«Dejadme que os cuente la historia más hermosa que conozco.
A un hombre le regalaron un perro, al que quería mucho. El perro iba con él a todas partes, pero el hombre no pudo enseñarle a hacer nada útil. El perro no recogía cosas ni rastreaba, no corría, ni protegía, ni montaba guardia. Se sentaba a su lado y le miraba, siempre con la misma expresión inescrutable.
"Eso no es un perro, es un lobo", dijo la esposa del hombre. "Sólo me es fiel a mí", respondió él, y su esposa nunca volvió a discutir con él.
Un día el hombre se llevó al perro con él en su avión privado y mientras volaban sobre cumbres nevadas los motores fallaron
y el avión se hizo pedazos entre los árboles. El hombre yacía sangrante con el vientre abierto por esquirlas de metal;
el vapor brotaba de su cuerpo en el aire frío, pero en lo único que podía pensar era en su perro fiel. ¿Estaba vivo? ¿Estaba herido?
Imaginad su alivio cuando el perro apareció chapoteando y lo observó con la mirada fija de siempre. Al cabo de una hora, el perro olisqueó el abdomen abierto del hombre y luego empezó a sacarle los intestinos y el bazo y el hígado y a comérselos sin dejar de estudiar la cara del hombre. "Gracias a Dios", dijo el hombre, "Al menos uno de nosotros no morirá de hambre."»
de los susurros divinos de Han Qing-Jao
De todas las naves más veloces que la luz que corrían al Exterior y volvían al Interior siguiendo órdenes de Jade, sólo la de Miro se parecía a una nave espacial normal, por el buen motivo de que no era sino la lanzadera que antaño llevaba pasajeros y carga entre las grandes astronaves que orbitaban Lusitania. Ahora que las nuevas naves podían ir instantáneamente de la superficie de un planeta a la de otro, no había necesidad de sistemas de apoyo vital ni de combustible, y como Jane tenía que albergar
toda la estructura de cada aparato en su memoria, las más simples eran las mejores. De hecho, apenas podían ser consideradas vehículos. Ahora eran simples cabinas, sin ventanas, casi sin muebles, peladas como un aula de otros tiempos. La gente de Lusitania se refería ahora al viaje espacial como encaixarse, que quería decir en portugués «meterse en la caja» o, más literalmente, «encajarse».
Miro, sin embargo, estaba explorando, buscando nuevos planetas capaces de albergar las tres especies de vida inteligente: humanos, pequeninos y reinas colmena. Para esto necesitaba una nave más tradicional, pues aunque iba de planeta en planeta siguiendo el desvío instantáneo de Jane a través del Exterior, no siempre llegaba a un mundo cuyo aire fuera respirable. En realidad, Jane siempre lo situaba en órbita sobre cada nuevo planeta, para que pudiera observar, medir, analizar, y sólo aterrizara en los más prometedores para tomar la decisión final de que el mundo era utilizable.
No viajaba solo. Habría sido demasiado trabajo para una sola persona, y necesitaba que todo cuanto hacía fuera comprobado doblemente. De todos los trabajos de Lusitania, éste era el más peligroso, pues nunca sabía al abrir la puerta de su nave si habría alguna amenaza imprevisible en el nuevo mundo. Miro había considerado durante mucho tiempo que su vida podía ser sacrificada; en los largos años pasados atrapado en un cuerpo lisiado había anhelado la muerte.
Luego, desde que su primer viaje al Exterior le permitió recrear su cuerpo con la perfección de la juventud, consideraba todo momento, toda hora, todo día de su vida como un regalo no merecido. No la desperdiciaría, pero no dejaría de ponerla en peligro por el bien de los demás. ¿Pero quién más podría compartir su tranquila despreocupación?
Parecía que la joven Valentine estaba hecha para mandar, en todos los sentidos. Miro la había visto cobrar existencia al mismo tiempo que su propio cuerpo nuevo. Ella no tenía pasado, ni parientes, ni enlace alguno con ningún mundo excepto a través de Ender, cuya mente la había creado, y de Peter, su igual. Oh, y quizá pudiera considerarse relacionada con la Valentine original, «la Valentine real», como la llamaba la joven Val; pero no era ningún secreto que la Vieja Valentine no tenía la más mínima intención de pasar ni siquiera un instante en compañía de esta joven belleza cuya existencia era en sí un escarnio. Además, la Joven Val fue creada como la imagen de Ender de la perfecta virtud. No sólo no tenía conexiones, sino que era una altruista dispuesta a sacrificarse por el bien de los demás. Así que cada vez que Miro entraba en la lanzadera tenía a la joven Val como compañera, una ayudante de fiar, un apoyo constante.
Pero no una amiga. Pues Miro sabía perfectamente bien quién era realmente Val: Ender disfrazado. No una mujer. Y su amor y lealtad hacia él eran el amor y la lealtad de Ender, a menudo puestos a prueba, pero de Ender, no de ella. Ella no tenía nada propio. Así que, aunque Miro se había acostumbrado a su compañía, y reía y bromeaba con ella más fácilmente de lo que había hecho con nadie en toda su vida, no confiaba en ella, no se permitía sentir por ella un afecto más profundo que la camaradería. Si Val advertía la falta de conexión entre ambos no decía nada; si eso la hería, nunca dejaba ver el dolor. Manifestaba su alegría por los éxitos e insistía en que se esforzaran aún más.
-No tenemos que pasar un día entero en ningún mundo -dijo desde el principio, y lo demostraba ciñéndose a un programa que les permitía hacer tres viajes al día. Regresaban a casa cada tres viajes, a una Lusitania silenciosa ya por el sueño; dormían en la nave y hablaban con los demás sólo para advertirles de los problemas concretos que los colonos encontrarían probablemente en cualquiera de los nuevos mundos descubiertos ese día. Y el plan de tres viajes era sólo en los días en que se ocupaban de planetas probables. Cuando Jane los llevaba a mundos que eran claramente inadecuados (acuáticos, por ejemplo, o sin examinar biológicamente) continuaban viaje rápidamente para comprobar el siguiente mundo candidato, y el siguiente, a veces cinco o seis en esos días aciagos en los que nada parecía funcionar. La joven Val los empujaba a ambos al límite de su resistencia, día tras día, y Miro aceptaba su liderato en este aspecto del viaje porque sabía que era necesario.
Su amiga, sin embargo, no tenía forma humana. Para él, habitaba en la joya de su oreja. Jane, un susurro en su mente cuando despertó por primera vez; la amiga que oía todo lo que subvocalizaba, que conocía sus necesidades antes de que él mismo las advirtiera. Jane, que compartía todos sus
pensamientos y sueños, que le había acompañado en los peores momentos de su vida de lisiado, que le había llevado al Exterior, donde pudo renovarse. Jane, su amiga más sincera, que pronto moriría.
Ése era su verdadero límite. Cuando Jane muriera los vuelos estelares instantáneos se acabarían, pues no había ningún otro ser con el poder mental de sacar nada más complicado que una pelota de goma al Exterior y devolverlo al Interior. Y la muerte de Jane se produciría no por una causa natural, sino porque el Congreso Estelar, tras haber descubierto la existencia de un programa subversivo capaz de controlar o al menos de acceder a todos sus ordenadores, estaba cerrando, desconectando sistemáticamente todas sus redes. Jane sentía ya la herida de aquellos sistemas que habían sido apartados del conjunto para que no pudiera acceder a ellos. Pronto transmitirían los códigos que la borrarían por completo, de golpe. Y cuando ella muriera, todos los que no hubieran sido evacuados de la superficie de Lusitania y trasladados a otro mundo estarían atrapados, esperando la llegada de la Flota Lusitania, que se acercaba cada vez más, decidida a destruirlos a todos.
Era un trabajo sombrío, pues a pesar de todos los esfuerzos de Miro, su querida amiga moriría. Era en parte por eso, lo sabía bien, que evitaba entablar una verdadera amistad con la joven Val: porque habría sido una deslealtad hacia Jane sentir afecto por otra persona durante las últimas semanas o días de su vida.
Así, la existencia de Miro era una interminable rutina de trabajo, de concentración mental: estudiaba los hallazgos de los instrumentos de la lanzadera, analizaba fotografías aéreas, pilotaba la lanzadera hasta peligrosas zonas de aterrizaje nunca exploradas para por fin (con muy poca frecuencia) tener la posibilidad de abrir la puerta y respirar un aire extraño. Y al final de cada viaje tampoco había tiempo de quejarse o alegrarse, ni siquiera había tiempo para descansar: cerraba la puerta y a una orden suya Jane los llevaba de vuelta a Lusitania, para empezar de nuevo.
Esta vez hubo algo diferente. Miro abrió la puerta de la lanzadera y encontró no a su padre adoptivo, Ender, ni a los pequeninos que preparaban la comida para él y la Joven Val, ni a los líderes normales de la colina que esperaban sus informes, sino a sus hermanos Olhado y Grego, y a su hermana Elanora, y a Valentine, la hermana de Ender. ¿La Vieja Valentine había acudido a un lugar donde sin duda iba a encontrarse con su joven gemela? Miro vio de inmediato cómo se observaban la joven Val y la Vieja Valentine, evitando que sus ojos se encontraran, y luego desviaban la mirada para no verse. ¿O era que la joven Val no miraba a la otra porque quería evitar ofender a la mujer mayor? Sin duda, la Joven Val habría desaparecido gustosamente antes que causar a la Vieja Valentine un instante de dolor. Ya que desaparecer no le era posible, hacía lo que sí estaba en su mano: permanecer apartada cuando la Vieja Valentine estaba presente.
-¿A qué viene esta reunión? -preguntó Miro-. ¿Está enferma madre?
-No, todo el mundo goza de buena salud -dijo Olhado. -Excepto mental -añadió Grego-. Madre está loca como una cabra, y ahora Ender está loco también.
Miro asintió, hizo una mueca.
-Dejadme adivinar. Se ha unido a ella con los Filhos. Inmediatamente, Grego y Olhado miraron la joya que Miro llevaba en la oreja.
-No, Jane no me lo ha dicho. Es que conozco a Ender -dijo Miro-. Se toma su matrimonio muy en serio.
-Sí, bueno, ha dejado algo así como un vacío de poder por aquí -contestó Olhado-. Y no es que todo el mundo haga mal su trabajo. Quiero decir que el sistema funciona y todo eso. Pero era a Ender a quien todos acudíamos para que nos dijera qué hacer cuando el sistema dejaba de funcionar. ¿Sabes a qué me refiero?
-Lo sé -dijo Miro-. Y puedes hablar de eso delante de Jane. Sabe que va a ser desconectada en cuanto el Congreso Estelar culmine su plan.
-Es más complicado que eso -respondió Grego-. La mayoría de la gente no conoce el peligro que corre Jane... de hecho, la mayoría ni siquiera sabe que existe. Pero saben sumar dos y dos y se dan cuenta de que, incluso a plena carga, no hay manera de sacar a todos los humanos de Lusitania antes de que llegue la flota. Mucho menos a los pequeninos. Por lo tanto, saben que, a menos que se detenga a la flota, alguien tendrá que quedarse aqu�� a morir. Ya hay quienes dicen que hemos malgastado suficiente espacio en las naves para árboles e insectos.
Al decir «árboles» se refería, naturalmente, a los pequeninos, quienes de hecho no estaban transportando a padres y madres-árbol; al decir «insectos» se refería a la Reina Colmena, que tampoco estaba desperdiciando espacio enviando muchas obreras. Pero en cada mundo que estaban colonizando había un buen número de pequeninos y al menos una reina colmena y un puñado de obreras para ayudarla a empezar. No importaba que fuera la Reina Colmena de cada mundo la que produjera rápidamente obreras que hacían el grueso del trabajo para iniciar la agricultura; no importaba que, por no llevar árboles consigo, al menos un macho y una hembra de cada grupo de pequeninos tuvieran que ser «plantados»: morir lenta y dolorosamente para que un padre-árbol y una madre-árbol echaran raíces y mantuvieran el ciclo de vida pequenina. Todos sabían (Grego mejor que nadie, pues recientemente había estado metido en el meollo del asunto) que bajo la tranquila superficie subyacía una corriente de competencia entre las especies.
Y no era sólo cosa de los humanos. Mientras que en Lusitania los pequeninos seguían superando a los hombres en gran número, en las nuevas colonias los humanos predominaban. «Es vuestra flota la que viene a destruir Lusitania -decía Humano, el actual líder de los padres-árbol-. Y aunque todos los humanos de Lusitania murieran, la raza humana continuaría, mientras que para la Reina Colmena y nosotros está en juego nada menos que la supervivencia de nuestras especies. Y, sin embargo, comprendemos que debemos dejar a los humanos dominar durante un tiempo estos nuevos mundos, dado vuestro conocimiento de habilidades y tecnologías que nosotros aún no dominamos, dada vuestra práctica en someter nuevos mundos, y porque seguís teniendo el poder de prender fuego a nuestros bosques.» Humano lo decía de un modo muy razonable, su resentimiento oculto por un lenguaje amable, pero muchos otros pequeninos y padres-árbol lo decían más apasionadamente: «¿Por qué deberíamos dejar a los invasores humanos, que nos trajeron todo este mal, salvar a casi toda su población mientras que la mayoría de nosotros muere?»
-El resentimiento entre las especies no es nada nuevo -dijo Miro.
-Pero hasta ahora teníamos a Ender para contenerlo -repuso Grego-. Los pequeninos, la Reina Colmena y la mayoría de la población humana veían a Ender como un interlocutor justo, alguien en quien confiar. Sabían que mientras estuviera a cargo de las cosas, mientras su voz se dejara oír, sus intereses estarían protegidos.
-Ender no es la única buena persona que dirige este éxodo -dijo Miro.
-Es una cuestión de confianza, no de virtud -intervino Valentine-. Los no-humanos saben que Ender es el Portavoz de los Muertos. Ningún otro humano ha hablado jamás en favor de otra especie de esa forma. Y sin embargo los humanos saben que Ender es el Xenocida, que cuando la raza humana recibió la amenaza de un enemigo hace incontables generaciones, fue él quien actuó para detenerlo y salvar a la humanidad de la aniquilación. No hay exactamente un candidato con cualificaciones similares dispuesto a ocupar el puesto de Ender.
-¿Y qué tiene eso que ver conmigo? -preguntó Miro bruscamente-. Nadie me hace caso. No tengo contactos. Desde luego, no puedo ocupar el lugar de Ender, y ahora mismo estoy cansado y necesito dormir. Mirad a la joven Val, está medio muerta de cansancio también.
Era cierto; apenas podía tenerse en pie. Miro extendió de inmediato la mano para sujetarla;
agradecida, ella se apoyó en su hombro.
-No queremos que ocupes el lugar de Ender -dijo Olhado-. No queremos que nadie ocupe su puesto. Queremos que él lo haga.
Miro se echó a reír.
-¿Piensas que puedo persuadirlo? ¡Tenéis a su hermana aquí mismo! ¡Enviadla a ella! La Vieja Valentine hizo una mueca.
-Miro, no quiere verme.
-¿Y qué te hace pensar que querrá verme a mí?
-A ti no, Miro. A Jane. La joya de tu oreja. Miro los miró, desconcertado.
-¿Quieres decir que Ender se ha quitado la suya? Pudo oír a Jane decirle al oído:
-He estado ocupada. No me pareció importante mencionártelo.
Pero Miro sabía cómo había devastado aquello a Jane antes, cuando Ender la desconectó. Ahora ella tenía otros amigos, sí, pero eso no significaba que no le resultara doloroso.
La Vieja Valentine continuó:
-Si puedes verle y convencerle de que hable con Jane... Miro sacudió la cabeza.
-Se quitó la joya... ¿no os dais cuenta de que eso es definitivo? Se ha comprometido a seguir a
Madre en el exilio. Ender nunca renuncia a sus compromisos.
Todos sabían que era verdad. Sabían, de hecho, que no habían acudido a Miro con la esperanza real de que consiguiera lo que necesitaban, sino como un último acto de desesperación.
-Así que dejamos que las cosas sigan su curso -dijo Grego-. Nos dejamos hundir en el caos. Y luego, acosados por la guerra entre especies, moriremos en el oprobio cuando llegue la flota. Jane tiene suerte; ya habrá muerto cuando eso suceda.
-Dile que gracias -comunicó Jane a Miro.
-Jane dice que gracias -informó Miro-. Tienes mucho tacto, Grego. Grego se ruborizó, pero no retiró lo dicho.
-Ender no es Dios -dijo Miro-. Lo haremos lo mejor que sepamos sin él. Pero ahora mismo lo mejor que podemos hacer es...
-Dormir, lo sabemos -intervino la Vieja Valentine-. Pero no en la nave esta vez. Por favor. Nos duele el corazón de ver lo cansados que estáis los dos. Jakt ha traído el taxi. Venid a casa y dormid en una cama.
Miro se volvió hacia la Joven Val, que seguía apoyada en su hombro, adormilada.
-Los dos, por supuesto -dijo la Vieja Valentine-. No me perturba tanto su existencia como todos parecéis pensar.
-Por supuesto que no -dijo la joven Val. Extendió un brazo agotado, y las dos mujeres que llevaban el mismo nombre se cogieron de la mano. Miro vio cómo la Joven Val se separaba de él para apoyarse
en el brazo de la Vieja Valentine. Sus propios sentimientos le sorprendieron. En vez de sentir alivio porque hubiera menos tensión entre ellas de lo que pensaba, estaba furioso. Furioso de celos, eso era.
«Ella se estaba apoyando en mí», quiso decirle. ¿Qué clase de respuesta infantil era ésa?
Y entonces, mientras las miraba marcharse, vio lo que no debería haber visto: Valentine se estremeció. ¿Fue un escalofrío súbito? La noche era fría, en efecto. Pero no, Miro estaba seguro de que era el contacto con su joven gemela, y no el aire nocturno, lo que hizo temblar a la Vieja Valentine.
-Vamos, Miro -dijo Olhado-. Te llevaremos en el hovercar a casa de Valentine.
-¿Nos detendremos a comer por el camino?
-También es la casa de Jakt -dijo Elanora-. Siempre hay comida.
Mientras el hovercar los llevaba a través de Milagro, el poblado humano, pasaron cerca de algunas de las docenas de naves que estaban en servicio. El trabajo de emigración no cesaba de noche. Los estibadores (muchos de ellos pequeninos) cargaban suministros y equipo para su transporte. Las familias hacían cola para llenar el espacio que pudiera haber en las cabinas. Jane no descansaría esa noche mientras llevaba caja tras caja al Exterior y de nuevo al Interior. En otros mundos se alzaban nuevas casas, se araban nuevos campos. ¿Era de día o de noche en aquellos otros lugares? No importaba. En cierto modo ya habían tenido éxito: se estaban colonizando nuevos mundos y, gustara o no, cada mundo tenía su colmena, su nuevo bosque pequenino y su aldea humana.
Si Jane muriera hoy, pensó Miro, si la flota llegara mañana y nos redujera a todos a cenizas, ¿qué importaría en el gran esquema de las cosas? Las semillas han sido esparcidas al viento; algunas, al menos, echarán raíces. Y si el viaje más rápido que la luz muere con Jane, incluso eso podría ser para bien, pues obligará a cada uno de esos mundos a luchar por sí mismo. Algunas colonias fracasarán y morirán, sin duda. En algunas de ellas estallará la guerra, y tal vez una especie u otra sea aniquilada. Pero no será la misma especie la que muera en cada mundo, o la misma especie la que viva; y en algunos mundos, al menos, encontraremos un modo de vivir en paz. Y lo que nos queda son los detalles. El que este o aquel individuo viva o muera importa, por supuesto, pero no tanto como la supervivencia de las especies.
Debía de haber estado subvócalizando algunos de sus pensamientos, porque Jane le contestó.
-¿No tiene un programa de ordenador ojos y oídos? ¿No tengo corazón o cerebro? ¿Cuando me haces cosquillas, no me río?
-Francamente, no -dijo Miro en silencio, moviendo los labios y la lengua y los dientes para dar forma a palabras que sólo ella podía oír.
-Pero cuando yo muera, todos los seres de mi especie morirán también -dijo ella-. Perdóname si considero que esto tiene significado cósmico. No soy tan abnegada como tú, Miro. No considero estar viviendo un tiempo prestado. Era mi firme intención vivir eternamente, así que cualquier cosa menor es una decepción.
-Dime qué puedo hacer y lo haré. Moriría por salvarte, si eso es lo que hace falta.
-Afortunadamente, morirás tarde o temprano, no importa lo que suceda -dijo Jane-. Ése es mi único consuelo, que al morir no hago más que enfrentarme al mismo destino que el resto de las criaturas vivas. Incluso esos árboles que viven tanto. Incluso esas reinas de colmena que transmiten sus recuerdos de generación en generación. Pero yo, ay, no tendré hijos. ¿Cómo podría tenerlos? Sólo soy una criatura de mente. Nadie ha pensado en apareamientos mentales.
-Es una lástima, porque apuesto a que serías magnífica en el catre virtual.
-La mejor.
Guardaron silencio un rato.
Sólo cuando se acercaban a casa de Jakt, un edificio nuevo de las afueras de Milagro, Jane volvió a hablar.
-Recuerda, Miro, que haga lo que haga Ender con su propio yo, cuando la joven Valentine habla sigue siendo el aiúa de Ender quien habla.
-Lo mismo sucede con Peter -dijo Miro-. Ahí hay una pega. Digamos que la Joven Val, por dulce que sea, no representa exactamente una visión equilibrada de nada. Ender puede controlarla, pero ella no es Ender.
-Hay demasiados Ender, ¿verdad? Y, al parecer, yo también sobro, al menos en opinión del
Congreso Estelar.
-Somos demasiados -dijo Miro-. Pero nunca suficientes.
Llegaron. Miro y la joven Val entraron. Comieron rápidamente; se quedaron dormidos nada más acostarse. Miro fue consciente de oír voces en la lejanía esa noche, pues no durmió bien, sino que despertó varias veces, incómodo en aquel colchón tan blando, y tal vez incómodo por hallarse apartado de su deber, como un soldado que se siente culpable por haber abandonado su puesto.
A pesar de su cansancio, Miro no durmió hasta tarde. De hecho, el cielo estaba todavía oscuro cuando se despertó poco antes del amanecer y, como era su costumbre, se levantó inmediatamente de la cama, temblando adormilado mientras los últimos restos del sueño huían de su cuerpo. Se vistió y salió al salón para buscar el cuarto de baño y orinar. Al hacerlo, oyó voces en la cocina. O bien la conversación de la noche anterior continuaba, o algún otro madrugador neurótico había rechazado la soledad matutina y charlaba como si el amanecer no fuera la oscura hora de la desesperación.
Se detuvo ante su puerta abierta, dispuesto a entrar y dejar fuera aquellas voces. Entonces advirtió que una de ellas pertenecía a la Joven Val. Comprendió que la otra era la de la Vieja Valentine. De inmediato se dio la vuelta y se acercó a la cocina, y de nuevo vaciló en el umbral.
Cierto, las dos Valentines estaban sentadas a la mesa, una frente a la otra, pero sin mirarse. Miraban por la ventana mientras se tomaban uno de los zumos de fruta y verduras de la Vieja Valentine.
-¿Te apetece uno, Miro? -preguntó la Vieja Valentine, sin alzar la cabeza.
-Ni en mi lecho de muerte -dijo Miro-. No pretendía interrumpiros.
-Bien -dijo la Vieja Valentine.
La joven Valentine continuó sin decir nada.
Miro entró en la cocina, se acercó al fregadero, y se sirvió un vaso de agua, que bebió de un largo trago.
-Te dije que era Miro quien estaba en el cuarto de baño -dijo la Vieja Valentine-. Nadie procesa tanta agua al día como este querido muchacho.
Miro se echó a reír, pero no oyó reírse a la Joven Val.
-Estoy interrumpiendo vuestra conversación -dijo-. Me voy.
-Quédate -pidió la Vieja Valentine.
-Por favor -dijo la joven Val.
-¿Para complacer a cuál? -preguntó Miro. Se volvió hacia ella y sonrió. Val le acercó una silla con el pie.
-Siéntate. La señora y yo estábamos hablando sobre nuestra condición de gemelas.
-Decidimos que tengo la responsabilidad de morir primero -dijo la Vieja Valentine.
-Al contrario -repuso la joven Val-, decidimos que Gepetto no creó a Pinocho porque quisiera un niño de verdad. Siempre quiso una marioneta. Toda la historia del niño de verdad fue sólo a causa de la pereza de Gepetto. Quería que la marioneta bailara... pero no quería tomarse la molestia de tirar de los hilos.
-Tú eres Pinocho -dijo Miro-. Y Ender...
-Mi hermano no intentó hacerte -dijo la Vieja Valentine-. Y tampoco quiere controlarte.
-Lo sé -susurró la Joven Val. Y de repente hubo lágrimas en sus ojos.
Miro extendió una mano para colocarla sobre la suya en la mesa, pero de inmediato ella la retiró. No, no estaba evitando su contacto, simplemente alzó la mano para secarse las molestas lágrimas de los ojos.
-Sé que él cortaría los hilos si pudiera -dijo la Joven Val-, Como Miro cortó los hilos de su antiguo cuerpo roto.
Miro lo recordaba clarísimamente. En un instante estaba sentado en la astronave, contemplando aquella imagen perfecta de sí mismo, fuerte y joven y sano; y al siguiente era aquella imagen, había sido siempre aquella imagen, y lo que contemplaba era la versión lisiada, rota, con el cerebro dañado, de sí mismo. Y mientras observaba, aquel cuerpo no amado, no querido, se hizo polvo y desapareció.
-No creo que te odie como yo odiaba a mi antiguo yo -dijo Miro.
-No tiene que odiarme. No fue el odio lo que mató a tu antiguo cuerpo. -La joven Val no le miró a los ojos. En todas sus horas juntos explorando mundos, nunca habían hablado sobre nada tan personal. Ella nunca se había atrevido a discutir con él acerca del momento en que ambos habían sido creados-. Tú odiabas tu antiguo cuerpo mientras estabas dentro de él pero, en cuanto volviste al cuerpo adecuado, simplemente dejaste de prestar atención al antiguo. Ya no era parte de ti. Tu aiúa ya no tenía ninguna responsabilidad hacia él. Y sin nada que sirviera de sostén... se escabulló la liebre.
-Muñeco de madera -le dijo Miro-. Ahora liebre. ¿Qué más soy? La Vieja Valentine ignoró su intento de bromear.
-Así que estás diciendo que Ender no te encuentra interesante. -Me admira -dijo la joven Val-. Pero me encuentra aburrida.
-Sí, bueno, a mí también -repuso la Vieja Valentine.
-Eso es absurdo -dijo Miro.
-¿Lo es? -preguntó la Vieja Valentine-. Él nunca me siguió a ninguna parte; fui yo la que siempre le siguió a él. Creo que Ender buscaba una misión en la vida, alguna gran acción que realizar para redimir
el terrible acto que acabó con su infancia. Pensó que escribir La Reina Colmena serviría. Y luego, con mi ayuda para prepararlo, escribió El Hegemón y pensó que eso sería suficiente, pero no lo fue. Siguió buscando algo que ocupara toda su atención y casi lo encontró, o encontró algo que lo hizo durante una semana o un mes. Pero una cosa es segura: eso que ocupaba su atención nunca fui yo, aunque viajé con él miles de millones de kilómetros durante tres mil años. Esas historias que escribí.., no fue por amor a la historia, sino porque le ayudaba en su trabajo con mis escritos. y cuando terminaba cada uno, entonces, durante unas cuantas horas de lectura y discusión, tenía su atención. Sólo que cada vez me resultaba menos satisfactorio porque no era yo quien mantenía su atención, sino la historia que había escrito. Hasta que por fin encontré a un hombre que me entregó su corazón, y me quedé con él mientras mi hermano adolescente continuaba sin mí y encontraba una familia que ocupó todo su corazón; y allí estábamos, a planetas de distancia, pero finalmente más felices separados de lo que lo habíamos sido juntos.
-Entonces, ¿por qué volviste con él? -preguntó Miro.
-No vine por él. Vine por ti. -La Vieja Valentine sonrió-. Vine por un mundo en peligro de destrucción. Pero me alegré de ver a Ender, aunque sabía que nunca me pertenecería.
-Esto puede ser una descripción adecuada de cómo te sentías tú -dijo la joven Val-. Pero debiste de tener su atención, a algún nivel. Yo existo porque tú siempre estuviste en su corazón.
-Una fantasía de su infancia, tal vez. No yo.
-Mírame -dijo la joven Val-. ¿Es éste el cuerpo que tenías cuando él contaba cinco años y se lo llevaron de su casa para enviarlo a la Escuela de Batalla? ¿Es siquiera el de la adolescente que conoció ese verano junto al lago en Carolina del Norte? Debió de prestarte atención incluso mientras crecías, porque su imagen de ti cambió para convertirse en mí.
-Eres lo que yo fui cuando trabajábamos juntos en El Hegemón -contestó la Vieja Valentine tristemente.
-¿Estabas tan cansada? -pregúntó la Joven Val.
-Yo lo estoy -dijo Miro.
-No, no lo estás -dijo la Vieja Valentine-. Eres la viva imagen del vigor. Sigues celebrando la llegada de tu precioso cuerpo nuevo. Mi gemela está agotada hasta el fondo del corazón.
-La atención de Ender siempre ha estado dividida -dijo la Joven Val-. Veréis, estoy llena de sus recuerdos... o más bien de los recuerdos que inconscientemente pensó que debería tener pero que naturalmente suelen consistir en cosas que él recuerda sobre aquí mi amiga -indicó a la Vieja Valentine-
, lo que significa que todo lo que yo recuerdo es mi vida con Ender. Y él siempre tuvo a Jane en la oreja, y a las personas de cuyas muertes era Portavoz, y a sus estudiantes, y a la Reina Colmena en su
crisálida, y todo lo demás. Pero todas sus relaciones eran adolescentes. Hasta que llegó aquí y
finalmente se entregó de pleno a alguien más. A ti y a tu familia, Miro. A Novinha. Por primera vez dio a otras personas el poder de herirlo emocionalmente; fue a la vez magnífico y doloroso. Pero incluso eso podía sobrellevarlo, pues es un hombre fuerte, y los hombres fuertes tienen una gran resistencia. Ahora, sin embargo, el asunto es distinto. Peter y yo no tenemos vida aparte de la suya. Decir que él es uno con Novinha es metafórico; con Peter y conmigo es literal. Él es nosotros. Y su aiúa no es lo bastante grande, no es lo bastante fuerte o copioso, no puede prestar atención por igual a las tres vidas que dependen de él. Me di cuenta de eso en cuanto... ¿cómo lo llamamos? ¿Me creó? ¿Me fabricó?
-En cuanto naciste -dijo la Vieja Valentine.
-Fuiste un sueño hecho realidad -dijo Miro, con sólo un deje de ironía.
-No puede mantenernos a los tres: Ender, Peter, yo. Uno de nosotros va a tener que desvanecerse. Uno de nosotros al menos va a tener que morir. Y soy yo. Lo supe desde el principio. Yo soy la que va a morir.
Miro trató de tranquilizarla. ¿Pero cómo se tranquiliza a alguien, excepto haciéndole recordar situaciones que terminaron bien? No había situaciones similares que sacar a colación.
-El problema es que, sea cual fuere la parte del aiúa de Ender que sigo teniendo dentro de mí, está absolutamente decidido a vivir. No quiero morir. Por eso sé que aún me presta cierta atención, porque no quiero morir.
-Entonces ve a verlo -dijo la Vieja Valentine-. Habla con él. La joven Val soltó una amarga carcajada y apartó la mirada.
-Por favor, papá, déjame vivir -dijo, remedando la voz de una niña-. Ya que no es algo que él controle conscientemente, ¿qué podría hacer al respecto, excepto sufrir la culpa? ¿Y por qué debería sentirse culpable? Si dejo de existir, es porque mi propio yo no me valora. El es yo. ¿Se sienten mal las puntas muertas de las uñas cuando te las cortas?
-Pero tú estás llamando su atención -dijo Miro.
-Esperaba que la búsqueda de mundos habitables le intrigara. Me volqué en ella, tratando de encontrarla excitante. Pero, la verdad, es algo muy rutinario. Importante, pero rutinario. Miro asintió.
-Cierto. Jane encuentra los mundos. Nosotros sólo los procesamos.
-Y ya hay suficientes mundos. Suficientes colonias. Dos docenas... los pequeninos y las reinas colmena ya no van a morir, aunque Lusitania sea destruida. El atasco no está en el número de mundos, sino en el número de naves. Así que nuestro trabajo ya no llama la atención de Ender. Mi cuerpo sabe que no es necesario.
Se cogió con la mano un gran mechón de cabellos y tiró, no con fuerza, sino suavemente, y el cabello se desprendió fácilmente. Un gran puñado de pelo, sin signo alguno de dolor. Dejó que cayera sobre la mesa. Quedó allí, como un miembro cercenado, grotesco, imposible.
-Creo que si no tengo cuidado, podría hacer lo mismo con los dedos -susurró ella-. Es más lento, pero gradualmente me convertiré en polvo igual que tu antiguo cuerpo, Miro. Porque él no está interesado en mí. Peter resuelve misterios y libra guerras políticas en algún mundo lejano. Ender lucha por conservar a la mujer que ama. Pero yo...
En ese momento, mientras el pelo arrancado revelaba la profundidad de su tristeza, su soledad, su autorrechazo, Miro se dio cuenta de algo en lo que no se había permitido pensar hasta entonces: durante las semanas que habían viajado juntos de mundo en mundo había llegado a amarla, y su infelicidad lo hería como si fuera propia. Y quizá lo era, quizás era el recuerdo de su propia autorrepulsa. Pero fuera cual fuese el motivo, seguía pareciéndole algo más profundo que la simple compasión. Era una especie de deseo. Sí, era una clase de amor. Si esta hermosa joven, esta joven sabia, inteligente y lista era rechazada por su propio corazón, entonces el corazón de Miro tendría espacio suficiente para aceptarla. Si Ender no quiere ser tú, deja que yo lo sea, gimió en silencio, sabiendo mientras formulaba el pensamiento por primera vez que sentía así sin advertirlo desde hacía días, semanas, y sabiendo al mismo tiempo que no podía ser para ella lo que era Ender.
Sin embargo, ¿haría su amor por la Joven Val lo que hacía el propio Ender? ¿Llamaría lo suficiente su atención para mantenerla viva, para reforzarla?
Miro extendió la mano y recogió el mechón de pelo, lo enroscó en sus dedos y luego se guardó los rizos en el bolsillo de la túnica.
-No quiero que te desvanezcas -dijo. Palabras atrevidas para él. La joven Val lo miró con extrañeza.
-Pensaba que Ouanda era el gran amor de tu vida.
-Ahora es una mujer de mediana edad -dijo Miro-. Casada y feliz, con una familia. Sería triste que el gran amor de mi vida fuera una mujer que ya no existe y, aunque lo fuera, ella no me querría.
-Eres muy amable. Pero no creo que podamos engañar a Ender y hacer que se preocupe por mi vida fingiendo enamorarnos.
Sus palabras fueron una puñalada para el corazón de Miro, porque ella había visto fácilmente cuánto de lo que decía se debía a la piedad. Sin embargo, no todo era así; la mayor parte se rebullía en el subconsciente esperando su oportunidad para salir.
-No era mi intención engañar a nadie -dijo. Excepto a mí mismo, pensó. Porque la joven Val no podría amarme. Después de todo, no es una mujer de verdad. Es Ender.
Pero eso era absurdo. Su cuerpo era de mujer. ¿Y de dónde procedían las elecciones del amor, sino del cuerpo? ¿Había algo masculino y femenino en el aiúa? Antes de gobernar un cuerpo de carne y hueso, ¿era macho o hembra? Y si era así, ¿significaba eso que los aiúas que componían átomos y moléculas, rocas y estrellas y luz y viento eran claramente chicos o chicas? Tonterías. El aiúa de Ender podía ser una mujer, podía amar como una mujer tan fácilmente como ahora amaba en un cuerpo de hombre y a la manera de un hombre, a la madre del propio Miro. No era fallo de la joven Val; si lo miraba con tanta piedad, el fallo era suyo. Incluso con su cuerpo renovado, no era un hombre a quien una mujer (o al menos esta mujer, en este momento la más deseable de todas las mujeres) pudiera amar, o deseara amar, o esperara conquistar.
-No tendría que haber venido -murmuró. Se apartó de la mesa y salió de la habitación en dos zancadas. Recorrió el pasillo y una vez más se plantó ante su puerta abierta. Oyó sus voces.
-No, no vayas con él -dijo la Vieja Valentine. Luego añadió algo, más bajo. Y a continuación-: Puede que tenga un cuerpo nuevo, pero el odio que siente hacia sí mismo no se ha curado.
Un murmullo por parte de la joven Val.
-Miro hablaba desde el fondo de su corazón -le aseguró la Vieja Valentine-. Ha sido muy valiente al decirlo.
Una vez más, la Joven Val habló demasiado bajo para que Miro la oyera.
-¿Cómo puedes saberlo? -dijo la Vieja Valentine-. Lo que tienes que entender es que hicimos un largo viaje juntos, no hace mucho, y creo que se enamoró un poco de mí durante ese vuelo.
Probablemente era cierto. Era decididamente cierto. Miro tenía que admitirlo: algunos de sus sentimientos hacia la Joven Val eran realmente sus sentimientos hacia la Vieja Valentine, transferidos de una mujer que estaba permanentemente fuera de su alcance a esta joven que podía serle accesible, o al menos eso había esperado. Las dos voces hablaban ahora en un tono tan bajo que Miro ni siquiera distinguía las palabras. Pero siguió esperando, las manos apretadas contra el marco de la puerta, escuchando el sonido de aquellas dos voces tan parecidas pero tan claramente diferenciables. Era una música que había escuchado eternamente.
-Si hay alguien que se parezca a Ender en todo este universo -la Vieja Valentine subió el tono de voz-, ése es Miro. Se lisió intentando salvar a los inocentes de la destrucción. Todavía no se ha curado.
Quería que yo lo oyera, advirtió Miro. Lo ha dicho en voz alta sabiendo que yo estaba aquí, que estaba escuchando. La vieja bruja estaba atenta al sonido de mi puerta y como no la ha oído cerrarse, sabe que puedo oírlas; intenta ofrecerme un modo de verme a mí mismo. Pero no soy Ender. Apenas soy Miro, y si me dice cosas así es la prueba justa de que no sabe quién soy.
Una voz le habló al oído.
-Oh, si vas a engañarte a ti mismo cierra el pico.
Por supuesto, Jane lo había oído todo. Incluso sus pensamientos, porque, como de costumbre, reflejaba sus pensamientos conscientes con labios, lengua y dientes. Ni siquiera era capaz de pensar sin mover la boca. Con Jane conectada a su oído, se pasaba las horas de vigilia en un confesionario que nunca cerraba.
-Así que amas a la chica -dijo Jane-. ¿Por qué no? Así que tus motivos se complican por tus sentimientos hacia Ender y Valentine y a Ouanda y a ti mismo. ¿Y qué? ¿Qué amor ha sido siempre puro, qué amante ha estado jamás libre de complicaciones? Piensa en ella como en un súcubo. La amarás, y se desmoronará en tus brazos.
La burla de Jane le enfurecía y le divertía al mismo tiempo. Entró en la habitación y cerró con cuidado la puerta. Entonces, le susurró:
-Eres una vieja perra celosa, Jane. Me quieres sólo para ti.
-Estoy segura de que tienes razón. Si Ender me hubiera amado alguna vez, habría creado mi cuerpo humano cuando se sintió tan fértil allá en el Exterior. Entonces podría ser tu pareja.
-Ya tienes todo mi corazón -dijo Miro-. Enterito.
-Eres un mentiroso. Sólo soy una calculadora-agenda parlante, y lo sabes.
-Pero eres muy muy rica -dijo Miro-. Me casaré contigo por tu dinero.
-Ah. Ella se equivoca en una cosa, por cierto.
-¿En qué? -preguntó Miro, sin saber a quién se refería Jane.
-No habéis acabado de explorar mundos. Esté o no esté Ender interesado en el tema (y creo que lo está, porque ella no se ha convertido en polvo todavía), el trabajo no se termina sólo porque haya suficientes planetas habitables para salvar a los cerdis y los insectores.
Jane usaba con frecuencia los diminutivos y términos peyorativos. Miro a menudo se preguntaba, pero nunca se había atrevido a plantearlo, si tenía algún peyorativo para los humanos. Pero le parecía saber cuál sería su respuesta de todas formas: «La palabra "humano" es un peyorativo.»
-¿Entonces qué estamos buscando? -preguntó Miro.
-Todos los mundos que seamos capaces de encontrar antes de que yo muera -respondió Jane.
Miro pensó en eso mientras yacía tendido en la cama. Pensó mientras se revolvía y se agitaba un par de veces. Luego se levantó, se vistió y salió a la calle para mezclarse con los otros madrugadores, que atendían sus propios asuntos, pocos de los cuales lo conocían o eran conscientes siquiera de su existencia. Por ser miembro de la extraña familia Ribeira no había tenido muchos amigos escolares; por ser a la vez inteligente y tímido había tenido aún menos amistades adolescentes.
Su única amiga había sido Ouanda, hasta que penetrar en el perímetro sellado de la colonia humana le dejó con lesiones cerebrales y se negó incluso a verla. Luego, su viaje en busca de Valentine había
cortado los pocos y frágiles lazos que le unían con su mundo natal. Para él sólo pasaron unos cuantos meses en una astronave, pero cuando volvió habían transcurrido años, y ahora era el hijo más joven de su madre, el único cuya vida no había comenzado todavía. Los niños que antes había cuidado eran adultos que lo trataban como un tierno recuerdo de su juventud. Sólo Ender no había cambiado. No importaba cuántos años pasaran. No importaba lo que sucediera. Ender era el mismo.
¿Seguía siendo cierto? ¿Seguía siendo el mismo hombre incluso ahora, que se encerraba en un momento de crisis, oculto en un monasterio sólo porque Madre había renunciado por fin a la vida? Miro conocía muy por encima la vida de Ender. Lo apartaron de su familia a la corta edad de cinco años. Lo llevaron a la Escuela de Batalla en órbita, de donde salió siendo la última esperanza de la humanidad en su guerra contra la implacable invasión de los insectores. Luego lo llevaron al mando de la flota en Eros, donde le dijeron que sería sometido a entrenamiento avanzado, aunque sin que él lo supiera comandó las flotas de verdad, situadas a años-luz de distancia, pues sus órdenes eran transmitidas por ansible. Ganó brillantemente esa guerra y, al final, cometió el acto completamente inconsciente de destruir el mundo natal de los insectores. Pensaba que era un juego.
Pensaba que era un juego, pero al mismo tiempo sabía que el juego era una simulación de la realidad. En el juego había decidido hacer lo inimaginable; eso significó, al menos para Ender, que no estaba libre de culpa cuando el juego resultó ser real. Aunque la última Reina Colmena le había perdonado y se había puesto a su cuidado, dentro de su crisálida, no pudo librarse de ese sentimiento. Era sólo un niño, hacía lo que los adultos le impulsaban a hacer; pero en el fondo sabía que incluso un niño es una persona de verdad, que los actos de un niño son actos reales, que incluso un juego infantil no carece de contexto moral.
Así que, antes de que saliera el sol, Miro se encontró ante Ender, los dos sentados en un banco de piedra del jardín que pronto estaría soleado, pero que ahora estaba húmedo de rocío; y lo que Miro se encontró diciendo a este hombre inalterado, inalterable, fue:
-¿Qué es toda esta historia del monasterio, Ender, sino una forma cobarde y ciega de autocrucificarte?
-Yo también te he echado de menos, Miro -dijo Ender-. Pero pareces cansado. Necesitas dormir más.
Miro suspiró y sacudió la cabeza.
tú.
-No es eso lo que pretendía decirte. Intento comprenderte, de verdad. Valentine dice que soy como
-¿Te refieres a la Valentine real?
-Las dos son reales.
-Bueno, si soy como tú, entonces estúdiate a ti mismo y dime lo que encuentras.
Miro se preguntó, al mirarlo, si Ender hablaba en serio. Ender palmeó la rodilla de Miro.
-La verdad es que ahora mismo no soy necesario ahí fuera.
-No crees eso ni por un segundo -dijo Miro.
-Pero creo que lo creo -dijo Ender-, y para mí eso es suficiente. Por favor, no me desilusiones. No he desayunado todavía.
-No, te aprovechas de que estás dividido en tres. Esta parte de ti, el hombre de mediana edad, puede permitirse el lujo de dedicarse por completo a su esposa... pero sólo porque tiene dos jóvenes marionetas que salen y hacen el trabajo que realmente le interesa.
-Pero no me interesa -dijo Ender-. No me importa.
-No te importa como Ender porque como Peter y Valentine ya te encargas de todo. Sólo que Valentine no está bien. No te preocupas lo suficiente por lo que ella hace. Lo que le sucedió a mi antiguo cuerpo lisiado le está sucediendo a ella. Más despacio, pero es lo mismo. Ella lo cree así, piensa que es posible. Y yo también. Y Jane.
-Dale a Jane mi amor. La echo de menos.
-Le doy a Jane mi amor, Ender. Ender sonrió al notar su resistencia.
-Si estuvieran a punto de fusilarnos, Miro, insistirías en beber un montón de agua para que tuvieran que manejar un cadáver cubierto de orina una vez muerto.
-Valentine no es un sueño ni una ilusión, Ender -dijo Miro, negándose a ser conducido a una discusión sobre su propia terquedad-. Es real, y la estás matando.
-Una forma terriblemente dramática de expresarlo.
-Si la hubieras visto arrancarse mechones de pelo esta mañana...
-¿Entonces es bastante histriónica? Bueno, a ti siempre te han gustado los gestos teatrales. No me sorprende que os llevéis bien.
-Andrew, te estoy diciendo que tienes que...
De repente Ender se puso serio y su voz se impuso a la de Miro aunque no hablaba alto.
-Usa la cabeza, Miro. ¿Fue una decisión consciente saltar de tu antiguo cuerpo a este modelo más nuevo? ¿Lo pensaste y dijiste: «Bueno, dejaré que este cuerpo viejo se desmorone en moléculas porque este cuerpo nuevo es un lugar mejor que habitar»?
Miro comprendió de inmediato. Ender no podía controlar conscientemente dónde centraba su atención. Su aiúa, aunque era su yo más profundo, no se dejaba mandar.
-Descubrí lo que realmente quiero viendo lo que hago -dijo Ender-. Eso es lo que todos hacemos, si somos sinceros. Tenemos nuestros sentimientos, tomamos nuestras decisiones, pero al final examinamos nuestras vidas y vemos cómo a veces ignoramos nuestros sentimientos, mientras que la mayoría de nuestras decisiones fueron realmente racionalizaciones porque ya habíamos decidido en el fondo de nuestro de corazón antes de reconocerlo conscientemente. No puedo evitarlo si la parte de mí que controla a esa muchacha cuya compañía compartes no es tan importante para mi voluntad subconsciente como te gustaría. Como ella necesita. No puedo hacer nada.
Miro inclinó la cabeza.
El sol se alzó sobre los árboles. De repente el banco se iluminó, y Miro alzó la cabeza para ver cómo la luz creaba un halo alrededor del cabello despeinado de Ender.
-¿Acicalarse va en contra de la regla monástica? -preguntó.
-Te sientes atraído por ella, ¿verdad? -dijo Ender, sin plantear realmente una pregunta-. Y te sientes un poco incómodo porque ella es realmente yo.
Miro se encogió de hombros.
-Es una raíz en el camino. Pero creo que puedo pasar por encima.
-¿Pero qué hay si yo no me siento atraído hacia ti? -preguntó Ender alegremente. Miro extendió los brazos y se puso de perfil.
-Impensable.
-Eres guapo como un cachorrito -dijo Ender-. Estoy seguro de que la joven Valentine sueña contigo. No sé. Yo sólo sueño en planetas que estallan y en la muerte de todos los que amo.
-Sé que no has olvidado este mundo, Andrew -lo dijo a modo de disculpa, pero Ender la rechazó.
-No puedo olvidarlo, pero puedo ignorarlo. Estoy ignorando el mundo, Miro. Te estoy ignorando a ti, a esas dos psiques ambulantes mías. En este momento, estoy intentando ignorar a todo el mundo menos a tu madre.
-Y a Dios. No debes olvidar a 'Dios.
-Ni por un solo instante. De hecho, no puedo olvidar nada ni a nadie. Pero sí, estoy ignorando a Dios, excepto en lo en que Novinha me necesita para reparar en Él. Estoy tomando la forma del marido que necesita.
-¿Por qué, Andrew? Sabes que Madre está más loca que una cabra.
-Nada de eso -reprochó Ender-. Pero aunque fuera cierto... bueno, razón de más.
-Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Lo apruebo, filosóficamente, pero no sabes cómo....
El cansancio barrió entonces a Miro. No encontraba las palabras necesarias para decir lo que quería. Sabía que se debía a que trataba de decirle a Ender cómo era, en este momento, ser Miro Ribeira; y Miro no era capaz siquiera de identificar sus propios sentimientos, mucho menos de expresarlos en voz alta.
-Desculpa -murmuró, pasando al portugués porque era el idioma de su infancia, el idioma de sus emociones. Tuvo que secarse las lágrimas de las mejillas-. Se não mudar nem você, não há nada que possa nada.
Si ni siquiera puedo hacer que actúes, que cambies, entonces no hay nada que pueda hacer.
-Nem eu? -repitió Ender-. En todo el universo, Miro, no hay nadie más difícil de cambiar que yo.
-Madre lo hizo. Te cambió.
-No, no lo hizo. Sólo me permitió ser lo que necesitaba y quería ser. Como ahora, Miro. No puedo hacer feliz a todo el mundo. No puedo hacerme feliz a mí mismo, no hago gran cosa por ti, y en cuanto a los grandes problemas, tampoco valgo para eso. Pero tal vez pueda hacer feliz a tu madre, o al menos algo más feliz, por algún tiempo, o puedo intentarlo.
Tomó las manos de Miro en las suyas, las acercó a su propio rostro, y cuando las retiró no estaban secas.
Miro vio cómo Ender se levantaba del banco e iba hacia el huerto soleado. Sin duda este aspecto habría tenido Adán, pensó, si nunca hubiera comido el fruto prohibido; si se hubiera quedado eternamente en el jardín. Durante tres mil años Ender había rozado la superficie de la vida. Finalmente
se aferró a mi madre. Me pasé toda la infancia tratando de librarme de ella, y él viene y decide unirse a ella y...
¿Y a qué estoy unido yo sino a él? A él en forma de mujer. A él con un mechón de pelo sobre la mesa de la cocina.
Se levantaba ya del banco cuando Ender se volvió de pronto a mirarlo y agitó la mano para atraer su atención. Miro empezó a avanzar hacia él, pero Ender no esperó. Se llevó las manos a la boca y gritó:
-¡Díselo a Jane! ¡A ver si se le ocurre cómo hacerlo! ¡Puede tener ese cuerpo! Miro tardó un momento en comprender que hablaba de la joven Val.
No es sólo un cuerpo, viejo destructor de planetas egocéntrico. No es sólo un traje viejo que regalar porque ya no te sienta bien o porque la moda ha cambiado.
Pero entonces su furia desapareció, pues se dio cuenta de que él mismo había hecho exactamente eso con su antiguo cuerpo.
Lo había tirado sin mirar atrás.
Y la idea le intrigó. Jane. ¿Era posible? Si su aiúa pudiera residir en la joven Val, ¿podría un cuerpo humano sostener lo suficiente de la mente de Jane para permitirla sobrevivir cuando el Congreso Estelar trataba de desconectarla?
-Sois demasiado lentos -murmuró Jane en su oído-. He estado hablando con la Reina Colmena y Humano y tratando de averiguar cómo se hace... asignar un aiúa a un cuerpo. La Reina Colmena lo hizo una vez, al crearme. Pero no escogieron exactamente un aiúa concreto. Tomaron lo que había. Lo que apareció. Soy un poco más difícil.
Miro no dijo nada mientras se dirigía hacia la puerta del monasterio.
-Oh, sí, y luego está el pequeño asunto de tus sentimientos hacia la Joven Val. Odias el hecho de que amarla sea, en cierto modo, amar a Ender. Pero si yo me hiciera cargo, si yo fuera la voluntad dentro de la vida de la Joven Val, ¿seguiría siendo la mujer que amas? ¿Sobreviviría algo de ella? ¿Sería un asesinato?
-Oh, calla -dijo Miro en voz alta.
La portera del monasterio le miró sorprendida.
-Usted no -dijo Miro-. Pero eso no significa que no sea una buena idea.
Miro notó los ojos de la mujer sobre la espalda hasta que salió del monasterio y se encontró en el camino que bajaba hacia Milagro. Hora de volver a la nave. Val me estará esperando. Sea quien sea.
Ender es con Madre tan leal, tan paciente... ¿es así lo que siento por Val? O no, no se trata de sentir, ¿verdad? Es un acto de voluntad. Es una decisión irrevocable. ¿Sería capaz de tomarla por alguna mujer, por cualquier persona? ¿Podría entregarme para siempre?
Recordó entonces a Ouanda, y caminó hasta la nave con el recuerdo de la amarga pérdida.