De: PerroNegro%Salam@IComeAnon.com A: Graff%peregrinacion@colmin.gov Encriptado usando código: ******* Decodificado usando código: ********* Sobre: Mensaje de despedida de Vlad
Por qué le escribo desde mi escondite debería resultar obvio; ya le contaré la historia detallada en otro momento.
Quiero aceptar su invitación, si sigue en pie. Aprendí hace poco que, aunque soy un verdadero mago en estrategia militar, soy algo ignorante en lo que motiva a mi propio pueblo... incluso a aquellos que están más cerca de mí. Por ejemplo, ¿quién hubiese imaginado que odiarían a un califa negro africano, modernizador y potenciador de consensos, mucho más de lo que odiaban a una mujer hindú dictatorial, idólatra e inmodesta?
Iba a desaparecer simplemente de la historia y sentía lástima de mí mismo en el exilio, mientras lloraba por un querido amigo que dio su vida por salvar la mía en Hiderabad, cuando me di cuenta de que las noticias que repetían una y otra vez el mensaje de Vlad me estaban mostrando lo que tenía que hacer.
Así que he tomado medidas para grabar un vid dentro de una mezquita cercana. En un país donde estaré a salvo mostrando mi rostro, así que no se preocupe. No voy a dejar quo se transmita a través de ustedes o Peter: eso lo desacreditaría inmediatamente. Voy a moverlo sólo a través de canales musulmanes.
Me di cuenta de esto: puede que haya perdido el apoyo de los militares, pero sigo siendo el califa. No es sólo un cargo político, sino también religioso. Y un cargo del que esos payasos no pueden deponerme bajo ningún concepto.
Mientras tanto, ahora sé cómo me llamaban a mis espaldas: «Perro negro.» Van a oír de nuevo esas palabras, puede estar seguro.
Cuando el vid se emita, le haré saber dónde estoy. Si todavía está dispuesto a aceptarme.
* * *
Randi veía las noticias con avidez. Le pareció positivo, al principio, cuando se enteró de que Julian Delphiki había muerto en Irán. Tal vez los enemigos que cazaban a su bebé fueran aplastados y ella pudiera salir al descubierto y proclamar que tenía al hijo y heredero de Aquiles.
Pero entonces cayó en la cuenta: el mal de este mundo no acabaría sólo porque unos cuantos enemigos de Aquiles murieran o fuesen derrotados. Habían hecho un trabajo demasiado bueno al satanizarlo. Si llegaban a saber quién era su hijo, como poco lo estudiarían y valorarían constantemente; en el peor de los casos, se lo arrebatarían. O lo matarían. No se detendrían ante nada por borrar de la Tierra el legado de Aquiles.
Randi se encontraba junto a la cuna de viaje de su hijito en la antigua habitación de motel que ahora era el apartamento de una sola habitación con cocina que tenía en Virginia. Una cuna de viaje era todo lo que necesitaba. Era muy pequeño.
Su nacimiento la había pillado por sorpresa. Antes de tiempo y muy rápido. Y, aunque era muy pequeño, no había tenido ningún problema. Ni siquiera parecía un bebé prematuro de ésos con aspecto tan… fetal. Como peces. Su niño no. Era precioso, de aspecto completamente normal. Sólo... pequeño.
Pequeño e inteligente. A veces casi la asustaba. Había dicho su primera palabra hacía tan sólo un par de días. «Mamá», naturalmente: ¿qué más conocía? Y cuando ella le hablaba, le explicaba cosas, le hablaba de su padre, parecía escuchar atentamente, Parecía comprender. ¿Era eso posible?
Por supuesto que sí. El hijo de Aquiles tenía que ser más listo de lo normal. Y si era pequeño, bueno, el propio Aquiles había nacido con un pie lisiado. Un cuerpo anormal con dotes extraordinarias.
En secreto, le había puesto por nombre al bebé Aquiles Flandres II. Pero tenía cuidado. No escribió ese nombre en ninguna parte más que en su corazón. En el certificado de nacimiento lo había inscrito como Randall Firth. Ella se hacía llamar Nichelle Firth. La auténtica Nichelle Firth era una mujer retrasada de un colegio especial donde había trabajado como auxiliar. Randi parecía lo bastante mayor, lo sabía, para hacer creer que tenía la edad adecuada: ser una fugitiva y trabajar tan duro y estar preocupada todo el tiempo le daba una especie de aspecto agotado que la envejecía. Pero ¿qué le importaba la vanidad? No estaba intentando atraer a ningún hombre. Sabía bien que ninguno querría casarse con una mujer sólo para ver que dedicaba todos sus cuidados al bebé de otro hombre.
Así que se maquillaba sólo lo suficiente para que la contrataran en trabajos decentes que no requerían un currículum largo. Le preguntaban dónde ha trabajado antes, y ella decía que en nada desde la facultad, ni siquiera me recordarían, me dediqué a las labores del hogar, pero mi marido no era de los que duermen en casa, así que aquí estoy, sin historial de trabajo pero mi bebé está sano y mi casa está
limpia y sé trabajar como si mi vida dependiera de ello. Esa frase hacía que la contrataran en todas partes donde se molestaba en solicitar empleo. Nunca iba a tener un puesto ejecutivo, pero tampoco lo quería. Sólo cumplir con su jornada, sacar a Randall de la guardería y luego hablar con el, cantarle y aprender a ser una buena madre y a criar a un bebé sano y seguro de sí mismo que tuviera la fuerza de carácter necesaria para vencer la saña contra su padre y apoderarse del mundo entero.
Pero esas guerras, y el horrible rostro de Peter Wiggin ante las cámaras anunciando que esa nación formaba ya parte del PLT y que esa otra era aliada del PLT, la preocupaban. No podría esconderse eternamente. Sus huellas dactilares no podían cambiarse, y estaba aquel asunto del hurto de cuando era estudiante. Era una estupidez. Casi se había olvidado de que había cogido aquello. Si se hubiera acordado habría cambiado de opinión y lo habría pagado, como las otras veces.
Pero se le olvidó y la detuvieron delante de la tienda, así que en efecto se trató de un robo, dijeron, y no era ya menor y recibió el tratamiento de arresto completo. La dejaron en libertad, pero sus huellas acabaron en el sistema, Así que algún día alguien sabría quién era realmente. Y el hombre que la abordó, que le dio al bebé de Aquiles… ¿Cómo podía estar segura de que no lo contaría? Entre lo que dijera y las huellas dactilares, podrían encontrarla no importaba cuantas veces cambiara de nombre.
Fue entonces cuando decidió que por primera vez en la historia humana, cuando una persona no estaba a salvo en la Tierra tenía otro sitio adonde ir.
¿Por qué tenía Aquiles Flandres II que ser educado allí, oculto, con monstruos sedientos de sangre dispuestos a matarlo para castigar a su padre por ser mejor que ellos? En cambio podía crecer en un nuevo mundo colonial, donde a nadie le importaría que el bebé no fuera realmente suyo o que fuese pequeño, si era listo y trabajaba duro y ella lo criaba bien. Habían prometido que habría comercio con los mundos coloniales y visitas de las naves estelares. Cuando llegara el momento en que Aquiles Flandres II reclamara su herencia, su legado, su trono, ella lo subiría a bordo de una de esas naves y volverían a la Tierra.
Había estudiado los efectos relativistas del viaje estelar. Podrían pasar cien años o más (cincuenta años de ida y cincuenta años de vuelta), pero sólo serían tres o cuatro años de viaje. Así que todos los enemigos de Aquiles estarían muertos y enterrados. Ya nadie se molestaría en difundir mentiras flagrantes sobre él. El mundo estaría preparado para oír hablar de él con nuevos oídos, con la mente abierta.
No podía dejar al niño solo en el apartamento. Pero era una tarde lluviosa.
¿Merecía la pena arriesgarse a que se resfriara?
Lo abrigó bien y se lo cargó en bandolera. Era tan pequeño que parecía más liviano que su bolso. El paraguas los protegió a ambos de la lluvia. Estarían bien.
Fue un paseo largo hasta la estación de metro, pero ésa era la forma mejor (y más seca) de llegar a la oficina de contacto del Ministerio de Colonización, donde podría
inscribirse. Corría un riesgo, naturalmente. Era posible que le tomaran las huellas, que hicieran una comprobación. Pero... sin duda eran conscientes de que mucha gente quería marcharse en una nave colonial porque necesitaba escapar de su pasado. Y si descubrían que se había cambiado de nombre, el arresto por hurto podría explicarlo. Había coqueteado con el delito y... ¿qué supondrían? Drogas, probablemente... Pero ahora quería empezar de cero, bajo un nuevo nombre.
O tal vez fuera mejor que usara su verdadero nombre.
No, porque con ese nombre no tenía ningún bebé. Y si le preguntaban si Randall era realmente suyo y le hacían una prueba genética, descubrirían que no tenía ninguno de sus genes. Se preguntarían donde lo había secuestrado. Era tan pequeño que pensarían que se trataba de un recién nacido. Y el parto había sido tan fácil que no había habido desgarro ninguno... ¿tenían pruebas para determinar si había parido alguna vez? Pesadillas, pesadillas. No, les daría su nuevo nombre y se dispondría a huir si iban a buscarla. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Merecía la pena el riesgo, con tal de sacar al bebé del planeta.
Camino de la estación pasó ante una mezquita, pero había policías fuera dirigiendo el tráfico. ¿Habían puesto una bomba? Esas cosas sucedían en otros sitios (en Europa, según no dejaba de escuchar), pero no en América, seguramente. No últimamente, al menos.
No una bomba. Sólo un orador. Sólo...
—El califa Alai —oyó decir a alguien, casi como si le estuviera hablando a ella.
¡El califa Alai! El único hombre en la Tierra que parecía tener valor para enfrentarse a Peter Wiggin.
Por suerte llevaba la cabeza cubierta con un pañuelo: tenía aspecto lo suficientemente musulmán para esa ciudad seglar, donde montones de musulmanes no llevaban ropa distintiva. Nadie cerró el paso a una mujer con su bebé, aunque obligaban a todos a dejar paraguas y bolsos y chaquetas en el mostrador de seguridad.
Entró en la sección femenina de la mezquita. Se sorprendió al comprobar que el entramado y las tallas de la decoración interferían en su capacidad para ver qué estaba pasando en la parte para hombres de la mezquita. Al parecer incluso las liberales mezquitas americanas seguían considerando que las mujeres no necesitaban ver al orador con sus propios ojos. Randi había oído hablar de ese tipo de cosas, pero la única iglesia a la que había asistido era presbiteriana, y allí las familias se sentaban juntas.
Había cámaras por toda la sección para hombres, así que tal vez la vista desde allí sería tan buena como la de la mayoría de los hombres. No iba a convertirse al islam, de todas formas, sólo quería echarle un vistazo al califa Alai.
Estaba hablando en común, no en árabe. Se alegró de ello.
—Sigo siendo califa, no importa dónde viva. Llevaré conmigo a mi colonia sólo a los musulmanes que crean en el islam como una religión de paz. Dejo detrás de mí los falsos musulmanes sedientos de sangre que llamaban perro negro a su califa y trataron de asesinarme para poder hacer la guerra a sus inofensivos vecinos.
»Así es la ley del islam, desde los tiempos de Mahoma y para siempre: Dios da permiso para hacer la guerra sólo cuando nos ataca el enemigo. En cuanto un musulmán alza la mano contra un enemigo que no le ha atacado, entonces no se trata de la yihad, sino que se ha convertido en el mismo shaitán. Declaro que todos aquellos que han planeado la invasión de China y Armenia no son musulmanes y todo buen musulmán que encuentre a esos hombres debe arrestarlos.
»A partir de ahora las naciones musulmanas sólo deben ser gobernadas por líderes elegidos libremente. Los no musulmanes pueden votar en esas elecciones. Se prohíbe molestar a todo no musulmán, aunque antes lo fuera, o privarlo de ninguno de sus derechos, o ponerlo en desventaja. Y si una nación musulmana vota por unirse al Pueblo Libre de la Tierra y ceñirse a su Constitución, eso está permitido por Dios. No hay ninguna ofensa en ello.
Randi se sintió acongojada. Era igual que el discurso de Vlad. Una completa capitulación a los falsos «ideales» de Peter Wiggin. Al parecer habían chantajeado o drogado o asustado incluso al califa Alai.
Ella se abrió paso con cuidado entre las mujeres, que de pie, sentadas o apoyadas abarrotaban la sala. Muchas de ellas la miraron como si estuviera pecando al marcharse; muchas otras miraban hacia el califa Alai con amor y anhelo.
Vuestro amor está mal dirigido, pensó Randi. Sólo un hombre era puro en su abrazo de poder, y ése era mi Aquiles.
Y a una mujer que la miró con especial ferocidad, Randi le señalo el pañal del bebé Aquiles e hizo un gesto. La mujer relajó de inmediato su mueca. Por supuesto, el bebé se había hecho caca y una mujer tenía que cuidar de sus hijos incluso antes que oír las palabras del califa.
Si el califa no puede enfrentarse a Peter Wiggin, entonces no hay ningún lugar en la Tierra donde educar a mi hijo.
Recorrió andando el resto del camino al metro mientras la lluvia caía cada vez con más fuerza. Sin embargo, el paraguas hizo su trabajo y el bebé permaneció seco. Entonces llegó a la estación y dejó de llover.
Así será en el espacio. Todos los cuidados a este bebé serán innecesarios. Puedo guardar el paraguas y no tendrá nada que temer. Y en el nuevo mundo podrá caminar al aire libre, a la luz de un nuevo sol, como el espíritu libre que nació para ser.
Cuando regrese a la Tierra, será un gran hombre que se elevará sobre estos enanos mortales.
Para entonces, Peter Wiggin estará muerto, como Julian Delphiki. Ésa es la única decepción: que mi hijo nunca podrá enfrentarse cara a cara con los asesinos de su padre.