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92.79% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 219: Capítulo 14

章 219: Capítulo 14

Para: smenach%ShakespeareCol@MinCol.gob De: GobDes%ShakespeareCol@MinCol.gob/viaje Asunto: Al acercarnos

Estimado doctor Menach:

He admirado (y agradecido) su trabajo mientras lo estudiaba durante el viaje. Vitaly Kolmogorov hablaba de usted con más que admiración (asombro y profunda amistad son expresiones inadecuadas), y aunque yo no le conozco como le conocía él, he visto sus logros. El hecho de que miles de nuevos colonos lleguemos para encontrar la colonia Shakespeare en marcha, en lugar de llegar para rescatar una colonia fracasada, se debe a todos los colonos, por supuesto, pero sin sus soluciones para las enfermedades e incompatibilidades proteínicas, es muy probable que hubiésemos llegado para no encontrar a nadie.

Vitaly me contó su renuencia a considerar la aceptación del puesto de gobernador, pero compruebo que lo ha hecho, y que lleva casi cinco años gobernando efectivamente. Gracias por comprometer un poco sus principios y aceptar un trabajo político. Puedo asegurarle que yo mismo me mostré casi igual de renuente a aceptar el trabajo; en mi caso, no tenía ningún otro lugar al que ir.

Como gobernador soy joven y carezco de experiencia, aunque al igual que usted he sido soldado. Espero encontrarle ahí al llegar, para poder aprender de usted y contar con su ayuda para integrar a cuatro mil «nuevos colonos» y mil «antiguos colonos» de forma que, dentro de un tiempo razonable, sean todos simplemente... ciudadanos de Shakespeare.

Me llamo Andrew Wiggin, pero solían llamarme por mi mote de la infancia, Ender. Como fue usted piloto durante la batalla en el sistema en el que es ahora colono, es muy posible que oyese mi voz; seguro que oyó la de al menos uno de mis compañeros de mando. Lloro por los pilotos perdidos en esa batalla; puede que no supiésemos que nuestros errores costarían vidas reales, pero eso no nos exime de la responsabilidad. Comprendo que para usted han pasado más de cuarenta años; para mí, esa batalla tuvo lugar hace sólo tres, y siempre la tengo presente. Estoy a punto de conocer a los soldados que lucharon en ella y que recuerdan a quienes perdieron la vida por culpa de mis errores.

Ansío conocer a los hijos y nietos descendientes de sus compatriotas. Ellos, por supuesto, no recuerdan batallas que deben parecerles historia antigua. No tendrán ni idea de quién soy yo ni de por qué se los insulta haciendo que un chico de quince años sea su gobernador.

Por suerte, cuento con el experimentado almirante Quincy Morgan, quien amablemente se ha ofrecido a ejercer su liderazgo sobre la colonia así como sobre la nave durante todo el tiempo que esté aquí. Vitaly y yo comentamos la naturaleza del liderazgo y el mando, y acabamos considerando a Quincy Morgan como un hombre de paz y autoridad; usted sabrá mejor que yo lo que eso significa para la colonia.

Lamento las cargas que le impondrá nuestra llegada y le doy las gracias de antemano.

Sinceramente,

Andrew

Para: GobDes%ShakespeareCol@MinCol.gob/viaje De: smenach%ShakespeareCol@MinCol.gob Asunto: Mal momento

Estimado Ender:

Gracias por tu considerada misiva. Comprendo perfectamente a qué te refieres con eso de que el almirante Morgan sea un hombre de paz y autoridad, y me gustaría estar equipado para darle el recibimiento adecuado. Pero nuestros únicos soldados son tan viejos como yo; nuestros jóvenes no han tenido ninguna razón para aprender disciplina militar o habilidades de ningún tipo. Me temo que para ti nuestros intentos de maniobra te avergonzarían. Las ceremonias que se puedan celebrar a tu llegada deben ser planeadas por tu parte. Habiendo visto TU trabajo, observándolo al menos tan de cerca como tú has seguido el mío, confío completamente en que lo ejecutarás todo con perfecto aplomo.

Desde la muerte de Vitaly no había tenido ocasión de emplear la palabra «aplomo». Quizá, dado que serás nuestro gobernador (para mi gran alivio), he usado contigo el estilo de discurso que siempre empleé con él.

Es una lástima que tu llegada coincida con un viaje urgente ya planificado desde hace tiempo que debo realizar. Ya no soy el xenobiólogo ¡efe, pero mis deberes en esa área no se han esfumado. Ahora que llegas, puedo al menos realizar ese viaje a la amplia extensión de terreno del sur, que está casi totalmente inexplorada. Nos asentamos en un clima semitropical para no morir congelados si no podíamos encontrar a nuestra llegada combustible adecuado o refugio. Ahora traéis vegetación terrestre que necesita climas más fríos para prosperar, y debo comprobar si hay entornos apropiados. También me hace falta comprobar si hay frutas, verduras y hierbas autóctonas que podamos usar ahora que traéis medios de transporte que harán que sea práctico cultivar en un clima y consumir lo cosechado en otro.

Por razones que te resultarán evidentes, también creo que tener rondando por ahí a un viejo no será tan conveniente como imaginas. Cuando dos hombres que han tenido el título de

«gobernador» están ¡untos, la gente recurre al que mejor conoce. Y la nueva gente, puesto que ha estado en estasis, probablemente siga el ejemplo de la vieja. Mi ausencia será tu mejor baza. Ix Tolo, el xenobiólogo jefe, puede ponerte al día acerca de los proyectos en marcha.

Estoy seguro de que comprenderás que este viaje no implica ningún deseo por mi parte de no ayudarte o de no verte. Si creyese que mi presencia iba a ser mejor para la colonia que mi ausencia, sería un gran placer para mí estrechar la mano al comandante que nos llevó a la victoria. Entre los viejos de la colonia encontrarás todavía a muchos a los que intimidas. Por favor, ten paciencia con ellos si al principio les cuesta hablar.

Sinceramente,

SEL

Sel se puso tranquilamente a preparar la expedición al sur. Iría a pie... la expedición original no había traído bestias de carga y no iba a privar a la colonia de uno de sus medios de transporte. Y aunque muchos de los nuevos híbridos comestibles se habían extendido por grandes zonas, tenía intención de ir más allá del clima óptimo, lo que significaba que tendría que llevar comida. Por suerte, no comía mucho, y se llevaría con él a seis de los nuevos perros, que había modificado genéticamente para metabolizar las proteínas locales. Los perros cazarían, y luego él sacrificaría dos de ellos... y soltaría a los otros cuatro, dos parejas en edad reproductiva que podrían vivir de lo que encontraran.

Nuevos depredadores liberados en estado salvaje... Sel sabía lo peligroso que podía ser para la ecología local. Pero los perros no podían comer todas las especies nativas y no serían un inconveniente para la vegetación. Para los exploradores y colonizadores futuros sería importante encontrar criaturas comestibles y domesticables en estado salvaje.

No estamos aquí para conservar la ecología local como si fuese un museo. Hemos venido a colonizar, a crearnos un mundo.

Que era precisamente lo que los insectores habían empezado a hacer en la Tierra. Sólo que lo habían hecho con un método más drástico... quemarlo todo para luego plantar vegetación del mundo natal insector.

Sin embargo, por alguna razón no lo habían hecho allí. No había encontrado ninguna de las especies que los insectores habían plantado en la Tierra durante la Masacre de China, casi un siglo antes. Aquélla era una de las colonias insectoras más antiguas, y su flora y fauna parecían demasiado distantes, genéticamente, como para compartir antepasados comunes con las variedades insectoras. Seguramente lo

habían ocupado antes de desarrollar la estrategia de formificación que habían empezado a usar en la Tierra.

En todos aquellos años, hasta entonces, Sel se había dedicado por entero a la investigación genética necesaria para que la colonia fuese viable, y, durante los últimos cinco, a gobernarla. Ahora podía salir a territorio inexplorado y aprender lo que pudiese.

No podía recorrer grandes distancias (suponía que su límite estaría en unos pocos cientos de kilómetros) porque no hubiese estado bien que se alejara tanto como para no poder volver y comunicar sus descubrimientos.

Ix Tolo le ayudó a guardar las cosas, quejándose sobre esto y aquello... como era habitual en él. No llevas suficiente equipo, llevas demasiado, no bastante comida, demasiada agua, por qué esto, por qué no aquello... Su atención constante a los detalles era lo que le hacía tan eficiente en su trabajo y Sel lo soportaba con buen humor.

Y, por supuesto, Ix tenía planes propios.

—Puedes deshacer esa otra bolsa—le dijo Sel—, porque no vienes conmigo.

—¿Otra bolsa?

—No soy tonto. La mitad del equipo que he decidido no llevar tú lo has guardado en otra bolsa, con más comida y un saco de dormir adicional.

—Jamás he pensado que seas tonto. Pero yo no soy tan estúpido como para poner en peligro a la colonia enviando a sus dos principales xenobiólogos en el mismo viaje.

—Bien, ¿entonces para quién es la bolsa?

—Para mi hijo Po.

—Siempre me ha incordiado que le pusieras el nombre de un poeta chino demencialmente romántico. ¿Por qué no de un personaje de la historia maya?

—Todos los personajes del Popol Vuh llevan números en lugar de nombre. Es un chico práctico. Fuerte. Si hace falta, él te cargará de vuelta a casa.

—No soy tan viejo y no estoy tan arrugado.

—Él podría hacerlo —dijo Ix—. Pero sólo si estás vivo. En caso contrario, observará y registrará el proceso de descomposición y luego tomará muestras de los microbios y gusanos que logren alimentarse de tu viejo cadáver terrestre.

—Me alegra comprobar que sigues pensando como un científico y no como un tonto sentimental.

—Po es buena compañía.

—Y me permitirá cargar suficiente equipo como para que el viaje sea útil. Mientras tú te quedas aquí y juegas con lo nuevo que llegue en la nave de colonización.

—Y entreno a los xenobiólogos que han enviado —dijo Ix—. Sin duda le has dicho a Wiggin que le ayudaré. No va a pasar. Tendré trabajo de sobra con lo mío sin cuidar del nuevo gobernador.

Sel hizo caso omiso de la queja. Sabía que Ix ayudaría a Wiggin en todo lo que necesitase.

—¿Y a la madre de Po le parece bien que se vaya conmigo?

—No —dijo Ix—. Pero sabe que no volvería a hablarle si se lo prohibiese. Así que tenemos su bendición. Más o menos.

—Entonces saldremos a primera hora de la mañana.

—A menos que el nuevo gobernador lo prohíba.

—No tiene autoridad hasta que no ponga el pie en el planeta. Todavía ni siquiera está en órbita.

—¿No has mirado el manifiesto? Tienen cuatro deslizadores.

—Si nos hace falta, lo pediremos por radio. En caso contrario, no les cuentes dónde hemos ido.

—Es una suerte que los insectores eliminasen a todos los grandes depredadores de este planeta.

—Ningún depredador en su sano juicio se comería un viejo montón de cartílagos como yo.

—Pensaba en mi hijo.

—Él tampoco querrá comerme, aunque nos quedemos sin comida.

Esa noche, Sel se acostó temprano y, luego, como era habitual, Se levantó a orinar después de haber dormido unas horas. Se dio cuenta de que el ansible parpadeaba. Mensajes.

No es problema mío.

Bien, no era cierto, ¿verdad? Si Wiggin no tenía autoridad hasta no haber puesto un pie en el planeta, entonces Sel seguía siendo el gobernador en funciones. Así que tenía que recibir cualquier mensaje de la Tierra.

Se sentó e indicó que estaba listo.

Había dos mensajes grabados. Reprodujo el primero. Era el rostro del ministro de Colonización, Graff, y el mensaje era breve:

—Sé que planea huir de ahí antes de que llegue Wiggin. Antes de hacerlo hable con Wiggin. No intentará impedírselo, así que tranquilícese.

Eso era todo.

El otro mensaje era de Wiggin. Aparentaba su edad, pero empezaba a ser tan alto como un adulto. En la colonia, se esperaba que los adolescentes de su altura realizaran tareas de hombre, y tenían voto en las reuniones. Por tanto, quizá su posición no fuese tan incómoda como se temía Sel.

—Por favor, póngase en contacto conmigo vía ansible en cuanto reciba este mensaje —dijo Ender—. Estamos a distancia de radio, pero no quiero que nadie pueda interceptar la señal.

Sel consideró la idea de pasar el mensaje a Ix para que lo respondiese él, pero decidió que no. No tenía sentido ocultarse de Wiggin, ¿no? Sólo era preciso dejarle el campo libre.

Así que indicó su intención de establecer una conexión. Sólo hicieron falta unos minutos para que apareciese Wiggin. Ahora que la nave de colonización no viajaba a velocidad relativista, no había desfase temporal, y por tanto el ansible transmitía instantáneamente. Ni siquiera se notaba el retraso de la radio.

—Gobernador Menach —dijo Ender Wiggin. Sonrió.

—Señor —respondió Sel. Intentó devolverle la sonrisa, pero hablaba con Ender Wiggin.

—Cuando tuvimos noticia de que se iba, mi primera idea fue rogarle que se quedase.

Sel hizo caso omiso.

—Me he alegrado de ver en el manifiesto todo tipo de bestias de carga, además de animales productores de leche, lana, huevos y carne. ¿Son naturales de la Tierra o han sido modificados genéticamente para consumir la vegetación local?

—Cuando partimos sus métodos eran muy prometedores, pero no quedaron demostrados hasta que ya estábamos de camino. Por tanto, todos los animales y plantas que hemos traído son naturales de la Tierra. Todos están en estasis, y durante un tiempo podrán permanecer en ese estado en la superficie, incluso cuando la nave se haya marchado. Por tanto, habrá tiempo para modificar la siguiente generación.

—Ix Tolo está ocupado con sus propios proyectos, pero creo que podrá enseñar las técnicas a los nuevos xenos.

—En su ausencia, Ix Tolo seguirá siendo el xenobiólogo jefe —dijo Wiggin—. He visto su trabajo de las últimas semanas... años para ustedes. Le enseñó usted muy bien, y los xenos de esta nave tienen la intención de aprender de él. Aunque esperan su pronto regreso. Quieren conocerle. Para ellos es usted un héroe. Éste es el único mundo que tiene flora y fauna no insectora. Las otras colonias han estado trabajando con los mismos grupos genéticos... éste es el único mundo que ofrece desafíos únicos,

así que usted tuvo que hacer, solo, lo que en otras colonias pudieron hacer cooperativamente.

—Darwin y yo.

—Darwin tuvo más ayuda que usted —dijo Wiggin—. Espero que tenga la radio en stand by en lugar de desactivada. Porque me gustaría poder pedirle consejo si lo necesito.

—No lo necesitará. Ahora me vuelvo a la cama. Mañana voy a caminar mucho.

—Puedo enviar un deslizador para que siga sus pasos. No tendrán que cargar con todo el equipo. Podrían explorar hasta más lejos.

—Pero entones los viejos colonos esperarían que regresase pronto. Estarían esperándome a mí en lugar de depender de usted.

—Pero no puedo fingir que no podemos localizarle y encontrarle.

—Pero puede decirles que respeta mi deseo de no hacerlo.

—Sí —dijo Ender—. Eso haré.

Poco más se podía decir. Cortaron la conexión y Sel volvió a la cama. Durmió plácidamente. Y, como era habitual, despertó justo cuando quería... una hora antes del amanecer.

Po le esperaba.

—Ya me he despedido de papá y mamá —dijo.

—Bien —dijo Sel.

—Gracias por dejarme venir.

—¿Hubiese podido impedírtelo?

—Sí—dijo Po—. No te desobedecería, tío Sel. —Toda la generación de nietos le llamaba así.

Sel asintió.

—Bien. ¿Has comido?

—Sí.

—Entonces vámonos. Yo no necesito comer hasta el mediodía.

* * *

Da un paso, luego otro. Eso es el viaje. Pero dar un paso con los ojos abiertos no es en absoluto un viaje, es rehacer tu mente. Ves cosas que no has visto nunca. Cosas que no han visto los ojos de ningún ser humano. Y ves con tus ojos en concreto, que

fueron entrenados para no ver sólo una planta, sino esta planta, que ocupa este nicho ecológico, pero con tal o cual diferencia.

Y cuando tus ojos se han estado entrenando durante cuarenta años para familiarizarse con los patrones de un nuevo mundo, entonces eres Antonie Van Leeuwenhoek, quien vio por primera vez el mundo de animáculos a través del microscopio; eres Cari Linneo, el primero en ordenar criaturas en familias, géneros, especies; eres Darwin, distinguiendo líneas de paso evolutivo de una especie a otra.

Así que no era un viaje rápido. Sel tenía que obligarse a avanzar con cierta prisa.

—No me dejes demorarme demasiado rato con cualquier cosa nueva que vea —le dijo a Po—. Sería muy humillante que mi gran expedición me llevase sólo a diez kilómetros al sur de la colonia. Al menos debo cruzar la cordillera montañosa.

—¿Y cómo debo evitar que te demores, si me tienes fotografiando, recogiendo muestras, almacenando y anotando?

—Niégate a hacerlo. Dime que separe las rodillas huesudas del suelo y me ponga a caminar.

—Durante toda mi vida me han enseñado a obedecer a mis mayores, a observar y a aprender. Soy tu ayudante. Tu aprendiz.

—Simplemente esperas que no nos alejemos demasiado para, cuando muera, no tener que arrastrar el cadáver mucha distancia.

—Creía que mi padre te lo había dicho... Si de verdad mueres, se supone que debo pedir ayuda y observar el proceso de descomposición.

—Eso es. Sólo puedes cargar conmigo si estoy respirando.

—¿Quieres que empiece ahora? ¿Te cargo a hombros para que no puedas descubrir toda una nueva familia de plantas cada cincuenta metros?

—Para ser un joven respetuoso y obediente puedes llegar a ser muy sarcástico.

—No estaba siendo más que un poco sarcástico. Puedo hacerlo mejor si quieres.

—Esto está bien. He estado tan ocupado discutiendo contigo que he avanzado un trecho sin ver nada.

—Sólo que los perros han encontrado algo.

Resultó ser una pequeña familia de los reptiles cornudos que parecían ocupar el nicho de los conejos: un comedor de hojas de grandes dientes que saltaba y sólo peleaba si lo acorralaban. A Sel los cuernos no le parecían instrumentos defensivos (demasiado romos) y cuando se imaginó un ritual de cortejo en el que esas criaturas saltasen en el aire y los entrechocasen, no logró imaginar cómo iban a servir de algo aparte de para revolverles el cerebro, porque tenían el cráneo delicado.

—Probablemente sea una muestra de salud —dijo Sel.

—¿La cornamenta?

—Cuernos —dijo Sel.

—Creo que los pierden y les vuelven a crecer —dijo Po—. ¿Estos animales no te parece que mudan la piel?

—No.

—Buscaré por alguna parte alguna muda.

—Buscarás mucho tiempo —dijo Sel.

—¿Por qué, se comen la piel?

—Porque no mudan la piel.

—¿ Cómo puedes estar tan seguro ?

—No estoy seguro —dijo Sel—. Pero este animal no fue importado por los insectores, es una especie autóctona, y no hemos visto especies autóctonas que muden la piel.

Así se desarrolló la conversación mientras viajaban... pero avanzaron. Sacaron fotos, sí. Y, de vez en cuando, cuando algo era realmente nuevo, se detenían y tomaban muestras. Pero siempre caminaban. Puede que Sel fuese viejo y que de vez en cuando tuviese que apoyarse en su bastón, pero aun así podía avanzar a buen ritmo. Era probable que Po fuese por delante, pero también era Po el que se quejaba cuando Sel decía, tras un breve descanso, que era hora de ponerse en marcha de nuevo.

—No sé por qué llevas bastón —dijo Po.

—Para apoyarme cuando descanso.

—Pero tienes que cargar continuamente con él.

—No pesa tanto.

—Parece pesado.

—Es de madera de balsa... bien, de la que yo llamo de balsa, porque es muy ligera.

Po lo probó. Pesaba como medio kilo, aunque era grueso, estaba retorcido y se ensanchaba en la parte superior como un vaso.

—Aun así, me cansaría de cargarlo.

—Sólo porque tú has llenado la mochila más que yo. Po no se molestó en discutir.

—Los primeros viajeros humanos a la luna de la Tierra y a los planetas lo tuvieron muy fácil —dijo Po mientras coronaban una cresta—. Sólo había espacio vacío entre ellos y su destino. Ninguna tentación de parar y explorar.

—Como los primeros viajeros por mar. Yendo de tierra a tierra, sin tener en cuenta el mar porque no había herramientas que les permitiesen explorar a cualquier profundidad.

—Somos conquistadores —dijo Po—. Sólo que matamos a todos los conquistados antes de poner un pie aquí.

—¿Eso es una diferencia o una similitud? —preguntó Sel—. La viruela y otras enfermedades fueron por delante de los conquistadores.

—Si al menos hubiésemos podido hablar con ellos —dijo Po—. Leí sobre los conquistadores... nosotros los mayas teníamos buenas razones para intentar comprenderlos. Colón dejó escrito que los nativos que había encontrado «no tenían idioma» simplemente porque no comprendían ninguno de los idiomas hablados por sus intérpretes.

—Pero los insectores carecían de lenguaje.

—O eso creemos.

—En sus naves no había dispositivos de comunicación. Nada para transmitir voz o imágenes. Porque no les hacían falta. Intercambio de memoria. Transferencia directa de los sentidos. Fuese cual fuese su mecanismo, era mejor que el lenguaje, pero peor, porque no tenían forma de hablar con nosotros.

—Entonces, ¿quiénes eran los mudos? —preguntó Po—. ¿Ellos o nosotros?

—Todos éramos mudos —dio Sel—, y todos sordos.

—Lo que daría por tener uno con vida.

—No podrías tener sólo uno —dijo Sel—. Formaban colmenas. Hacían falta cientos, quizá miles para alcanzar la masa crítica que producía la inteligencia.

—O no —dijo Po—. A lo mejor sólo la reina era consciente. ¿Por qué si no morían todos si moría la reina?

—A menos que la reina fuese el nexo, el centro de la red neuronal, de forma que todos se desmoronaban al morir las reinas. Pero hasta ese momento, todos eran individuos.

—Como he dicho, me gustaría tener uno con vida —dijo Po—, para poder aprender algo de verdad en lugar de estar haciendo suposiciones a partir de cadáveres disecados.

En silencio, Sel se alegró de que otra generación de la colonia hubiese producido al menos a un individuo que pensaba como un científico.

—Tenemos más cuerpos conservados que cualquier otra colonia. Aquí había pocos carroñeros que se los pudiesen comer, y los cadáveres duraron lo suficiente para que llegásemos a la superficie del planeta y congelásemos algunos. Pudimos estudiar su estructura.

—Pero no había reinas.

—La pena de mi vida —dijo Sel.

—¿En serio? ¿Eso es lo que más lamentas? Sel guardó silencio.

—Lo siento —dijo Po.

—No pasa nada. Simplemente meditaba la pregunta. Lo que más lamento. Vaya pregunta. ¿Cómo puedo lamentar haber dejado atrás todo lo que había en la Tierra, cuando lo hice para ayudar a salvarla? Y venir aquí me permitió hacer cosas con las que otros científicos sólo pueden soñar. Ya he podido bautizar más de cinco mil especies y he creado un sistema rudimentario de clasificación para toda una biota nativa. Más que en cualquiera de los otros mundos insectores.

—¿Por qué?

—Porque los insectores barrieron todo lo que había en esos mundos y luego establecieron un subconjunto limitado de su propia flora y fauna. Éste es el único mundo donde la mayoría de las especies han evolucionado aquí. El único lugar caótico. Los insectores llevaron menos de mil especies a sus colonias. Y su mundo natal, que tal vez era mucho más diverso, ha desaparecido.

—Por tanto, ¿no lamentas haber venido aquí?

—Claro que sí—dijo Sel—. Y también me alegro de haberlo hecho. Lamento ser una vieja ruina de hombre. Me alegra no estar muerto. Me da la impresión de que todas mis lamentaciones están compensadas por algo de lo que me alegro. En conjunto, por tanto, no lamento nada. Pero tampoco soy en absoluto feliz. El equilibrio perfecto. De media, no siento nada en absoluto. Creo que no existo.

—Padre dice que si obtienes resultados absurdos es que no eres un científico sino un filósofo.

—Pero mis resultados no son absurdos.

—Tú existes. Puedo verte y oírte.

—Hablando genéticamente, Po, no existo. Me he apartado de la red de la vida.

—Por tanto, ¿decides medirte según el único estándar que permite declarar que tu vida no tiene sentido?

Sel se río.

—Eres hijo de tu madre.

—¿No de mi padre?

—De los dos, por supuesto. Pero es tu madre la que no soporta la caca de la vaca.

—Hablando de lo cual, no veo el momento de ver una vaca.

* * *

Ahora que la nave desaceleraba rápidamente aproximándose a Shakespeare, la tripulación estaba más ocupada de lo habitual. Lo primero sería atracar con la nave de transporte que cuarenta años antes había traído a la flota de guerra hasta ese mundo. Sin suministros para el viaje de regreso, la nave había quedado como un enorme satélite en órbita geosincrónica, directamente sobre el asentamiento de la colonia. La energía solar había sido suficiente para mantener los ordenadores y las comunicaciones en funcionamiento durante las últimas décadas.

La tripulación original, los actuales colonos, habían empleado los cazas como vehículos de aterrizaje; los suministros y el equipo para los primeros años de la colonia estaban diseñados para encajar dentro o sobre los cazas. Todos iban equipados con ansible. Pero los cazas eran sólo vehículos para aterrizar una vez y no podían abandonar la superficie del planeta.

La tripulación del almirante Morgan repararía y modernizaría el transporte. Traían nuevos satélites de comunicación y meteorológicos, que situarían en órbita geosincrónica a intervalos, rodeando todo el planeta. Luego se asignaría al viejo transporte un capitán y una tripulación y viajaría, no de vuelta a Eros, sino a otra colonia.

A pesar de toda esa actividad, Ender no se hacía ilusiones de que el almirante Morgan estuviese tan distraído como para dejar de controlar las actividades de Ender. El tipo era un planificador, un conspirador, y aunque un «hombre de paz» como él podía parecer que avanzaba poco a poco, sin hacer nunca mucho, siempre estaba dispuesto a atacar.

Así que mientras el momento clave se aproximaba (la llegada a Shakespeare) Ender no le daba a Morgan ninguna razón para sospechar que estuviese tramando nada. Morgan esperaba que Ender fuese un chico alegre y ansioso de quince años, y era preciso no defraudar sus expectativas; sin embargo, a Morgan le preocupaba el derecho inalienable de Ender a ser gobernador. Debía confiar en que Ender estuviera contento dejándole ser el poder en la sombra.

Por eso Ender recurrió a Morgan y le pidió permiso para usar el ansible y comunicarse con los xenobiólogos de Shakespeare. /

—Sabe que he estado estudiando los sistemas biológicos de los insectores y ahora puedo comunicarme con ellos en tiempo real. Tengo muchas preguntas.

—No quiero que los molestes —dijo Morgan—. Ya tienen mucho que hacer preparándose para el aterrizaje.

Ender sabía que la colonia en tierra no tenía nada que hacer en cuanto al aterrizaje excepto apartarse. Morgan aterrizaría y luego decidiría qué suministros requisar para el viaje de vuelta. Estuviese Morgan a bordo o no, la nave volvería a la Tierra.

—Señor, los xenos precisan saber qué especies de pastoreo traemos para poder iniciar los preparativos de adaptación a las proteínas alienígenas. Es un proyecto a muy gran escala, y no tendremos carne hasta que no haya una nueva generación de animales adaptados. No se imagina lo ansiosos que están. Y yo estoy al día, porque examiné el manifiesto cuando salimos de Eros.

—Ya les hemos enviado el manifiesto.

En realidad, Ender había visto el manifiesto antes de que la nave partiese. Pero

¿para qué discutir?

—La lista dice cosas como «vacas» y «cerdos». Les hace falta mucha más información. Yo la tengo; puedo enviarla, y nadie usa el ansible, señor. Esto es muy importante. —Ender estuvo a punto de decir «porfa, porfa, porfa», pero decidió que resultaría demasiado infantil y Morgan podría sospechar.

Morgan suspiró.

—Es por eso que a los niños no deberían encomendarles deberes de adulto. No respetáis la prioridad como los adultos. Pero... siempre que dejes lo que estés haciendo, en cuanto la tripulación precise usar el ansible, adelante. Ahora, si no te importa, tengo trabajo de verdad.

Ender sabía que el trabajo «de verdad» de Morgan tenía más que ver con preparar una boda a bordo que con el aterrizaje. Dorabella Toscano le tenía tan frenético de lujuria (no, lo suyo era afecto, la profunda unión de una relación permanente) que había aceptado que ella llegase a Shakespeare no como una colona corriente sino como esposa del almirante.

Y a Ender le parecía bien. No era ningún inconveniente.

Ender fue directamente a la sala de ansible para enviar los mensajes. De haberse conectado desde su escritorio, con toda seguridad habrían interceptado el mensaje y lo habrían almacenado para su posterior examen. Ender consideró la idea de desconectar el sistema de observación para que no se oyese nada de lo que dijese a Sel Menach, pero decidió que no. Aunque la seguridad era la habitual de la F.I., por lo que un número considerable de niños de la Escuela de Batalla habían podido alterarlo, modificarlo o, como Ender, entrar y espiar con total impunidad, no podía arriesgarse a que Morgan pidiese ver el vídeo de Ender en la sala de ansible y que recibiese la noticia de que no había vídeo de ese periodo de tiempo.

Por lo demás, sólo tenía un mensaje corto que enviar a Graff, pidiéndole un poco de ayuda con la situación actual, y luego tendría un rato de bendita intimidad antes de hacer lo que le había dicho a Morgan que había venido a hacer.

Hizo lo que siempre hacía cuando tenía la oportunidad de estar completamente a solas. Apoyó la cabeza sobre los brazos y cerró los ojos para abandonarse a unos momentos de sueño y refrescar la mente.

Se despertó porque alguien le masajeaba los hombros con suavidad.

—Pobrecito —dijo Alessandra—. Te has quedado dormido mientras trabajabas.

Ender se sentó, y ella siguió masajeándole los músculos de los hombros, la espalda y el cuello. Los tenía muy tensos y lo que le hacía Alessandra le gustaba. Si ella se lo hubiese pedido, Ender se habría negado (no quería contacto físico entre ellos), y si se le hubiese acercado y se hubiese puesto a darle masaje estando despierto, se habría apartado porque le desagradaba que alguien se creyese con derecho a tocarlo sin su consentimiento.

Pero despertarse en esa situación resultaba demasiado agradable para detenerlo.

—No hago mucho —dijo—. En su mayoría, tonterías. Que los adultos se ocupen de lo complicado. Yo ya he cumplido. —A aquellas alturas ya le mentía a Alessandra por puro instinto.

—No me engañas —dijo—. No soy tan tonta como crees.

—No creo que seas tonta —dijo Ender. Y así era. No era material de la Escuela de Batalla, pero tampoco era estúpida.

—Sé que no te gusta que madre y el almirante Morgan vayan a casarse.

¿Por qué iba a importarme?

—No, me parece bien —dijo Ender—. Supongo que aceptas el amor allí donde lo encuentras, y tu madre sigue siendo joven. Y hermosa.

—Lo es, ¿verdad? —dijo Alessandra—. Espero que mi cuerpo acabe siendo como el suyo. Las mujeres de la familia de mi padre eran todas esqueléticas. Sin curvas.

Ender supo al instante a qué había venido Alessandra. Que le hablara de «curvas» mientras le masajeaba era demasiado evidente para no darse cuenta. Pero quería ver dónde quería ir a parar y por qué. Sobre todo, ¿por qué en aquel momento?

—Lisas o con curvas, en las circunstancias adecuadas todos somos atractivos.

—En tu caso, Ender, ¿cuáles son esas circunstancias? ¿Cuándo te resultará atractiva otra persona?

Ender sabía lo que esperaba.

—Eres atractiva, Alessandra. Pero eres demasiado joven.

—Tengo tu edad.

—Yo también soy demasiado joven —dijo Ender. Ya habían tenido aquella conversación... pero teórica, alegrándose de ser tan buenos amigos sin ningún tipo de interés sexual. Estaba claro que se había producido un cambio de programa.

—No sé —dijo Alessandra—. En la Tierra la gente se casaba cada vez más tarde. Y mantenían relaciones sexuales cada vez más pronto. Estaba mal separar esas dos situaciones, lo sé, pero ¿cuál de las dos tendencias es la incorrecta? Quizá la biología de nuestro cuerpo es más sabia que todas las razones para esperar a casarse. Quizá nuestro cuerpo quiera criar hijos cuando todavía somos lo suficientemente jóvenes para aguantarlo.

Ender se preguntó qué parte del discurso eran notas de su madre. Probablemente no mucho. Alessandra realmente se planteaba esas cosas... habían mantenido suficientes conversaciones sobre sociopolítica como para saber que estaba en su línea.

El problema era que, a pesar de que Ender comprendía muy bien dónde quería ir a parar, lo estaba disfrutando. No quería que parara.

Pero debía parar. Parar o cambiar. Lo de masajearle la espalda no podía durar eternamente.

Y no podía parar de pronto. Tenía que interpretar su papel. Morgan debía creerse que Ender quería a Alessandra y que al casarse con Dorabella se convertiría en el suegro de Ender. Más palancas con las que controlarse. Ender había planeado hacerlo platónicamente, que el tiempo que había pasado con Alessandra, la atención que le había dedicado, iba a ser suficiente.

Hasta aquel momento. Ahora le estaban forzando. Por medio de Alessandra... porque Ender no creía que a ella sola se le hubiese ocurrido aquel encuentro.

—¿Piensas en tu madre y el almirante Morgan? —dijo Ender—. ¿Sientes celos? Eso hizo que apartase las manos.

—No —dijo ella—. En absoluto. ¿Qué tiene que ver masajearte la espalda con su matrimonio?

Bien, ahora que ya no le tocaba, Ender podía girar la silla para mirarla. Iba vestida de forma... diferente. Nada evidente, no como en los vídeos que había visto sobre las modas supuestamente sexy de la Tierra. Llevaba ropa que ya le había visto llevar antes, pero con un botón más desabrochado. ¿Era la única diferencia? Quizá, como hasta hacía un momento le había estado tocando, la veía con otros ojos.

—Alessandra —dijo—, no finjamos que no sabemos lo que pasa aquí.

—¿Qué crees que pasa? —dijo ella.

—Yo dormía y tú has hecho lo que no habías hecho nunca.

—Nunca me había sentido así —dijo ella—. Veo la pesada carga que soportas. No sólo la de ser gobernador y demás, me refiero... a todo lo sucedido antes. Al peso de ser Ender Wiggin. Sé que no te gusta que te toquen, pero eso no significa que otras personas no quieran tocarte.

Ender tocó la mano de Alessandra, reteniéndola apenas entre los dedos. Incluso mientras lo hacía sabía que no debía. Sin embargo, su deseo de hacerlo fue casi

irresistible, y una parte de él decía que no era peligroso. ¿Tocarse las manos? La gente lo hacía continuamente.

Sí, y continuamente hacen otras cosas, dijo otra parte de su mente. Calla, dijo la parte a la que le gustaba tocar a Alessandra.

¿Y si seguía el guión de Alessandra... o el de su madre? ¿Había destinos peores? Iba a un mundo colonial. Lo importante en las colonias era la reproducción. La chica le gustaba. En la colonia tampoco habría tantas chicas entre las que elegir; entre los pasajeros en estasis había pocas de su edad, así que tendría que elegir sobre todo entre las chicas nacidas en Shakespeare, y no serían... de la Tierra.

Mientras argumentaba contra sí mismo, ella le agarró con más fuerza y se le acercó. Se colocó a su lado. Notaba su calor... o imaginaba que podía sentirlo. El cuerpo de Alessandra le rozó el antebrazo; su otra mano, la que no le retenía, le acariciaba el pelo. Colocó la mano de Ender sobre su pecho. Presionó el dorso de la mano de Ender no contra su seno (aquello hubiera sido demasiado obvio) sino contra su pecho, donde latía el corazón. ¿O lo que sentía era su propio pulso martilleando en la mano?

—Durante el viaje he llegado a conocerte. A conocer no al chico famoso que salvó al mundo, sino al adolescente, al joven de mi edad, tan cuidadoso, tan considerado con los demás, tan paciente con todos. Conmigo, con mi madre. ¿Crees que no me he dado cuenta? Siempre deseando no hacer daño a nadie, no ofender a nadie, pero sin permitir jamás que alguien se acerque demasiado, aparte de tu hermana. ¿Ése es tu futuro, Ender? ¿Tu hermana y tú, formando un círculo que no permite la entrada de nadie?

Sí, pensó Ender. Eso es lo que he decidido. Cuando Valentine apareció pensé: Sí, a ella la puedo dejar entrar. En ella puedo confiar.

No puedo confiar en ti, Alessandra, pensó Ender. Vienes aquí a cumplir con los planes de otra persona. Quizá seas sincera en lo que dices, quizá sí. Pero te están utilizando. Eres un arma apuntando a mi corazón. Hoy alguien te ha vestido. Alguien te ha dicho lo que hacer y cómo hacerlo. O, si realmente sabes todo esto por ti misma, entonces eres demasiado para mí. Estoy demasiado pillado en esto. Lo quiero demasiado para dejar que siga adelante como aparentemente me lo estás ofreciendo.

No dejaré que siga, pensó Ender.

Pero incluso tomada esa decisión, no podía limitarse a ponerse en pie y decir «sal de aquí, tentadora», como le había dicho José a la mujer de Putifar. Tenía que lograr que ella quisiese parar, para que el almirante Morgan nunca creyese que la había rechazado. Seguro que Morgan vería la grabación de aquel encuentro. En la víspera de su boda, de ninguna forma Morgan podía ver a Ender rechazando a Alessandra.

—Alessandra —dijo Ender, hablando en voz tan baja como la de ella—. ¿De verdad quieres vivir la vida de tu madre?

Por primera vez Alessandra vaciló, con incertidumbre.

Ender apartó la mano, se sujetó en los apoyabrazos, se levantó.

La abrazó y decidió que, para que fuese efectivo, tenía que besarla.

Así que lo hizo. No se le daba bien. Para su alivio, tampoco se le daba bien a ella. Fue torpe, fallaron un poco y tuvieron que centrarse, y ninguno de los dos sabía realmente qué había que hacer. Curiosamente, el beso rompió la tensión y, al terminar, los dos rieron.

—Ya está —dijo Ender—. Lo hemos hecho. Nuestro primer beso. Mi primer beso, con cualquiera.

—El mío también —dijo ella—. El primero que he querido.

—Podríamos ir más lejos —dijo Ender—. Los dos estamos equipados... estoy seguro de que hacemos juego.

Ella volvió a reír. Eso, pensó Ender. Reír es el estado de ánimo adecuado, no el otro.

—Iba en serio lo que he dicho sobre tu madre —dijo Ender—. Ella hizo esto mismo, a tu edad. Te concibió cuando tenía catorce años, naciste cuando tenía quince. La edad que tienes ahora. Y se casó con el chico, ¿sí?

—Y fue maravilloso —dijo Alessandra—. Madre me contó, muchas veces, lo feliz que era con él. Lo bueno que fue. Lo mucho que me amaban los dos.

Claro que tu madre te dijo todo eso, pensó Ender. Es una buena persona, no quería contarte que fue una pesadilla tener quince años y cargar con todas esas responsabilidades.

Pero quizá fuese bueno, pensó otra parte de su mente. La parte que era más que consciente de que sus cuerpos seguían juntos, que él tenía los dedos pegados contra la parte posterior de la blusa de Alessandra, moviéndose un poco, acariciando la piel y el cuerpo bajo la tela.

—Tu madre vivía bajo el dominio de alguien más fuerte que ella —dijo Ender—.

Tu abuela. Quería ser libre.

Con eso bastó. Alessandra se apartó.

—¿De qué hablas? ¿Cómo sabes lo de mi abuela?

—Sé lo que tu propia madre me contó —dijo Ender—. Delante de ti.

En el rostro de Alessandra vio que lo recordaba y el estallido de furia desapareció. Pero no volvió a sus brazos. Ni tampoco la invitó él. Pensaba con más claridad cuando ella estaba a medio metro de distancia. Un metro hubiera sido incluso mejor.

—Mi madre no se parece en absoluto a mi abuela —dio Alessandra.

—Claro que no —dijo Ender—. Pero las dos habéis vivido juntas toda la vida. Con mucha intimidad.

—No intento alejarme de ella—dijo Alessandra—. No te utilizaría para algo así. — Pero su rostro decía otra cosa. Reflejaba el reconocimiento, quizá, de que a ella la habían estado utilizando... que aquel encuentro se había producido a instancias de su madre.

—Simplemente pensaba que incluso la alegre tierra de las hadas donde finge vivir...

—¿Cuándo has visto tú...? —empezó a decir ella, pero calló, porque, por supuesto, Dorabella había interpretado el papel de reina de las hadas en muchas ocasiones, para deleite de los colonos.

—Pensaba que después de tanto tiempo... —dijo Ender—. Tal vez no quieras pasar el resto de tu vida en sus lugares imaginarios. No pensaba nada más. Ella ha tejido para ti un maravilloso capullo, pero aun así quizá quieras salir de él y volar.

Alessandra se quedó allí de pie, con la mano en la boca. Luego se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Per tutte sante —dijo—. Yo estaba... haciendo lo que ella quería. Creía que era idea mía, pero ha sido idea suya... Yo quería gustarte, de verdad, eso no es fingido, pero la idea de venir aquí... No me alejaba de ella, la obedecía.

—¿En serio? —dijo Ender, intentando actuar como si no lo supiese ya.

—Me dijo lo que debía hacer, hasta dónde... —Alessandra empezó a desabrocharse los botones de la blusa, llorando. Debajo no llevaba nada—. Lo que ibas a ver, lo que podías tocar pero no más...

Ender avanzo y la volvió a abrazar para evitar que siguiese desabrochándose la blusa. Porque incluso en aquel emotivo momento una parte de él sólo se preocupaba por la blusa y lo que mostraría, no por la chica que lo hacía.

—Te preocupas por mí —dijo ella.

—Claro que sí —dijo Ender.

—Más que ella —dijo Alessandra. Sus lágrimas empapaban la camisa de Ender.

—Probablemente no —dijo Ender.

—Me pregunto si le importo algo —dijo Alessandra, apoyada en su pecho—. Me pregunto si alguna vez he sido algo más que su marioneta, de la misma forma que ella fue la marioneta de la abuela. Quizá si madre se hubiese quedado en casa, no se hubiese casado y no me hubiese tenido a mí, la abuela hubiese rebosado de tierra de hadas y belleza... porque se hubiera estado saliendo con la suya.

Perfecto, pensó Ender. A pesar de mis propios impulsos, de mi biología, esto ha salido justo como quería. El almirante Morgan comprobaría que, a pesar de que la aproximación sexual no había ido según lo previsto, Ender y Alessandra seguían siendo íntimos, seguía habiendo una relación entre ellos... lo que quisiese interpretar. El juego seguía en marcha. Auque claramente el romance estuviese parado.

—La puerta de esta sala no se puede cerrar —dijo Ender.

—Lo sé —dijo ella.

—Podría entrar alguien en cualquier momento. —Consideró que lo mejor era no comentar que en todas las salas había cámaras de vigilancia, incluida aquélla, y que en aquel mismo momento podía haber alguien mirando.

Ella lo comprendió, se apartó y volvió a abrocharse la blusa. En esta ocasión hasta donde se la abrochaba habitualmente.

—Has visto a través de mí—dijo.

—No —dijo Ender—. Te he visto a ti. Quizá tu madre no lo haga.

—Sé que no lo hace —dijo Alessandra—. Lo sé. Yo sólo soy... es sólo... el almirante Morgan, eso es. Dijo que me traía para que encontrase a un joven con futuro, pero ella encontró a un viejo con un futuro aún mejor, de eso se trataba, y yo simplemente encajo en sus planes, eso es todo, yo...

/ —No lo hagas —dijo Ender—. Tu madre te ama, no ha sido un acto de cinismo, ella creía que te ayudaba a conseguir lo que tú deseabas.

—Quizá—dijo Alessandra. Luego se rio amargamente—. ¿O es esto simplemente tu versión de la tierra de las hadas? Todos quieren que yo sea feliz, así que construyen a mi alrededor una realidad falsa. Sí, quiero ser feliz, ¡pero no con una mentira!

—No te miento —dijo Ender. Ella le miró furibunda.

—¿Me deseabas? ¿Un poco? Ender cerró los ojos y asintió.

—Mírame y dilo.

—Te deseaba —dijo Ender.

—¿Y ahora?

—Quiero muchas cosas que no tengo derecho a tener.

—Parece como si tu madre te hubiese enseñado a responder así.

—De haber crecido con mi madre, quizá lo hubiese hecho —dijo Ender—. Pero la verdad es que lo aprendí cuando decidí ir a la Escuela de Batalla, cuando decidí vivir según las reglas de ese lugar. Todo tiene reglas, incluso si nadie las inventa, incluso si

nadie lo considera un juego. Y si quieres que las cosas salgan bien, lo mejor es conocer las reglas y sólo romperlas si juegas a un juego diferente y sigues otras reglas.

—¿Crees que eso que has dicho tiene algún sentido?

—Para mí lo tiene —dijo Ender—. Te deseo. Tú me deseabas a mí. Es bueno saberlo. He tenido mi primer beso.

—No ha estado mal, ¿verdad? ¿No he estado fatal?

—Expresémoslo de esta forma —dijo Ender—: No he descartado repetirlo. En el futuro.

Ella rio. Había dejado de llorar.

—La verdad es que tengo trabajo —dijo Ender—. Y créeme, me has despertado por completo. No tengo ni una pizca de sueño. Ha sido muy útil.

Ella rio.

—Comprendo. Es hora de que me vaya.

—Creo que sí —dijo él—. Pero te veré luego. Como siempre.

—Sí—dijo Alessandra—. Intentaré no comportarme como una tonta.

—Pórtate como siempre —dijo Ender—. No puedes ser feliz si finges continuamente.

—Bueno, mi madre...

—¿Qué? ¿Finge o es feliz?

—Finge ser feliz.

—Así que quizá tú puedas crecer para ser feliz sin tener que fingir.

—Quizá —dijo ella. Y se fue.

Ender cerró la puerta y se sentó. No quería más que gritar por la frustración del deseo contrariado, de furia por una mujer que podía enviar a su hija a semejante misión, contra el almirante Morgan por hacer que todo aquello fuese necesario, contra sí mismo por ser tan mentiroso. «No puedes ser feliz si finges continuamente.» Bien, su vida evidentemente no contradecía esa sentencia. No dejaba nunca de fingir y sin duda alguna no era feliz.


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