Para: hgraff%educadmin@ComFI.gob
De: demostenes@UltimaGranEsperanzadDeLaTierra.pol
Asunto: Usted sabe la verdad
Sabe quién decide lo que se escribe. Sin duda incluso tiene alguna idea de por qué. No voy a intentar defender mi ensayo o la forma en que otros me utilizan.
En una ocasión usted manipuló a la hermana de Andrew Wiggin para convencerlo de volver al espacio y ganar esa pequeña guerra que libraban. Ella cumplió con su deber, ¿no es así? Qué chica tan buena, siempre haciendo sus deberes.
Bien, tengo una misión para ella. En una ocasión envió usted a su hermano con ella, para que le diera apoyo y le hiciera compañía. La necesitará de nuevo, más que nunca, sólo que en esta ocasión él no podrá reunirse con ella. En esta ocasión no habrá ninguna casa junto al lago. Pero nada impide que ella salga al espacio para reunirse con él. Alístela en la F.I., páguele como consultora, lo que haga falta. Pero ella y su hermano se necesitan. Más de lo que cualquiera de ellos necesita la Vida En La Tierra.
No intente engañarla. Recuerde que ella es más inteligente que usted y que ama más que usted a su hermanito pequeño, y, además, es usted un hombre decente. Sabe que esto es lo correcto y lo adecuado. Usted siempre intenta hacer lo correcto y adecuado, ¿no es así?
Háganos un favor a los dos. Coja esta carta, rómpala y métasela donde no brilla el sol.
Su dedicado y humilde servidor —el servidor dedicado y humilde de todos—, servidor dedicado y humilde de la verdad y el jingoísmo nobles.
DEMÓSTENES
¿En qué invierte sus días un almirante de trece años?
Pues no en mandar una nave... eso se lo dejaron claro a Ender el día que recibió su nombramiento.
—Tienes un rango acorde con tus logros —dijo el almirante Chamrajnagar—, pero realizarás labores acordes con tu entrenamiento.
¿Para qué se había entrenado? Para jugar una guerra virtual en un simulador. Ya no quedaba nadie contra quien luchar, así que estaba entrenado para... nada.
Oh, y para otra cosa: para mandar niños al combate, extraer de ellos hasta la última gota de esfuerzo, concentración, talento e inteligencia. Pero los niños ya no tenían nada que hacer allí, y uno a uno iban volviendo a casa.
Iban a ver a Ender para decirle adiós.
—Pronto volverás a casa —dijo Hot Soup—. Tienen que preparar un recibimiento digno de un héroe. —Él se marchaba a la Escuela Táctica, para completar lo poco que le quedaba para recibir su título de bachillerato. «Así podré ir directamente a la universidad.»
—A los chicos de quince años la universidad siempre se les da genial —dijo Ender.
—Debo concentrarme en mis estudios —dijo Han Tzu—. Terminar la universidad, descubrir qué se supone que debo hacer con mi vida y luego encontrar a alguien para casarme y tener hijos.
—¿Participar en el ciclo de la vida? —inquirió Ender.
—Un hombre sin esposa y bebés es una amenaza para la civilización —sentenció Han Tzu—. Un soltero es un incordio. Diez mil solteros hacen una guerra.
—Me encanta cuando me sueltas sabiduría china.
—Soy chino, así que me la puedo inventar sobre la marcha —Han Tzu le sonrió—. Ender, ven a verme. China es un país hermoso. Hay más variedad dentro de China que en el resto del mundo.
—Lo haré si puedo —aseguró Ender. No tuvo ánimos para comentar que China estaba repleta de seres humanos, y que la combinación de bondad y maldad, fuerza y debilidad, valentía y temor sería básicamente la misma que en cualquier otro país, cultura o civilización... o aldea, casa o corazón.
—¡Oh, sí que podrás! —apostrofó Han Tzu—. Condujiste a la especie humana a la victoria, y todos lo saben. ¡Puedes hacer lo que quieras!
Excepto volver a casa, se dijo Ender en silencio. En voz alta respondió:
—No conoces a mis padres.
Había pretendido decirlo en el mismo tono jocoso empleado por Han Tzu, pero ya nada le salía como pretendía. Quizás un aspecto taciturno de su persona, sin que él se diese cuenta, daba un tono diferente a todo lo que decía. O quizás era Han Tzu quien no podía oír un chiste surgiendo de la boca de Ender; tal vez él y los demás chicos conservaban demasiados recuerdos de cómo habían sido las cosas casi al final, cuando les preocupaba que Ender estuviese perdiendo la cabeza.
Pero Ender sabía que no perdía la cabeza. La estaba encontrando. La mente profunda, el alma, el hombre cruelmente compasivo... capaz de amar a los demás tan
profundamente que los comprendía, pero permaneciendo a la distancia adecuada para emplear ese conocimiento para destruirlos.
—Padres —dijo Han Tzu sin alegría—. El mío está en la cárcel, ya lo sabes. O quizá ya haya salido. Me hizo hacer trampas en el examen, para asegurarse de que vendría aquí.
—No te hacía falta hacer trampas —dijo Ender—. Eres auténtico.
—Pero mi padre necesitaba facilitarme el acceso, no valía con que yo me lo ganase. Así se hacía sentir necesario. Ahora lo comprendo. Yo planeo ser mucho mejor padre que él. ¡Soy el buen padre!
Ender rió, le abrazó y se dijeron adiós. Pero siguió pensando en la conversación. Comprendió que Han Tzu aprovecharía su entrenamiento militar y se convertiría en el padre perfecto. Y buena parte de lo que había aprendido en la Escuela de Batalla y allí, en la Escuela de Mando, probablemente le sirviera. Paciencia, autocontrol riguroso, saber descubrir el potencial de tus subordinados para compensar sus déficits durante el entrenamiento.
¿Para qué me entrenaron?
Yo soy un Hombre Tribal, pensó Ender. El jefe. Pueden confiar absolutamente en que haré lo mejor para la tribu. Pero tal confianza implica que soy yo el que decide quién vive y quién muere. Juez, ejecutor, general, dios. Para eso me prepararon. Lo hicieron bien; me porté tal y como me entrenaron. Ahora puedo repasar las ofertas de empleo de las redes y no encontrar ni un trabajo que requiera esas cualidades. Ninguna tribu que necesite un jefe, ninguna aldea que precise un rey, ninguna religión que busque un profeta guerrero.
* * *
Oficialmente, Ender jamás tendría que haber sido informado acerca de las actuaciones del consejo de guerra contra el ex coronel Hyrum Graff. Oficialmente, Ender era demasiado joven y estaba demasiado implicado personalmente, y los psicólogos juveniles declararon, después de varias y tediosas evaluaciones psicológicas, que Ender era demasiado frágil para exponerse a las consecuencias de sus actos.
Oh, vale, ahora os preocupa ese detalle.
Pero de eso iría el consejo, ¿no? De si Graff y otros oficiales —pero sobre todo Graff— se habían servido adecuadamente de los niños que les habían confiado. Todo se trataba con mucha seriedad, y por la forma en la que los oficiales adultos guardaban silencio o apartaban la vista cuando él entraba en una sala, Ender estaba
razonablemente seguro de que lo que había hecho había tenido alguna terrible consecuencia.
Habló con Mazer justo antes del comienzo del juicio y le planteó su hipótesis sobre lo que realmente pasaba.
—Creo que hacen responsable al coronel Graff de cosas que hice yo. Pero dudo que sea de hacer estallar el mundo natal de los insectores y destruir toda una especie consciente... Eso les parece bien.
Mazer se limitó a asentir sabiamente pero sin decir nada... Era su modo habitual de responder, que conservaba de sus días como entrenador de Ender.
—Así que se trata de algo más que hice —dijo Ender—. Sólo se me ocurren dos actos míos que podrían hacer que un hombre acabase ante el tribunal por haberme dejado cometerlos. Uno fue una pelea en la Escuela de Batalla. Un chico mayor me acorraló en el baño. Se jactaba de que iba a golpearme hasta que ya no fuese tan listo, y su pandilla lo acompañaba. Le avergoncé para que pelease únicamente él y luego le derribé de un solo golpe.
—Vaya —dijo Mazer.
—Bonzo Madrid. Bonito de Madrid. Creo que está muerto.
—¿Crees?
—Al día siguiente me sacaron de la Escuela de Batalla. Nunca más hablaron de él. Di por supuesto que eso significaba que le había hecho daño de verdad. Creo que está muerto. Por algo así te someten a un consejo de guerra, ¿no? Tienen que responder ante los padres de Bonzo por la muerte de su hijo.
—Un razonamiento muy interesante —dijo Mazer. Mazer decía eso independientemente de que sus suposiciones fuesen correctas o erróneas, así que Ender no intentó interpretarlo—. ¿Eso es todo? —preguntó Mazer.
—Hay gobiernos y políticos interesados en desacreditarme. Hay un movimiento para impedirme volver a la Tierra. Leo las redes, sé lo que dicen, que yo no seré más que un balón político, un blanco para asesinos o un activo que mi país empleará para conquistar el mundo, y tonterías similares. Así que creo que hay gente que pretende aprovechar el consejo de guerra de Graff para hacer públicos detalles sobre mí que normalmente se mantendrían en secreto. Detalles que me harán parecer un monstruo.
—Sabrás que creer que el consejo de guerra de Graff es, en realidad, el tuyo bordea la paranoia.
—Por lo que resulta todavía más adecuado que yo esté viviendo en el manicomio
—dijo Ender.
—Eres consciente de que no puedo decirte nada —dijo Mazer.
—No tienes que hacerlo —dijo Ender—. También se me ocurre que hubo otro chico. Hace años, cuando yo era pequeño. Apenas era mayor que yo, pero le acompañaba una banda. Le convencí de que no dejara intervenir a la banda... convertí el asunto en algo personal, una lucha de uno contra uno. Igual que con Bonzo. Entonces yo no era bueno luchando. No sabía hacerlo. Sólo pude abalanzarme sobre él como un loco para hacerle tanto daño que jamás se atreviese a venir de nuevo por mí. Tuve que volverme loco de verdad para que los asustara lo loco que estaba. Así que creo que ese incidente también formará parte del consejo de guerra.
—Tu egocentrismo es en realidad muy tierno... realmente estás convencido de ser el centro del universo.
—El centro del consejo de guerra—corrigió Ender—. Va de mí o la gente no se tomaría tanto trabajo para evitar que conociese los detalles. La ausencia de información es en sí información.
—Sois unos chicos muy listos —subrayó Mazer, con el sarcasmo justo para hacer sonreír a Ender.
—Stilson también está muerto —añadió Ender. No era una pregunta.
—Ender, no todos contra los que te peleas acaban muertos. —Pero después de decir aquello vaciló brevemente. Y Ender lo supo seguro. Todos aquellos contra los que se había peleado, peleado de verdad, habían muerto. Bonzo. Stilson. Todos los insectores, todas las reinas, todas las larvas, todos los huevos o como fuese que se reprodujesen habían desaparecido.
—¿Sabes? —susurró Ender—, no dejo de pensar en ellos. Pienso que jamás tendrán hijos. En eso consiste estar vivo, ¿no? En tener la capacidad de reproducirse. Incluso la gente sin hijos no deja de fabricar continuamente nuevas células. Duplicándose. Pero en el caso de Bonzo y Stilson ya no es así. No llegaron a vivir lo suficiente para reproducirse. Arrancados de raíz para la posteridad. Para ellos, yo fui la naturaleza salvaje y cruel. Yo decidí que no eran los mejor adaptados.
Incluso mientras lo decía Ender sabía que estaba siendo injusto. Mazer tenía órdenes de no hablarle de tales cuestiones, y si sus suposiciones eran correctas ni siquiera podía confirmárselas. Pero si ponía fin a la conversación se las confirmaría, incluso lo haría si negaba la verdad. Ender prácticamente le estaba obligando a hablar.
—No hace falta que respondas —dijo Ender—. En realidad no estoy tan deprimido como parece. La verdad es que no me considero culpable.
Mazer parpadeó.
—No, no estoy loco —dijo Ender—. Lamento que murieran. Sé que soy responsable de la muerte de Stilson, Bonzo y de todos los insectores del universo. Pero no es culpa mía. No fui en busca de Stilson ni de Bonzo. Ellos vinieron por mí, con
amenazas de causarme daño de verdad. Amenazas plausibles. Cuéntaselo en el consejo de guerra. O reproduce la grabación de esta conversación, que sin duda estás registrando. No tenía intención de matarlos, pero tenía intención de impedir que me hiciesen daño. Y la única forma de hacerlo era actuar brutalmente. Lamento que muriesen de sus heridas. Es algo que desharía si pudiese. Pero carecía de la habilidad para causarles el daño suficiente para impedir ataques futuros sin matarlos. O lo que sea que les hice. Si sufren daños cerebrales o están paralíticos haré lo que pueda por ellos, a menos que sus respectivas familias prefieran que me mantenga a distancia. No quiero causar más daño.
»Pero, y ésta es la cuestión, Mazer Rackham: yo sabía lo que hacía. Es ridículo que juzguen por ello a Hyrum Graff. Él no tenía ni idea de mi forma de pensar cuando me encontré con Stilson. Él no podía saber lo que iba a hacer. Sólo yo lo sabía. Y pretendía hacerle daño... pretendía hacerle daño de verdad. No es culpa de Graff. La culpa fue de Stilson. Si me hubiese dejado en paz... y yo le ofrecí todas las oportunidades de abandonar. Le rogué que me dejase en paz. De haberlo hecho, estaría vivo. Él decidió. No porque creyera que yo era más débil que él, no porque creyera que yo no podía protegerme deja de ser culpa suya. Decidió atacarme precisamente porque pensó que no habría consecuencias. Sólo que sí que las hubo.
Mazer se aclaró la garganta. Luego dijo:
—Ya es suficiente.
—En el caso de Bonzo, sin embargo, Graff se arriesgó terriblemente. ¿Y si Bonzo y sus amigos me hubiesen hecho daño? ¿Y si hubiese muerto o sufrido daños cerebrales o, simplemente, me hubiese vuelto tímido y temeroso? Hubiera perdido el arma que estaba forjando. Bean hubiese ganado la guerra aunque yo no hubiese estado presente, pero Graff no podía saberlo. Fue una apuesta arriesgada. Porque Graff sabía que si yo salía con vida del enfrentamiento contra Bonzo, victorioso, entonces creería en mí mismo, en mi capacidad para ganar en cualquier circunstancia. El juego no me ofrecía eso... no era más que un juego. Bonzo me demostró que en la vida real yo podía ganar. Siempre que comprendiese a mi enemigo. Tú sabes lo que eso significa, Mazer.
—Incluso si algo de lo que dices fuese cierto...
—Toma este vid y preséntalo como prueba. O, en el caso remoto de que nadie esté grabando esta conversación, testifica a su favor. Haz saber al consejo de guerra que Graff actuó adecuadamente. Sentí furia contra él por hacerlo de esa forma, y supongo que todavía sigo furioso. Pero de estar en su lugar yo hubiese hecho lo mismo. Formaba parte de ganar la guerra. En la guerra muere gente. Envías a los soldados al combate y sabes que algunos no volverán. Pero Graff no envió a Bonzo. Bonzo se ofreció voluntario para la misión que él mismo se había asignado: atacarme y hacernos saber a todos que no, que yo no me permitiría perder, jamás. Bonzo se ofreció voluntario. Igual que los insectores se ofrecieron voluntarios viniendo aquí e intentando exterminar a la especie humana. De habernos dejado en paz, no les
hubiéramos hecho daño. El consejo de guerra debe comprenderlo. La Escuela de Batalla se diseñó para crearme a mí, lo que todo el mundo quería crear. No se puede culpar a Graff por afilar y dar forma al arma. El no la manejaba. Nadie lo hizo. Bonzo encontró un cuchillo y se cortó a sí mismo. Y es así como deben verlo.
—¿Has terminado? —preguntó Mazer.
—¿Por qué, se te acaba el espacio de grabación? Mazer se puso en pie y se fue.
Cuando regresó, no dijo nada sobre la conversación. Pero Ender era libre de ir y venir como quisiera. Ya no intentarían ocultarle nada. Pudo leer la transcripción de la comparecencia de Graff.
Había acertado en todo.
Ender comprendió también que Graff no sería condenado por nada importante... no iría a la cárcel. El consejo de guerra era exclusivamente para perjudicar a Ender e impedir que América le utilizara como líder militar. Ender era un héroe, sí, pero ahora oficialmente era un niño que daba mucho miedo. El consejo de guerra apuntalaría esa imagen en la opinión pública. Era posible que la gente hubiese seguido al salvador de la especie humana. Pero ¿a un niño monstruo que mataba a otros niños? Era demasiado espantoso, aunque hubiese sido en defensa propia. El futuro político de Ender en la Tierra se había esfumado.
Ender se interesó por la respuesta del comentarista Demóstenes a las revelaciones durante el juicio. El famoso chauvinista americano llevaba meses —desde que quedó claro que Ender no regresaría a casa de inmediato— agitando en las redes para «traer el héroe a casa». Incluso mientras las muertes privadas de Ender eran utilizadas en el juicio contra Graff, Demóstenes siguió declarando, más de una vez, que Ender era
«un arma que pertenece al pueblo americano».
Lo que prácticamente garantizaba que nadie de ninguna otra nación consentiría que esa arma llegase a manos americanas.
Al principio Ender pensó que Demóstenes debía ser un idiota integral, porque jugaba fatal su mano. Luego comprendió que podía estar haciéndolo a sabiendas, alentando a la oposición, porque lo último que Demóstenes quería era un rival para el liderazgo político americano.
¿Era así de sutil? Ender examinó sus ensayos —¿qué otra cosa podía hacer?— y detectó un patrón de autoderrota. Demóstenes era elocuente, pero siempre se pasaba un poco. Lo suficiente para dar alas a la oposición, tanto en América como fuera de ella; desacreditando con cada argumento a su propio bando.
¿Deliberadamente?
Probablemente no. Ender conocía la historia de los líderes... sobre todo del Demóstenes original. La elocuencia no implicaba inteligencia o análisis profundo.
Los verdaderos creyentes en una causa a menudo se comportaban de una forma perjudicial para sí mismos, porque esperaban que los demás comprendiesen el acierto de su causa si la exponían con la suficiente claridad. Como resultado, revelaban siempre su mano y no podían comprender por qué los demás se aliaban contra ellos.
Ender había visto las discusiones desarrollarse en las redes, había observado la formación de equipos, había visto cómo los «moderados», dirigidos por Locke, acababan beneficiándose de las provocaciones de Demóstenes.
Y mientras Demóstenes seguía apoyando a Ender, era en realidad quien más lo perjudicaba. Para todos los que temían el movimiento de Demóstenes —o sea, todo el mundo menos América—, Ender no sería un héroe, sería un monstruo. ¿Traerle a casa para dirigir una nueva destrucción imperialista? ¿Dejar que se convirtiera en el Alejandro, el Gengis Khan, el Adolf Hitler americano, que conquistara el mundo o lo obligara a unirse en una guerra brutal contra él?
Por suerte, Ender no quería ser un conquistador. Así que no iba a dolerle no tener la oportunidad de intentar serlo.
Aun así, le habría encantado tener la oportunidad de explicarle la situación a Demóstenes.
Aunque el tipo jamás habría aceptado estar a solas en una sala con el héroe asesino.
* * *
Mazer nunca habló con Ender sobre el consejo de guerra, pero podían hablar de Graff.
—Hyrum Graff es un burócrata consumado —le contó Mazer—. Siempre va diez pasos por delante de los demás. En realidad no importa el cargo que ocupe. Se aprovecha de todo el mundo, superiores o subordinados, e incluso de desconocidos a los que nunca ha visto, para lograr lo que considera necesario para la especie humana.
—Me alegro de que decidiese usar ese poder suyo para hacer el bien.
—No estoy seguro de que sea así —dijo Mazer—. Lo emplea para lo que él cree que es bueno. Pero no tengo claro que se le dé especialmente bien determinar qué es lo «bueno».
—Creo que en clase de filosofía al final decidimos que «bueno» es un término recursivo hasta el infinito: sólo se puede definir en cuanto a sí mismo. Lo bueno es bueno porque es mejor que malo, aunque por qué es mejor ser bueno que malo dependa de cómo definas bueno, y así sucesivamente.
—Las cosas que la flota moderna enseña a sus almirantes.
—Tú también eres almirante, y mira dónde has acabado.
—Como tutor de un mocoso irritante que salva a la especie humana pero no hace sus tareas.
—En ocasiones me gustaría ser irritante —dijo Ender—. Sueño con ello... con desafiar a la autoridad. Pero incluso cuando tomo la decisión no puedo librarme de la responsabilidad. La gente cuenta conmigo... eso es lo que me controla.
—Entonces, ¿no tienes más ambición que el deber? —preguntó Mazer.
—Y ahora no tengo ninguno —dijo Ender—. Así que envidio al coronel... al señor Graff. Todos esos planes, todos esos propósitos... Me pregunto qué planea para mí.
—¿Estás seguro? —preguntó Mazer—. Me refiero a que tenga planes para ti.
—Quizá no —dijo Ender—. Trabajó duramente para afilar esta arma. Pero ahora que ya no volverá a hacer falta, quizá pueda dejarme tirado, para que me oxide, y no vuelva a pensar en mí.
—Quizá —dijo Mazer—. Es algo que debemos tener en cuenta. Graff no es...
agradable.
—A menos que le haga falta serlo.
—A menos que le haga falta parecerlo —corrigió Mazer—. No le importa mentir descaradamente para hacerte creer que quieres hacer lo que él quiere que hagas.
—¿Así fue como te trajo durante la guerra para ser mi instructor?
—Oh, sí—dijo Mazer suspirando.
—¿Ahora vuelves a casa? —preguntó Ender—. Sé que tienes familia.
—Bisnietos —dijo Mazer—. Y tataranietos. Mis nietos me dicen que mi esposa ha muerto, y el único hijo que sobrevive está senil. Lo dicen sin darle mayor importancia, porque han aceptado que su padre o su tío ha tenido una vida plena y es muy viejo. Pero ¿cómo debo aceptarlo yo? No conozco a ninguno de ellos.
—Que te reciban como a un héroe no bastará para compensar el haber perdido cincuenta años, ¿eso quieres decir? —preguntó Ender.
—Una bienvenida de héroe —musitó Mazer—. ¿Sabes en qué consiste una bienvenida de héroe? Todavía no han decidido si me procesan con Graff. Creo que probablemente lo harán.
—Por tanto, si te acusan como a Graff —dijo Ender—, entonces serás absuelto como él.
—¿Absuelto? —dijo Mazer con pesar—. No nos encarcelarán ni nada de eso. Pero recibiremos una reprimenda. Añadirán una amonestación a nuestro expediente. Y a Graff probablemente lo echen. Los que decidieron que se celebrara un consejo de
guerra no pueden quedar como unos tontos. El resultado debe ser que esas personas tenían razón.
Ender suspiró.
—Por tanto, para no herir su orgullo, los dos os lleváis una bofetada. Y es posible que Graff pierda su carrera.
Mazer se rió.
—En realidad no estará tan mal. Mi expediente ya estaba lleno de amonestaciones antes de derrotar a los insectores en la Segunda Guerra Insectora. Mi carrera se forjó a base de amonestaciones y reprimendas. ¿Y Graff? El Ejército jamás ha sido su vocación. No era más que una forma de acceder a la influencia y el poder que precisaba para llevar a cabo sus planes. Ahora ya no necesita al Ejército para nada, así que está dispuesto a que le echen.
Ender asintió, riendo.
—Apuesto a que tienes razón. Seguro que Graff ya está planeando alguna forma de explotar su situación. Se aprovechará de la culpabilidad que sentirán los que se beneficien de echarle para conseguir lo que quiere. Un premio de consolación que resultará ser su objetivo real.
—Bien, no pueden darle una medalla por lo mismo por lo que le sometieron a un consejo de guerra —soltó Mazer.
—Le darán un proyecto de colonización —vaticinó Ender.
—Oh, no sé si la culpa da para tanto —dijo Mazer—. Harían falta miles de millones de dólares para equipar y reacondicionar la flota con objeto de convertirla en un conjunto de naves de colonización, y nada garantiza que en la Tierra alguien se ofrezca voluntario para irse definitivamente. Menos aún para tripular las naves.
—Tendrán que hacer algo con esta flota inmensa y todo su personal. Las naves tendrán que ir a algún sitio. Y están todos esos soldados de la F.I. supervivientes en todos los mundos conquistados. Creo que Graff conseguirá sus colonias. No enviaremos naves para traerlos de regreso, enviaremos nuevos colonos para hacerles compañía.
—Veo que dominas todos los planteamientos de Graff.
—Tú también —dijo Ender—. Y apuesto a que irás con ellos.
—¿Yo? Soy demasiado viejo para ser colono.
—Pilotarás una nave —dijo Ender—. Una nave colonizadora. Volverás a partir. Porque ya lo has hecho antes. ¿Por qué no hacerlo una vez más? Un viaje a la velocidad de la luz, conduciendo la nave a uno de los antiguos planetas insectores.
—Quizá.
—Después de haber perdido a todo el mundo, ¿qué te queda por perder? — preguntó Ender—. Y crees en la misión de Graff. Ése ha sido siempre su plan, ¿no es así? Propagar la especie humana más allá de los confines del Sistema Solar para que no esté sometida al destino de un único planeta. Propagarnos entre las estrellas hasta donde podamos llegar, para que como especie nos volvamos indestructibles. Es la gran causa de Graff. Y tú también crees que vale la pena.
—Nunca he dicho nada sobre ese tema.
—Cuando se comenta, tú no adoptas esa expresión de estar chupando un limón.
—Oh, ahora crees que puedes leer mis expresiones faciales. Soy maorí, no manifiesto nada.
—Eres medio maorí y llevo meses estudiándote.
—No me puedes leer la mente. Incluso aunque te engañes pensando que puedes leer mi rostro.
—El proyecto de colonización es la única cosa pendiente en el espacio que vale la pena realizar.
—No me han pedido que pilote nada —dijo Mazer—. Sabes que soy demasiado viejo para pilotar.
—No serás piloto, sino comandante de una nave.
—Tengo suerte de que me dejen apuntar por mi cuenta cuando voy a mear—dijo Mazer—. No confían en mí. Por eso me someterán a un consejo de guerra.
—Cuando termine —dijo Ender—, tú serás para ellos tan inútil como lo soy yo. Tendrán que enviarte a un lugar tan lejano que la F.I. vuelva a ser segura para los burócratas.
Mazer apartó la vista y esperó, pero su postura le indicó a Ender que estaba a punto de decir algo importante.
—Ender, ¿qué hay de ti? —preguntó por fin Mazer—. ¿Irías tú?
—¿A una colonia? —Ender se rió—. Tengo trece años. ¿De qué serviría yo en una colonia? ¿Como granjero? Conoces mis habilidades. Son inútiles en una colonia.
Mazer soltó una carcajada que sonó como un ladrido.
—Oh, a mí sí que me enviarías, pero tú no estás dispuesto a ir.
—Yo no envío a nadie —dijo Ender—. Y menos a mí.
—Tendrás que dedicar tu vida a algo —dijo Mazer.
Y allí estaba: el reconocimiento tácito de que Ender no iba a volver a casa. Que no viviría una vida normal en la Tierra.
* * *
Uno a uno, los otros chicos recibieron sus órdenes y se despidieron antes de irse. Era cada vez más incómodo despedirse porque Ender se encontraba progresivamente más apartado. No se relacionaba con ellos. Si por casualidad participaba en una conversación, no lo hacía durante mucho tiempo y realmente jamás se implicaba.
No era una elección deliberada, simplemente no le interesaba hacer lo que los demás estuviesen haciendo o hablar sobre lo que les interesaba. Estaban ocupados con sus estudios, con el regreso a la Tierra. Con lo que harían. Les preocupaba cómo encontrar una forma de volver a reunirse después de pasar una temporada en casa, cuánto dinero recibirían de los militares como indemnización, la carrera que podrían escoger, cómo habría cambiado su familia.
Nada de eso le pasaría a Ender. No podía fingir lo contrario, o que tenía futuro. Y menos aún podía hablar de lo que realmente le inquietaba. No le habrían comprendido.
Él mismo no lo comprendía. Había logrado desprenderse de todo lo demás, de todo aquello en lo que se había concentrado a fondo durante tanto tiempo. ¿Tácticas militares? ¿Estrategia? Ya ni siquiera le interesaban. ¿Formas en las que podría haber impedido enfrentarse a Bonzo o Stilson? Aquello le producía emociones muy intensas, pero no tenía ninguna idea racional, así que no malgastaba el tiempo pensando en ello. Se olvidó, de la misma forma que olvidó su profundo conocimiento de todos los integrantes de su jeesh, su pequeño ejército de niños geniales a los que había guiado durante un entrenamiento que había resultado ser una guerra.
En su momento, conocer y comprender a esos chicos había sido parte de su trabajo, algo esencial para la victoria. Durante esa época los había acabado considerando sus amigos. Pero nunca había sido uno de ellos; su relación era demasiado asimétrica. Los había amado para poder conocerlos, y los había conocido para poder utilizarlos. Ya no le servían de nada... no era elección suya, simplemente ya no había nada que lograr manteniendo unido a ese grupo. Como grupo no existían. Eran simplemente unos chicos que habían superado juntos una acampada larga y difícil. Así era como Ender lo veía. Habían cooperado para regresar a la civilización, pero ahora todos volverían a casa, con su familia. Ya no estaban unidos. Excepto en el recuerdo.
Así que Ender se alejó de ellos. Incluso de los que seguían allí. Vio cómo les dolía
—a los que habían querido ser algo más que simples colegas— cuando no dejó que las cosas cambiasen, cuando no les hizo partícipes de lo que pensaba. No podía explicarles que no los mantenía apartados, que simplemente no había forma de que
pudiesen comprender lo que ocupaba su mente cuando no se veía obligado a pensar en otra cosa: las reinas de la colmena.
Lo que habían hecho los insectores no tenía sentido. No eran estúpidos. Sin embargo, habían cometido el error estratégico de agrupar a todas sus reinas (no a
«sus» reinas, ellos eran las reinas, las reinas eran los insectores), se habían congregado todos ellos en su planeta natal, donde Ender, usando el Ingenio D.M. podía erradicarlos por completo. Como fue de hecho.
Mazer le había explicado que las reinas colmena hubiesen podido reunirse en el planeta natal años antes de saber que la flota humana poseía el Ingenio D.M. Sabían, debido a la forma en que Mazer había derrotado su expedición al sistema estelar de la Tierra, que su gran debilidad era que, si encontrabas a la reina colmena y la matabas, acababas con todo el ejército. Así que se retiraron de todas las posiciones avanzadas y reunieron a las reinas colmena en su mundo natal, y luego protegieron ese mundo con todo lo que tenían.
Sí, sí. Ender comprendía eso.
Pero Ender había empleado el Ingenio D.M. al principio de la invasión de los mundos insectores, para destruir una formación de naves. Las reinas colmena comprendieron de inmediato el potencial del arma y jamás permitieron que las naves se acercasen lo suficiente entre sí como para que el Ingenio D.M. pudiese iniciar una reacción autosostenida.
Por tanto: una vez que supieron que el arma existía y que los humanos estaban dispuestos a usarla, ¿por qué se quedaron en un único planeta? Debían saber que la flota humana se acercaba. Mientras Ender ganaba una batalla tras otra, debieron comprender que la derrota era una posibilidad. Hubiese sido fácil subir a las naves estelares y dispersarse lejos de su mundo natal. Antes del comienzo de la última batalla hubiesen podido estar lejos del alcance del Ingenio D.M.
Tendrían que haberlos cazado nave a nave, reina a reina. Sus planetas todavía estarían habitados por insectores y tendrían que haberse enfrentado en un sangriento conflicto en cada mundo, mientras ellos construían nuevas naves y enviaban nuevas flotas contra nosotros.
Pero se habían quedado. Y habían muerto.
¿Fue por miedo? Quizá. Pero Ender no lo creía. Las reinas colmena se habían criado para la guerra. Y todas las elucubraciones de los científicos que habían estudiado la anatomía y la estructura molecular de los cadáveres que habían quedado después de la Segunda Guerra contra los insectores llegaban a la misma conclusión: los insectores habían sido creados más que nada para luchar y matar. Lo que daba a entender que habían evolucionado en un mundo donde la lucha era necesaria.
La mejor suposición (al menos la que Ender consideraba que tenía más sentido) era que no luchaban contra especies depredadoras de su mundo natal. Al igual que los humanos, seguramente se habían apresurado a eliminar cualquier depredador realmente amenazador. No, habían evolucionado para luchar entre sí. Reinas luchando contra reinas, lanzando vastos ejércitos de insectores y desarrollando armas y herramientas para ellos, cada una intentando ser la reina dominante... o la única superviviente.
Pero de alguna forma habían superado esa fase. Habían dejado de pelear entre sí.
¿Fue antes de desarrollar el viaje espacial y colonizar otros mundos? ¿O fue una reina en concreto la que desarrolló naves cercanas a la velocidad de la luz y creó colonias para luego servirse del poder logrado para aplastar a las otras?
Daba igual. Seguramente sus propias hijas se habrían rebelado contra ella, y así sucesivamente, cada nueva generación intentando destruir a la anterior. Al menos así era como se comportaban las colmenas de la Tierra: había que expulsar o matar a la reina rival. Sólo se les permitía quedarse a las obreras, que no se reproducían, porque no eran rivales sino servidoras.
Era como el sistema inmunológico de un organismo. Cada reina colmena debía asegurarse de que la comida producida por sus obreros sólo se empleaba para alimentar a sus obreros, sus hijos, sus compañeros, y alimentarla a ella. Así que cualquier insector, ya fuese reina u obrero, que intentase infiltrarse en el territorio y utilizar sus recursos debía ser expulsado o eliminado.
Sin embargo, habían dejado de pelear entre sí y cooperaban.
Si las enemigas implacables que habían impulsado su evolución mutuamente hasta convertirse en los seres conscientes e inteligentes que eran habían podido cooperar entre sí, ¿por qué entonces no habían podido hacerlo con nosotros los humanos? ¿Por qué no habían intentado comunicarse con nosotros y llegar a un acuerdo, como habían hecho con las otras? Para dividirnos la galaxia tal vez, para vivir y dejar vivir.
Ender sabía que, si en cualquiera de las batalla hubiese apreciado algún intento de comunicación, habría sabido de inmediato que no se trataba de un juego. Los profesores no tenían ninguna razón para simular un intento de parlamentar. No consideraban que ésa fuese tarea de Ender: no lo iban a entrenar para eso. De haberse producido algún intento de comunicación, con toda seguridad los adultos habrían detenido a Ender de inmediato, fingiendo que el «ejercicio» había terminado, y se habrían ocupado ellos del asunto.
Pero las reinas colmena no intentaron comunicarse. Tampoco intentaron salvarse empleando la estrategia evidente de la dispersión. Se habían quedado donde estaban, esperando la llegada de Ender. Y a continuación Ender había ganado de la única forma posible: con una fuerza devastadora.
Así era como Ender luchaba siempre. Se aseguraba de que ya no habría más enfrentamientos. Empleaba la victoria para garantizar el fin del peligro.
Incluso de haber sabido que la guerra era real habría intentado hacer exactamente lo que hizo.
¿Por qué decidisteis dejar que os matase?
Su mente racional le presentó todas las demás posibilidades... incluida la opción de que quizás en realidad fuesen bastante estúpidas. O quizá tuviesen tan poca experiencia en la gestión de una sociedad de iguales que fuesen incapaces de consensuar una decisión racional. O, o, o, o, una y otra vez cuando repasaba posibles explicaciones.
Ahora Ender, cuando no estaba realizando las tareas escolares que alguien —¿ seguía siendo Graff o eran los rivales de Graff ?— no dejaba de asignarle, estudiaba los informes de los soldados que en su momento había capitaneado sin saberlo. Ahora los humanos caminaban por todas las colonias insectoras. Y todos los equipos de exploración decían lo mismo: todos los insectores estaban muertos y se pudrían, y habían dejado grandes fábricas y granjas listas para su uso. Los soldados, convertidos en exploradores, siempre estaban preparados para la posibilidad de una emboscada, pero a medida que fueron pasando los meses y no se produjo ningún ataque, sus informes fueron llenándose de detalles acerca de lo que descubrían los xenobiólogos que los habían acompañado: «No sólo podemos respirar el aire de todos los mundos insectores, además podemos consumir la mayoría de su comida.»
Y, por tanto, cada uno de los planetas insectores se convirtió en una colonia humana, donde los soldados se instalaban para vivir entre las reliquias de sus enemigos. No había mujeres suficientes, pero empezaban a desarrollar patrones sociales que maximizarían la reproducción y evitarían la presencia de grandes grupos de hombres sin esperanza de aparearse. Tras una o dos generaciones, si los bebés nacían en la proporción habitual, mitad niños y mitad niñas, podría recuperarse el patrón habitual humano de la monogamia.
Pero Ender sólo sentía un interés marginal por lo que los humanos estuviesen haciendo en los nuevos mundos. Lo que él estudiaba eran los artefactos insectores. Los patrones de los asentamientos insectores. Los túneles que en su momento habían sido el territorio de reproducción de las reinas colmena, repletos de larvas con dientes tan duros que podían atravesar la roca, perforando más y más túneles. Las granjas estaban en la superficie, pero descendían al subsuelo para reproducirse y criar a los jóvenes, y los jóvenes eran tan letales y potentes como los adultos. Mordiendo la roca... los exploradores encontraron cuerpos de larvas decomponiéndose con rapidez pero que podían ser fotografiados, diseccionados, examinados.
—Así que a esto dedicas el día —dijo Petra—. A mirar fotografías de túneles insectores. ¿Se trata de un caso de regreso al útero?
Ender sonrió y dejó a un lado las fotografías que había estado examinando.
—Pensaba que ya habías regresado a Armenia.
—No lo haré hasta que no sepa cómo termina este estúpido consejo de guerra — afirmó—. No hasta que el gobierno armenio esté preparado para recibirme con honores. Lo que implica que debe decidir si me quieren.
—Claro que te quieren.
—No saben lo que quieren. Son políticos. ¿Los beneficia mi regreso? ¿Mantenerme aquí arriba es peor que dejarme volver a casa? Es muy, muy duro cuando no tienes convicciones para permanecer en el poder y sólo te queda el ansia. ¿No te alegra que no participemos en política?
Ender suspiró.
—É. Nunca volveré a tener un cargo. Comandar la escuadra Dragón fue demasiado para mí, y no era más que un juego infantil.
—Eso es lo que no dejo de decirles. No quiero el puesto de nadie. No voy a apoyar políticamente a nadie. Quiero vivir con mi familia y ver si me recuerdan. Y viceversa.
—Te querrán —dijo Ender.
—¿Y lo sabes por...?
—Porque yo te quiero. Ella le miró consternada.
—¿Cómo podría responder a un comentario de ese estilo?
—Oh. ¿Qué se suponía que debía decir?
—Ni idea. ¿Ahora se supone que debo escribirte el guión?
—Vale—dijo Ender—. ¿Debería haber bromeado? «Te querrán porque alguien tiene que quererte y está claro que no es nadie de aquí arriba.» O haber recurrido a un insulto étnico: «Te querrán porque, vamos, son armenios y tú eres mujer.»
—¿Qué significa eso}
—Lo aprendí de un azerí con el que hablé durante aquel lío del día de Sinterklaas, allá en la Escuela de Batalla. Por lo visto la idea es que los armenios saben que son los únicos que creen que las mujeres armenias... no te tengo que explicar los insultos étnicos, Petra. Son completamente intercambiables.
—¿Cuándo te dejarán volver a casa? —preguntó Petra.
En lugar de esquivar la pregunta o contestar cualquier tontería, Ender, por una vez, respondió sinceramente.
—Creo que eso no pasará nunca.
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que ese estúpido consejo de guerra acabará condenándote a ti}
—Es a mí a quien juzgan, ¿no?
—De ninguna forma.
—Sólo porque soy un niño y, por tanto, no soy responsable. Pero la cuestión es que va de que soy un monstruito malvado.
—No es así.
—He visto los titulares en la redes, Petra. Lo que el mundo ve es que el salvador del mundo tiene un problemilla... Mata niños.
—Te defendiste de unos matones. Todos lo comprenden.
—Excepto los que dejan comentarios diciendo que soy un criminal de guerra todavía peor que Hitler o Pol Pot. Un asesino de masas. ¿Qué te hace pensar que yo quiero volver a casa y enfrentarme a esa situación?
Petra había dejado de bromear. Se sentó a su lado y le cogió las manos.
—Ender, tienes familia.
—Tenía.
—¡Oh, no digas eso! Tienes familia. La familia sigue amando a sus hijos aunque hayan estado fuera ocho años.
—Yo sólo he estado fuera siete. Casi. Sí, sé que me aman. Al menos, algunos de ellos. Aman lo que yo era. Un niño mono de seis años. Seguro que no podían evitar abrazarme. Es decir, cuando no estaba matando a otros niños.
—Entonces, ¿de ahí tu obsesión con el porno insector?
—¿Porno?
—Tu forma de estudiarlo es... la clásica adicción. Tienes que conseguir cada vez más. Fotos explícitas de cuerpos de larvas en descomposición. Tomas de autopsias. Muestras de su estructura molecular. Ender, se han ido, y tú no los mataste. O, si lo hiciste, entonces lo hicimos nosotros. Pero no lo hicimos. ¡Jugamos a un juego! Nos entrenaban para la guerra y eso era todo.
—¿Y si realmente no hubiese sido más que un juego? —preguntó Ender—. ¿Y si luego nos hubiesen asignado a la flota, una vez graduados, y realmente hubiésemos pilotado esas naves o comandado esos escuadrones? ¿Lo habríamos hecho de verdad?
—Sí—dijo Petra—. Pero no lo hicimos. No sucedió.
—Sucedió. Han desaparecido.
—Bien, estudiar la estructura de sus cuerpos y la bioquímica de sus células no va a hacer que resuciten.
—No intento resucitarlos —dijo Ender—. Eso sería Una pesadilla.
—No, intentas convencerte de que mereces los embustes que dicen sobre ti en el consejo de guerra, porque si es así, entonces no mereces regresar a la Tierra.
Ender negó con la cabeza.
—Quiero volver a casa, Petra, incluso si no puedo quedarme. Y no tengo sentimientos encontrados sobre la guerra. Me alegro de que luchásemos, me alegro de que ganásemos y de que haya pasado ya.
—Pero te mantienes alejado de todos. Lo comprendíamos, o te compadecíamos, o fingíamos compadecerte. Pero te has mantenido a distancia. En cuanto uno de nosotros viene a charlar dejas de inmediato lo que estés haciendo, pero es un acto de hostilidad.
Vaya una ridiculez.
—¡Es pura cortesía!
—Nunca dices «un momento». Simplemente lo dejas todo. Es tan... evidente. El mensaje es: «Estoy muy ocupado, pero todavía te considero responsabilidad mía, así que dejaré lo que sea que esté haciendo porque tú precisas de mi tiempo.»
—Caramba —dijo Ender—. Sí que comprendes muchas cosas sobre mí. Eres tan lista, Petra. Una chica como tú... podría irle muy bien en la Escuela de Batalla.
—Vaya, eso sí que ha sido una verdadera respuesta.
—No tanto como lo que he dicho antes.
—¿Que me quieres, dices? No eres mi terapeuta, Ender. Ni mi sacerdote. No me mimes, no me digas lo que crees que quiero oír.
—Tienes razón —dijo Ender—. No debería dejarlo todo cuando mis amigos se pasan por aquí. —Recogió los papeles.
—Deja eso ahora mismo.
—Oh, ahora está bien que lo deje porque me lo has pedido con descortesía.
—Ender—dijo Petra—, todos volvimos de la guerra. Tú no. Tú sigues allí, todavía luchando contra... algo. Hablamos continuamente de ti. Nos preguntamos por qué no recurres a nosotros. Tenemos la esperanza de que haya alguien con quien hables.
—Hablo con todo el mundo. Soy un parlanchín.
—Te rodea un muro de piedra y esas palabras que acabas de pronunciar son algunos de los ladrillos.
—¿Ladrillos en un muro de piedra?
—¡Vaya, me prestas atención! —dijo Petra triunfante—. Ender, no intento violar tu intimidad. Guárdatelo todo. Lo que sea.
—No me guardo nada —dijo Ender—. No tengo secretos. Toda mi vida se encuentra en las redes. Ahora pertenece a la especie humana, y la verdad es que no me preocupa demasiado. Es como si no viviese en mi cuerpo, sólo en mi mente. Simplemente intento dar respuesta a una pregunta que se niega a dejarme en paz.
—¿Qué pregunta?
—La pregunta que no dejo de plantear a las reinas colmena y que nunca responden.
—¿Qué pregunta?
—No dejo de preguntarles: «¿Por qué moristeis?»
Petra le examinó la cara buscando... ¿qué? ¿Una indicación de que no estaba bromeando?
—Ender, murieron porque...
—¿Por qué siguieron en ese planeta? ¿Por qué no estaban en sus naves, alejándose a toda velocidad? Decidieron quedarse, sabiendo que teníamos esa arma, sabiendo lo que podía hacer y cómo funcionaba; se quedaron para plantar batalla, esperaron nuestra llegada.
—Lucharon todo lo que pudieron. No querían morir, Ender. No se suicidaron empleando a los soldados humanos.
—Sabían que las habíamos derrotado una y otra vez. Tenían que pensar que era al menos posible que volviese a pasar. Y aun así, se quedaron.
—Bien, se quedaron.
—No es que tuviesen que demostrar su lealtad o su valor ante la tropa de a pie. Los obreros y los soldados eran como miembros de sus cuerpos. Hubiera sido como decir: «Debo hacerlo porque quiero que mis manos sepan lo valiente que soy.»
—Veo que lo has pensado mucho. Ideas obsesivas que bordean la locura. Pero lo que te haga feliz... Eres feliz, ¿sabes? La gente de Eros no deja de comentar... lo feliz que parece siempre él chico Wiggin. Pero tienes que dejar de silbar. Vuelves loca a la gente.
—Petra, ya he realizado la tarea de mi vida. No creo que me dejen regresar a la Tierra, ni siquiera de visita. Odio esa idea, me enfurece, pero también lo comprendo. Y en cierta forma me parece bien. He tenido toda la responsabilidad que hubiese podido querer. He terminado. Me he retirado. No tengo más obligaciones con nadie. Así que ahora debo pensar en lo que me inquieta. En el problema que debo resolver.
Le pasó las fotos sobre la mesa de la biblioteca.
—¿Quién es esta gente? —preguntó.
Petra miró las fotografías de larvas y obreros muertos de los insectores y dijo:
—No son gente, Ender. Son insectores. Y han desaparecido.
—Durante años he dedicado toda mi mente a comprenderlos, Petra. A conocerlos mejor de lo que conozco a cualquier ser humano. A amarlos. Para poder usar ese conocimiento con el fin de derrotarlos y destruirlos. Ahora han sido destruidos, pero eso no significa que pueda dejar de prestarles atención.
El rostro de Petra se iluminó.
—¡Al fin lo entiendo!
—¿Qué entiendes?
—Por qué eres tan raro, Ender Wiggin, señor. No eres ninguna rareza.
—Si crees que no soy raro, Petra, eso demuestra que no me comprendes en absoluto.
—Los demás luchamos en la guerra, la ganamos y volvemos a casa. Pero tú, Ender, tú estabas casado con los insectores. Cuando acabó la guerra te quedaste viudo.
Ender suspiró y apartó la silla de la mesa.
—No es una broma —dijo Petra—. Es igual que cuando murió mi bisabuelo. La bisabuela siempre había cuidado de él. Era patético ver que él no paraba de darle órdenes y ella hacía todo lo que le pedía. Mi madre me decía: «Nunca te cases con un hombre que te trate así.» Pero cuando se murió, una habría dicho que la bisabuela se sentiría liberada. ¡Al fin libre! Pero no fue así. Quedó como perdida. No dejaba de buscarle. No dejaba de hablar de las cosas que hacía para él. «No puedo hacer esto, no puedo hacer aquello, a Babo no le gustaría...» Hasta que mi abuelo, su hijo, le dijo:
«Se ha ido.»
—Sé que los insectores han desaparecido, Petra.
—Y también la bisabuela lo sabía. Dijo: «Lo sé. Simplemente no consigo comprender por qué no he desaparecido yo también.»
Ender se dio una palmada en la frente.
—Gracias, doctora, al fin has sacado a la luz mis motivaciones más ocultas y ahora podré seguir con mi vida.
Petra pasó del sarcasmo.
—Murieron sin darte respuestas. Es por eso que apenas percibes lo que sucede a tu alrededor. Es por eso que no puedes comportarte como un amigo con nadie. Es por eso que incluso parece no importarte que haya gente en la Tierra impidiendo que puedas regresar a casa. Tú logras la victoria y ellos pretenden exiliarte para siempre, y a ti «o te importa porque sólo puedes pensar en tus insectores perdidos. Son tu esposa muerta y no puedes dejarlos marchar.
—No fue un gran matrimonio —dijo Ender.
—Sigues enamorado.
—Petra, no me va el romance entre especies.
—Tú mismo lo has dicho. Tenías que amarlos para derrotarlos. No hace falta que me des la razón ahora. Lo comprenderás más tarde. Te despertarás cubierto de sudor frío y gritarás: «¡Eureka! ¡Petra tenía razón!» Así podrás ponerte a luchar por el regreso al planeta que salvaste. Podrás volver a preocuparte por algo.
—Me preocupo por ti, Petra —dijo Ender. Lo que no dijo fue que ya se preocupaba por comprender a las reinas colmena, pero que ella no lo tenía en cuenta porque no lo comprendía.
Ella negó con la cabeza.
—No consigo atravesar el muro —dijo—. Pero me ha parecido que al menos valdría la pena intentarlo. No puedes permitir que esas reinas colmena marquen el resto de tu vida. Debes permitir que mueran y seguir adelante.
Ender sonrió.
—Espero que en tu hogar encuentres la felicidad, Petra. Y el amor. Y espero que tengas los hijos que deseas y una buena vida llena de sentido y de logros. Eres muy ambiciosa... y creo que lo conseguirás todo: el amor verdadero, la vida familiar y los grandes logros.
Petra se puso de pie.
—¿Qué te hace pensar que quiero hijos? —dijo.
—Te conozco —afirmó Ender.
—Crees conocerme.
—¿De la misma forma que tú crees conocerme a mí?
—Yo no soy una niña enferma de amor —dijo Petra—, y si lo estuviese no sería de
ti.
—Ah, así que te molesta que alguien crea conocer tus motivaciones más
profundas.
—Me molesta que seas un tonto tan redomado.
—Bien, me ha alegrado usted estupendamente bien, señorita Arkanian. Los tontos agradecemos que la gente fina de la gran mansión venga a visitarnos.
La voz de Petra estaba cargada de furia y desafío cuando descargó su disparo de despedida.
—Bien, la verdad es que te quiero y me preocupo por ti, Ender Wiggin —dicho esto, se volvió y se fue.
—Y yo te quiero y me preocupo por ti, ¡sólo que no me has creído cuando lo he dicho!
En la puerta, la joven se volvió a mirarle.
—Ender Wiggin, yo no estaba siendo sarcástica y paternalista cuando lo he dicho.
—¡Yo tampoco! Pero ya se había ido.
—A lo mejor intento estudiar una especie alienígena equivocada —murmuró.
Miró la pantalla de la mesa. La imagen seguía en movimiento, aunque sin sonido, mostrando fragmentos del testimonio de Mazer. Se le veía tan frío, tan altivo, era como si despreciase toda la situación. Cuando le preguntaron por la violencia de Ender, y si había dificultado su entrenamiento, Mazer se giró para mirar a los jueces y dijo:
—Lo siento. Si no lo he entendido mal, esto es un consejo de guerra, ¿no? ¿No somos todos los presentes soldados adiestrados para cometer actos violentos?
El juez descargó la maza y le reprendió, pero ya había dicho lo que quería. Los militares existían para la violencia... una forma de violencia controlada, dirigida contra los blancos apropiados. Sin tener que emitir ni una sola palabra sobre Ender, Mazer había dejado claro que la violencia no era un impedimento, era de lo que se trataba.
Hizo que Ender se sintiese mejor. Podía desconectar el enlace de noticias y volver al trabajo.
Se levantó para llegar al otro lado de la mesa y recoger las fotos que Petra había movido. El rostro de un insector granjero muerto en uno de los planetas lejanos le devolvió la mirada, con el torso abierto y los órganos dispuestos ordenadamente alrededor del cadáver.
No puedo creer que os rindieseis, dijo Ender en silencio a la imagen. No puedo creer que toda una especie perdiese la voluntad de vivir. ¿Por qué dejasteis que os matase?
—No descansaré hasta conoceros —susurró.
Pero se habían ido. Por tanto, nunca jamás podría descansar.