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43.22% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 102:  LA SOMBRA DE ENDER .- Segunda parte NOVATO .-7 EXPLORACIÓN

章 102:  LA SOMBRA DE ENDER .- Segunda parte NOVATO .-7 EXPLORACIÓN

7 EXPLORACIÓN

-Así que este grupo de novatos fueron lentos en regresar a sus barracones.

-Hay un desajuste de veintiún minutos.

-¿Es mucho? Ni siquiera sabía que ese tipo de detalles se controlaran.

-Por seguridad. Y para tener una idea, en caso de emergencia, de dónde está todo el mundo. Al controlar los uniformes que salieron del comedor y los uniformes que entraron en los barracones, encontramos una diferencia de veintiún minutos. Podrían ser veintiún niños que tardaran exactamente un minuto, o un niño que tardara veintiún minutos.

-Eso no sirve de mucho. ¿Se supone que tengo que preguntarles?

-¡No! No deben saber que os controlamos por medio de sus uniformes. No es bueno que sepan lo mucho que sabemos de ellos.

-Y lo poco.

-¿Lo poco?

-Si fue un estudiante, no sería bueno que supiera que nuestros métodos de seguimiento no nos permiten saber quién fue.

-Ah. Buen argumento. Y... la verdad es que he venido a verle porque creo que fue un solo estudiante.

-¿Aunque los datos no estén claros?

-A causa de la pauta de llegadas. Espaciados en grupos de dos o tres, unos cuantos solos. Igual que salieron del comedor. Unos cuantos encuentros: tres solos se convierten en un trío, dos parejas llegan a la vez... pero si hubiera habido algún tipo de distracción importante en "el pasillo, habría causado un agolpamiento mayor, y un grupo mucho más numeroso habría llegado a la vez en cuanto se hubiera acabado el incidente.

-Bien. Entonces un estudiante llegó con un retraso de veintiún minutos.

-Pensé que al menos debería usted saberlo.

-¿Qué pudo hacer en esos veintiún minutos?

-¿Sabe quién era?

-Lo sabré muy pronto. ¿Están controlados los cuartos de baño? ¿Estamos seguros de que no fue alguien tan nervioso que entró a vomitar su almuerzo?

-Las pautas de entrada y salida en los lavabos fueron normales. Entrar y salir.

-Si, descubriré quién fue. Y seguiré controlando los datos de este grupo de novatos.

-Entonces, ¿hice bien en llamar su atención?

-¿Tiene alguna duda?

Bean durmió ligero, porque se mantenía siempre alerta, y se despertó dos veces que él recordara. No se levantó: sólo se quedó allí escuchando la respiración de los demás. En ambas ocasiones oyó un pequeño susurro en algún lugar de la habitación. Siempre eran

voces de niños, sin urgencia en ellas, pero el sonido fue suficiente para despertar a Bean y llamar su atención, sólo por un momento, hasta que estuvo seguro de que no había peligro.

Se despertó por tercera vez cuando Dimak entró en la habitación. Incluso antes de sentarse, Bean supo quién era, por el peso de sus pisadas, la seguridad de sus movimientos, la presión de la autoridad. Los ojos de Bean se abrieron antes de que Dimak hablara; se puso a cuatro patas, dispuesto a moverse en cualquier dirección, antes de que Dimak terminara su primera frase.

-Se acabó la siesta, niños y niñas, hora de trabajar.

No era por Bean. Si Dimak sabía lo que Bean había hecho después del almuerzo y antes de la siesta, no dio ninguna muestra de ello. No había ningún peligro inmediato.

Bean se sentó en su camastro mientras Dimak los instruía en el uso de sus taquillas y consolas. Para abrir la taquilla, era preciso palmear la pared que había junto a ella. Luego debían conectar la consola e introducir su nombre y contraseña.

Bean palmeó inmediatamente su taquilla con la mano derecha, pero no palmeó la consola. En cambio, comprobó qué estaba haciendo Dimak (ocupado en ayudar a otro estudiante cerca de la puerta), y luego pasó al tercer camastro sobre el suyo, que no estaba ocupado, y palmeó esa taquilla con la mano izquierda. Había una consola dentro de esa taquilla también. Rápidamente se volvió hacia su propia consola y tecleó su nombre y su contraseña. Bean. Aquiles. Luego sacó la otra consola y la conectó. ¿Nombre? Poke.

¿Contraseña? Carlotta.

Volvió a guardar la segunda consola en la taquilla y cerró la puerta. Luego lanzó a la cama su primera consola y se dedicó a ella. No miró a ver si alguien había reparado en él. Si lo habían hecho, dirían algo muy pronto: mirar alrededor simplemente haría que la gente sospechara que había hecho algo, lo que de otro modo no habrían advertido.

Naturalmente, los adultos sabrían qué había hecho. De hecho, Dimak ya se había dado cuenta, porque uno de los niños se quejó de que no podía abrir su taquilla. Por tanto, el ordenador de la estación sabía cuántos estudiantes había y no permitía que se abrieran más taquillas de las que estaban estipuladas. Pero Dimak no se dio la vuelta ni exigió saber quién había abierto dos taquillas. En cambio, apretó su propia palma contra la taquilla del último estudiante. Ésta se abrió. La volvió a cerrar, y ahora respondió a la palma del estudiante.

De modo que le dejarían tener su segunda taquilla, su segunda consola, su segunda identidad. Sin duda, lo observarían con especial interés para ver qué hacía. Tendría que juguetear con el tema de vez en cuando, torpemente, para que creyeran que sabían para qué quería una segunda identidad. Tal vez para algún tipo de broma. O para anotar pensamientos secretos. Eso sería divertido: sor Carlotta siempre intentaba descubrir sus pensamientos secretos, y sin duda estos profesores lo harían también. Se tragarían todo lo que escribiese.

Así pues, no mirarían su trabajo de verdad, el que realizaría en su propia consola. O, si era peligroso, en la consola de uno de los niños que tenía enfrente, porque había visto y memorizado con cuidado sus contraseñas. Dimak les advertía que tenían que proteger sus consolas en todo momento, pero era inevitable que los niños fueran descuidados, y acabaran dejando por ahí las consolas.

Pero por ahora Bean no haría nada más arriesgado que lo que ya había hecho. Los maestros tenían sus propios motivos para dejar que se saliera con la suya. Lo que importaba ahora es que desconocían sus motivos.

Después de todo, también él los desconocía. Era como el conducto de aire: si pensaba

que algo podría proporcionarle alguna ventaja más tarde, lo hacía.

Dimak siguió hablando sobre cómo había que entregar los trabajos, el directorio de los nombres de los profesores, y el juego de fantasía que encerraban todas las consolas.

-No podéis desperdiciar tiempo de estudio jugando a ese juego -dijo-. Pero cuando acabéis de estudiar, se os permiten unos pocos minutos para explorar.

Bean comprendió de inmediato. Los profesores querían que los estudiantes jugaran al juego, y sabían que la mejor manera de potenciarlo era restringir el tiempo dedicado a él... y luego no aplicar la norma. Un juego. Sor Carlotta había utilizado juegos para tratar de analizar a Bean de vez en cuando, y él siempre los convertía en el mismo juego: tratar de averiguar qué intentaba aprender sor Carlotta por la forma en que jugaba a eso.

Sin embargo, en este caso, Bean dedujo que todo lo que hiciera con el juego les aportaría una serie de datos personales que no quería que supieran. Así que no jugaría para nada, a menos que lo obligaran. Y tal vez ni siquiera entonces. Una cosa era competir con sor Carlotta, y otra, muy distinta, con estos expertos de verdad, y Bean no iba a darles la oportunidad de descubrir más sobre él de lo que él mismo sabía.

Dimak los llevó a dar un paseo; Bean ya había visto la mayor parte de los sitios que les mostró. Los otros niños se quedaron boquiabiertos en la sala de juegos. Bean ni siquiera miró el respiradero en el que se había metido, aunque hizo como que practicaba el juego que había visto jugar a los niños mayores, para descubrir cómo funcionaban los controles y comprobar sus tácticas: en efecto, podían ser llevadas a cabo.

Realizaron unos ejercicios en el gimnasio, donde Bean empezó a trabajar inmediatamente en aquellas tablas que le parecieron necesarias: flexiones con una mano, aunque tuvieron que buscarle un banco para que se pudiera encaramar a la barra más baja. Ningún problema. Pronto podría saltar para alcanzarla. Con toda la comida que le daban, pronto cobraría fuerzas.

De hecho, parecían resueltos a atiborrarlo de comida a un ritmo sorprendente. Después de la gimnasia se ducharon, y luego llegó la hora de la cena. Bean ni siquiera tenía hambre todavía, y pusieron en su bandeja comida suficiente para dar de comer a toda su banda allá en Rotterdam. Bean se dirigió de inmediato a un par de niños que se habían quejado de lo exiguas que eran sus raciones, y sin pedir siquiera permiso vertió lo que le sobraba en sus bandejas. Cuando uno de ellos trató de hablarle de ello, Bean se llevó un dedo a los labios. El niño se limitó a sonreír. Bean tenía de todas formas más comida de la que quería, pero cuando devolvió su bandeja, estaba resplandeciente. El nutricionista estaría contento. Quedaba por ver si el servicio de limpieza informaría de la comida que Bean había tirado en el suelo.

Hora libre. Bean regresó a la sala de juegos, esperando poder ver esa noche al famoso Ender Wiggin. Si estaba allí, sin duda sería el centro de un grupo de admiradores. Pero en el centro de los grupos descubrió que sólo estaban los niñatos ansiosos de prestigio, que pensaban que eran líderes y, por tanto, seguían a su grupo a todas partes para mantener esa ilusión. De ningún modo podría uno de ellos ser Ender Wiggin. Y Bean no estaba dispuesto a preguntar.

En cambio, probó suerte con varios juegos. Sin embargo, cada vez que perdía por primera vez, otros niños lo quitaban de en medio. Era una regla social interesante. Los estudiantes sabían que incluso el novato más verde y bajito tenía derecho a un turno... pero en el momento en que el turno se acababa, también dejaba de ampararle la regla. Y eran muy duros empujándolo más de lo necesario, así que el mensaje estaba claro: no tendrías que haber usado ese juego y haberme hecho esperar. Igual que en las colas de comida en los

comedores de caridad de Rotterdam, con la diferencia de que aquí no había en juego nada importante.

Le resultó interesante descubrir que no era el hambre lo que incitaba a los niños a convertirse en matones en la calle. Esa capacidad era innata, y fuera lo que fuese lo que estaba en juego, encontraba un modo de salir a la luz. Si se trataba de comida, entonces el niño que perdía se moría; sí se trataba de juegos, los matones no dudaban en ser igual de molestos y enviar el mismo mensaje. Haz lo que quiero, o paga por ello.

La inteligencia y la educación, que todos estos niños tenían, al parecer no cambiaban de un modo importante la naturaleza humana. Y no es que Bean pensara realmente que tuviera que ser así.

Lo poco que había en juego tampoco contó demasiado en la respuesta que Bean dio a los matones. Simplemente obedeció sin quejarse y tomó nota de quiénes eran los matones. Simplemente recordaría quien actuaba como matón y lo tendría en cuenta cuando se encontrara en una situación donde esa información pudiera ser importante.

No tenía sentido ponerse sentimental por nada. Ponerte sentimental no te ayudaba a sobrevivir. Lo que importaba era aprenderlo todo, analizar la situación, elegir un curso de acción, y luego moverte con osadía. Saber, pensar, decidir, actuar, No había lugar en esa lista para «sentir». No es que Bean no tuviera sentimientos. Simplemente rehusaba pensar en ellos, ni entretenerse con ellos o dejar que influyeran en sus decisiones cuando había asuntos importantes por medio.

-Es aún más pequeño de lo que era Ender.

Otra vez, y otra vez. Bean se estaba cansando de todo eso.

-No me hables de ese hijo de puta, bicho.

Bean alzó la cabeza. Ender tenía un enemigo. Bean se había estado preguntando cuándo localizaría a uno, pues alguien que había obtenido las máximas puntuaciones tenía que haber provocado algo más que admiración. ¿Quién había hablado? La misma voz se alzó de nuevo. Otra vez. Y entonces lo supo: ése era el niño que había llamado a Ender hijo de puta.

Advirtió la silueta de una especie de lagarto en su uniforme. Y un único triángulo en su manga. Ninguno de los niños a su alrededor tenía el triángulo. Todos se centraban en él.

¿El capitán del equipo quizás?

Bean necesitaba más información. Tiró de la manga de un niño que tenía al lado.

-¿Qué? -dijo el niño, molesto.

-¿Quién es ese niño de allí? -preguntó Bean-. El capitán del equipo del lagarto.

-Es un Salamandra, capullo. Escuadra Salamandra. Y él es el comandante.

Los equipos se llamaban escuadras. Comandante es el rango que lucía el triángulo.

-¿Cómo se llama?

-Bonzo Madrid. Y aún es más gilipollas que tú -le soltó el niño, y se apartó de Bean. Así que Bonzo Madrid era lo suficientemente osado para declarar su odio por Ender

Wiggin, pero un chico que no estaba en la escuadra de Bonzo lo despreciaba a su vez y no temía decírselo a un extraño. Era bueno saberlo. El único enemigo que Ender tenía, hasta ahora, era despreciable.

Pero... por despreciable que pudiera ser Bonzo, era comandante. Lo que significaba que era posible ser comandante sin ser el tipo de niño que todo el mundo respetaba. Entonces, ¿cuál era el criterio de evaluación que usaban los adultos al asignar el mando de este juego de guerra que formaba la vida de la Escuela de Batalla?

Aún más, ¿cómo le darían el mando a él?

Ése fue el primer momento en que Bean advirtió que tenía ese objetivo en mente. Había llegado a la Escuela de Batalla con las puntuaciones más altas de su grupo de novatos..., pero también era el más pequeño y el más joven, y las acciones deliberadas de los profesores lo habían aislado aún más, conviniéndolo en objetivo de su resentimiento. De algún modo, en mitad de todo esto, Bean había tomado la decisión de que no sería como en Rotterdam. No iba a vivir aislado para integrarse sólo cuando fuera absolutamente esencial para su propia supervivencia. Tan rápido como le fuera posible, iba a colocarse en su sitio para comandar una escuadra.

Aquiles había gobernado porque era brutal, porque estaba dispuesto a matar. Eso siempre lastraría la inteligencia, cuando el inteligente era físicamente pequeño y no tenía aliados fuertes. Pero allí, los matones sólo empujaban y hablaban con rudeza. Los adultos ejercían un estricto control sobre todo, y por eso la brutalidad no prevalecería, no al asignar el mando. La inteligencia, entonces, tenía probabilidades de ganar. Con el paso del tiempo, Bean tal vez no tendría que vivir sometido a los estúpidos.

Si esto era lo que Bean quería (¿y por qué no intentarlo, siempre y cuando no apareciera un objetivo más importante?), entonces tenía que aprender cómo tomaban los maestros sus decisiones respecto al mando. ¿Se basaba solamente en los resultados de clase? Bean lo dudaba. La Flota Internacional debía de tener a gente más lista que eso dirigiendo este colegio. El hecho de que tuvieran aquel juego de fantasía en cada consola sugería que buscaban también la personalidad. Carácter. En el fondo, sospechaba Bean, el carácter importaba más que la inteligencia. En la letanía de supervivencia de Bean (saber, pensar, escoger, actuar), la inteligencia sólo contaba en los tres primeros pasos, y era el factor decisivo sólo en el segundo. Los maestros eran conscientes de ello.

Tal vez debería jugar a ese juego, pensó.

Y luego: todavía no. Veamos qué pasa cuando no juego.

Al mismo tiempo, llegó a otra conclusión que ni siquiera sabía que le preocupaba. Hablaría con Bonzo Madrid.

Bonzo estaba en mitad de un juego de ordenador, y obviamente era de esa clase de persona que pensaba que cualquier cosa inesperada era una afrenta a su dignidad. Eso significaba que para que Bean consiguiera lo que quería, no podía aproximarse a Bonzo arrastrándose, como hacían los pelotas que lo rodeaban mientras jugaba, alabándolo incluso por sus estúpidos errores en el juego.

En cambio, Bean se acercó lo suficiente para ver que el personaje de Bonzo en la pantalla moría de nuevo.

-Señor Madrid, ¿puedo hablar con usted?

Le resultó bastante fácil recordar el español: había escuchado a Pablo de Noches hablar con otros inmigrantes en Rotterdam cuando venían a visitarlo a su apartamento, y por teléfono con los miembros de la familia allá en Valencia. Y usar la lengua materna de Bonzo tuvo el efecto deseado. No ignoró a Bean. Se volvió y lo miró.

-¿Qué quieres, bichinho? -El argot brasileño era habitual en la Escuela de Batalla, y al parecer Bonzo no sentía ninguna necesidad de afirmar la pureza de su español.

Bean lo miró a los ojos, aunque le doblaba en altura.

-La gente no para de decir que les recuerdo a Ender Wiggin, y eres la única persona por aquí que no parece adorarlo. Quiero saber la verdad.

Por la forma en que los otros niños guardaron silencio, Bean supo que había juzgado bien: era peligroso preguntarle a Bonzo por Ender Wiggin. Peligroso, pero por ese motivo Bean le había formulado la pregunta con sumo cuidado.

-Por supuesto que no adoro a ese comepedos traidor e insubordinado, pero ¿por qué tendría que hablarte de él?

-Porque a mí no me mentirás -respondió Bean, aunque pensaba que era obvio que Bonzo mintiera como un bellaco para parecer el héroe de lo que, sin duda, era la historia de su humillación a manos de Ender-. Y si la gente va a seguir comparándome con ese tipo, tengo que saber lo que es en realidad. No quiero que me desprecien porque lo hago todo mal. No me debes nada, pero cuando se es pequeño como yo, es preciso que alguien te diga qué hace falta saber para sobrevivir.

Bean no estaba seguro de qué argot emplear, pero lo que sabía, lo empleaba.

Uno de los otros niños intervino, como si Bean le hubiera escrito un guión y estuviera siguiendo un pie.

-Piérdete, novato. Bonzo Madrid no tiene tiempo para cambiar pañales. Bean se volvió hacía él y le espetó con brusquedad:

-No puedo preguntarle a los profesores, porque no dicen la verdad. Si Bonzo no habla conmigo, ¿entonces quién? ¿Tú? No distingues un cero de un huevo.

Era puro Sargento, aquella expresión, y funcionó. Todos se rieron del niño que había intentado echarlo, y Bonzo también. Luego pasó una mano sobre el hombro de Bean.

-Te diré lo que sé, chico: ya era hora de que alguien quisiera saber la verdad sobre ese recto ambulante.

Se volvió al niño que Bean acababa de dejar en evidencia.

_ Será mejor que termines mi partida, es la única manera de que puedas llegar a ese

nivel.

Bean apenas pudo creer que un comandante dijera una cosa tan ofensiva a uno de sus

propios subordinados. Pero el niño se tragó la furia y sonrió; luego asintió y dijo:

-Muy bien, Bonzo.

Y se dirigió al juego, como le habían ordenado. Un verdadero capullo.

Por casualidad, Bonzo lo colocó justo delante del conducto de aire donde Bean se había quedado atascado hacía tan sólo unas horas. Bean no le dirigió más que una mirada.

-Déjame que te hable de Ender. Sólo le interesa aplastar al otro. No s��lo ganar: tiene que derribar al otro tipo al suelo o no es feliz. Para él no hay reglas. Le das una orden clara, y actúa como si fuera a obedecerla, pero sí ve una forma de parecer bueno y lo único que tiene que hacer es desobedecer la orden, bueno, todo lo que puedo decir es que me da lástima quien pueda tenerlo en su escuadra.

-¿Era uno de los Salamandras? El rostro de Bonzo enrojeció.

-Llevaba un uniforme con nuestros colores, su nombre estaba en mis filas, pero nunca fue un Salamandra. En el momento en que lo vi, supe que era problemático. Esa expresión de seguridad en la mirada, como si pensara que toda la Escuela de Batalla fuera sólo un sitio que habían hecho para que él caminara. No lo toleré. Lo inscribí en la lista de traslados en cuanto apareció y me negué a que practicara con nosotros. Sabía que aprendería todo nuestro sistema, y que entonces se lo llevaría a otra escuadra y emplearía lo que hubiera aprendido de mí para cargarse a mi escuadra lo más rápido posible. ¡No soy imbécil!

Por la experiencia que tenía Bean, ésa era una frase que nunca se decía excepto para demostrar su inexactitud.

-Así que no seguía las órdenes.

Es más que eso. Va llorándole a los profesores diciendo que no le dejo practicar, aunque saben que lo he inscrito en la lista de traslados, pero lloriquea y le dejan entrar en la

sala de batalla durante el tiempo libre y practicar solo. El problema es que empieza a reclutar niños de su grupo de novatos y luego a niños de otras escuadras, y todos van como si él fuera su comandante, haciendo lo que les dice.

Eso nos jodió de veras a un montón de gente. Y los maestros siempre le dan a ese cabroncete todo lo que quiere, así que cuando los comandantes exigimos que prohíban a nuestros soldados practicar con él, nos dicen «El tiempo libre es libre», pero todo es parte del juego, ¿sabes? Todo, así que le dejan hacer trampas, y todos los soldados de pena, y los pelotas hijos de puta van con Ender a practicar en su tiempo libre de modo que incluso el sistema de cada escuadra está comprometido, ¿sabes? Planeas tu estrategia para un juego y nunca sabes si tus planes no se cuentan a un soldado de la escuadra enemiga en el momento en que salen de tu boca, ¿sabes?

Sabes, sabes, sabes. Bean quiso hacerlo callar. Sí, sé, pero no podía mostrarse impaciente con Bonzo. Además, todo eso era fascinante. Bean empezaba a imaginar cómo este juego de escuadras daba forma a la vida de la Escuela de Batalla. Brindaba a los maestros la oportunidad de ver no sólo cómo los niños manejaban el don de mando, sino también cómo respondían a comandantes incompetentes como Bonzo. Al parecer, había decidido convertir a Ender en el chivo expiatorio de su escuadra, sólo que Ender rehusó aceptarlo. Este Ender Wiggin era el tipo de niño que entendía que los profesores lo dirigían todo y los utilizaban mediante aquella sala de prácticas. No les pidió que lograran que Bonzo dejara de molestarlo, sino una alternativa para entrenar solo. Inteligente. A los profesores les había encantado, y Bonzo no podía hacer nada al respecto.

¿O sí?

-¿Qué hiciste al respecto?

-Es lo que vamos a hacer. Estoy harto. Si los maestros no lo detienen, alguien tendrá que hacerlo, ¿no? -Bonzo sonrió con picardía-. Así que yo, si fuera tú, me alejaría de las prácticas en tiempo libre de Ender Wiggin.

-¿Es de verdad el número uno en las puntuaciones?

-El número uno en mierda -soltó Bonzo-. Es el último en lealtad. No hay ningún comandante que lo quiera en su escuadra.

-Gracias -dijo Bean-. Sólo que ahora me molesta que la gente diga que soy como él.

-Sólo porque eres pequeño. Lo nombraron soldado cuando todavía era demasiado joven. No dejes que te hagan eso y no tendrás problemas, ¿sabes?

-Ahora sé -respondió Bean, y le ofreció a Bonzo su mejor sonrisa. Bonzo le devolvió la sonrisa y le dio una palmada en el hombro.

-Lo harás bien. Cuando seas lo bastante grande, si no me he graduado todavía, tal vez estés con los Salamandras.

Si te dejan al mando de una escuadra otro día más, es porque los otros estudiantes pueden sacar mejor partido recibiendo órdenes de un idiota de mayor graduación.

-No voy a ser soldado durante mucho tiempo -comentó Bean.

-Trabaja duro. Merece la pena.

Le volvió a dar una palmada en los hombros, y luego se marchó con una gran sonrisa en la cara. Orgulloso de haber ayudado a un niño pequeño. Alegre de haber convencido a alguien de su propia versión retorcida de sus relaciones con Ender Wiggin, quien obviamente era más listo tirándose pedos que Bonzo hablando.

Estaba, además, aquella amenaza de violencia contra los niños que practicaran con Ender Wiggin en su tiempo libre. Era bueno saberlo. Bean tendría que decidir ahora qué hacer con esa información. ¿Avisaba a Ender? ¿A los profesores? ¿No decía nada? ¿Se

mantenía alerta?

El tiempo libre terminó. La sala de juegos quedó despejada cuando todo el mundo se dirigió a sus barracones para estudiar, cada uno por su cuenta. Entonces sobrevenía un espacio de tiempo tranquilo. Sin embargo, la mayor parte de los novatos del grupo de Bean no tenían nada que estudiar: todavía no habían recibido clase alguna. Así que por esa noche estudiar significaba jugar al juego de fantasía en sus consolas y alardear con los demás para establecer su posición. Las consolas de todos se iluminaron cuando les sugirieron de que podrían escribir cartas a sus familias en casa. Algunos de los niños decidieron hacerlo. Y, sin duda, todos asumieron que eso era lo que Bean hacía.

Pero no era así. Firmó en su primera consola como Poke y descubrió que, como sospechaba, no importaba qué consola usaba; era el nombre y la contraseña lo que lo determinaban todo. No tendría que sacar aquella segunda consola de su taquilla. Usó la identidad de Poke para escribir una entrada en su diario. No era algo raro: «diario» era una de las opciones de la pantalla.

¿Qué debería ser? ¿Un llorica? «Todo el mundo me apartó de su camino en la sala de juegos porque soy pequeño, ¡no es justo!» ¿Un bebé? «Echo mucho de menos a sor Carlotta, ojalá pudiera estar en mí habitación en Rotterdam.» ¿Un ambicioso? «Sacaré las mejores notas en todo, ya verán.»

Al final, se decidió por algo un poco más sutil.

¿Qué haría Aquiles si fuera yo? No es pequeño, claro está, pero con su pierna mala es casi lo mismo. Aquiles siempre supo cómo esperar y no mostrarles nada. Eso es lo que yo tengo que hacer también.

Esperar a ver qué pasa. Nadie va a querer ser mi amigo al principio. Pero después de algún tiempo, se acostumbrarán a mí y empezaremos a clasificarnos en las clases. Los primeros que me dejarán acercarme son los más débiles, pero eso no representa ningún problema. Se construye una banda basándote primero en la lealtad, eso es lo que hizo Aquiles, construir lealtad y entrenarlos para que obedecieran. Trabajas con lo que tienes, y sigues a partir de ahí.

Que se chuparan ésa. Que pensaran que intentaba convertir la Escuela de Batalla en la vida callejera que conocía. Se lo creerían. Y mientras tanto, tendría tiempo de aprender tanto como pudiera acerca de cómo funcionaba realmente la Escuela de Batalla, y elaboraría una estrategia que encajase con la situación.

Dimak entró una última vez antes de que se apagaran las luces.

-Vuestras consolas también funcionan con la luz apagada -informó-, pero si las utilizáis cuando se supone que debéis de estar durmiendo, lo sabremos, y sabremos lo que estáis haciendo. Así que mejor que sea importante, o apareceréis en la lista negra.

La mayoría de los niños guardaron sus consolas; un par de ellos las mantuvieron abiertas con actitud desafiante. A Bean no le importó ni una cosa ni otra. Tenía otros asuntos en los que pensar. Ya habría tiempo para la consola mañana, o al día siguiente.

Permaneció tendido en la semioscuridad (al parecer, los bebés allí presentes tenían que tener una lucecita encendida para poder encontrar el camino al cuarto de baño sin tropezar) y prestó atención a los ruidos que le rodeaban, para aprender lo que significaban. Unos cuantos susurros, unos cuantos siseos que exigían silencio. La respiración de niños y

niñas mientras, uno a uno, se iban quedando dormidos. Unos cuantos incluso roncaban. Pero bajo aquellos sonidos humanos, ese oía el sonido de viento del sistema de aire, y chasquidos al azar y voces distantes, sonidos del movimiento de una estación que giraba entrando y saliendo de la luz del sol, el sonido de adultos trabajando en la noche.

Este lugar suponía una fuerte inversión. Enorme, para albergar a miles de niños y maestros y personal y tripulación. Era un complejo tan caro como una nave de la flota, sin duda. Y todo sólo para entrenar a niños pequeños. Los adultos tal vez hacían creer a los niños que se trataba de un juego, pero para ellos se trataba de un asunto muy serio. Este programa para entrenar niños para la guerra no era sólo una teoría educativa descabellada, aunque sor Carlotta probablemente tenía razón cuando dijo que un montón de gente pensaba que así era. La F.I. no lo mantendría a este nivel si no esperaran conseguir resultados serios. Así que estos niños que roncaban, suspiraban y susurraban en la oscuridad importaban de verdad.

Esperan resultados de mí. Esto no es sólo una fiesta, donde vienes a por la comida y luego haces lo que quieres. Realmente quieren convertirnos en comandantes, Y como la Escuela de Batalla lleva algún tiempo funcionando, probablemente tienen pruebas de que funciona, niños que ya se han graduado y han conseguido una buena hoja de servicios. Eso es lo que tengo que recordar. Sea cual sea el sistema, funciona.

De pronto, se oyó un sonido diferente. No era una respiración regular, sino más bien un aliento entrecortado, con algún jadeo. Y luego... un sollozo. Lloraban. Algún niño lloraba dormido.

En el nido, Bean había o��do a alguno de los otros niños llorar mientras dormían, o cuando estaban a punto de dormirse. Lloraban porque tenían hambre o estaban enfermos o sentían frío o estaban doloridos. Pero ¿de qué tenían que llorar estos niños?

Otros sollozos se unieron al primero.

Añoran sus hogares, advirtió Bean. Nunca han estado separados de papá y mamá antes, y eso les afecta.

Bean no lo entendía. No sentía eso por nadie. Vives en el sitio en el que estás, no te preocupas por dónde estabas antes o dónde desearías estar, aquí es donde estás y aquí es donde tienes que encontrar un modo de sobrevivir. Estar lloriqueando en la cama no era de gran ayuda.

Pero eso no era ningún problema. Su debilidad me pone un poco más por delante. Un rival menos en mi camino para convertirme en comandante.

¿Era así como Ender Wiggin veía las cosas? Bean repasó todo lo que había aprendido de Ender hasta ese momento. El chico estaba lleno de recursos. No se peleó abiertamente con Bonzo, pero tampoco soportó sus estúpidas decisiones. A Bean le resultaba fascinante, porqué en la calle la única regla segura era que no te juegas el cuello a menos que te vayan a cortar la garganta de todas formas. Si tienes un jefe de banda estúpido, no le dices que es estúpido; no le demuestras que es estúpido, le sigues la corriente y mantienes la cabeza gacha. Así era como sobrevivían los niños.

Cuanto tuvo que hacerlo, Bean corrió el riesgo. Se metió así en la banda de Poke. Pero se trataba de comida. En la Escuela de Batalla no había muertes. ¿Por qué corrió Ender ese riesgo cuando no había en juego más que su puesto en el juego de guerra?

Tal vez Ender sabía algo que Bean no sabía. Tal vez había algún motivo por lo que el juego era más importante de lo que parecía.

O tal vez Ender era uno de esos niños que no soportaban perder, jamás. El tipo de niño que continúa con el grupo mientras el grupo lo lleve a donde quiere, y si no, entonces

cada uno por su lado. Eso era lo que pensaba Bonzo. Pero Bonzo era estúpido.

Una vez más, Bean se acordó de que había algunas cuestiones que no comprendía. Ender no lo hizo todo para sí mismo. No practicaba solo. Abrió sus prácticas de tiempo libre a los otros niños. A los novatos también, no sólo a los niños que podían hacer cosas por él. ¿Era posible que lo hiciera porque era lo más decente que cabía hacer?

¿Como se había ofrecido Poke a Aquiles para así salvar la vida de Bean?

No, Bean no sabía qué es lo que ella hizo, no sabía que hubiera muerto por eso.

Pero la posibilidad estaba allí. Y en su corazón, lo creía. Era lo que siempre había despreciado de ella. Actuaba como si fuera blanda de corazón. Y sin embargo... aquella blandura le había salvado la vida. Y por mucho que lo intentara, no podía adoptar aquella actitud de peor-para-ella que predominaba en la calle. Ella me escuchó cuando le hablé, arriesgó su vida por una posibilidad que podría traer una vida mejor para toda su banda. Entonces me ofreció un lugar a su mesa y, al final, se interpuso entre el peligro y yo. ¿Por qué?

¿Cuál era ese gran secreto? ¿Lo sabía Ender? ¿Cómo lo aprendió? ¿Por qué no podía descubrirlo Bean por sí solo? Por mucho que lo intentara, no podía entender a Poke. No podía comprender tampoco a sor Carlotta. No podía comprender los brazos con los que le abrazaba, las lágrimas que derramaba sobre él. ¿No comprendían que, por mucho que lo amaran, seguía siendo una persona independiente, y hacer algo bueno por él no mejoraba sus vidas de ninguna forma?

Si Ender Wiggin tiene esta debilidad, entonces no seré como él. No voy a sacrificarme por nadie. Y ya, de entrada, me niego a tumbarme en la cama y llorar por Poke, flotando en el agua con la garganta cortada, o sollozar porque sor Carlotta no está durmiendo en la habitación de al lado.

Se frotó los ojos, se dio la vuelta, y deseó que su cuerpo se relajara y se quedara dormido. Momentos más tarde, dormitaba sumido en aquel sueño ligero, fácil de espantar. Mucho antes del amanecer, su almohada estaría seca.

Soñó, como siempre sueñan los seres humanos: disparos aleatorios de memoria e imaginación que la mente inconsciente trata de convertir en historias coherentes. Bean rara vez prestaba atención a sus propios sueños, rara vez recordaba siquiera lo que soñaba. Pero esa mañana se despertó con una imagen clara en la mente.

Hormigas, que surgían de una grieta en la calzada. Hormigas negras y pequeñas. Y hormigas rojas más grandes, que batallaban contra ellas, destruyéndolas. Todas ellas corrían. Ninguna se volvía para ver cómo el zapato humano bajaba para aplastarlas.

Cuando el zapato se retiró, lo que quedó aplastado debajo no eran cuerpos de hormigas. Eran los cuerpos de los niños, los pillastres de las calles de Rotterdam. Toda la familia de Aquiles. El propio Bean: reconoció su rostro, elevándose sobre su cuerpo aplastado, mirando alrededor para atisbar una última vez el mundo antes de la muerte.

Sobre él se alzaba el zapato que lo había matado. Pero ahora estaba unido al extremo de la pata de un insector, y el insector se reía y se reía.

Bean recordó la risa del insector cuando despertó, y recordó la visión de todos aquellos niños aplastados, su propio cuerpo convertido en goma bajo un zapato. El significado era obvio: mientras los niños juegan a la guerra, los insectores vienen a aplastarnos. Debemos mirar más allá de nuestras pugnas particulares y recordar al enemigo auténtico.

No obstante, Bean rechazó aquella interpretación de su propio sueño en cuanto la pensó. Los sueños no significan nada, se recordó. Y aunque significasen algo, era un

significado que revela lo que yo siento, lo que yo temo, no ninguna verdad absoluta. Así que los insectores vienen de camino. Y pueden aplastarnos a todos como hormigas bajo sus patas. ¿Y a mí qué? Mi deber, por el momento, es mantener a Bean con vida, para avanzar hasta una posición donde pueda ser útil en la guerra contra los insectores. No hay nada que pueda hacer para detenerlos en este preciso instante.

Ésta es la lección que Bean aprendió de su propio sueño: No seas una de las hormigas que corren y pelean.

Sé el zapato.

Sor Carlotta se había topado con un callejón sin salida en su búsqueda en las redes. Existía una gran cantidad de información sobre los estudios de genética humana, pero nada parecido a lo que estaba buscando.

Así que permaneció allí sentada, jugueteando con su consola mientras trataba de pensar qué hacer a continuación y se preguntaba por qué se molestaba en buscar el origen de Bean, cuando llegó el mensaje de seguridad de la F.I. Como el mensaje se borraría al cabo tan sólo de un minuto, y sería reenviado cada minuto hasta que su destinatario lo le- yera, lo abrió de inmediato e introdujo su primera y segunda contraseñas.

DE: Col.Grafí@EscuelaBatalla.FI

A: Sor.Carlotta@SpecAsn.RemCon.FI RE: Aquiles

sujeto.

Por favor envíe toda lo información sobre «Aquiles» tal como la conoce el

Como de costumbre, un mensaje tan críptico no tenía necesidad de ser codificado, aunque naturalmente lo había sido. Era un mensaje seguro, ¿no? Entonces, ¿por qué no utilizar el nombre del niño?: «Por favor envíe toda la información de "Aquiles" que conoce Bean.»

De algún modo, Bean les había proporcionado el nombre de Aquiles, y en unas circunstancias en que ellos no querían preguntarle directamente que lo explicara. Tenía que aparecer en algo que hubiera escrito. ¿Una carta para ella? Sintió un destello de esperanza y luego se reprendió por sus sentimientos. Sabía perfectamente que los mensajes de los niños de la Escuela de Batalla casi nunca se transmitían y, además, la posibilidad de que Bean le escribiera era remota. Pero habían conseguido el nombre de algún modo, y querían saber qué significaba.

El problema era que ella no estaba dispuesta a facilitarles esa información sin saber qué significaría para Bean.

Así que preparó una respuesta igualmente críptica:

Contestaré solamente por conferencia segura.

Como era natural, eso enfurecería a Graff, aunque sólo se tratara de un contratiempo. Graff estaba tan acostumbrado a tener poder por encima de su rango que sería bueno recordarle que toda obediencia era voluntaria y que dependía, en última instancia, de la

libre decisión de la persona que recibía las órdenes, Y ella obedecería, al final. Sólo quería asegurarse de que Bean no iba a sufrir por la información. Si ellos supieran que había estado tan íntimamente relacionado con el perpetrador y la víctima de un asesinato, tal vez lo expulsarían del programa. Y aunque ella estuviera segura de que no sería malo hablar de ello, podría conseguir un quid pro quo.

Pasó otra hora antes de que se preparara la conferencia segura, y cuando la cabeza de

Graff apareció en la pantalla sobre el ordenador, no parecía satisfecho.

-¿A qué estamos jugando hoy, sor Carlotta?

-Está ganando peso, coronel Graff. Eso no es sano.

-Aquiles -dijo él.

-Un hombre con un talón débil -manifestó-. Mató a Héctor y arrastró su cuerpo alrededor de las murallas de Troya. También se pirraba por una esclava llamada Briséis.

-Sabe que ese no es el contexto.

-Sé más que eso. Sé que deben de haber encontrado el nombre en algo que Bean ha escrito, porque el nombre se pronuncia con acento en la e, como en francés.

-Algún habitante de por allí.

-Aquí el idioma es el holandés, cuando el Común de la Flota empieza a filtrarse como mera curiosidad.

-Sor Carlotta, no me gusta que despilfarre lo mucho que cuesta esta conferencia.

-Y no voy a hablar hasta que no me diga por qué necesita saberlo.

Graff inspiró profundamente varias veces. Ella se preguntó si su madre le había enseñado a contar hasta diez, o si, quizás, había aprendido a morderse la lengua tratando con monjas en una escuela católica.

-Tratamos de sacarle sentido a algo que Bean escribió.

-Déjeme verlo y le ayudaré en lo que pueda.

-Ya no es su responsabilidad, sor Carlotta.

-Entonces, ¿por qué me preguntan por él? Es su responsabilidad, ¿no? ¿Puedo volver al trabajo ya?

Graff suspiró e hizo algo con las manos, fuera de cámara. Momentos después el texto del diario de Bean apareció ante su cara. Sor Carlotta lo leyó, esbozando una leve sonrisa.

-¿Bien? -preguntó Graff.

-Se está quedando con ustedes, coronel.

-¿Qué quiere decir?

-Sabe que van a leerlo. Les está confundiendo.

-¿Lo sabe usted?

-Aquiles puede que le sirviera como ejemplo, pero no es un ejemplo bueno, Aquiles traicionó a alguien a quien Bean valoraba mucho.

-No divague, sor Carlotta.

-No divago. Le he dicho exactamente lo que quiero que sepa. Igual que Bean les dijo lo que quería que oyeran. Puedo prometerle que esas anotaciones en el diario sólo tendrán sentido para ustedes si reconocen que está escribiendo para ustedes, con la intención de engañarlos,

-¿Por qué? ¿Porque no llevaba un diario allá abajo?

-Porque su memoria es perfecta -aseveró sor Carlotta-. Nunca, nunca comprometería sus verdaderos pensamientos en forma legible. Sigue su propio consejo. Siempre. Nunca encontrarán un documento escrito por él que no sea para ser leído.

-¿Significaría algo el hecho de que lo haya escrito bajo otra identidad que piensa que

desconocemos?

-Pero ustedes lo saben, y él sabrá que ustedes lo sabrán, así que la otra identidad existe sólo para confundirlos, y está funcionando.

-Me olvidaba de que usted piensa que es más listo que Dios.

-No me preocupa que no acepte mi evaluación. Cuanto mejor lo conozcan, más se darán cuenta de que tengo razón. Incluso acabarán por creer en las puntuaciones de esos tests.

-¿Qué debo hacer para que me ayude con esto? -preguntó Graff.

-Intente contarme la verdad sobre lo que significará para Bean esta información.

-Tiene preocupado a su tutor. Desapareció durante veintiún minutos cuando regresaba del almuerzo. Tenemos una testigo que habló con él en una cubierta donde no tenía nada que hacer, pero eso sigue sin explicar los últimos diecisiete minutos de su ausencia. No juega con su consola...

-¿Piensa que crear identidades falsas y escribir diarios falsos no es jugar?

-Disponemos de un juego diagnóstico terapéutico al que todos los niños juegan... Él ni siquiera lo ha abierto.

-Sabrá que el juego es psicológico, y no jugará hasta que sepa qué le costará.

-¿Le enseñó usted esa actitud de hostilidad por omisión?

-No, la aprendí de él.

-Sea sincera. Según esta anotación del diario, parece que planea crear su propio grupo aquí, como si esto fuera la calle. Tenemos que investigar a ese Aquiles para saber que tiene en mente.

-No planea nada de eso -replicó sor Carlotta.

-Lo díce con seguridad, pero no me da ni un solo motivo para confiar en su conclusión.

-Me ha llamado usted, ¿recuerda?

-Eso no es suficiente, sor Carlotta. Sus opiniones sobre este niño son sospechosas.

-Nunca imitaría a Aquiles. Nunca escribiría sus verdaderos planes donde puedan ustedes encontrarlos. No crea bandas, se une a ellas y las utiliza. Avanza sin mirar siquiera hacia atrás.

-Entonces, ¿investigar a ese Aquiles no nos proporcionará ninguna pista sobre el comportamiento de Bean de ahora en adelante?

-Bean se enorgullece de no guardar rencor. Piensa que es contraproducente. Pero en cierto modo, creo que escribió sobre Aquiles específicamente porque ustedes lo leerían y querrían saber más sobre Aquiles, y si investigan el tema descubrirán algo muy malo que hizo.

-¿A Bean?

-A una amiga suya.

-¿Entonces es capaz de tener amigos?

-La niña que le salvó la vida aquí en la calle.

-¿Y cómo se llama?

-Poke. Pero no se moleste en buscarla. Está muerta. Graff pensó un instante.

-¿Eso es lo malo que hizo Aquiles?

-Bean tiene motivos para creerlo, aunque no pienso que haya pruebas suficientes para llevarlo a juicio. Y, como decía, puede que se trate de un acto inconsciente. No creo que Bean quiera conscientemente vengarse de Aquiles, o de nadie más, por cierto, pero tal vez

espere que ustedes lo hagan por él.

-Sigue sin contármelo todo, pero no tengo más remedio que confiar en su juicio, ¿no?

-Le prometo que Aquiles es un callejón sin salida.

-¿Y si piensa que hay un motivo para que no carezca de salida, después de todo?

-Quiero que su programa dé resultado, coronel Graff, e incluso me importa más que el hecho de que Bean tenga éxito. El hecho de que me preocupe por el niño no significa que no tenga mis prioridades. Le he dicho todo lo que sé. Pero espero que usted me ayude también.

-No se intercambia información en la Flota Internacional, sor Carlotta. Fluye de aquellos que la tienen a aquellos que la necesitan.

-Déjeme decirle lo que quiero, y decida si la necesito.

-¿Bien?

-Quiero que me informe acerca de cualquier proyecto ilegal o secreto relacionado con la alteración del genoma humano que se haya llevado a cabo en los diez últimos años.

La mirada de Graff se perdió en la distancia.

-Es demasiado pronto para que se embarque en otro proyecto, ¿no? Así que es el mismo proyecto de siempre. Es sobre Bean.

-Vino de alguna parte.

-Quiere decir que su mente vino de alguna parte.

-Me refiero a todo el conjunto. Creo que van a acabar confiando en este niño, que vamos a apostar nuestras vidas a él, y creo que necesitan saber qué sucede en sus genes. Quizás no sea nada comparado con saber que pasa por su mente, pero me temo que eso estará siempre fuera de su alcance.

-Usted le envió aquí, y ahora me dice esto. ¿No se da cuenta de que acaba de garantizar que nunca lo dejaré subir a lo alto de nuestro escalafón selectivo?

-Dice eso ahora, cuando sólo lleva un día en la Escuela de Batalla -dijo sor Carlotta-. Ya crecerá.

-Será mejor que no encoja o lo chupará el sistema de aire.

-Tsk-tsk, coronel Graff.

-Lo siento, hermana -respondió él.

-Déme permiso y una orden de máxima prioridad, y yo misma me encargaré de la investigación.

-No -respondió él-. Pero haré que le envíen los sumarios.

Ella sabía que le darían solamente la información que pensaran que debía tener. Pero cuando el coronel tratara de lastrar su trabajo con datos inútiles, ella se encargaría también de ese problema. Igual que trataría de localizar a Aquiles antes de que lo hiciera la Flota Internacional. Porque si la flota lo encontraba, probablemente le harían las pruebas... o encontrarían la puntuación que ella le había dado. Si lo sometían a esas pruebas, le arreglarían la pierna y lo llevarían a la Escuela de Batalla. Y ella le había prometido a Bean que nunca más tendría que volver a enfrentarse con Aquiles.


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