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章 196: 20 Planes

De: SerImperial%HotSoup@CiudadProhibida.ch.gov

A: Tejedora%Virlomi@MadreIndia.in.net, Califa%Salam@califa.gov Sobre: No hagáis esto

Alai, Virlomi, ¿en qué estáis pensando? Los movimientos de tropas no pueden ocultarse. ¿De verdad queréis este baño de sangre? ¿Estáis decididos a demostrar que Graff tiene razón y ninguno de nosotros pertenece a la Tierra?

* * *

De: Tejedora%Virlomi@MadreIndia.in.net

A: SerImperial%HotSoup@CiudadProhibida.ch.gov Sobre: Niño idiota

¿Creías que las ofensas chinas en la India serían olvidadas? Si no quieres un baño de sangre, entonces jura fidelidad a la Madre India y al califa Alai. Desarma tus ejércitos y no ofrezcas ninguna resistencia. Seremos mucho más misericordiosos con los chinos de lo que los chinos lo fueron con la India.

De: Califa%correa@calif.gov

* * *

A: SerImperial%HotSoup@CiudadProhibida.ch.gov Sobre: Mira de nuevo

Trata de no precipitar la acción, amigo mío. Las cosas no irán como parece que están yendo.

* * *

Mazer Rackham estaba sentado frente a Peter Wiggin en su despacho de Rotterdam.

—Estamos muy preocupados —dijo Rackham.

—Yo también.

—¿Qué has puesto en marcha, Peter?

—Mazer, todo lo que he hecho es seguir presionando, usando las pequeñas herramientas que tengo. Ellos deciden cómo responder a esa presión. Yo estaba preparado para una invasión de Armenia o Nubia. Estaba preparado para sacar partido de una expulsión en masa de musulmanes en algunas o en todas las naciones europeas.

—¿Y la guerra entre la India y China? ¿Estás preparado para eso?

—Esos son tus genios, Mazer. Tuyos y de Graff. Vosotros los entrenasteis. Explícame por qué Alai y Virlomi están haciendo algo tan estúpido y suicida como es enviar tropas indias mal armadas contra el ejército de Han Tzu, que está plenamente equipado, tiene hambre de venganza y cuenta con una amplia experiencia de combate.

—Así que no es algo que hayas hecho tú.

—No soy como vosotros —dijo Peter, irritado—. No me considero un maestro titiritero. Tengo una cantidad limitada de poder e influencia en el mundo, y no es gran cosa. Tengo unos mil millones de ciudadanos que aún no se han convertido en una nación auténtica, así que tengo que seguir bailando sólo para que el PLT sea viable. Tengo una fuerza militar bien entrenada y bien equipada, con excelente moral, y es tan pequeña que ni siquiera se notaría en un campo de batalla de la India o de China. Tengo mi reputación personal como Locke y mi cargo ya-no-tan-hueco como Hegemón. Y tengo a Bean, sus habilidades y su extravagante reputación. ¿Ves algo en esta lista que me permita pensar siquiera en iniciar una guerra entre dos potencias mundiales sobre las que no tengo ninguna influencia?

—Te ha venido tan bien que no hemos podido evitar pensar que habías tenido algo que ver.

—No, ha sido obra vuestra —dijo Peter—. Volvisteis locos a esos chicos en la Escuela de Batalla. Ahora todos son reyes locos que usan las vidas de sus súbditos como piezas en un tablero de soberanía.

Rackham se acomodó en el asiento. Parecía un poco asqueado.

—Tampoco queríamos esto. Y no creo que estén locos. Alguien debe ver alguna ventaja en iniciar esta guerra, y sin embargo no imagino quién. Tú eres el único que tiene algo que ganar, así que pensamos…

—Lo creas o no, yo no empezaría una guerra como ésta aunque pensara que podría beneficiarme recogiendo los pedazos. Los únicos que inician guerras que acabarán eliminando a masas humanas con ametralladoras son fanáticos o idiotas. Creo que podemos descartar la idiotez. Así que... eso nos deja a Virlomi.

—Eso es lo que nos tememos. Que haya llegado a creerse su papel. Bendita por los dioses e irresistible. —Rackham alzó una ceja—. Pero tú lo sabías. Te reuniste con ella.

—Me propuso matrimonio. La rechacé.

—Antes de que fuera a ver a Alai.

—Tengo la impresión de que se casó con Alai de rebote. Rackham se echó a reír.

—Te ofreció la India.

—Me ofreció un acuerdo. Yo lo convertí en una oportunidad.

—Cuando la rechazaste, sabías que se enfurecería y haría algo estúpido. Peter se encogió de hombros.

—Sabía que haría algo lamentable. Algo para demostrar su poder. No tenía ni idea de que tentaría a Alai, y desde luego no imaginaba que él fuera a picar. ¿No sabía que está loca? Quiero decir, no desde un punto de vista médico, sino ebria de poder.

—Explícame tú por qué lo hizo —dijo Rackham.

—El fue uno de los miembros del grupo de Ender. Graff y tú debéis tener tanto poder sobre Alai que sabéis cuándo se rasca el culo.

Rackham se limitó a esperar.

—Mira, no sé por qué lo hizo, excepto porque tal vez pensó que podría controlarla

—dijo Peter—. Cuando regresó a casa procedente de Eros era un muchachito musulmán ingenuo y recto a quien mantuvieron aislado. Tal vez no estaba preparado para tratar con una mujer de verdad. La cuestión ahora es cómo se desarrollará esto.

—¿Cómo crees que se desarrollará?

—¿Por qué debo decirte lo que pienso? ¿Qué posible ventaja obtendré si Graff y tú sabéis lo que espero que ocurra y lo que me dispongo a hacer al respecto?

—¿Cómo dolerá?

Dolerá porque, si decidís que vuestros objetivos son diferentes de los míos, mediaréis. He apreciado algunas de vuestras intervenciones, pero ahora no quiero que la F.I. ni ColMin hagan nada. Estoy haciendo malabarismos con demasiadas bolas para querer que otro malabarista voluntario venga a intentar ayudarme.

Rackham se echó a reír.

—Peter, Graff tenía razón respecto a ti.

—¿Qué?

—Cuando te rechazó para la Escuela de Batalla.

—Porque era demasiado agresivo —dijo Peter amargamente—. Y mira lo que acabó aceptando.

—Peter, piensa en lo que acabas de decir.

Peter lo pensó.

—Te refieres a los malabarismos.

—Me refiero a por qué fuiste rechazado de la Escuela de Batalla.

Peter inmediatamente se sintió estúpido. Les habían dicho a sus padres que su rechazo se debía a que era demasiado agresivo... peligrosamente agresivo. Y él les había sonsacado esa información a edad muy temprana. Desde entonces, había sido una carga que había llevado dentro: la idea de que era peligroso. A veces lo hacía ser atrevido; con más frecuencia, lo hacía no fiarse de su propio juicio, de su propio marco moral. ¿Estoy haciendo esto porque está bien? ¿Estoy haciendo lo otro porque realmente será en beneficio propio o sólo porque soy agresivo y no puedo soportar mantenerme al margen y esperar? Se había obligado a sí mismo a ser paciente, más sutil de lo que le indicaba su primer impulso. Una y otra vez se había contenido. Por esta causa había utilizado a Valentine y ahora utilizaba a Petra para que escribieran los ensayos más peligrosos y demagógicos: no quería ningún tipo de análisis textual que lo señalara como autor. Por eso se había abstenido de forzar a ninguna de las naciones que seguían jugando con él a unirse al PLT: no podía permitir que nadie lo percibiera como coercitivo.

Y todo aquel tiempo esa valoración sobre él había sido mentira.

—No soy demasiado agresivo.

—Es imposible ser demasiado agresivo en la Escuela de Batalla —dijo Rackham—. Intrépido... bueno, eso sería peligroso. Pero nadie te ha llamado jamás intrépido,

¿verdad? Y tus padres habrían sabido que eso era mentira, porque podrían haber visto el pequeño hijo de puta calculador que eras, incluso a los siete años.

—Vaya, gracias.

—No, Graff estudió tus pruebas y vio lo que el monitor nos mostraba, y entonces habló conmigo y me las enseñó y nos dimos cuenta: no te queríamos como comandante del ejército porque la gente no te ama. Lo siento, pero es cierto. No eres cálido. No inspiras devoción. Habrías sido un buen comandante a las órdenes de alguien como Ender. Pero nunca lo habrías mantenido todo unido como él hizo.

—Ahora lo estoy haciendo bien, gracias.

—No estás dirigiendo soldados. Peter, ¿te aman Bean o Suri? ¿Morirían por ti? ¿O te sirven porque creen en tu causa?

—Creen que el mundo unido conmigo como Hegemón sería mejor que el mundo unido bajo otra persona, o que un mundo desunido.

—Un simple cálculo.

—Un cálculo basado en una confianza que me he ganado a pulso.

—Pero no devoción personal —dijo Rackham—. Ni siquiera Valentine... sintió nunca devoción por ti, y te conocía mejor que nadie.

—Ella me odiaba.

—Demasiado fuerte, Peter. Usas una palabra demasiado fuerte. Ella no se fiaba de ti. Te temía. Veía tu mente como un engranaje. Muy listo. Siempre se dio cuenta de que estabas seis pasos por delante de ella. —Peter se encogió de hombros—. Pero no lo estabas, ¿verdad?

—Gobernar el mundo no es un juego de ajedrez —dijo Peter—. O, si lo es, es un juego con mil piezas poderosas y ocho mil millones de peones, y las capacidades de las piezas cambian y el tablero nunca permanece igual. ¿Hasta dónde puede uno ver? Todo lo que pude ver fue que me convenía ponerme en una posición en la que tuviera la mayor influencia posible y luego explotar las oportunidades que se presentaran.

Rackham asintió.

—Pero una cosa era segura. Con tu agresividad que se salía de las gráficas, con tu pasión por controlar los acontecimientos, sabíamos que te colocarías en el centro de todo.

Ahora le tocó a Peter el turno de reírse.

—Así que me dejasteis en casa y no me llevasteis a la Escuela de Batalla para que fuera lo que soy ahora.

—Como te decía, no estabas dotado para la vida militar. No aceptas muy bien las órdenes. La gente no siente devoción por ti y tú no sientes devoción por nadie.

—Podría ser, si encontrara a alguien a quien respetara lo suficiente.

—La única persona a quien respetaste tanto está ahora en una nave colonial, y nunca volverás a verla.

—Nunca habría podido seguir a Ender.

—No, nunca. Pero él es la única persona a la que respetaste lo suficiente. El problema era que se trataba de tu hermano menor. No habrías soportado la vergüenza.

—Bueno, todos estos análisis están muy bien, pero ¿en qué nos ayudan ahora?

—Nosotros tampoco tenemos ningún plan, Peter —dijo Rackham—. También estamos colocando solamente piezas útiles en su sitio. Sacamos a otras del tablero. Tenemos algunas bazas, como tú. Tenemos nuestro arsenal.

—Tenéis a toda la F.I. Podéis poner fin a todo esto.

—No —dijo Rackham—. El Polemarca Chamrajnagar es inflexible en ese aspecto y tiene razón. Podríamos obligar a detenerse a los ejércitos del mundo. Todos nos obedecerían o tendrían que pagar un precio terrible. Pero ¿quién gobernaría el mundo entonces?

—La flota.

—¿Y quién es la flota? Son voluntarios de la Tierra. Y a partir de ese momento,

¿quiénes serían nuestros voluntarios? ¿Gente que ama la idea de salir al espacio o gente que quiere controlar el Gobierno de la Tierra? Eso nos convertiría en una institución centrada en la Tierra. Destruiría el proyecto de colonización. Y odiarían a la Flota, porque pronto sería dominada por gente que ama el poder.

—Haces que parezca que sois un puñado de vírgenes histéricas.

—Lo somos —contestó Rackham—. Y es una frase extraña, viniendo de un chico virgen histérico como tú.

Peter no se molestó en responder a eso.

—Así que Graff y tú no haréis nada que comprometa la pureza de la F.I.

—A menos que alguien vuelva a utilizar las armas nucleares. No permitiremos que eso suceda. Dos guerras nucleares han sido suficientes.

—Nunca hemos tenido una guerra nuclear.

—La Segunda Guerra Mundial fue una guerra nuclear —dijo Rackham—, aunque sólo se lanzaran dos bombas. Y la bomba que destruyó La Meca fue el punto final de una guerra civil en el islam librada a través de sustitutos y con el terrorismo. Desde entonces, nadie ha vuelto a pensar en usar armas nucleares. Pero las guerras que se terminan con bombas nucleares son guerras nucleares.

—Bien. Definiciones.

—Hyrum y yo estamos haciendo cuanto podemos —dijo Rackham—. Igual que el Polemarca. Y, lo creas o no, estamos intentando ayudarte. Queremos que tengas éxito.

—¿Y ahora pretendes que me habéis estado ayudando todo el tiempo?

—En absoluto. No teníamos ni idea de si serías un gobernante sabio o un tirano. Ni idea de qué método utilizarías o cómo sería tu gobierno mundial. Sabíamos que no podrías hacerlo sólo a base de carisma porque no tienes mucho. Y admito que destacaste con mayor claridad después de que le echáramos un buen vistazo a Aquiles.

—Así que no os dispusisteis a apoyarme hasta que os disteis cuenta de que era mejor que Aquiles.

—Tus logros eran tan extraordinarios que manteníamos la cautela. Entonces Aquiles nos demostró que tus acciones eran cautelosas y contenidas en comparación con lo que hubiese podido hacer alguien verdaderamente implacable. Vimos a un tirano en acción y nos dimos cuenta de que tú no eras tal cosa.

—Dependiendo de qué se entienda por «tirano».

—Peter, estamos intentando ayudarte. Queremos unir al mundo bajo un Gobierno civil. Sin nuestro consejo, estás decidido a hacerlo por medio de persuasión y elecciones en vez de usando ejércitos y terror.

—Uso ejércitos.

—Sabes lo que quiero decir.

—Es que no quería que te hicieras ilusiones.

—Entonces dime qué estás pensando. Qué estás planeando. Para que no interfiramos con nuestras mediaciones.

—Porque estáis de mi parte —dijo Peter con desdén.

—No, no estamos «de tu parte». En realidad no formamos parte de este juego, excepto en lo que nos afecta. Nuestro trabajo es dispersar la especie humana a tantos mundos como sea posible. Pero hasta ahora sólo han despegado dos naves coloniales. Y pasará otra generación antes de que ninguna de ellas aterrice. Mucho antes de que sepamos si las colonias tienen éxito y aguantan. Todavía más antes de que sepamos si las colonias tienen éxito y aguantan. Todavía más antes de que sepamos si se convertirán en mundos aislados o si habrá beneficios suficientes para que el viaje interestelar sea económicamente factible. Eso es lo único que nos importa. Pero, para conseguirlo, nos hacen falta reclutas de la Tierra y tenemos que pagar las naves... de nuevo, en la Tierra. Y tenemos que hacerlo sin esperanza de beneficios durante al menos cien años. El capitalismo no sirve a la hora de pensar con cien años de antelación. Así que necesitamos fondos gubernamentales.

—Cosa que habéis conseguido aunque yo no he podido sacar ni un céntimo.

—No, Peter—dijo Rackham—. ¿No comprendes? Todo el mundo excepto Estados Unidos y Gran Bretaña y un puñado de países más pequeños ha dejado de pagar su cuota. Estamos viviendo de nuestras enormes reservas. Han sido suficientes para equipar dos naves, para construir un nuevo tipo de naves mensajeras de gravedad controlada, unos cuantos proyectos de ese estilo. Pero nos estamos quedando sin dinero. No tenemos manera de financiar ni siquiera las naves que están siendo construidas.

—Queréis que yo gane para que pague vuestra flota.

—Queremos que ganes para que la especie humana deje de gastar sus enormes recursos en formas de matarse y pueda enviar en cambio a toda la gente que moriría en las guerras al espacio. Y todo el dinero que se habría gastado en armas podrá invertirse en naves coloniales. La especie humana siempre lo ha gastado casi todo o bien en monumentos estúpidos como las pirámides o en guerras brutales, sangrientas y absurdas. Queremos unir al mundo para que todo este desperdicio termine de una vez.

Peter se echó a reír.

—Qué soñadores. ¡Qué idealistas!

—Éramos guerreros y estudiamos a nuestro enemigo. Las Reinas Colmena. Cayeron porque estaban demasiado unificadas. Los seres humanos son un diseño mejor de especie sentiente. Cuando acabemos con las guerras. Lo que las Reinas Colmena intentaron, nosotros podemos hacerlo. Extender la especie para que pueda desarrollar verdaderamente nuevas culturas.

—¿Nuevas culturas cuando insistís en que cada colonia esté compuesta enteramente por gente de una sola nación, de un solo grupo lingüístico?

—No somos absolutamente rígidos en eso, pero sí. Hay dos formas de ver la diversidad de una especie. Una es que en todas las colonias haya una copia completa de toda la especie humana: cada cultura, cada lengua, cada raza. Pero ¿qué sentido tiene eso? ¡La Tierra ya lo tiene! Y mira lo bien que ha salido.

»No, las grandes colonias del pasado tuvieron éxito precisamente porque estaban unidas internamente. Gente que se conocía, que tenía confianza mutua, que compartía los mismos propósitos, abrazaba las mismas leyes. Cada una monocromática, al principio. Pero cuando enviemos cincuenta naves coloniales monocromáticas pero todas de colores distintos, como si dijéramos (cincuenta colonias diferentes, cada una con una raíz lingüística y cultural propia), entonces la especie humana podrá llevar a cabo cincuenta experimentos diferentes. Auténtica diversidad de especies.

—No me importa lo que dices —dijo Peter—. Yo no voy a ir. Rackham sonrió.

—No queremos que vayas.

—Las dos naves coloniales que habéis mandado. Una de ellas era la de Ender.

—Así es.

—¿Quién es el comandante de la segunda nave?

—Bueno, la nave está comandada por...

—Quien va a gobernar la colonia —dijo Peter.

—Dink Meeker.

Así que ése era el plan. Pretendían tomar al grupo de Ender y a todo aquel que tuviera un talento militar peligroso y enviarlos al espacio.

—Así que para vosotros —dijo Peter— esta guerra entre Han Tzu y Alai es vuestra peor pesadilla.

Rackham asintió.

—No os preocupéis —dijo Peter.

—¿Que no nos preocupemos?

—De acuerdo, preocupaos si queréis. Pero vuestra oferta al grupo de Ender, de sacarlos a todos del planeta, ofrecerles colonias... ahora comprendo de qué va todo esto. Os preocupan esos chicos de cuyas vidas os habéis apoderado. Queréis enviarlos a mundos donde no haya ningún rival. Pueden usar sus talentos para ayudar a triunfar a una comunidad sobre un nuevo mundo.

—Sí.

Pero lo más importante es que no estarán en la Tierra. Rackham se encogió de hombros.

—Sabíais que nadie podría unir jamás al mundo como necesitáis que esté unido mientras esos genios tan entrenados, tan agresivos y famosos estuvieran todavía en él.

—No lo previmos.

—Bueno, eso es mentira —dijo Peter—. Sabíais lo que sucedería, porque es obvio.

Uno de ellos sería el dueño de la Tierra y todos los demás estarían muertos.

—Sí, eso lo vimos, pero no era una opción aceptable.

—¿Por qué no? Es la forma humana de resolver las cosas.

—Amamos a esos chicos, Peter.

—Pero, los améis o no, tarde o temprano se morirán. No, creo que os habríais contentado dejando que las cosas se resolvieran por sí solas, si pensarais que iba a funcionar. Si creyerais que uno de ellos saldría triunfante. Lo que no podíais soportar era saber que están tan igualados que ninguno de ellos vencería. Agotarían los recursos de la Tierra, toda esa población sobrante, y seguiría sin haber ningún ganador claro.

—Eso no ayudaría nada —dijo Rackham.

—Si hubierais podido encontrar una cura para la enfermedad de Bean, no me necesitaríais. Porque Bean podría lograrlo. Podría derrotar a los otros. Podría unir al mundo. Porque es mucho mejor que ellos.

—Pero se va a morir.

—Y lo amáis —dijo Peter—. Así que vais a intentar salvarle la vida.

—Queremos que te ayude a ganar primero.

—Eso no es posible. No con el tiempo que le queda.

—Por «ganar» quiero decir que queremos que te ayude a conseguir una posición desde la cual tu victoria sea inevitable, dadas tus habilidades. Ahora mismo, podrían impedírtelo todo tipo de casualidades. Contar con Bean aumenta tu poder e influencia. Si pudieras sacar al resto del grupo de Ender de este planeta, eso también sería de ayuda. Si eliminamos del tablero todas las piezas que podrían desafiarte... Si,

en efecto, tú eres la reina en un juego de caballos y alfiles, entonces ya no necesitarás a Bean.

—Necesitaré a alguien —dijo Peter—. No estoy entrenado para la guerra como lo estuvieron esos chicos de la Escuela de Batalla. Y, como dices, no soy el tipo de persona por quien los soldados quieren morir.

Rackham se inclinó hacia delante.

—Peter, di nos lo que estás planeando.

—No estoy planeando nada. Simplemente, estoy esperando. Cuando me reuní con Virlomi, me di cuenta de que ella era la clave de todo. Es volátil, es poderosa y está ebria. Supe que ella haría algo desestabilizador. Algo que quebraría el equilibrio.

—¿Entonces crees que la guerra entre la India y China estallará? ¿Y que la Liga Musulmana de Alai se verá arrastrada?

—Es posible. Espero que no suceda.

—Pero si sucede, te dispones a atacar a Alai cuando sus fuerzas estén comprometidas combatiendo a China.

—No —dijo Peter.

—¿No?

—No vamos a atacar a nadie.

—Entonces... ¿qué? —dijo Rackham—. Quien se imponga en esta guerra...

—No creo que esta guerra vaya a importar mucho, si es que llega a estallar. Pero si lo hace, entonces ambos bandos quedarán debilitados por ella. No faltan las naciones ambiciosas dispuestas a dar un paso al frente y recoger los pedazos.

—¿Entonces eso es lo que crees que va a suceder?

—No lo sé. Ojalá me creyeras. Sólo estoy seguro de una cosa. El matrimonio de Alai y Virlomi está condenado. Y si quieres que alguno de ellos o ambos estén al mando de alguna de tus preciosas colonias, sería mejor que os asegurarais de sacarlos rápido del planeta.

—¿Estás planeando algo?

—¡No! ¿Es que no me estás escuchando? ¡Estoy estudiando todo el maldito asunto, igual que vosotros! Ya he jugado mis cartas: hacer que el liderazgo musulmán recele de mis intenciones. Provocarlos. Más un poco de diplomacia tranquila.

—¿Con quién?

—Con Rusia —contestó Peter.

—¿Estás intentando que se unan a ti para atacar a Alai? ¿O a China?

—No, no, no —dijo Peter—. Si intentara algo así, se correría la voz, ¿y entonces qué nación musulmana se uniría jamás al PLT?

—¿Entonces qué estás haciendo con diplomacia?

—Rogarles a los rusos que se mantengan apartados.

—En otras palabras, señalando la oportunidad y diciéndoles que no vas a interferir en absoluto.

—Si —dijo Peter

—La política es tan... indirecta.

—Por eso los conquistadores rara vez son buenos gobernantes.

—Y los grandes gobernantes rara vez son conquistadores.

—Cerrasteis la puerta para que no me convierta en conquistador —dijo Peter—. Así que si voy a ser el gobernante del mundo, y un gobernante bueno, entonces tengo que ganarme el puesto de modo que no haya que seguir matando a nadie para continuar en el poder. No le hace ningún bien al mundo que todo dependa de mí, si todo se desploma cuando yo muera. Necesito construir un imperio pieza a pieza, poco a poco, con instituciones poderosas que tengan su propio impulso, para que importe muy poco quién esté a la cabeza. Es lo que aprendí al crecer en Estados Unidos. Fue una nación creada de la nada... nada más que de un conjunto de ideales que nunca alcanzó. De vez en cuando tuvieron grandes líderes, pero normalmente sólo politicastros, y quiero decir desde el principio. Washington fue magnífico, pero Adams era paranoico y perezoso, y Jefferson fue un político vil e intrigante como pocas naciones han tenido como maldición. Aprendí mucho de él sobre destruir a los enemigos de uno con demagogia divulgada bajo pseudónimo.

—Así que lo estabas alabando.

—Estoy diciendo que Estados Unidos se forjó a sí misma con instituciones tan fuertes que pudieran sobrevivir a la corrupción, la estupidez, la vanidad, la ambición, la intrepidez e incluso la locura del jefe de su Ejecutivo. Estoy intentando hacer lo mismo con el Pueblo Libre de la Tierra. Basándolo en algunos ideales sencillos pero manejables. Atraer a las naciones porque se sientan libres de pertenecer a él. Unirlas con un lenguaje y un sistema legal y darles instituciones con vida propia. Y no puedo hacer nada de eso si conquisto un solo país y lo obligo a unirse. Es una regla que no podré violar nunca. Mis fuerzas derrotarán a los enemigos que ataquen al PLT, y llevaremos la guerra a su territorio para hacerlo. Pero en lo referente a unirse al PLT, sólo podrán hacerlo si una mayoría del pueblo lo quiere. Si deciden ser súbditos de nuestras leyes y formar parte de nuestras instituciones.

—Pero no desdeñas que otras naciones hagan sus conquistas por ti.

—El islam no ha aprendido nunca a ser una religión —dijo Peter—. Por naturaleza, es una tiranía. Hasta que aprenda a dejar que la puerta oscile hacia ambos lados y permita que los musulmanes decidan no ser musulmanes sin ser castigados, el mundo no tendrá más remedio que luchar contra ellos para ser libre. Mientras las naciones musulmanas permanecieron divididas, trabajando unas contra otras, no suponían un problema para mí, porque podía escogerlas una a una, sobre todo cuando el PLT ya fue lo bastante grande para que vieran cómo prosperaba la gente dentro de mis fronteras.

—Pero unidos bajo Alai...

—Alai es un tipo decente. Creo que tiene alguna idea para liberalizar el islam desde arriba. Pero no se puede hacer. Simplemente, se equivoca. Es un militar, no un político. Mientras los musulmanes corrientes piensen que es su deber matar a cualquier musulmán que intente dejar de serlo, mientras piensen que tienen el sagrado deber de empuñar las armas para obligar a los que no son creyentes a obedecer la ley islámica... no podrás liberalizar eso, no podrás convertirlo en un sistema decente para nadie. Ni siquiera para los musulmanes. Porque las personas más crueles, más obtusas, más malvadas siempre se encumbrarán al poder porque siempre serán las que estén más dispuestas a envolverse en la bandera de la media luna y asesinar a gente en nombre de Dios.

—De modo que Alai está condenado a fracasar.

—Alai está condenado a morir. En el momento en que los fanáticos se den cuenta de que no es un musulmán tan fanáticamente puro como ellos, lo matarán.

—¿E instalarán a un nuevo califa?

—Pueden instalar a quien se les antoje —dijo Peter—. A mí no me importará ya. Sin Alai, no habrá ninguna unidad islámica, porque sólo Alai puede guiarlos a la victoria. Y en la derrota, los musulmanes no permanecen unidos. Se mueven como una gran ola: hasta que se encuentran una muralla de roca que no se mueve. Entonces chocan y retroceden.

—Como hicieron después de que los derrotara Charles Martel.

—Es Alai quien los hizo poderosos —dijo Peter—. El único problema es que a Alai no le gustan las cosas que tiene que hacer para gobernar un sistema totalitario como el islam. Ya ha matado a más gente de la que quisiera. Alai no es un asesino, pero se ha convertido en uno y cada vez le gusta menos.

—Crees que no va a seguir a Virlomi a la guerra.

Es una carrera. Entre los seguidores de Alai que planean matar a Virlomi para liberar a Alai de su influencia y los musulmanes fanáticos que planean matar a Alai porque traicionó al islam al casarse con Virlomi.

—¿Sabes quiénes son los conspiradores?

—No me hace falta —dijo Peter—. Si no hubiera conspiradores planeando asesinatos no habría un imperio musulmán. Y ésa es otra carrera. ¿Pueden matar a Alai o a Virlomi antes de que China o Rusia ataquen? Y aunque maten a uno o a ambos, ¿detendrá eso a China o a Rusia o las animará a atacar porque pensarán que la victoria es más probable?

—¿Y hay una versión en la que tú vas a la guerra?

—Sí. Si se deshacen de Virlomi, y Rusia y China no atacan, entonces Alai (o su sucesor, si también lo matan a él), se verá obligado a atacar Armenia y Nubia. Y ésa es una guerra que estoy dispuesto a librar. Los destruiremos. Seremos la roca contra la que el islam se estrellará y se hará pedazos.

—Y si Rusia y China los atacan antes de que puedan volverse hacia ti, seguirás beneficiándote de la guerra ya que las naciones asustadas se unirán a ti contra Rusia o China... contra el país que sea visto como agresivo y peligroso.

—Es como te decía —respondió Peter—. No tengo ni idea de cómo saldrán las cosas. Sólo sé que estoy dispuesto a sacar ventaja de cada situación que ocurra. Y estoy vigilando con mucha atención por si sucede algo imprevisto y puedo aprovecharme de ello.

—Ésta es la pregunta clave —dijo Rackham—. Es la información que he venido a conseguir.

—Me muero por oír la pregunta.

—¿Cuánto tiempo vas a necesitar a Bean? Peter reflexionó sobre eso unos instantes.

—He tenido que hacer mis planes sabiendo que él iba a morirse. O, cuando le hiciste tu oferta, marcharse. Así que la respuesta es que mientras lo tenga, naturalmente que lo utilizaré, bien sea para intimidar a mis supuestos enemigos o para dirigir mis tropas cuando vayamos a la guerra. Pero si se marcha o se muere, podré apañármelas. Mis planes no dependen de tener a Bean.

—Pongamos que se marcha dentro de tres meses.

—Rackham, ¿habéis encontrado ya a sus otros hijos? ¿Es eso lo que estás diciendo?

¿Los habéis encontrado y no se lo habéis dicho porque creéis que necesito a Bean?

—No a todos.

—Sois fríos. Sois unos hijos de puta —dijo Peter—. Seguís usando a niños como herramientas.

—Sí—contestó Rackham—. Somos unos hijos de puta. Pero tenemos buenas intenciones. Igual que tú.

—Dadles a Bean y Petra sus bebés. Y salvadle la vida, si podéis. Es un buen hombre que se merece algo mejor que seguir siendo vuestro juguete.


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