 5 ernas (años)
- Estatus: Desterrado.
- Sangre: Desconocido.
- Potencial: Excelente.
- Lealtad: Insuficiente.
- Habilidad especial: Escudo negro, Locura carmesí.
~•~•
--¿Quieres servirme? --Le preguntó con una sonrisa honesta.
Lork levantó la mirada, confundido y dudoso por la propuesta, no sabía qué responder, ni como hacerlo. Era tan solo un niño, forzado a caminar sin recuerdos en un mundo salvaje, a madurar con prontitud, pero eso no significaba que poseía las respuestas de un mundo todavía desconocido.
--¿Si o no?
Lork asintió cabizbajo, levantando con extrema dificultad las cadenas atadas a sus muñecas, una acción instintiva, que provino de una parte muy escondida de su mente.
*Lork Ijt Zar se ha convertido en tu subordinado*
Orion sonrió al ver el temblor en el cuerpo pequeño del niño.
--El dolor será bastante --Dijo al romper las cadenas de sus tobillos y muñecas, mirándolo con expectación--, o no lo será. Solo no me decepciones.
[Instruir]
Sus dedos tocaron su frente, notando como los ojos de Lork se tornaban rojos y brillantes, a la par que apretaba sus dientes, resistiéndose a la inoportuna potencia energética. Fue inmediato, la energía de su habilidad se desbordó por toda la habitación, provocando un temblor en las paredes y la caída de los estantes, recipientes y cuadros preciosos de la oficina. Jadeó, tosiendo con la premisa de querer vomitar lo invisible y sintiendo un gran dolor en su pecho, uno continúo y que parecía no querer abandonar su cuerpo. Sus ojos se humedecieron, el dolor era insoportable, pero más que eso, la sensación de poder lo llenaba como el agua del océano a una copa de plata, sentía que se desbordaba, que podía explotar en cualquier momento. Pero el acto todavía no terminaba y parecía que tardaría más de lo que su pequeño cuerpo podría resistir.
*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*
*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*
*Nivel necesario*
*Tu habilidad [Instruir] ha mejorado, has desbloqueado una nueva ventaja*
Su atención no fue atraída por las notificaciones o el nuevo desmayo del infante, no, su atención estaba puesta en la pantalla de su interfaz, que le brindaba con completo detalle información sobre Lork y, está misma era diferente, había cambiado.
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- Nombre: Lork Ijt Zar
- Edad: 5 ernas (años)
- Estatus: Subordinado de [Orion].
- Sangre: Maldita.
- Potencial: Ilimitado.
- Lealtad: Decente.
- Habilidad especial: Escudo negro, Locura carmesí.
- Cuerpo especial: Cuerpo maldito.
- Don: Mirada del abismo.
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--Has que un esclavo siempre lo acompañe, mejor si es alguien que sepa defenderse. Que lo cuiden como un tesoro. --Dijo con la sonrisa aún plasmada en su rostro.
--Sí, señor Orion --Asintió--. Pero ¿Podría preguntar, por qué?
--Porque lo prepararé para convertirse en un hombre capaz.
*Capaz de ayudarme si es que debo regresar. --Pensó en sus adentros, no dejando de sonreír con astucia al ver al pequeño niño.