De: HMebane%TerapiaGenetica@MayoFlorida.org.us A: JulianDelphiki%Carlotta@DelphikiConsultas.com Sobre: Diagnóstico
Querido Julian:
Ojalá tuviera mejores noticias. Pero los análisis de ayer son concluyentes. La terapia de estrógenos no ha tenido ningún efecto sobre las epífisis. Siguen abiertas, aunque definitivamente no tienes ningún defecto en los receptores de estrógenos de las placas de crecimiento de tus huesos.
En cuanto a tu segunda petición, naturalmente que continuaremos estudiando tu ADN, amigo mío, se encuentren o no algunos de tus embriones perdidos. Lo que se hizo una vez puede volver a hacerse, y los errores de Volescu pueden ser repetidos con alguna otra alteración genética en el futuro. Pero la historia de la investigación genética es bastante consistente. Hace falta tiempo para rastrear y aislar una secuencia inusitada y luego llevar a cabo pruebas con animales para determinar qué hace cada porción y cómo contrarrestar sus efectos.
No hay manera de acelerar la investigación. Si tuviéramos a diez mil personas trabajando en el problema, realizarían el mismo experimento en el mismo orden y requeriría la misma cantidad de tiempo. Algún día comprenderemos por qué tu sorprendente intelecto está tan inextricablemente relacionado con el crecimiento incontrolado. Ahora mismo, sinceramente, parece casi un maligno designio de la naturaleza, como si hubiera alguna ley que dijera que el precio para liberar el intelecto humano es el autismo o el gigantismo.
Si en vez de formación militar te hubieran enseñado bioquímica para que en tu edad actual pudieras estar preparado para avanzar en este campo... No tengo ninguna duda de que serías capaz de hacer el tipo de reflexión que necesitamos. Es una amarga ironía de tu estado y tu historia personal. Ni siquiera Volescu podría haber previsto las consecuencias de la alteración a la que sometió tus genes.
Me siento como un cobarde al trasmitir esta información por correo electrónico en vez de cara a cara, pero insististe en que no hubiera ningún retraso y en que el informe fuera por escrito. Naturalmente,
los datos técnicos te serán enviados en cuanto los informes finales estén disponibles.
Si al menos la criogénica no hubiera resultado ser un campo estéril...
Sinceramente,
* * *
Howard.
En cuanto Bob se marchó a cumplir su turno de noche en el supermercado, Randi se sentó delante de la pantalla y puso el especial sobre Aquiles Flandres desde el principio.
La amargaba oír cómo lo vituperaban, pero ya era capaz de no hacer caso.
Megalómano. Loco. Asesino.
¿Por qué no podían verlo como realmente era? Un genio como Alejandro Magno, que había estado así de cerca de unir al mundo y poner fin a la guerra para siempre.
Ahora los perros peleaban por los despojos de los logros de Aquiles, mientras su cuerpo descansaba en una oscura tumba en alguna miserable aldea tropical de Brasil.
Y el asesino que había puesto fin a la vida de Aquiles, que había frustrado su grandeza, era honrado como si hubiera algo heroico en meterle una bala en un ojo a un hombre desarmado. Julian Delphiki. Bean. La herramienta del maligno Hegemón Peter Wiggin.
Delphiki y Wiggin. Indignos de estar en el mismo planeta con Aquiles. Y sin embargo decían ser sus herederos, los legítimos gobernantes del mundo.
Bien, pobres necios, sois los herederos de nada. Porque yo sé quién es el auténtico heredero de Aquiles.
Se palpó el vientre, aunque era peligroso, pues vomitaba continuamente desde el principio del embarazo. No se le notaba aún, y cuando lo hiciera, había un cincuenta por ciento de probabilidades de que Bob la echara o se quedara con ella y aceptara al niño como propio. Bob sabía que no podía tener hijos (se había sometido a un montón de pruebas) y no tenía sentido fingir que era suyo ya que pediría una prueba de ADN y lo sabría de todas formas.
Y ella había jurado no decir nunca que había recibido un implante. Tendría que fingir que se había liado con alguien y quería conservar el bebé. A Bob no le haría ninguna gracia. Pero ella sabía que la vida del bebé dependía de que mantuviera el secreto.
El hombre que la había entrevistado en la clínica de fertilidad había sido inflexible al respecto.
—No importa a quién se lo digas, Randi. Los enemigos del gran hombre saben que este embrión existe. Lo estarán buscando. Vigilarán a todas las mujeres del mundo
que den a luz dentro de cierto marco temporal. Y cualquier rumor de que el bebé fue implantado en vez de concebido de modo natural los atraerá como sabuesos. Sus recursos son ilimitados. No escatimarán ningún esfuerzo en su búsqueda. Y cuando encuentren a una mujer que crean que pueda ser la madre de su hijo, la matarán, por si acaso.
—Pero debe de haber cientos, miles de mujeres a las que les hayan implantado sus bebés —protestó Randi.
—¿Eres cristiana? —preguntó el hombre—. ¿Has oído hablar de la matanza de los inocentes? Por muchos que tengan que matar, merece la pena para esos monstruos mientras les permita impedir el nacimiento de este niño.
Randi contempló las fotos de Aquiles durante sus días en la Escuela de Batalla y poco después, durante su estancia en el asilo donde sus enemigos lo habían confinado en cuanto quedó claro que era mejor comandante que el precioso Ender Wiggin. Había leído en las redes en muchas partes que Ender Wiggin había utilizado en realidad planes ideados por Aquiles para derrotar a los insectores. Podían glorificar a su falso héroe todo lo que quisieran: todo el mundo sabía que se debía sólo al hecho de que era el hermano menor de Peter Wiggin por lo que Ender recibía todo el crédito.
Era Aquiles quien había salvado al mundo. Y Aquiles quien había engendrado al bebé que ella habría de parir.
El único pesar de Randi era no ser también la madre biológica, que el niño no pudiera haber sido concebido de modo natural. Pero sabía que la esposa de Aquiles debía de haber sido elegida con mucho cuidado: una mujer que pudiera contribuir con los genes adecuados para no diluir su brillantez y su bondad y su creatividad y su impulso.
Pero ellos conocían a la mujer que Aquiles amaba, y si hubiera estado embarazada en el momento de la muerte de Aquiles le habrían abierto el vientre para dejarla allí gimiendo de agonía viéndolos quemar el feto ante sus ojos.
Así que para proteger a la madre y al bebé, Aquiles había dispuesto que llevaran e implantaran en secreto su embrión en el vientre de una mujer en quien pudiera confiarse, que llevara el embarazo a término y diese al bebé un buen hogar y lo criara con pleno conocimiento de su vasto potencial. Que le enseñara en secreto quién era realmente y a qué causa servía, para que creciera para cumplir el destino cruelmente bloqueado de su padre. Era una confianza sagrada, y Randi era digna de ella.
Bob no. Así de sencillo. Randi siempre había sabido que se había casado con alguien inferior. Bob era un buen marido, pero no tenía imaginación para concebir nada más importante que ganarse la vida y planear su próxima excursión de pesca. Ella imaginaba cómo respondería si le decía no sólo que estaba embarazada, sino que el bebé no era ni siquiera suyo.
Ya había encontrado varios sitios en la red de gente que buscaba embriones
«perdidos» o «secuestrados». Randi sabía (el hombre con quien había hablado se lo había advertido) que probablemente tenían su origen en los enemigos de Aquiles, que buscaban información que pudiera conducirlos... hasta ella.
Se preguntó si tal vez el propio hecho de que hubiera gente buscando embriones los alertaría. Las compañías de búsqueda decían que ningún Gobierno tenía acceso a sus bases de datos, pero era posible que la Flota Internacional estuviera interceptando todos los mensajes y controlando todas las búsquedas. La gente decía que la F.I. estaba ya controlada por el Gobierno de Estados Unidos, que el aislacionismo estadounidense era una fachada y que todo pasaba por la F.I. Luego había gente que decía que era al revés: Estados Unidos era aislacionista porque así era como lo quería la EL, ya que la mayor parte de la tecnología espacial de la que dependían se desarrollaba y construía en Estados Unidos.
No podía ser un accidente que Peter el Hegemón fuera estadounidense. Randi dejaría de buscar información sobre embriones secuestrados.
Todo eran mentiras y trampas y trucos. Sabía que le parecería paranoica a cualquiera, pero sólo porque no sabían lo que ella sabía. Había realmente monstruos en el mundo, y los que tenían secretos debían vivir constantemente atentos.
En la pantalla había una imagen terrible. La mostraban una y otra vez: el pobre cuerpo roto de Aquiles tendido en el suelo del palacio del Hegemón. Parecía muy pacífico, ni una herida en su cuerpo. Algunas de las redes decían que Delphiki no le había disparado en el ojo, después de todo; que si lo hubiera hecho, el rostro de Aquiles hubiese estado quemado por la pólvora y tenido una herida de salida y sangre por todas partes.
No, Delphiki y Wiggin habían encarcelado a Aquiles y orquestado algún tipo de enfrentamiento falso con la policía para fingir que Aquiles había tomado rehenes o algo así, y tener una excusa para matarlo. Pero en realidad le habían administrado una inyección letal. O envenenado su comida. O lo habían infectado con una horrible enfermedad para que muriera retorciéndose agónicamente en el suelo mientras Delphiki y Wiggin lo miraban.
Como Ricardo III asesinó a aquellos pobres príncipes en la torre.
Pero cuando nazca mi hijo, se dijo Randi, entonces todas estas falsas historias serán desmentidas. Los mentirosos serán eliminados y también sus mentiras.
Entonces este material gráfico será usado en una historia verdadera. Mi hijo se encargará de eso. Nadie oiría jamás las mentiras que cuentan ahora. Y Aquiles será conocido como el Grande, aún más grande que el hijo que habrá completado la obra de su vida.
Y yo seré recordada y honrada como la mujer que lo protegió y lo dio a luz y lo educó para que gobernara el mundo.
Todo lo que tengo que hacer para conseguirlo es: nada.
Nada que llame la atención sobre mí. Nada que me haga notable o extraña.
Sin embargo lo único que no podía soportar era no hacer nada. Estar allí sentada viendo la televisión, preocupándose, lamentándose... tenía que ser dañino para el bebé tener tanta adrenalina corriendo por su sistema.
Era la espera lo que la volvía loca. No esperar al bebé: eso era natural y amaría cada día de su embarazo.
Era esperar a que su vida cambiara. Esperar... a Bob.
¿Por qué debía esperar a Bob?
Se levantó del sofá, apagó el televisor, entró en el dormitorio y empezó a guardar su ropa y otras cosas en cajas de cartón. Sacó los obsesivos archivos financieros para vaciar las cajas: que él se divirtiera ordenándolos más tarde.
Sólo después de llenar y sellar la cuarta caja se le ocurrió que lo normal habría sido contarle a Bob lo del bebé y que fuera él quien se marchara.
Pero no quería ninguna conexión con él. No quería ninguna disputa por la paternidad. Sólo quería irse. Dejar atrás aquella vida corriente, sin significado, salir de esa ciudad insignificante.
Naturalmente, no podía desaparecer sin más porque entonces sería una persona desaparecida. La añadirían a las bases de datos. Alguien se alertaría.
Así que recogió sus cajas de ropa y sus cacharros, sartenes y libros de recetas favoritos y los cargó en el coche que ya era suyo antes de casarse con Bob y que todavía estaba sólo a su nombre. Luego se pasó media hora escribiendo diferentes versiones de una carta para Bob explicándole que ya no lo amaba y que lo dejaba y que no quería que la buscara.
No. Nada por escrito. Nada que pudiera ser enviado a nadie.
Subió al coche y se acercó al supermercado. En el aparcamiento recogió un carrito que alguien había dejado bloqueando una plaza y lo empujó hasta la tienda. Que contribuyera a despejar el aparcamiento de carritos abandonados demostraba que no era vengativa. Era una persona civilizada que quería ayudar a que a Bob le fuera bien en su trabajo y su vida corriente, corriente, corriente. A él le vendría bien no tener a una mujer y un hijo extraordinarios en su vida.
Bob estaba en la planta y, en vez de esperarlo en su despacho, fue a buscarlo. Lo encontró supervisando la descarga de un camión que llegaba tarde a causa de una avería en la autopista, asegurándose de que la comida congelada estuviera a la temperatura mínima suficiente para ser descargada y almacenada sin problemas.
—¿Puedes esperar un momento? —dijo—. Sé que es importante o no habrías venido hasta aquí, pero...
—Oh, Bob, será un segundo. —Se inclinó hacia él—. Estoy embarazada y no es tuyo.
Al ser un mensaje en dos partes, no caló en él inmediatamente. Por un instante pareció feliz. Luego su rostro empezó a ponerse rojo.
Ella volvió a inclinarse hacia él.
—Pero no te preocupes. Te dejo. Ya te haré saber dónde enviar los papeles del divorcio. Ahora, vuelve a tu trabajo.
Ella empezó a marcharse.
—Randi —la llamó él.
—¡No es culpa tuya, Bob! —gritó ella por encima del hombro—. Nada ha sido culpa tuya. Eres un gran tipo.
Se sintió liberada mientras atravesaba la tienda. Se sentía tan generosa y expansiva que compró un frasquito de bálsamo labial y una botella de agua. El ínfimo beneficio de la venta sería su última contribución a la vida de Bob.
Después subió al coche y condujo hacia el sur, porque hacia allí se iba al salir del aparcamiento y el tráfico era demasiado denso para poder girar al otro lado. Conduciría hacia donde la llevaran las corrientes del tráfico. No intentaría esconderse de nadie. Le haría saber a Bob dónde se encontraba en cuando decidiera quedarse en algún sitio y se divorciaría de él de una forma perfectamente normal. Pero no se encontraría con nadie a quien conociera ni con nadie que la conociera a ella. Se volvería perfectamente invisible, no como alguien que intenta esconderse, sino como alguien que no tiene nada que ocultar pero que no es importante para nadie.
Excepto para su amado hijo.