Pasaron cinco años después de esa noche y no volviste a ver esa chica de nombre Melissa.
Anhelabas verla una vez más, pero ya no estaba cerca del pueblo. Era lo más seguro que estaba ya bastante lejos de ese lugar. También que se había olvidado de ese chico extraño que ayudó a salir de una trampa de venado hace cinco años atrás.
A pesar del tiempo tan solo con pensar en ella se te devolvía esa sonrisa real a flote dándote una verdadera emoción que valía la pena continuarla y disfrutarla.
Claro que Edward y los demás aún te molestaba, pero ya no era tan importante (ya te habías acostumbrado al dolor causado por gente insegura y molesta); además ya no tenías tanto tiempo de sobra para que te humillaran desde que el señor Hiss falleció de un infarto al corazón y tomarás su puesto en tu antigua escuela.
Murió mientras escuchaba su canción favorita en su radio. Sonriendo con una paz en su expresión ya sin vitalidad.
"Murió feliz y eso me hace sonreír"
Te dijiste a ti mismo, Dallas al verlo en su sofá ya apagado con un dolor inmenso en tu pecho que apenas podía obtener aire entre sollozos que te derribaron como si cada sollozo hubiera sido un disparo para un fusilado.
¿Lo recuerdas?
La radio la conservaste bajo llave en un cajón en tu cuarto. Era algo muy preciado para ser tirado. Sí. Era bastante preciado el regalo de tu gran amigo.
Oías las canciones de ese maquinita en tu nuevo-viejo trabajo. Era un recordatorio del Señor Hiss que aún amaba la música cada vez que sonaba la canción con la que se fue en la radio roja.
Un día en una tarde cuando terminaste con tu trabajo de limpiar todo el lugar te encontraste con la señora Miller (la madre de Edward) y te preguntó que si podías ayudarla con algunas cajas pesadas de toda mercancía de la granja de sus terrenos. No supiste cómo rechazarla a la mujer con labios demasiado pintados de carmesí y fuiste a ayudarla con el trabajito.
Estuviste de un lado a otro moviendo la inmensidad de cajas de madera que llevaban frutas y verduras. La suerte tuya de tener en todo momento que estabas afuera de tu hogar la radio del señor Hiss. Cuando ya casi terminaste tu trabajo se empezaron a oír risas sádicas y voraces. Claro que era Edward y sus compañeros. No te importó para nada, pues siempre se divertían con las cosas más bobas y ridículas posibles. Subiste el volumen hasta el tope a tu radio y seguiste con el final de tu trabajo, pero las carcajadas eran más fuerte que tu maquina sonora. Eran tan fuertes las risas asquiosas que apenas podías concentrarte en otra cosa. Ya estabas harto de tanto escándalo zonzo y fuiste a descubrir qué era lo que les divertía tanto. Te encontraste con algo cruel, duro y de lo más terrible.
-Mira como se mueve ¡Que gracioso!- dijo uno de los compañeros de Edward.
-¡No puedo creerlo!- otro.
-¡Es muy divertido!- uno más.
-Sí, es muy divertido, pero quiero ver más de como se retuerce.- respondió Edward con una sonrisa malosa y gigantesca.
Estaban a punto de ahorcar a un pobre conejo con una cuerda desgastada que le rodeaba el pescuezo.
Tu corazón piadoso. Jajaja, lo siento, pero tan solo recordarlo me causa risa; ese tiempo antes de... tú sabes de qué.
No pudiste soportar lo que le hacían al pobre animal.
-Oigan, pero ¿Qué hacen?
-¡No te metas, venado tonto!
-Solo déjalo en paz al animal y no te molestaré más Edward.
-Pero... si no le estamos haciendo nada solo... quiere jugar.
-¿A ti te gustaría que juegue contigo así, imbécil?
Se quedó perplejo Edward al oír lo que le dijiste, pero creo que tu estaban más. No lo habías pensado. No, solo era una respuesta por el enojo o... ¿Eran tus impulsos y deseos reales?
-¿No recuerdas a quien debes obedecer?
-¡Tú no eres mi líder Edward! ¡Tú nunca tendrás autoridad en mí idiota! Solo quiero que lo dejes en paz a la criatura ¡Eso es todo!
-Bueno... hablas de este.
Le apretó más la cuerda en el cuello. Miraste como se retorcía el animal y tú hacías lo mismo por dentro.
-¡Sujenteló! ¿Quieres ahora que juguemos contigo, Dallas?
Aún se retorcía el animal en la mano de Edward mientras que perdía el aire poco a poco y pronto te pasaría lo mismo.
Los amigos de Edward te sujetaron, tratabas de soltarte, pero no podías. Tomaron una cuerda y te la pusieron a ti también en el cuello. Que sensación tan escandalosa. Así se sentía morir en la manera de perder el oxígeno.
¡Que desagradable!
Te faltaba el aire, te retorcías, tratabas de hablar para pedir ayuda, pero ni una palabra salió de tu boca. La cuerda lastimaba por completo tu cuello. Te llegaron los recuerdos dolorosos de cuanto te sumergían en el río y perdías el aire de la misma manera, pero eso era peor.
¿Por qué dolía tanto? ¡Maldita sea!
Podías sentir que no resistirías tanto e igual que el conejo solo eran segundos de diferencia. Luz, oscuridad. Adiós.
Una punta de asador roto estaba al lado tuyo en la paja suave. Brillante y lo suficiente filoso para librarte. Trataste de tomarlo y no lo notaron los regocijados; pensaban que aun te retorcias en la muerte (en parte era cierto).
Lo alcanzaste y aunque fue lo más duro posible cortaste la cuerda logrando que la muerte no te tocará ese día. Cuando pudiste ponerte de pie los amenazaste con la filosa punta y reconfortante para tu garganta que tomaba de vuelta el aire y regresaba tu color normal.
Se hicieron para atrás todos. Edward se asustó más el muy cobarde y por reflejo soltó al animal ya casi inconsciente y débil
-Tranquilo, Dallas. No hagas una locura.
-Aléjate ¡Ahora!
La ira te corrió por tu ser maltratado,pero te gustaba sentirla fluir por tu sangre; sangre, más sangre. Tal vez te sentías tentado en darle su merecido a Edward,pero ¡No! Aún no. Era arriesgado y no era necesario en el momento.
-¡Solo lárgate ahora,Edward! o ¿Quieres que miremos tu fluido rojo?
-¡No! ¡Me voy!
-¡Todos!
-Sí, todos nos vamos.- dio la orden a todos.- ¡Vayámonos!
Tropezaron uno tras otro como las ratas que eran. Te derrumbaste. Tu garganta, pero que dolor. Tus manos acariciaban tu piel en ese entonces irritada y rojiza por la dureza que trató.
El conejo se volvió en sí y se dirigió hacia a ti: agradecido la inocente criatura. Lo ibas a recibir con gesto y le ibas a dar la libertad aliviado por estar mejor del dolor causado por esos hombres. Estaba destinado, pero no estuviste de acuerdo en el plan del destino. ¡Como siempre, amigo mío!
El animal se retorció más entre tus manos, sus huesos crujieron entre tus dedos y las sacudidas tan duras, tan brutales y tan salvajes.
El suelo golpeó su cuerpo blanquecino. Tus ojos estaban hirviendo y tus dientes se iban a quebrar por la ira y el... ¿gozo de lo que hacías?
La punta atravesó el cuerpo del animal dejándolo en una siesta mortal. ¡Rojo, rojo! La paja amarilla se manchó de rojo prendido.Te hipnotizo la escena. Tu obra te dejo sin aliento alguno. Ese color en tus manos era tan hermoso y escalofriante a la vez.
Te provocaba una emoción tan satisfactoria y alocada. Reías en tu mente.Cuánta, pero cuanta dicha en esa risa tan muda, pues estaban en shock, en realidad, no podías creer lo que estaba enfrente de tus ojos.
¿Que era esa emoción devastadora y abundante? ¿Acaso te enamoraste de tu propio arte o te odiaste por enamorarte de él?
Regresaste en sí y viste con otros ojos el ¿crimen?. Así lo llamaste en ese momento.
Tus ojos lloraron y te derrumbaste como un niño pequeño sufriendo por un juguete roto. ¡Lo destrozaste por completo!
¿Lo recuerdas? Solo tú, solo.
-Perdón, perdóname.
Le dijiste al cuerpo del animalejo ya sin ningún aire y te lo llevaste arrepentido al bosque donde lo enterraste con tus gotas de llanto y la sangre en tus manos sucias.