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58.89% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 139: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-11.-Bangkok

章 139: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-11.-Bangkok

Colgado en el Foro de Historia Militar por

HectorVictorioso@firewall.net

Asunto: ¿Quién recuerda a Briseida?

Cuando leo la Ilíada, veo lo mismo que todo el mundo: la poesía, por supuesto, y la información sobre la guerra en la edad del bronce. Pero también veo algo más. Es posible que fuera Helena quien puso en marcha a mil barcos, pero también es cierto que fue Briseida quien estuvo a punto de hacerlos naufragar. Era una cautiva sin ningún poder, una esclava, y sin embargo Aquiles estuvo a punto de romper la alianza griega porque la quería.

El misterio que me intriga es: ¿Era extraordinariamente hermosa? ¿O era su inteligencia lo que Aquiles codiciaba? No, en serio: ¿Habría sido feliz durante mucho tiempo como esclava de Aquiles? ¿Se habría entregado a él voluntariamente? ¿O siguió siendo una esclava hosca y renuente?

No es que a Aquiles le hubiera importado demasiado: habría utilizado a su cautiva igualmente, sin preocuparse por sus sentimientos. Pero uno imagina a Briseida tomando nota sobre la historia del talón de Aquiles y transmitiendo esa información a alguien detrás de las murallas de Troya...

¡Briseida, ojalá tuviera yo noticias tuyas!

Héctor Victorioso

Bean se divertía dejando mensajes para Petra en todos los foros que visitaba... si estaba viva, si Aquiles le permitía navegar por las redes, si se daba cuenta de que un tema con el título «¿Quién recuerda a Briseida?» era una referencia a ella, y si era libre para responder tal como su mensaje pedía. La llamó por otros nombres de mujeres relacionadas con líderes militares: Ginebra, Josefina, Roxana... incluso Barsina, la esposa persa de Alejandro que Roxana ordenó asesinar poco después de la muerte de aquél. Y él firmaba con el nombre de un rival o sucesor. Mordred, Héctor, Wellington, Casandros.

Dio el peligroso paso de permitir que todas esas identidades continuaran existiendo, aunque cada una solo consistía en una orden que enviaba a otra identidad anónima que guardaba todo el correo recibido como mensajes codificados en una lista abierta sin protocolos de seguimiento. Así podía visitar y leer las respuestas sin dejar rastro. Aunque era posible penetrar los cortafuegos y romper los protocolos.

Podía permitirse ser un poco más descuidado con estas identidades online, aunque sólo fuera porque su paradero en el mundo real era ahora conocido por gente cuya lealtad no podía evaluar. ¿Quién se preocupa por el quinto cerrojo de la puerta trasera cuando la puerta principal está abierta de par en par?

En Bangkok le dieron una cordial bienvenida. El general Naresuan le prometió que nadie conocería su identidad real, que le daría soldados para entrenar y servicios secretos para analizar, y que le pedirían consejo mientras los militares tailandeses se preparaban para cualquier contingencia futura.

—Nos estamos tomando muy en serio la afirmación de Locke de que la India será pronto una amenaza para la seguridad tailandesa, y por supuesto querremos que nos ayudes a preparar planes de contingencia.

Qué amables eran todos. Bean y Carlotta se instalaron en un apartamento para generales en una base militar, les concedieron privilegios ilimitados en lo referente a comidas y compras, y luego...

prescindieron de ellos.

Nadie les llamó. Nadie acudió a ellos para consultar, ti servicio secreto prometido no llegó. Los soldados prometidos nunca fueron asignados.

Bean sabía que no debía preguntar siquiera: las profesas no se olvidaban. Si preguntaba, Naresuan se sentiría avergonzado, o desafiado, lo cual no serviría de nada. Era evidente que había sucedido algo,

pero Bean sólo podía hacer cabalas al respecto.

Al principio, por supuesto, temió que Aquiles hubiera llegado de algún modo al gobierno tailandés, que sus agentes supieran exactamente dónde estaba Bean, que su muerte fuera inminente.

Por eso hizo que Carlotta se marchara. No fue una escena agradable.

—Deberías acompañarme —dijo ella—. No te detendrán. Márchate.

—No pienso marcharme. Lo que haya salido mal es probablemente cosa de política local. Aquí hay una persona a quien no le gusta tenerme cerca... probablemente el propio Naresuan, tal vez alguien más.

—Si tú te sientes lo bastante seguro para quedarte, entonces no hay motivos para que me vaya yo.

—Aquí no puede hacerse pasar por mi abuela. El hecho de tener una guardiana me debilita.

—Ahórrame la escenita —dijo Carlotta—. Sé que hay motivos por los que estarías mejor sin mí, y también sé que hay formas en las que podría serte de gran ayuda.

—Si Aquiles sabe ya dónde estoy, entonces su infiltración en Bangkok es tal que no podré escapar — objetó Bean—. En cambio usted sí. La información de que una mujer mayor me acompaña no le habrá llegado todavía, pero lo hará pronto, y desea verla muerta tanto como quiere matarme a mí. No quiero

tener que preocuparme por usted.

—Me iré —accedió Carlotta—. Pero ¿cómo te escribo, si nunca tienes la misma dirección?

Le dio el nombre de su carpeta en la lista que usaba, y la clave de codificación. Ella la memorizó.

—Una cosa más —añadió Bean—. En Greensboro, Peter dijo algo sobre los informes que había leído.

—Creo que estaba mintiendo.

—Al margen de si los leyó o no, por la reacción que usted tuvo creo que efectivamente existieron esos informes, y usted no quiere que yo los lea.

—Existieron, y no quiero.

—Ése es el otro motivo por el que quiero que se marche. En el rostro de Carlotta apareció una expresión feroz.

—¿Por qué no confías en mí cuando te digo que no hay nada en esos informes que necesites saber

por ahora?

-—Necesito saberlo todo sobre mí mismo, tanto mis fuerzas como mis debilidades. Usted sabe cosas sobre mí que le reveló a Graff y no me ha contado a mí. Sigue sin contármelas. Considera que es mi dueña, capaz de tomar decisiones por mí. Eso significa que no somos compañeros, después de todo.

—Muy bien —suspiró Carlotta—. Actúo siguiendo lo que creo que es mejor para ti, pero comprendo que no compartas mi opinión.

Le hablaba con frialdad, pero Bean la conocía lo suficiente para reconocer que no era furia lo que estaba controlando, sino pena y frustración. Por su propio bien tenía que conseguir que se marchara e

impedir que estuviera en contacto con él hasta que averiguara qué sucedía en Bangkok. La excusa de

los informes hizo que estuviera dispuesta a marcharse. Y él estaba molesto de verdad.

Quince minutos más tarde salió para dirigirse al aeropuerto. Al cabo de nueve horas Bean encontró un mensaje en su lista codificada: ella estaba en Manila, donde podría desaparecer dentro de los grupos católicos que había allí. Ni una sola palabra sobre su discusión, si había sido eso, sólo una breve referencia a la «confesión de Locke», como la llamaban los periodistas. «Pobre Peter—escribió Carlotta—. Lleva tanto tiempo escondiéndose que le resultará difícil acostumbrarse a enfrentar las consecuencias de sus palabras.»

A su dirección segura del Vaticano, Bean respondió: «Espero que Peter sea listo y se marche de Greensboro. Lo que necesita ahora mismo es un país pequeño que dirigir, para obtener experiencia política y administrativa. O al menos el departamento de aguas de una ciudad.»

Y lo que yo necesito, pensó, son soldados a mis órdenes. Para eso vine aquí.

El silencio se prolongó durante semanas después de la partida de Carlotta. Sin embargo, pronto quedó claro que lo que estaba sucediendo no tenía nada que ver con Aquiles, o Bean estaría ya muerto. Tampoco podía guardar relación con el hecho de que Locke fuera Peter Wiggin: el asunto ya había

empezado a enfriarse antes de que Peter publicara su declaración.

Bean se entretuvo con todo aquello que le pareció importante. Aunque no tenía acceso a mapas militares, podía acceder a los mapas tomados por satélite del terreno situado entre la India y el corazón de Tailandia: el país montañoso al norte y este de Birmania, la costa del océano índico. La India tenía

una flota importante: ¿y si intentaban tomar el estrecho de Malaca y golpear el corazón de Tailandia

desde el golfo? Había que estar preparado para cualquier eventualidad.

En las redes estaba disponible parte de la información sobre la composición de los ejércitos indios y tailandeses. Tailandia contaba con una poderosa fuerza aérea: si lograban proteger sus bases, tendrían la posibilidad de conseguir el dominio aéreo. Por tanto sería esencial contar con la capacidad de trazar pistas de emergencia en mil lugares distintos, una hazaña de ingeniería que bien podía estar al alcance de los militares tailandeses... si se les entrenaba ahora y repartían equipos, combustible y restos por todo el país. Eso, junto con minas, sería la mejor protección contra un desembarco en la costa.

El otro punto débil para la India serían las líneas de suministro y los frentes. Como la estrategia militar india dependería inevitablemente de lanzar enormes e irresistibles ejércitos contra el enemigo, la defensa era mantener a esos ejércitos hambrientos y acosados constantemente desde el aire y por parte

de fuerzas guerrilleras. Y si, como era posible, el ejército indio llegaba a la fértil llanura de Chao Phraya o

la meseta de Aoray, tenían que encontrar la tierra completamente baldía, los suministros de comida dispersos y ocultos, aquellos que no fueran destruidos.

Era una estrategia brutal, porque el pueblo tailandés sufriría junto con el ejército indio: de hecho, los civiles sufrirían más. Así que había que prepararlo todo para que la destrucción sólo se produjera en el último minuto. Y, en la medida de lo posible, tenían que poder evacuar a las mujeres y los niños a zonas

alejadas o incluso a campamentos en Laos y Camboya. No es que las fronteras pudieran detener al

ejército indio, pero tal vez el terreno lo hiciera. Tener muchos objetivos aislados obligaría a los indios a dividir sus fuerzas. Entonces, y sólo entonces, tendría sentido que los militares tailandeses atacaran a pepenas porciones del ejército indio en asaltos en los que golpearan y huyeran, o, donde fuera posible, en batallas campales donde el bando tailandés estuviera en igualdad numérica y contara con apoyo aéreo.

Naturalmente, por lo que Bean sabía, ésta era ya la táctica militar tailandesa, de manera que si planteaba estas sugerencias tan sólo conseguiría molestarlos, o hacer-les sentir que los despreciaba.

Así que redactó su informe con muchísimo cuidado Montones de frases como: «Sin duda ya tienen esto planeado», y «como estoy seguro de que ya esperaban». Por supuesto, incluso esas frases podían

jugar en su contra si no habían pensado en nada de eso: parecería condescendiente. No obstante, debía hacer algo para romper el silencio.

Leyó el informe una y otra vez, revisándolo continuamente. Esperó varios días antes de enviarlo para examinarlo desde una nueva perspectiva. Por fin, convencido de que era tan retóricamente inofensivo

como era posible, lo mandó por email a la oficina del chakri, el comandante militar supremo. Era la

manera más pública y potencialmente embarazosa en que podía enviar el informe, ya que el correo a esa dirección era inevitablemente clasificado y leído por sus ayudantes. Incluso imprimirlo y entregarlo en mano habría sido más sutil. Pero la idea era precisamente agitar las aguas; si Naresuan hubiese querido que fuera sutil, le habría dado una dirección privada de email a la que escribirle.

Quince minutos después de que enviara el informe, la puerta se abrió sin ningún tipo de protocolo y entraron cuatro policías militares.

—Acompáñenos, señor—ordenó el sargento al mando.

Bean sabía que no debía retrasarse ni hacer preguntas. Esos hombres se limitaban a cumplir órdenes, y Bean descubriría cuáles eran si esperaba a ver qué hacían.

No lo condujeron al despacho del chakri, sino a uno de los edificios que habían levantado en los antiguo terrenos de desfiles: los militares tailandeses habían renunciado hacía muy poco a la instrucción

como parte del entrenamiento de los soldados y el despliegue del poder militar. Sólo trescientos años

después de que la Guerra

Civil estadounidense demostrara que los días de marchar en formación en la batalla habían terminado. Para las organizaciones militares, era el lapso habitual. A veces Bean casi esperaba que algún ejército decidiera entrenar a sus soldados a combatir a caballo y con sables.

No había ninguna identificación, ningún número siquiera, en la puerta a la que lo condujeron. Y cuando entró, ninguno de los militares administrativos que allí había levantó la mirada para verlo. A tenor de su actitud, su llegada era a la vez algo esperado e insignificante, lo cual significaba, por supuesto, que

era muy importante, de lo contrario no se habrían esforzado tanto en no reparar en él.

Lo condujeron a la puerta de un despacho, que el sargento abrió. Bean entró; no así el policía militar. La puerta se cerró tras Bean.

Sentado a la mesa había un comandante. Era un rango muy alto para ocuparse de una mesa de recepción, pero aquel día, al menos, ése parecía ser el deber del hombre. Pulsó el botón de un

intercomunicador.

—Ha llegado el paquete —anunció.

—Que pase.

La voz que respondió parecía joven, tan joven que Bean comprendió la situación de inmediato.

Por supuesto. Tailandia había contribuido con su parte de genios militares a la Escuela de Batalla. Y aunque ninguno de los miembros del grupo de Ender era tailandés, el país, como muchos otros del este y el sur de Asia, estaba muy bien representado en la Escuela de Batalla.

Incluso hubo tres soldados tailandeses que combatieron con Bean en la Escuadra Dragón. Bean recordaba muy bien a todos los niños de esa escuadra, además de su expediente completo, ya que fue él quien escribió la lista de soldados que iban a componer la escuadra de Ender. Ya que la mayoría de los países parecían valorar a sus graduados de la Escuela de Batalla según su cercanía a Ender Wiggin, era muy probable que uno de aquellos tres hubiera conseguido un puesto de influencia y fuera capaz de interceptar rápidamente un informe al chakri. Y de los tres, el que Bean esperaba ver en el puesto más destacado, desempeñando el papel más agresivo, era...

Surrey. Suriyawong. «Surly», el serio, como lo llamaban a sus espaldas, porque siempre parecía fastidiado por algo.

Y allí estaba, de pie detrás de una mesa cubierta de mapas.

Para su sorpresa, Bean descubrió que era casi tan alto como Suriyawong. Surrey no era muy corpulento, pero en la Escuela de Batalla todos habían superado a Bean en tamaño. Ahora el pequeñín los estaba alcanzando. Al final tal vez resultaría que no sería un renacuajo toda la vida. Un pensamiento

esperanzados

Sin embargo, no había nada esperanzador en la actitud de Surrey.

—Así que las potencias coloniales han decidido usar a la India y Tailandia para librar sus guerras —

dijo.

Bean comprendió de inmediato qué era lo que le molestaba a Suriyawong. Aquiles era valón belga de nacimiento, y Bean era griego.

—Sí, por supuesto —respondió—. Bélgica y Grecia estaban destinadas a dirimir sus diferencias ancestrales en los campos de batalla de Birmania.

—El hecho de que estuvieras en el grupo de Ender no significa que comprendas la situación política

de Tailandia.

—Mi informe estaba redactado para mostrar lo limitado que es mi conocimiento, porque el chakri

Naresuan no me ha proporcionado el acceso al servicio secreto que me prometió cuando llegué.

—Si alguna vez necesitamos tu consejo, te proporcionaremos información.

—Si sólo me proporcionáis la información que pensáis que necesito, entonces mi consejo sólo consistirá en deciros lo que ya sabéis, de manera que bien podría irme ahora mismo a casa.

—-Sí—convino Suriyawong—. Eso sería lo mejor.

—Suriyawong, en realidad no me conoces.

—Sé que siempre has sido un mocoso engreído que tenía que quedar por encima de todos los demás.

—Era más listo que todos los demás. Tengo los resultados de las pruebas que lo demuestran. ¿Y

qué? Eso no significó que me nombraran comandante de la Escuadra Dragón. No significó que Ender me nombrara jefe de batallón. Sé lo poco que importa ser listo, comparado con ser un buen comandante. También soy consciente de lo ignorante que soy aquí en Tailandia. No he venido porque creyera que

Tailandia no pudiera prescindir de mi brillante mente para llevaros a la batalla. He venido porque el

humano más peligroso del planeta está dirigiendo la función en la India y, según mis mejores cálculos, Tailandia será su principal objetivo. He venido porque si queremos impedir que Aquiles extienda su tiranía por el mundo, es aquí donde hay que hacerlo. Y pensé, como George Washington en la revolución americana, que os vendría bien un Lafayette o un Steuben para ayudaros en la causa.

—Si tu estúpido informe fue un ejemplo de tu «ayuda», puedes marcharte ahora mismo.

—¿Así que ya tenéis la capacidad para crear pistas de aterrizaje en el tiempo en que un caza está en el aire? ¿Para que puedan aterrizar en una franja que no existía cuando despegaron?

—Ésa es una idea interesante y vamos a hacer que los ingenieros la examinen y evalúen si es

posible llevarla a cabo.

Bean asintió.

—Bien. Eso me dice todo lo que necesitaba saber. Me quedaré.

—¡No, no te quedarás!

—Me quedaré porque, por mucho que te fastidie mi presencia aquí, sigues reconociendo una buena idea cuando la oyes, y la pones en práctica. No eres idiota, y por tanto merece la pena trabajar contigo.

Suriyawong golpeó la mesa y se inclinó sobre ella, furioso.

—Condescendiente cretino, no soy tu lacayo. Bean le respondió sin alterarse.

—Suriyawong, no quiero tu puesto. No quiero tomar las riendas del país, sólo aspiro a ser útil. ¿Por qué no me utilizas como lo hacía Ender? Dame unos cuantos soldados para entrenar. Déjame idear

planes descabellados y calcular cómo llevarlos a cabo. Déjame estar preparado de modo que cuando la guerra estalle, y haya algo imposible que tengas que hacer, puedas llamarme y decir: Bean, necesito que

hagas algo para retrasar a este ejército durante un día, y no tengo soldados cerca. Y yo diré. ¿Obtienen el agua de algún río? Bien, entonces vamos a hacer que todo su ejército al completo padezca disentería

durante una semana. Eso debería detenerlos. Y llegaré allí, meteré en el agua un bioagente, sortearé su

sistema de purificación de aguas y me largaré. ¿O ya tienes un equipo preparado para intoxicar el agua y provocar diarrea?

Suriyawong mantuvo su expresión de fría furia durante unos instantes, y luego se echó a reír.

—Vamos, Bean, ¿te inventas todo eso sobre la marcha, o ya habías planeado una operación así?

—Me lo acabo de inventar—dijo Bean—. Pero es una idea divertida, ¿no te parece? La disentería ha cambiado el curso de la historia más de una vez.

—Todos los países vacunan a sus ejércitos contra los bioagentes conocidos. Y no hay manera de impedir los daños colaterales corriente abajo.

—Pero sin duda Tailandia tiene un buen sistema de investigación, ¿no?

—Puramente defensiva —respondió Suriyawong. Entonces sonrió y se sentó—. Siéntate, siéntate.

¿De verdad te conformas con un puesto secundario?

—No sólo me contento, sino que lo deseo —aseguró Bean—. Si Aquiles supiera que estoy aquí, encontraría un modo de asesinarme. Lo último que necesito es llamar la atención: hasta que entremos en combate, y entonces será un buen golpe psicológico para que Aquiles se dé cuenta de que yo dirijo

las cosas. No será verdad, pero es posible que lo vuelva aún más loco creer que se está enfrentando a

mí. Lo he vencido antes y me teme.

—No trataba de defender mi propia posición —aseguró Suriyawong. Bean entendió que esto significaba que por supuesto era su posición lo que estaba protegiendo—. Pero Tailandia mantuvo su independencia cuando todos los otros países de la zona eran gobernados por los europeos. Estamos

muy orgullosos de haber dejado a los extranjeros al margen.

—Sin embargo, Tailandia también tiene fama por haber dejado entrar a los extranjeros... y haberlos utilizado de manera efectiva.

—Mientras supieron cuál era su lugar.

—Dame un lugar, y yo me acordaré de quedarme en él —dijo Bean.

—¿Con qué clase de contingente planeas trabajar?

Lo que Bean pedía no era un número grande de hombres, pero sí que pertenecieran a todos los cuerpos del ejército. Sólo dos cazabombarderos, dos acorazados, unos cuantos ingenieros, un par de vehículos acorazados ligeros con un par de cientos de soldados y suficientes helicópteros para

transportarlo todo menos los barcos y los aviones.

—Y el poder para solicitar lo que se me vaya ocurriendo. Barcos de remos, por ejemplo. Explosivos para que podamos entrenarnos para destruir montañas y puentes. Lo que se me ocurra.

—Pero no entrarás en combarte sin permiso.

—¿Permiso de quién?

—Permiso mío.

—Tú no eres el chakri.

—El chakri existe para concederme todo lo que pida. La planificación está enteramente en mis manos.

—Me alegra saber quién es el mandamás. —Bean se levantó—. Por cierto, a Ender le fui mucho más útil cuando tuve acceso a todo lo que él sabía.

—Ni en sueños —replicó Suriyawong.

Bean esbozó una mueca.

—Estoy soñando con buenos mapas y en una valoración fiable de la actual situación del ejército tailandés.

Suriyawong meditó la cuestión durante un buen rato-

—¿Cuántos soldados vas a mandar a la batalla con los ojos vendados? —preguntó Bean—. Espero ser el único.

—Hasta que esté seguro de que eres realmente mi soldado, la venda permanecerá en su sitio. Pero... te concedo los mapas.

—Gracias —dijo Bean.

Sabía qué era lo que tem��a Suriyawong: que Bean usara la información para elaborar estrategias alternativas y persuadir al chakri de que haría mejor el trabajo de estratega jefe que Suriyawong. Era evidente que Suriyawong no contaba con el poder absoluto, ni mucho menos. El chakri Naresuan podría confiar en él y obviamente había delegado en él gran parte de su responsabilidad, pero la autoridad continuaba en manos de Naresuan, y Suriyawong debía plegarse a sus caprichos. Eso era lo que Suriyawong temía de Bean: que llegara a sustituirlo.

Pronto descubriría que a Bean no le interesaban las intrigas cortesanas. Si no recordaba mal, Suriyawong pertenecía a la familia real, aunque los últimos reyes polígamos de Siam habían tenido tantos hijos que era difícil imaginar que hubiera muchos tailandeses que no fueran de sangre real en un

grado u otro. Chulalongkorn había establecido el principio, hacía siglos, de que los príncipes tenían un

deber al que servir, pero no derecho a los altos cargos. La vida de Suriyawong pertenecía a Tailandia como asunto de honor, pero mantendría su cargo en el ejército mientras sus superiores lo consideraran el más competente para el puesto.

Ahora que Bean sabía quién lo había estado manteniendo al margen, sería muy sencillo destruir a Surrey y ocupar su lugar. Después de todo, Suriyawong tenía la responsabilidad de cumplir las promesas que Naresuan le había hecho a Bean, y en cambio había desobedecido deliberadamente las órdenes del chakri. Todo lo que Bean tenía que hacer era usar un atajo (alguna conexión de

Peter, probablemente) para informar a Naresuan de que Suriyawong le había impedido conseguir lo que necesitaba, y habría una investigación y se plantarían las primeras semillas de la duda acerca de Suriyawong.

Sin embargo, Bean no deseaba el puesto de Suriyawong. Lo que quería era una fuerza de choque que pudiera entrenar para que actuara de manera tan hábil, tan llena de recursos, tan brillante, que cuando entrara en contacto con Petra y descubriera dónde se hallaba, pudiera ir allí y sacarla con vida. Con el permiso de Surly o sin él. Ayudaría a los militares tailandeses cuanto pudiera, pero Bean tenía sus propios objetivos, y no tenían nada que ver con labrarse una carrera en Bangkok.

—Una última cosa —dijo Bean—. Necesito tener un nombre, algo que no sugiera que soy un niño extranjero, eso podría bastar para alertar a Aquiles de mi personalidad.

—¿Has pensado algún nombre? ¿Qué tal Süa? Significa «tigre».

—Tengo un nombre mejor. Borommakot.

Suriyawong pareció aturdido, hasta que recordó el nombre de la historia de Ayudhya, la antigua ciudad-estado tai de la cual Siam era sucesora.

—Ése fue el apodo del arribista que le robó el trono a Aphai, el sucesor legítimo.

—Estaba pensando sólo en lo que significa el nombre. «En la urna. Evita la cremación.» —Bean sonrió—. En lo que respecta a Aquiles, soy un cadáver ambulante.

Suriyawong se relajó.

—Como quieras. Pensaba que como extranjero agradecerías llevar un nombre más corto.

—¿Por qué? Yo no tengo que pronunciarlo.

—Pero deberás firmar.

—No voy a dar órdenes por escrito, y la única persona a la que presentaré mis informes serás tú. Además, es divertido decir Borommakot.

—Conoces tu historia tai.

—En la Escuela de Batalla, me fascinaba Tailandia —dijo Bean—. Una nación de supervivientes. Los antiguos tailandeses consiguieron apoderarse de las vastas extensiones del imperio camboyano y

extenderse por todo el Sureste asiático, y sin que nadie lo advirtiera. Birmania los conquistó y

emergieron más poderosos que nunca. Cuando otros países cayeron bajo el dominio europeo, Tailandia consiguió expandir sus fronteras durante muchísimo tiempo, cosa sorprendente, e incluso cuando perdió Camboya y Laos, se mantuvo en su sitio. Creo que Aquiles descubrirá lo mismo que todo el mundo: los

tailandeses no son fáciles de conquistar, y, una vez conquistados, no son fáciles de gobernar.

—Entonces conoces algo del alma tailandesa —dijo Suriyawong—. Pero no importa cuánto tiempo nos estudies, nunca serás uno de nosotros.

—Te equivocas. Ya soy uno de vosotros. Un superviviente, un hombre libre a toda costa. Suriyawong se lo tomó en serio.

—Entonces, de un hombre libre a otro, te doy la bienvenida al servicio de Tailandia.

Se despidieron amistosamente, y al atardecer Bean vio que Suriyawong mantenía su palabra. Le proporcionaron una lista de soldados: cuatro compañías ya existentes de cincuenta hombres con buen historial, así que no le daban las sobras. Y tendría sus helicópteros, sus aviones, sus naves para entrenar.

Tendría que haber estado nervioso, al prepararse para enfrentarse a soldados que sin duda se mostrarían escépticos respecto a su capacidad para comandarlos. Pero había estado en esa situación

antes, en la Escuela de Batalla. Se ganaría a esos soldados de la manera más sencilla de todas. Nada

de halagos, ni favores, ni amiguismos. Se ganaría su lealtad demostrándoles que sabía qué hacer con un ejército, y así tendrían la confianza de que cuando entraran en batalla sus vidas no se desperdiciarían en una empresa condenada de antemano. Les diría, desde el principio: «Nunca os conduciré a la acción a menos que sepa que podemos vencer. Vuestro trabajo es convertiros en una fuerza de choque tan brillante que no haya ninguna acción a la que yo no pueda guiaros. No estamos en esto por la gloria. Estamos en esto para destruir a los enemigos de Tailandia de todas las formas posibles.»

Pronto se acostumbrarían a que un niñito griego fuera su comandante.


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